sábado, 20 de marzo de 2010

EL MUQUI O MUKI.



En las minas del Perú, al Tío se le conoce como Muqui o Tayta Muqui.

Este nombre se utiliza cuando el año de trabajo en el socavón ha sido próspero.

Pero cuando las cosas no marchan bien y la crisis económica asoma, cambian por el nombre de Zupay (o Supay).

Si la mala fortuna continúa y situación empeora aún más, lo llamaban Anchanchu; o "El Arrierito", si la crisis parece insuperable.

Cuenta la leyenda que es un duende minero; lo describen como un ser mágico, pequeño, de no más de cincuenta centímetros de altura. Muy fornido pero desproporcionado, su casa son los socavones de las minas, es el dueño de ellas y del destino del que entra.

El Muqui no es bueno, pero tampoco malo, es un ser fantástico que puede ser generoso como egoísta, tiene poderes para dominar el destino del minero, puede darle grandes riquezas y gratificaciones o puede hundirlos en la miseria, llegando a escarmentarlos hasta la muerte.

Cuentan algunos mineros que gozaban de su simpatía, porque le daban ofrendas, el llamado pago al Muqui y a la tierra, que cuando había algún peligro dentro de los socavones el Muqui lanzaba fuertes silbidos para alertarlos y que se pusieran a buen recaudo.

El significado de la palabra Muqui, según el quechua de diferentes partes de la sierra, puede significar, humedad (por tal motivo suele aparecer donde hay agua), o el que asfixia (asociándose al gas letal de determinados socavones).

En Arequipa se le llama Chinchilco, en Puno, Anchancho, en Pasco Muqui y en Cajamarca, Jusshi.

viernes, 19 de marzo de 2010

TÚPAC AMARU

(José Gabriel Condorcanqui o Quivicanqui).

Revolucionario peruano, descendiente de los incas (Surimaná, 1741 - Cuzco, 1781).

Era el cacique de Surimaná, Tungasuca y Pampamarca, bisnieto de Juana Pilco-Huaco, la hija del último soberano inca, Túpac Amaru I (ejecutado por los españoles en 1572).

Se educó con los jesuitas de Cuzco e hizo fortuna en negocios de transporte, minería y tierras.

Su prestigio entre los indios y mestizos le permitió encabezar una rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780; dicha rebelión (precedida por otras similares) estalló por el descontento de la población contra los tributos y prestaciones obligatorias de trabajo que imponían los españoles (mitas, obrajes, repartimientos, servicios…) y contra los abusos de los corregidores.

Comenzó con la ejecución del corregidor de Tinta, sin que al parecer existiera un plan premeditado de insurrección.

Condorcanqui adoptó el nombre de su ancestro (Túpac Amaru) como símbolo de rebeldía contra los colonizadores, se presentó como restaurador y legítimo heredero de la dinastía inca, y envió emisarios para extender la rebelión por todo el Perú. No obstante, su rebeldía se dirigía contra las autoridades españolas locales, manteniendo la ficción de lealtad al rey Carlos III.

El primer destacamento enviado a reprimir la rebelión fue derrotado por Túpac Amaru en 1780. Se dirigió entonces hacia Cuzco, pero fue rechazado por los españoles en las inmediaciones de la antigua capital.

Entretanto, el virrey Agustín de Jáuregui mandó contra él un ejército de 17.000 hombres, al tiempo que desalentaba la rebeldía haciendo concesiones a los indios (como crear en la Audiencia una sala especial para atender sus quejas o limitar los poderes de los corregidores). Túpac Amaru fue vencido en la batalla de Checacupe (1781), entregado por algunos de los suyos a los españoles, y trasladado por éstos a Cuzco, donde le juzgaron y ejecutaron.

La gravedad de la amenaza que esta rebelión había representado para el imperio español en América se tradujo en la crueldad del virrey, que descuartizó a Túpac Amaru y envió cada parte de su cuerpo a un pueblo de la zona rebelde para dar a la ejecución un valor ejemplarizante y sofocar la rebelión (que continuó algún tiempo más, encabezada por un primo y un sobrino de Túpac Amaru).

Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/

jueves, 18 de marzo de 2010

EL BARCHILA

"En uno de los viajes de Adolfo Colombres a Salta, un hombre le brindó una descripción del llamado Barchila, un duende de la localidad de San Carlos que acecha a las mozas, apedrea casas, desordena roperos, vuelca ollas y tumba muebles, entre otras travesuras.

«Para el hombre no era una cosa sobrenatural. Hablaba de ese personaje como si se tratara de un ser del monte, un chancho. Para él era parte de la historia natural; en cambio, para los que viven en la ciudad era un ser sobrenatural, mitológico»."

También se cuenta que:

Los sábados por la noche recorre las pulperías propinándoles palizas a los borrachos.

Abandona eventualmente este hábito cuando se enamora de alguna moza.
En este caso resulta difícil alejarlo: ella deberá abandonar su casa hasta que el Duende la olvide o, de otra manera, realizar, en presencia de su enamorado, algún acto vergonzante.


miércoles, 17 de marzo de 2010

TRINO EL BRUJO

La leyenda dice:

TRINO EL BRUJO

Ninguno de los interrogados, a pesar de que los escogimos entre los más longevos, supo decirnos la época en que Trino el Brujo fue adolescente. Unos recordaban haberle oído a sus abuelos que él, ya en edad madura, fue quien tocó en las fiestas de sus matrimonios; a otros, que había sido el inventor de los cantos de vaquería, con los que los ricos hacendados hacían llevar sus rebaños de uno a otro lugar para evitar que se extraviaran.

Trino hacía el trabajo de muchos peones, pues él solo, con su canto, conducía hasta mil novillos cimarrones hasta el puerto de Barrancas y a otras ciudades del litoral y del interior del país. Era asombroso el corto tiempo que empleaba en hacer el recorrido desde San Juan Nepomuceno, su tierra natal, hasta Barrancas.

Muchos de los interrogados manifestaron que viajaba montado en uno de los novillos, generalmente en el más cerrero y brioso; incitando a la manada, con sus cantos, a seguirlo obediente y sin tardanza hasta el destino final. Cuando en Barrancas, Trino el Brujo, se paseaba por las tiendas del puerto vio un instrumento musical que ni siquiera el tendero le conocía nombre, pues había llegado por error cuando se pidieron unas dulzainas.

Trino, dijo entonces: - véndame el acordeón-El tendero no le contradijo, ni siquiera le preguntó cómo había hecho para averiguar el nombre del instrumento; se lo regalo diciéndole que se sentía incapaz de cobrarle por algo que nadie sabía para qué servía, y que si acaso era un instrumento musical, no se sabía cómo se tocaba. Trino lo sacó del estuche y empezó a ejecutar unos sones nunca jamás escuchados en la región; tan armoniosos eran, que los concurrentes quedaron embelesados no sólo por la maestría en la ejecución sino por el contenido de los versos: síntesis del deseo y añoranza de cada uno de ellos. ¿Cómo se llama lo que tocas?, le preguntó un transeúnte.

-Porro, lo acabo de inventar, y esta pieza, “La Vaca Vieja”, será el himno de toda la comarca.

La noticia se regó por todo el Litoral Atlántico; algunas versiones se propagaron aumentadas y corregidas, llagándose, inclusive, a decir que Trino el Brujo era la encarnación del diablo; pero cuando él lo supo la refutó diciendo que hasta su nombre, símbolo de la Divina Trinidad, era una argumentación contra semejante disparate; que lo único cierto era que aprendía mientras soñaba, y como soñaba todas las noches se había vuelto un experto.

Fue tanta la admiración que produjo su maestría que los mejores músicos del Litoral vinieron a rendir pleitesía al viejo acordeonero en su tierra natal, tocándole fiestas interminables con la seguridad de que todo ritmo nuevo que escuchara inmediatamente lo aprendía y mejoraba. Era un hecho aceptado por todos que Tritio el Brujo era el mejor, por eso cuando en el pueblo se escucharon los sones que interpretaba alguien en la loma de La Peñata hubo un presentimiento general de que se iba a suceder una gran piqueria, porque el dejo de la música no era de sumisión sino de reto.

Cuando Trino oyó el canto dijo - Lo estaba esperando desde siempre. Es Francisco el Hombre, vencedor del mismo diablo, tocándole el Credo y el Padre Nuestro al revés.

Subió a la loma donde con el correr del tiempo se iría a construir la iglesia parroquial definitiva, pues la de ese entonces quedaba más abajo y se le llamaba la “camella” por la cóncava configuración de su techumbre. Trino desde el otero contestó las canciones de reto del trotamundos famoso. Se coligió por la reacción que el contrincante forastero dejó oír en el trasfondo de sus notas de repuesta que empataron en “puya”, en “merengue” y en “paseo”. Fue entonces cuando Trino el Brujo ejecutó el “porro” La Vaca Vieja “que tuvo como única respuesta el ulular del viento y una sensación de tropa que se aleja mientras dejaba una densa soledad que causaba fatiga en el espíritu.


MI TERRUÑO


El ambiente rural en el que vivo
me ha vuelto vegetal de tal manera,
que los huesos los tengo de madera
y mi pelo follaje de cativo.
Anhelo que la sombra de tu olivo
me preste su frescura cuando muera,
para vivir mi muerte sanjuanera,
que es la muerte mejor que yo concibo.
Cuando voy, por tus patios, peregrino
y me echo a descansar en el recodo
que de amores me presta tu camino,
te quiero inmensamente y de tal modo
que prefiero en tus calles mi destino
a estar lejos de ti, dueño de todo


Compartido por: Reinaldo Bustillo Cuevas
Miembro de la Asociación de Escritores del Caribe de Colombia

Muchas gracias Reinaldo por tan valioso aporte.
Georgina

martes, 16 de marzo de 2010

EL CADEJO


El cadejo es un animal legendario de la región mesoamericana extendida entre las zonas rurales e incluso urbanas de Centroamérica. Se dice que es un mítico perro (o dos perros) que generalmente se aparece a quienes deambulan a altas horas de la noche y al cual se le atribuyen poderes misteriosos.


Las diferentes versiones de la leyenda en centroamérica describen a un cadejo blanco y uno negro (generalmente benigno y maligno respectivamente), o simplemente un solo cadejo negro.

La leyenda del Cadejo es el vestigio de una antigua creencia que supone que todo humano posee un animal de compañía.

Este mítico animal es el doble del hombre, de tal manera que la enfermedad o la muerte del primero conllevan la enfermedad o la muerte del segundo.

En la actualidad, se puede establecer comparaciones de lo anterior con el pensamiento cristiano, que expresa que el hombre tiene un ángel guardián que lo protege de los peligros. La creencia supone la existencia de un animal compañero para cada hombre. Ese animal es el Cadejo blanco.

También este personaje tiene su resonancia precolombina maya en un espectro bienhechor guardián de los caminos.

Dicho animal acompaña al hombre en todos sus viajes solitarios por la noche; y en la versión de dos cadejos, el blanco lo protege y lo defiende contra los malos espíritus encarnados en El Cadejo negro, color tenebroso que simboliza la muerte, o sea, el mal en todas sus manifestaciones.

lunes, 15 de marzo de 2010

LA CRUZ DE CAÑA

En la zona montañosa de San Juan que queda al sur oeste de los Berros, mas precisamente entre Acequión y Santa Clara, en las laderas orientales del Tontal, existe un lugar que da nombre a un arroyo: ambos se llaman La Cruz de Caña: es un lugar inhóspito, casi sin vegetación, y menos aun sin cañaverales.

¿El porque del nombre?...se dice que por allí hay una tumba o varias con una cruz hecha de cañas que llama a la oración por las almas que allí moran, cruz llena de un aura de misterio y porque no decirlo, de terror.

¿Quiénes son los que están enterrados allí? ¿Por qué están enterrados allí y no en Campo Santo? ¿Desde cuando existe esa tumba? Porque muy antaño ha de ser, por haber dado su nombre no solo al lugar, sino también al arroyo que riega la zona.
Preguntamos sin encontrar respuesta. Pero un día la casualidad de una visita a Rinconada develó en parte el misterio.

He aquí el relato oído a Eduardo Flores Sosa, hijo del Dr. Ramón Flores Yanzón, descendiente de varias familias de Pocito. De esas familias que son custodio de los viejos usos y las tradiciones patrias, gente que aun escancian en su mesa el vino y el agua en cinceladas jarras de plata en obsequio al viajero con la gentil hospitalidad que heredaron los viejos sanjuaninos de sus antepasados españoles.

Mientras saboreamos al sol el paisaje agreste de la sierra de la Rinconada, condimentado con amable parola y sabrosas empanadas al horno hechas por la negrita Hermosilla, escuchando al Gordo: “Fue allá en los tiempos en que aun vivía don Francisco Yanzón el que supo tener todo Pocito, en una de las tantas guerras civiles que ensangrentaron al país, no se si en la primera Batalla de la Rinconada, cuando derrotados por Aldao, un grupo de veinticinco hombres de los vencidos, trato de huir de la matanza, refugiándose entre los cerros. Pero seguidos de cerca, fueron rodeados, apresados y ejecutados en el mismo lugar que hoy se llama la Cruz de Caña.

Allí fueron enterrados por sus matadores, todos en confuso montón, no se si por piedad o por ocultar el crimen de todos los matadores. Una mano desconocida, pero llena de piedad, hizo con cañas frescas una cruz y la coloco sobre la tumba para recordar que allí descansan almas que necesitan una oración.

Desde entonces hay siempre allí una cruz de caña sobre la tumba, cruz que aparentemente no se deteriora con el tiempo, y ¡que hace tiempo que esta allí, pues siempre aparece fresca, como si fuera recién armada, lo mas extraordinario es que allá es una zona donde no crecen plantas ciertamente. ¡Cosa de milagro! ¿No?

En el silencio que sigue el relato de Eduardo, cada uno piensa…en el destino trágico de esos muertos sin nombre…o en la misteriosa y caritativa mano que planto allí la cruz cristiana.
Es el ocaso, el sol desciende detrás del monte inmenso, cuando sorprendidos escuchamos lejanas y fantasmagóricas campanadas tocar el Ángelus llamando a oración a la grey cristiana por las almas de los que ya fueron y allí penan.

Todos parecen oírlas y reverentes rezamos “El Ángel del Señor anuncio a Maria…”

domingo, 14 de marzo de 2010

LAS AGUAS DEL BERMEJO


Hubo un tiempo en que las aguas del Bermejo fueron claras como las de sus vecinos, los ríos Pilcomayo y Uruguay. Un tiempo en que a sus orillas no se asomaban, como hoy, las casas de los pueblos formoseños, ni eran surcadas por las embarcaciones de los argentinos descendientes de europeos. Las tierras que recorría el Bermejo eran disputadas por dos tribus enemigas: los tobas y los matacos. Unos y otros atrapaban los peces de su cauce, se sumergían en su frescura en las tardes calurosas, deslizaban las canoas por su corriente y se sentaban a sus orillas en las noches de luna.

La mayor afrenta que sufrieron los tobas durante esa larga guerra fue la captura de la hija del cacique, una joven hermosa y decidida, que pasó de vivir en sus chozas a las de los matacos. Aunque extrañaba a los suyos, poco a poco sus captores se le hicieron menos extraños, sobre todo desde que conoció al hijo del cacique y comenzaron a pasar juntos largas horas. Se enamoraron mientras conversaban a la sombra de un urunday, mientras nadaban en el río, mientras caminaban en silencio siguiendo al ciervo de los pantanos...

Pero sus relaciones eran imperdonables. La unión entre una toba y un mataco estaba prohibida por los hombres y maldita por los dioses.

Cuando el consejo de la tribu dio órdenes estrictas para prohibir los encuentros entre los jóvenes, ellos establecieron citas secretas y se amaron más todavía a la sombra de su sigilo.

Sin embargo, no estuvieron a salvo de las habladurías, de los comentarios a media voz que deslizaban las viejas cuando se sentaban en rueda a tejer su yicas (bolsas tejidas con fibras vegetales) y a moler las semillas del algarrobo.

Tampoco de las miradas de alguno que los había sorprendido al entrar en el monte tras un armadillo fugitivo o para recoger los frutos del jume.

Y llegó el día en que, reunido nuevamente el consejo de la tribu, debieron comparecer ante él. Los jefes, que ya habían deliberado, los miraban en silencio. Los corazones de los jóvenes se aceleraron ante esos rostros severos e imperturbables.

El cacique habló con voz suave y firme. Era preciso que todos respetaran las tradiciones de la tribu, con más razón tratándose del heredero de la autoridad: se les exigía la separación inmediata y definitiva.

Ante la decidida oposición de los jóvenes príncipes, que se sabían unidos por los lazos indestructibles urdido por palabras, miradas y gestos recientemente descubiertos, alma con alma y cuerpo con cuerpo, el consejo emitió el fallo final: los amantes serían sacrificados, se les arrancarían los corazones y éstos serían arrojados al río, como lección y advertencia para quienes se atrevieran a contrariar las leyes de los hombres y las disposiciones divinas.

El sol del mediodía brillaba en lo alto del cielo mientras la tribu se reunía para presenciar la ejecución. Si algo de viento agitó las ramas de los arbustos, si las cigarras cantaban su canción filosa y monocorde, si el río dejó oír su rumor, nadie lo supo cuando los jóvenes fueron llevados a lo alto del barranco y muertos por el haiawú (hechicero de la tribu), cuando el agua aceptó sus corazones sangrantes y se tiñó de rojo para siempre.

Cumplido el sacrificio, a los pocos días, la gente se acercó al barranco por un rumor: los corazones no habían sido arrastrados por la corriente; flotaban juntos exactamente en el mismo lugar en el que habían caído.

¿Era acaso que los dioses no estaban conformes con el fallo?

¿Sobrevendrían entonces pestes, sequías y escasez?

Los jefes acordaron sacar los corazones del agua y convertirlos en cenizas, para que no quedara rastro de ese amor que había desconocido la tradición.

Todos los matacos formaron la gran pira, no hubo nadie que contrariara a los dioses. Los corazones ardían al compás de los pimpines (tambor mataco), abrasados por el fuego que, cada vez más alto, ahuyentaba los mosquitos e iluminaba los cuerpos de los bailarines.

Días después, cuando un enviado volvió al lugar para comprobar que las cenizas hubieran sido dispersadas por el viento, vio con asombro cercano al terror que donde estuviera la pira había crecido un arbolito desconocido.

Entre sus verdes hojas mostraba dos únicas flores rojas, una al lado de la otra, en forma de corazón.

A la sombra del letanetá, como llamaron los matacos a la nueva planta, y mecida por las aguas del río que encontró su nombre, nació entonces la amistad entre los tobas y matacos, que todavía luchan en el monte para sobrevivir.