sábado, 30 de octubre de 2010

CATEDRAL DE OAXACA

Fachada de la Catedral de Oaxaca


EL BARROCO DEL S. XVII EN LA CATEDRAL DE OAXACA

La portada principal
La fachada es de estilo barroco del siglo XVII, comprende tres cuerpos y cinco calles que, a través de cornisas y columnas corintias de fuste tritóstilo conforman una retícula de quince cuadrantes, donde se disponen vanos de acceso, nichos con esculturas y marcos acodados con excelentes relieves.

El hastial principal de la catedral está integrado por la portada y dos torres con campanario.
En el primer cuerpo están ubicados tres vanos de acceso profusamente decorados con relieves florales; a la izquierda del acceso central se encuentra la imagen de San Pedro y a la derecha San Pablo.

En el segundo cuerpo, al centro, sobresale un relieve que representa la Asunción de María, flanqueado a la izquierda por San José y San Pedro de Arbués. A la derecha por Santiago el mayor y San Juan Nepomuceno.

En la calle central del tercer cuerpo, aparece otro marco de igual calidad; representa la adoración del Santísimo; está flanqueado por San Marcial, patrón de Oaxaca, y el arcángel San Miguel a la izquierda, y por San Jerónimo y San Gabriel Arcángel a la derecha.

El remate es un frontón curvo, con la representación del Espíritu Santo.

Las portadas laterales

Las fachadas laterales al norte y sur, son también de estilo barroco. Ambas son semejantes en su composición; comprenden tres cuerpos definidos por columnas jónicas y corintias, cuyos fustes tritóstilos se decoran con entrelazos florales, rombos y estrías.
El vano de acceso, con arco de medio punto y pilastras estriadas, ocupa el primer cuerpo. En el segundo hay un nicho con escultura y en el tercero una ventana octagonal. La portada norte tiene la imagen de Moisés y la sur la imagen de Santa Rosa de Lima.

El interior:

El interior del templo se organiza a partir de una planta basilical de tres naves y capillas laterales; además contiene las capillas del Sagrario y la de la Virgen de Guadalupe; también la sacristía y sala capitular entre otros anexos.

Destacan como peculiaridades la ubicación de la cúpula, de planta octagonal, las bóvedas de la nave central; así como la bóveda de medio cañón de las naves laterales o procesionales.
Además, es interesante la comunicación entre el coro y el presbiterio, la posición y el espesor de los pilares, de muros y contrafuertes, cercano a los dos metros de grosor.

En el aspecto artístico se distingue el cancel de madera tallada con grabados en vidrio y el altar del perdón ubicados en la entrada principal.

La vista va a el coro con su sillería, barandales y órganos de tubos, así como al altar mayor en el presbiterio con el ciprés y a la escultura de la Virgen de la Asunción.

Existe una importante colección de pinturas que se han incorporado al tesoro de la Catedral desde principios del siglo XVIII.

Destaca el Lienzo que representa a San Cristóbal, fechado por un autor anónimo en 1720, y los cuadros al óleo de la sacristía, especialmente: El Triunfo de la Iglesia.

El mayor número de piezas de arte, en especial de las capillas, proceden del siglo XIX. En las capillas laterales y en otras zonas del interior hay imágenes y reliquias, entre éstas, los restos de la Cruz de Huatulco.

Cronología de su construcción:

El antecedente principal de su construcción fue la creación en 1534 del obispado de Oaxaca con sede en la ciudad de Antequera.

El primer obispo, Juan López de Zárate, ocupó el templo de San Juan de Dios como catedral, bajo la advocación de Santa Catarina, a partir de 1535.

En este mismo año, López de Zárate inició los preparativos para la construcción de la catedral definitiva, misma que se basó en el diseño de tipo basilical usado en la ciudad de México y Puebla.
La catedral atravesó por varias etapas de construcción hasta alcanzar su forma actual.

La primera obra inició en 1535 y concluyó en 1574. El diseño comprendía tres naves con muros y pilares de cantera cubiertas con techumbre de viguería y teja.

La portada era austera y el interior tenía altares y retablos.

Hacia 1667 la autoridad eclesiástica autorizó la construcción de las bóvedas de las naves, la sacristía y la sala capitular, que fueron concluidos en 1678.

En 1682 fueron trazadas las capillas laterales, concluyéndose su construcción en 1694.

Un intenso temblor en 1714 causó serios daños, tanto en el interior como en la fachada, lo que obligó a cerrarla al culto.

El 1724 decidieron la reconstrucción, otorgando el proyecto al arquitecto local Miguel de Sanabria el 17 de octubre de ese mismo año.

El proyecto comprendió construir las bóvedas de la capilla del Sagrario y la capilla de Guadalupe.
Las obras de reconstrucción fueron limitadas a la reapertura del culto en 1730, en vísperas de la navidad del mismo año.

La inauguración y dedicación a la Virgen de la Asunción de María fue hecha por el obispo Fray Francisco Santiago y Calderón el 21 de abril de 1733.

Entre 1735 y 1736 se reconstruyeron los campanarios. El diseño de la portada fue aprobada el 21 de abril de 1741 y su construcción concluyó en 1752.

En 1890, ante la ausencia del obispo de Oaxaca Eulogio Gillow, el cabildo substituyó el remate por un campanario con reloj, mismo que fue retirado a principios de los años cuarenta del siglo pasado y reemplazado por el remate actual al tiempo que se reconstruían los campanarios.

En 1982 fue retirada la reja del patrio atrial quedando integrado a la Alameda de León y ampliado hacia el zócalo de la ciudad.


Por “El oficio de historiar”

viernes, 29 de octubre de 2010

CHAYA Y PUSLLAY




Recuerdo una leyenda que de niño a mis mayores les oí contar, ¡como Chaya y Pusllay se quisieron y su amor no pudieron plasmar!

Pusllay era mal visto en toda la comarca y tanto le compungía aquel desprecio, que amanecía y atardecía, con su desconsuelo.

Chaya, sufría dolida por ese desaire, pero aún más, por aquel amor imposible, que no pudieron concretar. Y en una tarde cualquiera consumido de penar, Pusllay partió hacia la ausencia a su destino enterrar, era tanta esa pena que lo embargaba, que era imposible en su pecho albergar una más.

Detrás de sus pasos salió Chaya a buscarlo, siguió el mismo camino sin poderlo encontrar.

Chaya se convirtió en nube y llorando a su amor perdido, mojaba la tierra gredosa y carnal y anduvo por toda esa tierra sin poder enjugar sus lágrimas de rocío y de sal.

Se hizo carne en su pueblo, también en las coplas, en las coplas palomas trepando aún más y en su pueblo ungida en vidalas, que se eternizaran.

¡Por eso La Rioja! cuando exhuma febrero llora por todos los barrios rociando con agua para el carnaval. Lagrimas que derramó Chaya, ¡rocío de agua! por su amor Pusllay.


(De la Veja Estación del alma)

Agradecemos a Luis Casca Olivera por su valiosa colaboración.

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/04/la-challa-y-el-principe-pujllay.html

jueves, 28 de octubre de 2010

PASIONES


Cuento del Dr. Dante Cayetano Fiorentino
(Trabajo inédito distinguido con el segundo premio del 6º Certamen de cuento corto gauchesco de la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas de La Plata).

Zapatilla y pocito... zapatilla y pocito... en el camino de tierra. Un golpe duro de la única muleta y luego el asentamiento de todo el pié, el único pié, que se arquea desde el talón hacia los dedos para apoyar suavemente todos los huesitos forrados de caucho y tela.

Vuelve Pedro Rengo de trabajar en la estafeta postal donde puede estar sentado todo el tiempo, que es como se siente fuerte. Cuando peleaba, siendo niño, se tiraba al suelo para evitar que lo voltearan de una trompada y desde allí se defendía, muleta en mano tratando de derribar a su rival a muletazos, para luchar de la mitad para arriba, ya que no podía confiar en su mitad para abajo en única pierna, que más que mitad lo reducía a un cuarto. Allí, podía apelar a la fuerza descomunal de sus manos enormes, especialmente la izquierda que manejaba la muleta, afianzada en una espalda poderosamente desarrollada. Desde el suelo también estaba cerca de la tierra que podía hacerla puñado para arrojarla a los ojos de su rival si se ponía difícil la lucha.

Pedro se apropia de los sonidos de la tarde: el galope de un caballo, el ruido del tren al pasar, el croar cavernoso de los grandes escuerzos, se transforman en el ruido de chacareras o de chamamés a los que acompaña frotando las muelas rítmicamente. Se las ingenia para que su caminar, tenga ritmo musical, completándolo con algún castañeteo de su mano libre: zapatilla y pocito... zapatilla, pocito y chasquido... zapatilla, pocito y muelas... hasta que llega al bombo colgado en la galería de su casa. Se instala bajo el alero desbordado de golondrinas, descuelga el bombo de un gancho de madera incrustado en la pared, se sienta en la silla de totora, acomoda la muleta en el suelo, monta el instrumento sobre la pierna seca y se pone a tocar. Tucumta… tucúm... tucúm... tucúmta... tucúmta… tucúmta. Tucum tucúmta hasta siempre, hasta nunca. Tan cerca está el instrumento de su cuerpo que le entran las vibraciones por las entrañas, le atronan el alma y le salen por la boca, en un canto entusiasmado, vibrante, clarinadas de melodías.

Una joven, oculta entre las ramas del monte que rodean la casa de Pedro, observa al muchacho con ojos enormes y pestañudos de corzuela. Bella a pesar de la brutalidad de la adolescencia que no ha conseguido agrandarle las rodillas, siente sensaciones inexplicables arrancadas por el ritmo del bombo y la melodía que Pedro mete en el canto. Ritmo y canto se le han filtrado bajo la piel pulida de barro cocido, formándole minúsculos granitos de estremecimiento. Una incontenible saliva de gozo le inunda la boca y la conmoción le ha llegado tan hondo que la obliga a sentarse a orinar. Luego, abruptamente, aparece ante Pedro con la espontaneidad de un animal salvaje, bailando, poseída por una ansiedad de movimiento que le agita las piernas, los brazos, las caderas. Cualquiera sea el origen de la música no le permite estar quieta. Pedro no deja de tocar, seguro que si para, le va a pasar algo malo. Un par de andrajos desflecados le cubre los pechos. La falda, deforme, muy parchada, no le permite reconocer el trapo que le dio origen, y la mantiene sujeta a la cintura por una atadura de hilo sisal despeinado, que le deja el ombligo visible y rosado de tanto flotar contra la carne. El cabello lacio y renegrido le cae abundante hasta la cintura con destellos azules de tordo. Y baila, ágiles las manos, castañetea el ritmo que se le desparrama hasta los pies descalzos y voladores, que más que bailar acaricia el patio de tierra en un sinfín de giros gráciles, etéreos, justos. Pies costrosos con varias capas de piel y tierra para defender la carne de adentro. Eso le permite darle seguridad, justeza y exactitud de movimientos, para responder al repiqueteo alocado que él arranca ahora del bombo, impulsado por el entusiasmo desenfrenado y contagioso que ella arroja al aire en su danza.

Los movimientos de la muchacha, descuidados, pocos cubiertos, encienden la sangre del bombista. En la cara de la muchacha se dibuja un agradabilísimo gozo y una actitud de entusiasmado asombro por todo lo que está pasando por su cuerpo. Ni una ni otra hubieran parado, si no fuera que el día no comenzara a despedirse, con la entrada de la noche, que tiñe de azul oscuro las sombras y hace más negros los grillos.

El acordeón sopla el último acorde para dar por finalizado el baile del pueblo, en la madrugada, que ya empieza a ser alba, la joven, como tantas otras noches de baile, toma el camino solitario que la llevaba a su casa, muy adentro del monte, en el ombligo del monte donde decían que vivía, aunque nunca nadie había visto su casa. No le pesa la soledad porque la música le sigue circulando por adentro, emborrachado de desvelo.

Pedro Rengo oculto entre el montón de gente; cerveza en mano, la vio bailar sola toda la noche. La espera ahora en el enmadejado de espinas de vinal y ramas de garabato, muy a cubierto, al lado del caminito por donde debe pasar y cuando se acerca lo suficiente la toma de atrás y la tira al suelo. Antes de que empiece a gritar le tapa la boca con una mano grande mientras el otro brazo le sujeta firme el talle frágil. Se le tira encima apretándole la cadera virgen.

-¡Si te quedas quietita no te va a pasar nada..! -susurra el hombre con la voz desfigurada por el deseo.

La muchacha se siente como si su atacante tuviera un montón de manos que le arrancan la ropa, que le sujetan los brazos, que le tapan la boca para evitar el grito y ahogada de desesperación solo alcanza a girar la cabeza contra el suelo barriendo la tierra con sus cabellos matizados de polvo. Sus dientes crujen al morder la mano que la enmudece y logra un espacio para un grito terrible que estremece la madrugada. Desesperado, empieza a descargar trompadas agigantadas por el miedo de ser descubierto hasta que logra hacerla callar. Aún cuando la joven ya no se queja, Pedro sigue golpeando para hacerle pagar el deseo no satisfecho que había despertado en él. El cuerpo inerte tiene más fuerza qué la resistencia que había ofrecido hasta unos minutos antes.

Pedro Rengo, sacude la descoyuntada figura amarilla y blanda y al ver esa laxitud entre sus manos comprende que no le queda mucho por hacer. Deja el cuerpo en el suelo, se levanta de un envión como lo hacen los caballos y comienza a juntar hojas secas y ramas finas, que va acumulando muy cerca del cuerpo de la joven, zapatilla y pocito..., le va agregando ramas más gruesas, zapatilla y pocito ..., e inventa un fuego al que alimenta hasta hacer hoguera. Cuando con ayuda del viento, se declara el incendio, recién vuelve a su casa, más sereno, zapatilla y pocito..., seguro de que el fuego se ha comido su crimen. Las cenizas, blandamente, tapan los rastros, primero los pocitos, luego los de la zapatilla.

Muchos días después, el parte policial indicaba que, por el anillito de hierro en el hueso de la mano derecha y el collar de piedritas simples en las vértebras del cuello, la muerta había sido identificada como la menor que, en vida, se llamaba Telésfora Castillo, alias “Telesita” y que probablemente cayó en uno de los tanto incendios forestales en la zona.

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/09/la-telesita.html

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/04/telesita.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/09/dante-cayetano-florentino.html

miércoles, 27 de octubre de 2010

EL TIMBÓ



Iraí!... ¡Hija mía!... ¿Dónde estás?...

¡Ven a mi lado! ¡No te apartes de tu viejo padre!... ¡Tú eres la luz de mis ojos, la alegría de mi corazón, el consuelo de mis penas, el apoyo de mi ancianidad!...

¡Tu cariño es el único sostén de mis últimos años! ¡No te alejes de mí, Iraí! ¡No me abandones nunca!

Quien así hablaba siempre a su hija era Isaraki, el viejo cacique de la tribu de los timbúes que habían establecido sus tolderías en un hermoso lugar, a orillas de nuestro Paraná.

Isaraki, que había perdido toda su familia y se encontraba ya viejo y enfermo, adoraba a su única hija. Era tan grande el cariño que le profesaba que sin su compañía el anciano sentíase solo, triste y abatido.

Iraí era para él una hija solícita y cariñosa. Lo guiaba y lo acompañaba siempre, ayudándolo en todas sus tareas de jefe de la tribu; y como era joven, alegre y bulliciosa, sus risas y sus cantos regocijaban también el corazón del padre.

Iraí había llegado a ser, para el anciano, “la luz de sus ojos, el consuelo de sus penas”, como él le dijera.

Llevaban ambos en su choza una vida tranquila y apacible.

Pero una tarde Iraí notó que su padre estaba, al parecer, muy triste y apenado.

— Padre: ¿qué pesar aflige tu corazón?
¿Qué pensamientos oscurecen tu alma y te hacen callar y pensar tanto? — le interrogó con cariño Iraí.

— Hija mía — replicó el padre con los ojos llenos de lágrimas —, desde hace tiempo un solo pensamiento me tortura.

— ¡Dímelo padre... yo te ayudaré a desecharlo para que vuelvan la calma y la alegría a tu corazón!

¿Es que ya no confías en mí? ¿No crees que mi cariño pueda disipar tu penas? ¿No sabes que daría mi vida por verte contento y feliz?

— Iraí, mi dulce y bondadosa hija...

Tú no podrías aliviar mi dolor. Si...

— Si... ¿qué? — interrumpió Iraí con viva ansiedad, deseosa de conocer el secreto temor de su padre.

— Si tú me faltaras, Iraí, me moriría de pena — continuó diciendo Isaraki.

— ¿Qué dices, padre? — interrumpió nuevamente Iraí —. ¿Por qué piensas en ello? ¿Cómo podría abandonar a mi anciano padre, a quien quiero con todas las fuerzas de mi alma y con toda la ternura de mi corazón? ¿Crees que puedo ser tan ingrata que te deje solo un instante sin mi cariño, sin mi apoyo, sin mi guía? ¡Oh, padre mío... eres injusto si así lo crees!

— Iraí — dijo el viejo cacique al comprender que con sus palabras había entristecido a su hija —, olvida lo que te he dicho. Es tal mi cariño hacia ti, que la sola idea de perderte me llena de angustia y desconsuelo. Sé que nada te separará de tu viejo padre y que viviré hasta mi último día recibiendo como siempre tus cariños y tus cuidados. Y ahora, hija mía, ríe y canta para alegrar esta choza y para que nunca vuelva a entrar en ella la tristeza.

Calló Isaraki.

Iraí guardó silencio. La naturaleza calló también: sobre el campo y sobre la selva caían los postreros rayos del sol poniente. Padre e hija sólo oyeron en aquel crepúsculo el susurro de la fronda de los árboles del bosque mecidos por la suave brisa primaveral.

Transcurrió el tiempo y un día llegó de lejanas tierras un apuesto guerrero que se prendó de la bellísima y bondadosa hija de Isaraki.

Ella se enamoró también de él y se casaron. Entonces emprendieron juntos el largo viaje hacia las tierras de donde él viniera.

El anciano cacique sintió destrozársele el corazón; pero no derramó ni una sola lágrima en la despedida. Sin embargo, le entró en el alma una tristeza honda, muy honda.

— Padre... ¡volveremos pronto! — le había dicho Iraí al partir.

Y él abrigaba esa esperanza, que era como un rayito de sol en la oscuridad de su pena.

Desde entonces, todas las tardes salía de su choza y se alejaba de ella en dirección al campo. Allí aplicaba su oreja a la tierra: el mejor medio de percibir los ruidos lejanos. Creía así oír alguna vez el paso de su hija que volvía.

Uno y otro y otro día, el anciano iba al campo y aplicaba su oreja a la buena tierra que había de avisarle el regreso de la hija ausente. Pero ésta, aunque recordaba a su padre y lo amaba como siempre lo había amado, no podía volver, y se resignaba pensando en él y pidiendo a Tupá que lo protegiera.


Timbó colorado
(Enterolobium contortisiliquum)


Una tarde, no volvió el viejo cacique a su choza.

En la tribu se alarmaron por su ausencia y salieron buscarlo en todas direcciones. Lo hallaron sin vida, en suelo, en la misma posición de aplicar la oreja a la tierra.

Lo levantaron, y ¡cuál no sería la sorpresa que recibieron, al ver que la oreja del cacique se desprendía y se queda allí, donde tantas veces él había querido percibir la llegada de su hija!

Nuestra leyenda cuenta también que después de transcurrido un tiempo, nació en ese mismo lugar una planta que creció hasta llegar a ser un hermosísimo árbol.

Los timbúes lo llamaron Cambá-nambí, que en su lengua significa “oreja de negro”.

Es el “timbó”, también llamado pacará.

Y decían nuestros indios que en este hermoso árbol, de elevado tronco y de frondosa copa en forma de sombrilla, mora el alma del viejo cacique para divisar desde lo alto la figura de la hija cuyos pasos nunca oyó y para cobijarnos a su sombra como un amoroso padre.

REFERENCIAS (Del libro Ibakuí)

El timbó, pacará u oreja de negro, es un hermosísimo árbol que alcanza un desarrollo extraordinario destacándose en los bosques por su gran altura y su espeso follaje.

No sólo es muy apreciado por la maravillosa sombra que da su copa en forma de sombrilla, sino porque es un árbol sumamente útil.

La corteza de su tronco contiene tanino, por lo que se la emplea en las curtiembres.

La madera, aunque floja, es usada en carpintería. Cuando se seca, produce el mismo efecto que el rapé. Los frutos son vainas de color muy oscuro en forma de oreja (de allí su nombre “oreja de negro”).

Se utiliza para fabricar tinta. El tallo, la madera y el fruto contienen saponina, por lo que en las provincias del norte se los emplea como jabón.

Abunda en el norte de nuestro país y se lo ve en algunas calles y plazas de Buenos Aires.

En el barrio de Caballito, Buenos Aires, en la intersección de las calles Puán y Montes, existe actualmente un pacará histórico. Bajo su sombra, hace más de cien años, el Deán Saturnino Segurola aplicó las primeras vacunas a los vecinos del lugar. Se lo conoce con el nombre de pacará de Segurola.


Fuente: Biblioteca "Petaquita de Leyendas", de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda
Tomo XX: YUQUERÍ (Mimosa - Sensitiva)
Material compilado y revisado por la educadora argentina
Nidia Cobiella (NidiaCobiella@Educar.Org)

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/04/el-timbo.html

martes, 26 de octubre de 2010

LA LUZ DE LA REVOLUCION

ALEX JOSÉ PIMENTEL VIDAL
(5 de enero de 1984 – )


LA LUZ DE LA REVOLUCION

Por Alex Pimentel

Cuando los niños duermen en las
calles, y pasan por sus gargantas
un pedazo de pan duro.
Se enciende la luz de la revolución.
Cuando el campesino y el obrero
son explotados y envilecidos
se mantiene viva
la luz de la revolución.
Cuando la juventud
no encuentre otro medio
de instrucción más que la religión
y el estado reduzca el presupuesto
de la educación,
brillará en nuestras mentes
la luz de la revolución.
Cuando se peguen
nuestras tripas,
cuando el trigo, el agua no sea
del pueblo, en los ojos
de nuestros hijos
brillará la luz de la revolución.
Cuando la civilización actual
reciba un nuevo sistema
nervioso, y aumenten masivamente los
suicidios, por desempleo, subempleo, pobreza...
en nuestros labios pronunciaremos
¡libertad¡ ¡libertad¡ ¡abajo el sistema de hambre¡
¡abajo el capitalismo e imperialismo¡
y en nuestros ojos brillará
la luz de la revolución.
Cuando saqueen asquerosamente
nuestros recursos naturales
y a nosotros nos dejen en la sombra
nos alumbrará la luz de la revolución.
Cuando se comience a perseguir
a los cristianos, comunistas
para no luchar por causas justas,
se aumentará el fuego,
la luz de la revolución.
El amor por una mujer
con el tiempo se olvida
el amor por la revolución
no termina ni aún cuando dejamos de existir.
La revolución salvará a los países oprimidos.



Enviar adhesiones y condolencia a: poetasdelmundoperu@gmail.com

Nombre completo, Actividad, País....

http://www.poetasdelmundo.com/verInfo_america.asp?ID=377

Comparto mi Cultura se adhiere rechazando: la cultura de la muerte, de la opresión, de la obsecuencia... de todo aquello que convierte al hombre y a la naturaleza en medios para alcanzar sus fines narcisistas, ególatras...



EL ALICANTO




A medida que predomina el desierto en el norte de Chile, se presenta con creciente exuberancia una frondosa creación de leyendas en torno al hallazgo de minas y tesoros.

Muchos de los derroteros que circulan al respecto son netamente racionales, indicando, por ejemplo, que desde la plaza de Copiapó se divisan en una determinada dirección tres cumbres; que es preciso remontar la central, desde la cual se verá al sur un algarrobo, hacia el cual es preciso dirigirse; que cerca de él pasa una quebrada, por la que se deberá subir hasta la media falda de la serranía de que proviene; y que hacia la izquierda, tapiada por un derrumbe ocurrido con motivo de un terremoto, existe la bocamina de un riquísimo yacimiento de oro, abandonado justamente con motivo de este desastre, en que perecieron sus mineros. Los datos son siempre un tanto vagos.

Hace pocos años vivía en Chañarcillo un pastor de cabríos y asnales que declaraba haberse radicado en aquel riquísimo yacimiento de plata, ahora agotado, porque su abuela había sabido de labios de Juan Godoy, el descubridor de ese mineral, que por mucha riqueza que éste hubiera suministrado, era una pálida sombra comparado con otro, aurífero y muchísimo más rico, que el mismo Godoy había descubierto al poniente de aquél, en una puntilla de Las Bandurrias, pero que debido a su avanzada edad no había alcanzado a explotar. Manifestaba aquel pastor que él sólo vivía allá con su majada, porque tenía la seguridad de poder ubicar esa segunda mina del célebre descubridor de Chañarcillo.

Es el caso típico de los pastores del norte chileno: viven pobremente, cerca de alguna aguada, de la venta de queso de cabras, de cueros caprinos y de las crías de la majada, como también de transportes que realizan por cuenta de algún mineral cercano; pero todos son al mismo tiempo cateadores o mineros que trabajan pequeñas minas por su propia cuenta, como pirquineros u obreros. Y todos están convencidos de que el día menos pensado descubrirán una mina fabulosa o harán un magnífico alcance en una ya conocida.


Mientras más pobre sea el ambiente que los rodea, más se exalta su fantasía, y es, en definitiva, la quimera del oro la que los hace sentirse ricos en medio de la mayor pobreza.

Por otra parte, es un hecho que muchos de ellos han tenido realmente la suerte de descubrir —sin o con derroteros— minas que los han hecho pudientes. El propio Juan Godoy había sido pastor, como ellos.

La fantasía avanza, sin embargo, más allá de los límites de lo racional o verosímil. Hay también otros indicios que permiten descubrir minas o tesoros.

Uno de ellos está vinculado con una prodigiosa ave: el Alicanto.

Es corredora y, estando en ayunas, se mueve con presteza, perdiéndose fácilmente entre el roquerío o matorral. Se alimenta, sin embargo, de granos de oro o plata, de modo que al dar con un yacimiento se vuelve pesada y es apenas capaz de correr. Además, sus alas, que extiende a menudo durante la noche, tienen la propiedad de comenzar a brillar luminosamente. Siendo la mina de oro, su luz es áurea; y siendo de plata, argentífera.

Por eso los mineros, al catear de noche, prestan especial atención al descubrimiento de un Alicanto, ya que si dan con él pueden considerarse afortunados, pues les indicará con absoluta certeza donde se encuentra un yacimiento, ya sea de oro o de plata.

La única precaución que requiere esta ave, es que el minero debe mantenerse oculto, pues tan pronto ella se cree observada, extingue el fulgor de sus alas, confundiéndose con la obscuridad de la noche. Y podrá ocurrir también que guíe al cateador hacia un precipicio, a fin de que se desbarranque.

Se sabe, además, que el Alicanto forma parejas que anidan en una cueva, donde la hembra pone un huevo de oro y otro de plata.

Los peligros indicados pueden evitarse, empero, si el minero se limita a observar donde se alimenta el Alicanto, pues ese hecho basta para descubrir ahí mismo la mina, sin espantarlo.

Fuente: http://ojoconelarte.cl/?a=2007

Imágen: http://www.aexplorar.cl/VOS006.pdf

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/07/el-alicanto.html

lunes, 25 de octubre de 2010

EL CAMINO REAL

Puerto Inka
Álbumes web de Picasa

PUERTO INCA UN DESTINO DEL CAMINO REAL HACIA EL MAR

Un extraordinario camino que se extiende sobre dunas, lomas, quebradas y montañas como una espigada serpiente de piedra.

Según algunos arqueólogos esta senda, de la que se conservan tramos en muy buen estado, son los vestigios del Camino Real de la Costa construido durante el periodo incaico para interconectar las provincias costeñas con la capital del Imperio.

Así como este o el Camino Inca del Cusco muchos otras vías están dispersas por todo el Perú, todas ellas formaban parte del intrincado sistema de comunicaciones construido a lo largo y ancho del Tahuantinsuyo durante el Incanato.

Este tramo en particular partía desde la costa sur del Perú para adentrarse en territorio ayacuchano y llegar finalmente al Cusco, aunque durante algún tiempo se pensó que esta ruta era de origen colonial las investigaciones posteriores demostraron que tales afirmaciones estaban equivocadas.

Pero ¿qué hacia de esta bahía algo tan especial?

Más allá de la admirable belleza del entorno, Puerto Inca es un lugar de una incomparable riqueza marina, esta playa constituía entonces un importante nexo entre la costa y la sierra, además de ser el principal proveedor de productos marinos para la capital del Imperio.

Las investigaciones han revelado que en este poblado eran procesados mariscos (lapas, percebes, chanques), algas (cochayuyo) y moluscos (pulpos y calamares) que también se llevaban al Cusco y otras provincias de la sierra a través de esta vía, para ser intercambiados (trueque) por granos, carne seca y papas, completando así la dieta diaria de los pobladores de la zona.

Las interrogantes seguían surgiendo al mismo tiempo que la ciudadela era desenterrada, los arqueólogos se preguntaban cómo en una zona aparentemente árida e inhóspita, aislada de valles y por consiguiente de tierras de cultivo o fuentes de agua fue posible el desarrollo de un pueblo. Al parecer los antiguos habitantes de la zona desarrollaron técnicas de cultivo acordes con su medio ambiente, abonaron la tierra con guano (excremento de aves) extraído de los islotes cercanos a la bahía ganándole tierras al desierto, mientras que el agua era obtenida de algunos puquios cercanos.

La zona de lomas, cercana a la playa, proveía los recursos de caza y recolección, los que se sumaba a la gran variedad de peces, mariscos y algas (Cochayuyo) que formaban parte de la dieta diaria.
Precisamente esa riqueza marina permitía el hábitat de numerosas colonias de lobos marinos que eran cazados para servir como fuentes de grasas y proteínas.

Los arqueólogos han encontrado, además, restos de excrementos de llamas y cuyes lo que indicaría que también habría sido posible la crianza de animales.

Aparentemente este lugar que podría parecernos estéril era un oasis de vida durante el apogeo del antiguo imperio.


Según estudios realizados este Complejo Arqueológico fue habitado entre los siglos XIII y XV de nuestra era. En el se encuentran una zona de viviendas, depósitos y terrazas de cultivo.

Además, fuera del área que concentra la mayor parte de estructuras, se han descubierto más muros y viviendas dispersas por la zona.

Puerto Inca, también conocido como Quebrada de la Waca, posee estructuras bastante simples, para las cuales se utilizó mayormente piedra y una argamasa fabricada con conchas quemadas y molidas mezcladas con arena, de la que se obtiene una sustancia bastante parecida al carbonato de calcio, uno de los ingredientes utilizados en la fabricación de cemento en la actualidad.

Los edificios eran de una sola planta a excepción de uno de dos pisos cuya finalidad se desconoce. Aunque en su mayoría los muros presentan líneas rectas algunos poseen cierta curvatura además de ser más estrechos en la base, acercándose un poco a la forma de las famosas Chullpas de Sillustani.

Algo que ha llamado particularmente la atención de los arqueólogos es el hallazgo de numerosos depósitos subterráneos, dispersos por toda la zona los cuales asemejan la forma de una botella hundida en la arena, con una entrada estrecha y un fondo ancho. Esto debido a que el número de este tipo de almacenes o "Colcas" es bastante desproporcionado en relación a la población que se supone habitó el lugar.

En la ciudadela también se encuentra una zona denominada el "Secadero", formada por un total de 16 construcciones alineadas una al lado de la otra, con techos de piedras planas y un amplio patio cercado al frente. Esta parte del complejo era utilizada para secar, seleccionar y limpiar los productos marinos que también eran llevados al Cusco.

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domingo, 24 de octubre de 2010

HISTORIA DE LOS MAPUCHES

Imágen: Ser Indígena




Antes, mucho antes de que llegaran los blancos y lo mataran, Dios vivía en lo alto con su mujer y sus hijos, reinando sobre el cielo y la tierra.

Aunque siempre era Dios, tenia muchos nombres: Chau, el padre, y también Antú, el sol, o Nguenechen, creador del mundo.

A la reina, que era a la vez madre y esposa de Dios, le decían luna, Reina Azul, Reina Maga y también Kushe, que quiere decir “bruja” o “sabia”.

Dios había hecho un gran trabajo: había creado el cielo, con todas sus nubes y cada una de sus estrellas, y la tierra de gigantescos cordones. Había hecho correr los ríos y crecer los bosques, y había entreabierto sus enormes dedos para sembrar aquí y allá los animales y los hombres, los mapuches.

Ahora vivía en el cielo, vigilando sus creaciones e iluminando durante el día su reino inmenso. De noche, la reina tomaba su puesto y salía a cuidar el sueño de las criaturas dispersas.

Como todos los hijos, crecieron también los de Antú y Kushe. Poco a poco quisieron ser como su padre, crear ellos también nuevos seres y cosas, no por nada eran retoños de Dios.

Y los dos mayores empezaron a murmurar, a criticar a sus padres, y a quejarse: “El Chau y Ñuke ya están viejos, ¿no será la hora de que reinamos nosotros?”

Dios sufría por ese deseo de sus hijos, sufría y juntaba rabia. Esa rabia trataba de barrerla Kushe, pidiéndole que no le diera importancia, que los perdonara. Pero los rebeldes no desistían; comenzaron azuzar a sus hermanos más jóvenes y a confabularse.

“Por lo menos, deberíamos mandar sobre la tierra”, decían, y se prepararon para bajar con sus enormes pasos la escalera de nubes.

Entonces el rey Chau dejo salir toda su furia. Uno con cada mano agarro a sus hijos del mechón de príncipes que colgaba de sus coronillas.

Con todas sus fuerzas de Dios les sacudió de arriba a bajo y los dejo caer desde lo alto sobre las montañas rocosas.

La cordillera tembló con los impactos, y los cuerpos gigantescos se hundieron en la piedra formando dos inmensos agujeros.

Mientras la furia de Dios se deshacía en rayos de fuego, madre luna se precipito entre las nubes y se puso a llorar enormes lagrimas que caían sobre las montañas, lavaban de una vez sus paredes de piedra e inundaban rápidamente los profundos hoyos.

Así se formaron los dos lagos vecinos, el Lácar y el Lolog, brillantes como la misma cara de Kushe, hondos como su pena.

Entonces el gran Chau quiso atenuar el castigo: permitió que la vida volviera a los dos cuerpos despedazados y los convirtió en la enorme culebra alada encargada de llenar los mares y los lagos, llamada Kai-Kai Filu.

Pero, príncipes o serpiente, seguían albergando el deseo de derrotar a Dios y reinar de una vez por sobre todas las cosas.

Rabiosa, imponente, Kai-Kai Filu se lleno de odio contra Antú y los mapuches, sus protegidos. Y por eso aun hoy azota el agua de los lagos con su enorme cola, levantando olas espumosas, se revuelve hasta formar remolinos devoradores, empuja la marejada contra los flancos de las montañas queriendo alcanzar los refugios de los hombres y los animales y, reptando por debajo de la tierra, provoca terremotos con la agitación enloquecida de sus alas rojas.

Al darse cuenta de que sus criaturas corrían grave riesgo, Dios busco una arcilla especial y modelo una serpiente buena.

Dijo: “Tren-Tren, este es tu nombre”, y con esas palabras le dio vida. Y antes de dejarla bajar a la tierra, agrego: “Tu misión es vigilar a Kai-Kai Filu. Cuando veas que comienza agitar el agua del lago, tenés que prevenir a la gente para que busque refugio y se ponga a salvo...”.

Paso el tiempo, y el rey Chau decidió enviar a otros de sus hijos a la tierra, para tener informes de lo que sucedía y hacer llegar sus instrucciones a los Mapuches. El mismo quiso bajar al cabo, y ver con sus propios ojos los frutos de su obra.

Dios apareció un día entre los mapuches como si fuera uno mas, oscuro, cubierto por un cuero y con la cabeza desnuda. Les enseño a cumplir los trabajos y a respetar el tiempo: el arte de la siembra y la cosecha, la elección de las semillas y la conservación de los alimentos. Y les hizo un gran regalo: el fuego. Así fue como Dios gano otro nombre: Küme Huenu, que quiere decir “lo bueno del cielo”, como lo llamaron los hombres.

El rey Chau volvió a su casa y paso otro tiempo muy largo, tan largo que la gente se fue olvidando de muchas enseñanzas que había recibido, dejo de ser buena y empezó a pelearse entre si. Ya no había quien hiciera escuchar los consejos de Dios, los propios descendientes de sus hijos hablaban de sus antepasados sin ningún respeto. Y mientras se quejaban de todo e insultaban mirando al cielo los hombres se robaban y se asesinaban entre ellos...

Cada vez que se asomaba a contemplar el estado de su creación, el gran Chau se daba vuelta enseguida y apretaba los labios con amargura. Así empezó otra vez a juntar su rabia divina, hasta que decidió recurrir a Kai-Kai Filu:

- Quiero que agites una vez mas el agua del lago, que la superficie se ponga oscura, que chasqueen las olas unas contra otras y salte la espuma blanca, a ver si un buen susto hace que los hombres cambien su conducta-dijo.

Pero también escucho Tren-Tren, la culebra buena que vivía en la montaña de la salvación.

Enseguida lanzo su silbido de alerta, la aguda contraseña que se coló por todas las quebradas como si fuera un viento, convocando a todos los mapuches al cerró Tren-Tren.

Y el pueblo, lleno de miedo, comenzó la escalada. Pero ya el lago los perseguía y, bajo sus pies, las escarpadas laderas se movían, agitadas por los terribles movimientos de Kai-Kai. De modo que hombres, mujeres y chicos rodaban como pequeñas piedras hacia el fondo, mientras el gran Chau enviaba rayos de fuego que aniquilaban a los que lograban sostenerse.

Y todos murieron, menos un niño y una niña que sobrevivieron en el abismo profundo de una grieta. Unidos seres humanos de la tierra, crecieron sin padre ni madre, desabrigados de palabras y amamantados por una zorra y una puma, comiendo los yokones que crecían en las alturas. De ese niño y esa niña descienden todos los mapuches, resucitados.

Pero el gran Chau debió de haber muerto un poco con sus criaturas, por que desde ese momento se mostró pocas veces y parecía no escuchar los ruegos de los hombres. Seguramente por eso fue posible que llegaran los blancos y le dieran la estocada final.

Desde entonces la tierra ya no es lo que era: las semillas no brotan como antes y las cosechas son escasas; proliferan las enfermedades y los chicos no hacen caso a los mayores.

En el cielo las cosas no marchan mucho mejor, rota la alianza entre los astros: la madre luna esconde entre las nubes su cara magullada y escapa, escapa siempre, perseguida por un sol muerto...

Fuente: UNA VIEJA LEYENDA

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