Ese era un pescador que iba a pescar; echó la red y salió un pez muy gordo, dice:
- Apártame cuando llegues a tu casa: le vas a dar tres tajadas a tu mujer, tres tajadas a la yegua que llevas, tres tajadas a la perra, tres tajadas...
Y cuando llegó, fue a casa, hizo eso: echó tres a la perra; tuvo tres perros ¡tan bonitos!, con tres luceritos en la frente. Luego la jaca tuvo tres caballos, con tres luceritos en la frente, igual. Y en el pozo, siembra tres tajadas también, y salió el pez espada...
Cuando ya los niños fueron grandes, pues cada uno partió: su caballo, su espada: cada uno tenía la suya, ya que eran grandes, y su perro, cada uno su perro y su...
Y ya que los niños fueron grandes, dice uno:
- Pupá, yo me voy a ir a correr mundo. ¿Y qué hacemos? ¡Estamos aburridos, aquí nada más nosotros...!
Bueno, pues se fue; cogió uno su caballo y se fue por ahí. Y llegó a un pueblo que no había nadie. Todas calles, y todos -eran cerca las doce-, cerrando las puertas.
- ¡Vayase usted, vayase usted, que viene un elefante y se come todas las criaturas!
Pero él no entendió de chica. Allí llegó con su caballo, su perro: salió el elefante, se lió a luchar con él, y lo mató. Y el rey había dicho que el que matara al elefante, le tenía que llevar las siete cabezas.
Cuando ya pasó aquello, que mató, empezó todo el mundo a salir, que había matado al elefante. Dice uno:
- Pero, mire usted que tiene que llevar las siete cabezas.
Y él ya había cortado las siete lenguas. Y dice que no entendió chica, pero, cuando llegó uno, cortó las cabezas, se las llevó al rey. Y dice:
- ¡Pero no tienen lengua! Entonces él presentó las lenguas: se casó con la hija del rey. Cuando pasó, se fueron al mirador, y dice que empezó a mirar, y dice:
- Esto que se ve allí, ¿qué es lo que será?
Dice:
- ¡Uy!, eso es el castillo Irás y no Volverás. ¡No vayas tú a ir allí nunca!
Dice:
- Pues yo quería echar un paseo, a ver...
- No, pues, no vas tú, que no vas... ¡Nada, pues tiene que ir gente contigo! Pero fueron gente con él. Correteó para acá y para allá, y se fue al castillo de Irás y no Volverás. Salió una viejecita:
- ¿Quién mal te quiere que por aquí te envía, hijo?
- Mi mala suerte o buena, madre anciana.
Bueno.
- Espera, que te voy a enseñar aquí una cosa.
Cuando entró, le pegó un empujón y lo echó en un sótano que tenía, y allí lo dejaron allí solo. Bueno, pues él había dejado una mariposa (que se pone en la camilla) llena de agua y le había dicho el hermano:
- ¡Uy, hermano, el agua está turbia; el hermano está en peligro.
Tengo que buscarlo!
Dice la madre:
- ¡Ay, hijo mío, ya se va a ir otro, ya se va...!
Pues cogió y se fue. Pues él vino a salir a palacio otra vez. Empezó la gente en seguida:
- ¡Uy, ahí va el yerno del rey! ¡Uy!, ahí va.
Todos acudieron en seguida, empezaron a tocar las campanas, y...
- ¿Yo qué hago?
Pues nada, se conformó. Entró y se abrazó en seguida la mujer a él.
Y él no sabía ni qué decir ¡porque como no era!
- ¡Uy, parece que vienes tonto. Yo no sé lo que te pasa! ¡Yo no sé lo que a ti te pasa que parece que estás tonto!
Pues al otro día, se levanta y se va a ver al mirador otra vez.
Empieza a mirar, y dice:
- ¡Oye!, aquello que se ve allí, ¿qué es?
Dice:
- ¡Oy, me lo vas a preguntar, ahora! Donde tú te perdiste, que tanto tiempo has estado perdido. ¿Y ahora me vas a preguntar? ¡El castillo de Irás y no Volverás! ¿No te lo dije?
- Pues mañana voy a ir yo a dar otra vuelta, que se me ha olvidado una cosa.
Bueno, pues dice que al otro día...
- Pues tú no vas solo; tiene que ir más gente contigo; tiene que ir más gente contigo.
Fue más gente, pero ya no... Se perdió de ellos y se fue al castillo de Irás y no Volverás.
Cuando llegó, salió la viejecita y dice:
- ¡Hombre!, ¿quién mal te quiere que por aquí te envía?
Dice:
- Mi mala suerte o buena, madre anciana.
Dice:
- Pues entra, hijo, entra, que te voy a enseñar una cosa que tengo que te va a gustar, ¡verás! El pobre va a entrar, y hace como el otro.
Cuando empieza a echarlo de menos, que no aparecía, y mira el otro la garrafa, y dice:
- ¡Momá, mi hermano está en peligro! Yo me voy a buscarlo.
Dice:
- ¡Ay, me vais a dejar sola, hijo, que me vais a dejar sola, que no te vayas...!
Cogió y se fue para donde tenía que ir, pues a palacio. Y empezó todo el mundo:
- ¡Ay, ya está ahí el yerno del rey! ¡Uy!
Empezaron a tocar las campanas, y mucho jaleo la gente. Y pasó lo mismo que al otro.
Dice:
- ¡Que mi hermano se habrá casado con la hija del rey! ¿Que hago yo? Yo, ¿qué hago yo? Me haré el tonto...
Aquella noche se acostaron como si fuera...
Dice:
- Yo no sé lo que a ti te pasa, que yo no te comprendo. ¡Yo no entiendo! Pero bueno..., ¡que ya pasará! Bueno, pues dice que ponía de noche, cuando se acostaba, ponía la espada...
Al otro día, dice que hizo lo mismo que el otro: empezó a pasear por la casa, para allá y para acá, y subió arriba, y...
- ¡Oye, niña!, aquello que brilla allá, ¿qué es?
- ¿Otra vez quieres que yo te lo diga? Donde tú te perdiste. Si, ¿no te lo digo yo? ¡Parece que vienes tonto; no sabes nada, ni conoces nada, ni nada!
Dice:
- Pues yo quería ir allí.
Dice:
- Sí, ¡otra vez vas a ir tú! ¡Tú no vas más por ahí, que te pierdas otra vez! ¿no? ¡Pues tú no vas más!
- Yo quería ir a ver, a conocer eso, aunque venga más gente conmigo, pero yo voy a ir.
Pues hizo lo mismo que con el otro. Cuando le pudo dar de lado a la gente, se fue al castillo. Sale la viejecita, dice:
- ¿Quién mal te quiere, que por aquí te envía, hijo?
Dice:
- Mi mala suerte o buena, madre anciana.
- Entra, hijo, entra.
Dice:
- ¿Que entre? ¡Yo qué voy a entrar!
-¡"Pum"!, y le pegó un manotazo y mató a la vieja.
Y entonces él, cuando entró, cuando ya mató a la viejecita, empezó a mirar, a registrar por allí. Y se encontró al sótano y los dos hermanos que estaban allí metidos. Sacó los hermanos, y ya se montaron a caballos, y se fueron ya los hermanos y él a buscar palacio. Y ya van por el camino... Empieza el hermano a contarle:
- ¿Tú te has casado con la hija del rey?
Dice:
- ¿Pues qué, tú has estado con mi mujer?
Dice:
- No hombre, pero...
Claro, allí armaron mucho jaleo y...
- ¡Que has estado tú con mi mujer! ¿no? Y se lió con la espada allí y mató a los hermanos.
Ya que se fue hacia palacio, cuando llegó a palacio, se entró en la casa.
Cuando aquella noche se fueron a acostar, puso la espada por medio. ¡No!, no puso la espada por medio, dice:
- ¿Pero ya has cumplido la promesa?
Dice:
-¿¡Qué promesa!?
Dice:
- ¿Tú no habías hecho una promesa de no estar conmigo hasta que no pasara tiempo? La promesa que has hecho, ¿ya la has cumplido? Ya él dijo:
- Esto es que no han estado mis hermanos... -no con la mujer, que no había estado con la mujer.
Y ya el pobre, dice que no pudo dormir aquella noche dando vueltas, deseando que fuera de día. Dice:
- Yo me voy a ir por ahí a echar un paseo.
Dice:
- Veremos a ver, a ver si te pasa como siempre: te alejas de manera que te pierdes, ¿no?
- Pues yo no sé por los sitios; pero yo me volveré, ¡descuida! ¿Y dónde fue? Fue en busca de los hermanos. Y entonces dice que los curó. Cuando ya estaban buenos los tres, dice que se montaron los tres a caballo y fueron a palacio. Y ya la reina ya no sabía cuál era su marido. Miraba uno..., miraba al otro..., y no sabía cuál era su marido.
Y ya se ha acabado el cuento.
María Fernández. Fernández. Arahal, 1991.
Versión oída en la provincia de Sevilla.
REVISTA DE FOLKLORE
Caja España
Fundación Joaquín Díaz
Imagen: http://www.sevillasigloxx.com/2007/12/dragones-modernismo-y-plaza-de-espaa.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/11/los-tres-hermanos.html
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