sábado, 15 de enero de 2011

POR QUÉ LOS MONOS NO HABLAN

El mono dorado ('Cercopithecus mitis kandti') de Ruanda, es otra de las especies que se encuentra en riesgo extinción.

(Foto: CI John Martin)

¿POR QUÉ LOS MONOS NO HABLAN?

En aquellos tiempos remotos en que los animales hablaban, los monos convivían en las aldeas con los hombres y con ellos conversaban.

Pero sucedió un día que los mortales humanos celebraban una gran fiesta; por espacio de una semana tocaron, durante el día, el tam-tam, y bailaban y bebían sin cesar en las noches.

A raudales corría el vino de palma, porque el jefe de la aldea había ordenado poner doscientas tinajas llenas de tan confortable vino en la plaza pública del pueblo.

Todo el mundo había bebido hasta saciarse, pero él, como correspondía a tan poderoso jefe, había bebido mucho más que los otros. Por esto, al despuntar el día, tembláronle las piernas como dos tiernas palmeras, sus ojos distinguían las cosas confusamente y su corazón sentíase inundado en un mar de felicidad.

Sus mujeres le llevaron cuidadosamente al palacio, pero él se negó a quedarse allí y, saliendo de nuevo, encaminóse hacia la aldea de los monos.

Cuando llegó, los monos, riendo y saltando a cual más, se apretujaron a su alrededor; ya uno le daba un tirón al taparrabos, ya otro le arrebataba el gorro; éste le sacaba la lengua, aquél le volvía la espalda o le hacía un gesto desvergonzado de burla. Y así la diversión era mayúscula, siendo el rey el hazmerreír de todos los monos.

El jefe, ya entrado en años, se irritó sobremanera al observar la irrespetuosa conducta de los monos y, montando en cólera, fue a quejarse ante el dios Nzamé.

Éste escuchó atentamente la queja del jefe de los hombres y, queriendo hacer rápida y ejemplar justicia, llamó al jefe de los monos.

Una vez el jefe de los monos estuvo en su presencia, Nzamé le preguntó muy enfadado:

- Dime por qué tu gente ha insultado de modo tan grosero a tu padre, el jefe de los hombres.

El jefe de los monos no supo qué contestar.

Entonces Nzamé dijo con acento severo:

- Desde hoy en adelante, tú y tus hijos serviréis a los hombres, y ellos os castigarán. Así, desde ahora mismo quedáis sometidos a su autoridad.

El jefe de los hombres y el jefe de los monos se marcharon.

Pero cuando el primero ordenó al segundo que fuese a trabajar, el jefe de los monos, a pesar de las órdenes recibidas, contestó con la mayor insolencia:

- ¡Estás soñando! ¿A mí hacerme trabajar? Vamos, que no estás bien de la cabeza.

El jefe de los hombres no insistió. Llegó a la aldea, se acostó y así que hubo descansado, maduró un plan para vengarse de los desvergonzados monos.

En cuanto llegó la fiesta siguiente, ordenó colocar en el centro de la plaza de la aldea centenares de tinajas, llenas de rico vino de palma.

Pero en el vino había mandado echar la hierba que hace dormir.

Advirtió a los suyos que no bebieran de otras tinajas que de aquellas que ostentaban una señal determinada; luego invitó a los monos a la fiesta.

Los simios no podían rehusar honor tan señalado y, en consecuencia, fueron a divertirse y a beber de lo lindo.

Pero, ¡ay!, en cuanto hubieron bebido, todos sintieron invencibles deseos de dormir.

Y quedaron los monos sumidos en un profundo sueño, y el jefe de los hombres ordenó, entonces, que los atasen. Ya todos atados, los hombres empezaron a manejar los látigos.

Los monos, al sentir los latigazos, despertaron al instante, recobrando una agilidad verdaderamente extraordinaria, una agilidad nunca vista. Saltaban y bailaban maravillosamente.

Terminada la memorable paliza, los monos andaban agachados, buscándose los pelos y rascándose.

Entonces el jefe de los hombres ordenó que los señalasen con un hierro ardiente y luego les obligó a hacer los trabajos más penosos de la aldea.
Los monos no tuvieron más remedio que obedecer.

Pero un día, hartos de trabajar y sufrir, desesperados, se presentaron ante el jefe de los hombres para reclamar mejores tratos.

- Perfectamente - contestó el jefe -. Ahora veréis el trato que os doy.

Al punto ordenó a sus guerreros que azotasen a los monos y les cortasen la lengua.

- Así - dijo, terminada la operación ya se han acabado las reclamaciones. ¡Y a trabajar, gandules!

Los monos, indignados, no podían proferir más que unos sonidos inarticulados, pero como en lugar de obtener justicia, habían sido tratados con peor crudeza y menos caridad, decidieron huir a la selva.

Los descendientes de aquellos monos nacieron dotados de lengua, pero como temen que los hombres vuelvan a apoderarse de ellos para hacerles trabajar, no han pronunciado desde entonces una sola palabra.

Saltan y brincan como el día que les dieron de palos y lanzan gritos, muchos gritos, eso sí...

Fin.

Fuente:
Cuentos Populares Africanos narrados a los niños por H. C. Granch
Ed. Molino, Barcelona - 1944

Imagen
animalesdeayerydehoy.blogspot.com

POEMA DE GILGAMESH (fragmento)

Figura de Gilgamesh del palacio de Sargon II
(Museo del Louvre).


El poema de Gilgamesh corresponde a un mito sumerio elaborado en torno a la figura de un personaje, Gilgamesh de Uruk, convertido en leyenda, pero cuya historicidad es objeto de debate. Su nombre aparece en la lista real sumeria, como rey de la ciudad de Uruk (ca. 2700), en un episodio de rivalidad entre Uruk y Kish, en el marco de los conflictos entre ciudades que caracterizan al período proto-dinástico.

El texto sumerio original se conoce por una serie de tablillas halladas en Nippur y otras ciudades de la Baja Mesopotamia. Con el tiempo, el ciclo épico en torno al personaje se complicó, añadiendo otros episodios que no estaban en el original. También entre los asirios se copió y se completó el poema hasta época de Assurbanipal. El resultado fue una historia en la que el personaje vive diferentes episodios, algunos de ellos muy tardíos: Gilgamesh y Agga de Kish, Gilgamesh y el País de la Vida, La muerte de Humbaba (guardián del Bosque de los Cedros), Enkidu y los infiernos. El episodio del encuentro de Gilgamesh con el héroe del diluvio es un añadido posterior de un mito diferente en origen. (Pilar González-Conde).

Columna VI del texto babilónico.

Las lágrimas corren por la cara de Gilgamesh
(al tiempo que dice):
—« (Voy a recorrer) un camino
por el que nunca he andado.
(Voy a emprender un viaje)
desconocido para mí.
(...) Debiera estar contento,
con el corazón gozoso (...).
(Si triunfo te haré sentar en) un trono.»
Ellos le trajeron su armadura,
(...) poderosas espadas,
el arco y el carcaj,
y se lo pusieron en sus manos.
Él cogió las azuelas,
(...) su temblor,
(el arco) de Anshan;
puso la espada en su cinturón.
Podían comenzar el viaje.
La plebe se apiñaba cerca de Gilgamesh:
(—« ¿Cuánto tiempo estarás ausente de Uruk?)
¡Que puedas regresar pronto a la ciudad!»
Los ancianos le rindieron homenaje
y le dan consejos sobre el viaje:
—«No confíes, Gilgamesh, únicamente en tu fuerza;
marcha con ojo alerta ¡Ten cuidado!
Que Enkidu vaya delante de ti,
pues conoce la ruta, ha recorrido el camino
hasta el desfiladero del bosque de Huwawa.
El que va delante puede proteger a su compañero.
Prepara su viaje y sálvate así con su ayuda.
¡Que Shamash te de la victoria,
que tus ojos puedan ver
lo que tu boca ha anunciado!
Que ante ti el sendero sea llano,
que el camino se abra para que puedas pasar
y que la montaña se abra, también, a tu paso.
¡Que el dios Lugalbanda
durante la noche diga la palabra que te alegre!
¡Que no se aleje de ti, para que tu deseo se cumpla!
¡Que él restablezca tu fama como la de un joven héroe!
Después que haya muerto Huwawa, acción en la que te vas a esforzar,
¡lávate tus pies!
En tus horas de reposo nocturno, cava un pozo
para que puedas tener agua pura en tu odre.
Ofrece en honor de Shamash libaciones de agua fresca.
¡Que el dios Lugalbanda pueda guardarte tus intenciones!»
Enkidu abrió la boca y dijo a Gilgamesh:
—«Ya que has resuelto batirte, ponte en camino.
Que tu corazón no se asuste; ten confianza en mí.
Confía y sígueme, pues conozco la morada
y también los lugares que frecuenta Huwawa.»
(...)
Cuando los ancianos oyeron estas palabras
dejaron partir afuera al héroe, a su camino:
—«Ve, Gilgamesh, ojalá (...)
¡Ojalá los dioses caminen a tu lado!»


Versión de Federico Lara Peinado, El poema de Gilgamesh,
Editora Nacional, Madrid, 1980, pp. 148-149.

http://bib.cervantesvirtual.com/portal/antigua/mesopotamia_textos.shtml

Imagen
Wikipedia

viernes, 14 de enero de 2011

WASSILISSA LA SABIA




Había una vez y no había una vez una joven madre que yacía en su lecho de muerte con el rostro tan pálido como las blancas rosas de cera de la sacristía de la cercana iglesia. Su hijita y su marido permanecían sentados a los pies de la vieja cama de madera, rezando para que Dios la condujera sana y salva al otro mundo.
La madre moribunda llamó a Vasalisa y la niña se arrodilló al lado de ella con sus botas rojas y su delantalito blanco.

—Toma esta muñeca, amor mío —dijo la madre en un susurro, sacando de la colcha de lana una muñequita que, como la propia Vasalisa, llevaba unas botas rojas, un delantal blanco, una falda negra y un chaleco bordado con hilos de colores.

—Presta atención a mis últimas palabras, querida —dijo la madre—. Si alguna vez te extraviaras o necesitaras ayuda, pregúntale a esta muñeca lo que tienes que hacer. Recibirás ayuda. Guarda siempre la muñeca. No le hables a nadie de ella. Dale de comer cuando esté hambrienta. Ésta es mi promesa de madre y mi bendición, querida hija.

Dicho lo cual, el aliento de la madre se hundió en las profundidades de su cuerpo donde recogió su alma y, cuando salió a través de sus labios, la madre murió.

La niña y su padre la lloraron durante mucho tiempo. Pero, como un campo cruelmente arado por la guerra, la vida del padre reverdeció una vez más en los surcos y éste se casó con una viuda que tenía dos hijas. Aunque la madrastra y sus hijas siempre hablaban con cortesía y sonreían como unas señoras, había en sus sonrisas una punta de sarcasmo que el padre de Vasalisa no percibía.

Sin embargo, cuando las tres mujeres se quedaban solas con Vasalisa, la atormentaban, la obligaban a servirlas y la enviaban a cortar leña para que se le estropeara la preciosa piel. La odiaban porque poseía una dulzura que no parecía de este mundo. Y porque era muy guapa. Sus pechos brincaban mientras que los suyos menguaban a causa de su maldad. Vasalisa era servicial y jamás se quejaba mientras que la madrastra y sus hermanastras se peleaban entre sí como las ratas entre los montones de basura por la noche.
Un día la madrastra y las hermanastras ya no pudieron aguantar por más tiempo a Vasalisa.

—Vamos... a... hacer que el fuego se apague y entonces enviaremos a Vasalisa al bosque para que vaya a ver a la bruja Baba Yagá* y le suplique fuego para nuestro hogar. Y, cuando llegue al lugar donde está Baba Yagá, la vieja bruja la matará y se la comerá.

Todas batieron palmas y soltaron unos chillidos semejantes a los de los seres que habitan en las tinieblas.

Así pues aquella tarde, cuando regresó de recoger leña, Vasalisa vio que toda la casa estaba a oscuras. Se preocupó y le preguntó a su madrastra:

— ¿Qué ha ocurrido? ¿Con qué guisaremos? ¿Qué haremos para iluminar la oscuridad?

—Qué estúpida eres —le contestó la madrastra—. Está claro que no tenemos fuego. Y yo no puedo salir al bosque porque soy vieja. Mis hijas tampoco pueden ir porque tienen miedo. Por consiguiente, tú eres la única que puede ir al bosque a ver a Baba Yagá y pedirle carbón para volver a encender la chimenea.
—Muy bien pues, así lo haré —dijo inocentemente Vasalisa.

Y se puso en camino. El bosque estaba cada vez más oscuro y las ramitas que crujían bajo sus pies la asustaban. Introdujo la mano en el profundo bolsillo de su delantal donde guardaba la muñeca que su madre moribunda le había entregado.

Le dio unas palmadas a la muñeca que guardaba en el interior del bolsillo y se dijo:

—Es verdad, el simple hecho de tocar esta muñeca me tranquiliza.

A cada encrucijada del camino, Vasalisa introducía la mano en el bolsillo y consultaba con la muñeca.

—Dime, ¿tengo que ir a la derecha o a la izquierda?

La muñeca le contestaba, "Sí", "No", "Por aquí" o "Por allá". Vasalisa le dio a la muñeca un poco de pan que llevaba y siguió el camino que parecía indicarle la muñeca.

De repente, un hombre vestido de blanco pasó al galope por su lado montado en un caballo blanco e inmediatamente se hizo de día. Más adelante, pasó un hombre vestido de rojo montado en un caballo rojo y salió el sol. Vasalisa prosiguió su camino y, en el momento en que llegaba a la choza de Baba Yagá, pasó un jinete vestido de negro trotando a lomos de un caballo negro y entró en la cabaña de Baba Yagá. Enseguida se hizo de noche. La valla hecha con calaveras y huesos que rodeaba la choza empezó a brillar con un fuego interior, Iluminando todo el claro del bosque con su siniestra luz.

La tal Baba Yagá era una criatura espantosa. Viajaba no en un carruaje o un coche sino en una caldera en forma de almirez que volaba sola. Ella impulsaba el vehículo con un remo en forma de mano de almirez y se pasaba el rato barriendo las huellas que dejaba a su paso con una escoba hecha con el cabello de una persona muerta mucho tiempo atrás.

Y la caldera volaba por el cielo mientras el grasiento cabello de Baba Yagá revoloteaba a su espalda. Su larga barbilla curvada hacia arriba y su larga nariz curvada hacía abajo se juntaban en el centro. Tenía una minúscula perilla blanca y la piel cubierta de verrugas a causa de su trato con los sapos. Sus uñas orladas de negro eran muy gruesas, tenían caballetes como los tejados y estaban tan curvadas que no le permitían cerrar las manos en un puño.

La casa de Baba Yagá era todavía más extraña. Se levantaba sobre unas enormes y escamosas patas de gallina de color amarillo, caminaba sola y a veces daba vueltas y más vueltas como un bailarín extasiado. Los goznes de las puertas y las ventanas estaban hechos con dedos de manos y pies humanos y la cerradura de la puerta de entrada era un hocico de animal lleno de afilados dientes.

Vasalisa consultó con su muñeca y le preguntó:
— ¿Es ésta la casa que buscamos?

Y la muñeca le contestó a su manera:
—Sí, ésta es la casa que buscas.

Antes de que pudiera dar otro paso, Baba Yagá bajó con su caldera y le preguntó a gritos:

— ¿Qué quieres?
La niña se puso a temblar.
—Abuela, vengo por fuego. En mi casa hace mucho frío... mi familia morirá... necesito fuego.

Baba Yagá le replicó:
—Ah, sí, ya te conozco y conozco a tu familia. Eres una niña muy negligente… has dejado que se apagara el fuego. Y eso es una imprudencia. Y, además, ¿qué te hace pensar que yo te daré la llama?

Vasalisa consultó con la muñeca y se apresuró a contestar:
—Porque yo te lo pido.

Baba Yagá ronroneó.
—Tienes mucha suerte porque ésta es la respuesta correcta.

Y Vasalisa pensó que había tenido mucha suerte porque había dado la respuesta correcta.

Baba Yagá la amenazó:

—No te puedo dar el fuego hasta que hayas trabajado para mí. Si me haces estos trabajos, tendrás el fuego. De lo contrario…

—Aquí Vasalisa vio que los ojos de Baba Yagá se convertían de repente en unas rojas brasas—.

De lo contrario, hija mía, morirás.

Baba Yagá entró ruidosamente en su choza, se tendió en la cama y ordenó a Vasalisa que le trajera lo que se estaba cociendo en el horno.
En el horno había comida suficiente para diez personas y la Yagá se la comió toda, dejando tan sólo un pequeño cuscurro y un dedal de sopa para Vasalisa.

—Lávame la ropa, barre el patio, limpia la casa, prepárame la comida, separa el maíz aflublado del maíz bueno y cuida de que todo esté en orden. Regresaré más tarde para inspeccionar tu trabajo. Si no está listo, tú serás mi festín.

Dicho lo cual, Baba Yagá se alejó volando en su caldera, usando la nariz a modo de cataviento y el cabello a modo de vela. Y cayó de nuevo la noche.

Vasalisa recurrió a su muñeca en cuanto la Yagá se hubo ido.

— ¿Qué voy a hacer? ¿Podré cumplir todas estas tareas a tiempo?

La muñeca le aseguró que sí y le dijo que comiera un poco y se fuera a dormir. Vasalisa le dio también un poco de comida a la muñeca y se fue a dormir.

A la mañana siguiente, la muñeca había hecho todo el trabajo y lo único que quedaba por hacer era cocinar la comida. La Yagá regresó por la noche y vio que todo estaba hecho. Satisfecha en cierto modo aunque no del todo porque no podía encontrar ningún fallo, Baba Yagá dijo en tono despectivo:

—Eres una niña muy afortunada.

Después llamó a sus fieles sirvientes para que molieran el maíz e inmediatamente aparecieron tres pares de manos en el aire y empezaron a raspar y triturar el maíz. La paja voló por la casa como una nieve dorada. Al final, se terminó la tarea y Baba Yagá se sentó a comer. Se pasó varias horas comiendo y por la mañana le volvió a ordenar a Vasalisa que limpiara la casa, barriera el patio y lavara la ropa.

Después le mostró un gran montón de tierra que había en el patio.

—En este montón de tierra hay muchas semillas de adormidera, millones de semillas de adormidera. Quiero que por la mañana haya un montón de semillas de adormidera y un montón de tierra separados. ¿Me has entendido?

Vasalisa estuvo casi a punto de desmayarse.

— ¿Cómo voy a poder hacerlo?

Introdujo la mano en el bolsillo y la muñeca le contestó en un susurro: —No te preocupes, yo me encargaré de eso.

Aquella noche Baba Yagá empezó a roncar y se quedó dormida y entonces Vasalisa intentó separar las semillas de adormidera de la tierra. Al cabo de un rato la muñeca le dijo:
—Vete a dormir. Todo irá bien.

Una vez más la muñeca desempeñó todas las tareas y, cuando la vieja regresó a casa, todo estaba hecho. Baba Yagá habló en tono sarcástico con su voz nasal:
— ¡Vaya! Qué suerte has tenido de poder hacer todas estas cosas. Llamó a sus fieles sirvientes y les ordenó que extrajeran aceite de las semillas de adormidera e inmediatamente aparecieron tres pares de manos y lo hicieron.
Mientras la Yagá se manchaba los labios con la grasa del estofado, Vasalisa permaneció de pie en silencio.

— ¿Qué miras? —le espetó Baba Yagá.

— ¿Te puedo hacer unas preguntas, abuela? —dijo Vasalisa.

—Pregunta —replicó la Yagá—, pero recuerda que un exceso de conocimientos puede hacer envejecer prematuramente a una persona.

Vasalisa le preguntó quién era el hombre blanco del caballo blanco.

—Ah —contestó la Yagá con afecto—, el primero es mi Día.

— ¿Y el hombre rojo del caballo rojo?

—Ah, ése es mi Sol Naciente.

— ¿Y el hombre negro del caballo negro?

—Ah, sí, el tercero es mi Noche.

—Comprendo —dijo Vasalisa.

—Vamos niña, ¿no quieres hacerme más preguntas? —dijo la Yagá en tono zalamero.

Vasalisa estaba a punto de preguntarle qué eran los pares de manos que aparecían y desaparecían, pero la muñeca empezó a saltar arriba y abajo en su bolsillo y entonces dijo en su lugar:
—No, abuela. Tal como tú misma has dicho, el saber demasiado puede hacer envejecer prematuramente a una persona.

—Ah —dijo la Yagá, ladeando la cabeza como un pájaro—, tienes una sabiduría impropia de tus años, hija mía. ¿Y cómo es posible que seas así?

—Gracias a la bendición de mi madre —contestó Vasalisa sonriendo.

— ¡¿La bendición?! —Chilló Baba Yagá—. ¡¿La bendición has dicho?!

En esta casa no necesitamos bendiciones. Será mejor que te vayas, hija mía —dijo empujando a Vasalisa hacia la puerta y sacándola a la oscuridad de la noche—.

Mira, hija mía. ¡Toma! —Baba Yagá tornó una de las calaveras de ardientes ojos que formaban la valla de su choza y la colocó en lo alto de un palo—. ¡Toma! Llévate a casa esta calavera con el palo. Eso es el fuego. No digas ni una sola palabra más.

Vete de aquí.

Vasalisa iba a darle las gracias a la Yagá, pero la muñequita de su bolsillo empezó a saltar arriba y abajo y entonces Vasalisa comprendió que tenía que tomar el fuego y emprender su camino.

Corrió a casa a través del oscuro bosque, siguiendo las curvas y las revueltas del camino que le iba indicando la muñeca.

Vasalisa salió del bosque, llevando la calavera que arrojaba fuego a través de los orificios de las orejas, los ojos, la nariz y la boca. De repente, se asustó de su peso y de su siniestra luz y estuvo a punto de arrojarla lejos de sí. Pero la calavera le habló y le dijo que se tranquilizara y siguiera adelante hasta llegar a la casa de su madrastra y sus hermanastras. Y ella así lo hizo.

Mientras Vasalisa se iba acercando a la casa, la madrastra y las hermanastras miraron por la ventana y vieron un extraño resplandor danzando en el bosque.

El resplandor estaba cada vez más cerca y ellas no acertaban a imaginar qué podía ser. La prolongada ausencia de Vasalisa las había inducido a pensar que ésta había muerto y que las alimañas se habían llevado sus huesos y en buena hora.

Vasalisa ya estaba muy cerca de su casa. Cuando la madrastra y las hermanastras vieron que era ella, corrieron a su encuentro, diciéndole que llevaban sin fuego desde que ella se había ido y que, a pesar de que habían intentado repetidamente encender otro, éste siempre se les apagaba.

Vasalisa entró triunfalmente en la casa, pues había sobrevivido al peligroso viaje y había traído el fuego a su hogar. Pero la calavera que estaba contemplando todos los movimientos de las hermanastras y de la madrastra desde lo alto del palo las abrasó y, a la mañana siguiente, el malvado trío se había convertido en unas pavesas.

* En ruso, literalmente, Mujer Hechicera. (N. de la T.)

Clarissa Pinkola Estés
Mujeres Que Corren Con Los Lobos

Rusia, Rumania, los países de la antigua Yugoslavia, Polonia y países bálticos

Imagen
qualquercoisaestranha.spaces.live.com

jueves, 13 de enero de 2011

LA RAÍZ INDIA DE LIMA

Valle del río Rímac

LA RAÍZ INDIA DE LIMA
Parte III



La extensión del cacicazgo de Lima era, sin embargo, muy corta. No alcanzaba a Carabayllo ni a Surco, que tenían jefes propios, ni al santuario de Pachacamac. Se concentraba al valle de Lima desde el puerto de mar de Maranga, llamado Pitipiti, antecesor del Callao, por el norte, hasta que el camino del Inca entra en el valle de Chillán; por el sur hasta Armendáriz, en que partiría términos con el cacique de Surco, llamado Trianchumbi; y, por el interior, abarcaría, acaso, hasta los caseríos menores de Late, Puruchuco, Pariache y Guamchiguaylas, que ascienden a la sierra.

El área de atracción y de influencia de la aldea india de Lima era, pues, pequeñísima. Su cacique, uno de los más ínfimos régulos del Tahuantinsuyo, y aun el asiento de Lima, era parte de "la provincia de Pachacamac" como lo dice Pizarro en el auto para elegir el sitio de la ciudad. Hernando Pizarro y su hueste de jinetes, que pasaron en enero de 1533 hacia Pachacamac, no hubieran reparado en el cacique rimense si, en ese pueblo cuyo nombre no recordaba el cronista Estete, y en el que acamparon una noche, antes de llegar a Pachacamac, no les saludara, como Epifanía de la ciudad futura, un típico temblor de tierra. "Acaeciános –dice el cronista– una cosa muy donosa antes que llegásemos a él, en un pueblo junto a la mar: que nos tembló la tierra de un recio temblor y los indios que llevábamos, que muchos de ellos se iban tras nosotros a vernos, huyeron aquella noche, de miedo, diciendo que Pachacamac se enojaba, porque íbamos allí y todos habíamos de ser destruídos".

El mito del dios costeño y limeño se aclara así a despecho de antropólogos y lingüistas, como el símbolo de una cosmología popular que diviniza el mayor fenómeno telúrico y lo personifica en Pachacamac –el dios-temblor– como, más tarde, buscaría en el seno de la fe cristiana el auxilio divino, en Taitacha Temblores o en el Señor de los Milagros.

La raíz india de Lima está, pues, en el caserío de Limatambo y Maranga, regido por el Curaca Taulichusco. De él recibe la ciudad hispánica la lección geográfica del valle yunga, el paisaje de la huaca destacando sobre el horizonte marino; la experiencia vital india, expresada en las acequias, triunfo de una técnica agrícola avezada a luchar contra el desierto; el cuadro doméstico de plantas y animales, que el aluvión español modificará sustancialmente; algunas formas de edificación que podrían normar una arquitectura del arenal peruano y el nombre de Lima que tiene "sabor de mujer y de fruta", según Marañón, y que venció con su entraña quechua intrincable, a la denominación barroca de Ciudad de los Reyes.

Es el río Rímac, torrentoso, voluble y desigual, innavegable y huérfano de transportes, desconocedor del papel unificador de los cursos fluviales, camino frustrado, carente de paisaje y de alma, pero obrero silencioso en la fecundación de la tierra y creador oculto de fuerza motriz, el que impone su nombre a la capital indo-hispánica del Sur. Y hay, en la permanencia del nombre, acaso un sino espiritual.

"Rímac –dice el padre Cobo– es participio y significa el que habla, nombre que conviene al río por el ruido que hace con su raudal". Rimani significa en quechua hablar, pero no sencillamente hablar, sino hablar de cierta manera. El habla natural o lenguaje se dice Simi y Runa simi es el lenguaje del hombre. Pero Rimani y sus derivados tienen un significado especial, como rimapayani que significa "hablar mucho, con presteza" o rimacarini, "hablar disparates", o rimacuni, "murmurar" y rima-chipuni, cierta forma de celestinaje. Con lo que el nombre de Rímac encarnaría el destino parlero y murmurador de Lima, la tendencia a la hablilla y a la cháchara y también al ético placer de la conversación.

Lima, ciudad brumosa y desértica, de temblores, de dueñas y doctores, es un don del Rímac y de su dios hablador.


Por Raúl Porras Barrenechea

Fuente:
http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibVirtual/libros/linguistica/legado_quechua/la_raiz.htm

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2011/01/la-raiz-india-de-lima.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2011/01/la-raiz-india-de-lima_12.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/03/pachacamac.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/09/el-milagro-de-salta.html

miércoles, 12 de enero de 2011

LA RAÍZ INDIA DE LIMA

Cacique Gonzalo Taulichusco
Dibujo de E. Zapata


LA RAÍZ INDIA DE LIMA

Parte II

Por Raúl Porras Barrenechea



Las realizaciones urbanas y arquitectónicas alcanzadas por los yungas a la llegada de los españoles eran la aldea o marca, la pucara o fortaleza de adobes, la huaca o templo de piedra y barro, el tambo y la ciudad o hatun llacta como Pachacamac, Chincha, o Chanchán. El camino, las obras hidráulicas, la tendencia simétrica, el hermetismo de los lugares sagrados, los pozos sepulcrales revelan los progresos técnicos y las creencias. Son formas logradas y vivientes que supervivirán, algunas en la época española, junto con la toponimia que descubre las raíces étnicas y culturales. La casa yunga fue simplísima, de adobes y esteras y generalmente de tipo de ramada o vivienda de tres paredes y el cuarto frente descubierto, a la que se pone una reja y es un rancho republicano de Barranco o Chorrillos. Alonso Enríquez que recorrió la costa del Perú en 1534 dice que "no tienen casas sino setos de cañas, como corrales de gallina y ansi sucias desbaratadas". Y el contador Zárate que llegó en 1543 que "los indios de la costa no viven en casas, sino debajo de árboles o de ramadas". Cieza de León apunta, en 1548, que "los indios de los llanos y arenales no hacen las casas cubiertas como las de la serranía, sino terrados galanos o grandes casas de adobe, con sus estantes o mármoles y para guarecerse del sol ponían unas esteras en lo alto". El techo plano de estera, el adobe, la quincha son tradiciones que junto con el nombre indio recogerá la ciudad colonial, desalojando o reformando técnicas españolas.

La arqueología no ha aclarado, todavía, la extensión del cacicazgo de Lima y la importancia de los centros poblados alrededor de ella, como son Pachacamac, Ancón, Carabayllo, Armatambo, el Huarco y la misteriosa Cajamarquilla; lo que acaso aclaren las nuevas investigaciones del arqueólogo Stumer. El padre Cobo, el más ilustre historiador de Lima, nos dice que había tres pueblos grandes –Hatun Llacta– en la región de Lima que eran cabezas de tres hunus incaicos, de diez mil familias cada uno: Carabayllo, en el valle de Chillán; Maranga, huaca célebre y lugar arqueológico que ha cortado una irrespetuosa avenida republicana al Callao, y el más importante de todos, el pueblo de Surco o Armatambo, en las faldas del cerro solar, donde Hernando Pizarro se detuvo antes de llegar a Pachacamac. Este era el centro urbano más calificado de la región limeña y en la época de Cobo se veían aún "las casas del curaca con las paredes pintadas de varias figuras, una muy suntuosa guaca o templo y otros muchos edificios que todavía están de pie sin faltarles más de la cubierta". Los demás pueblos eran, dice Cobo, "lugarejos de corta vecindad". Cerca de Maranga estaba el "pueblo de Lima", que tenía aproximadamente media legua y se hallaba junto a la huaca o templo del dios Rímac, oráculo de la región. "Desde Limatambo a Maranga –dice el Padre Calancha– había una serie de enterramientos y casas o palacios, uno del rey Inca –la huaca de Mateo Salado– otro del cacique del pueblo y los demás de caciques ricos". Junto al río Rímac, a la banda del sur, había un lugarejo o tambo, en el mismo sitio que hoy ocupan la plaza y casas reales, que pertenecía, como las tierras colindantes, al cacique de Lima. Este lugar fue escogido por Pizarro para asiento de la ciudad, "por hallarlo ya proveído de agua, leña y otras cosas necesarias a una República y lo otro porque conjeturaba que sería más sano". La provisión de agua y su distribución por canales por el valle, es uno de los motivos determinantes de la elección del sitio de la ciudad. Las acequias juegan un papel decisivo.

Al fundarse la ciudad española el cacique de Lima era Taulichusco, "señor principal del valle en tiempo de Guayna Capac y cuando entraron los españoles". Un proceso judicial de la época revela las condiciones y extensión de su poder y la entraña del régimen incaico. Taulichusco, según los testigos indios, era "yanacona y criado de Mama Vilo, mujer de Huayna Cápac" y proveía los tributos que se enviaban al Inca y lo que éste mandaba. Un hermano de Taulichusco, llamado Caxapaxa era también criado de Huayna Cápac y "andaba siempre con el inca en la corte". El padre de Taulichusco, no obstante la sujeción del Inca y la protección de éste, tenía que luchar con los caciques "aucas", vecinos y rivales. Uno de ellos llamado Coli –acaso el de Chincha– entró por la fuerza en el valle, pero los indios viejos declaran que "había otros principales en el valle" y "tierras del sol y de las guacas" y de "otros caciques comarcanos". También se aclara el sistema de sucesión entre los curacas. Taulichusco, que alcanzó a recibir a Pizarro, "no gobernaba por ser viejo", en los últimos años, y ejercía el curacazgo su hijo Guachinamo, que se presentaba siempre ante los españoles "con gran servicio de indios". A Guachinamo le sucedió su hermano don Gonzalo que vivía en el pueblo de la Magdalena, que sustituyó a Limatambo, para alejar a los indios de sus idolatrías. En esa época, los indios del cacicazgo, que habían sido más de dos mil, se habían dispersado: unos se habían hecho yanaconas de los españoles en la ciudad, otros habían huido o se habían "desnaturado" de su tierra o se habían entregado "como vagamundos" a las borracheras. La mayor parte de las tierras y pastos que pertenecían al cacique, le habían sido arrebatadas y los indios estaban reducidos "a un rincón", según Pedro de Alconchel.

Una comprobación importante para la reconstrucción del marco geográfico limeño, en la época incaica, surge de este proceso, que abre ventanas al tiempo prehistórico. El cacique don Gonzalo pidió que declarasen los testigos sobre el hecho de que, al entrar los españoles en el valle de Lima, "había muchas chacras y heredades de los indios y en ellos muchas arboledas frutales: guayavos, lucumas, pacaes e otros todos" y que todos habían sido derribados para construir casas de los españoles y también los tiros de arcabuz. Pedro de Alconchel, el trompeta de Pizarro en Vilcaconga, declara que "avía muchos árboles de frutales y bosques dellos". El indio Pedro Challamay dice que, cuando entró el marqués, "hera todo de frutales de guavos e guayavos e lucumos y otros frutas y asimismo de camotales e donde cogían sus comidas". Y fray Gaspar de Carvajal, el cronista del descubrimiento del Amazonas, dice que, cuando él llegó a Lima, la primera vez "avía montes de arboledas e así lo era el sitio de esta ciudad e se iban los españoles dos leguas sin que les diese sol e todos estos árboles era frutales e agora ve que no hay ninguno". Marcos Pérez dice que Lima era "como un vergel de muchas arboledas de frutales". Y doña Inés de Yupanqui, la manceba india del Conquistador, recuerda el diálogo entre Pizarro y Taulichusco. Este protestó ante el Gobernador porque le quitaban sus tierras y "decía que adónde avian de sembrar sus yndios y que si le tomava las tierras se le irían los yndios y el marqués le respondía que no avia donde poblar la ciudad".

Fuente:
http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibVirtual/libros/linguistica/legado_quechua/la_raiz.htm

Imagen
etnilumidad2.ning.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2011/01/la-raiz-india-de-lima.html

martes, 11 de enero de 2011

LA RAÍZ INDIA DE LIMA


LA RAÍZ INDIA DE LIMA
Parte I

Por Raúl Porras Barrenechea


No es exacto que Lima sea exclusivamente española por su origen, por su formación biológica y social y por su expresión cultural. La fundación española, forjadora perenne de mestizaje, tuvo que contar con dos factores preexistentes; el marco geográfico y el estrato cultural indígena. Ambos influyeron decisivamente en aspectos y formas de la peculiaridad de nuestro desarrollo urbano.

Don Hipólito Unanue, vocero de la ilustración colonial y maestro de nuestra meteorología, definió ya el clima de Lima como el de una "eterna y continuada primavera". Los cronistas soldados del siglo XVI después de ambular por selvas y riscos y pantanos habían dicho ya su admiración al llegar a tierra de tanto sosiego y equilibrio atmosférico como la de Lima. Cieza de León en su crónica, hoy cuatro veces centenaria, publicada en 1553, expresó su contento viajero al decir: "Y cierto para pasar la vida humana cuando los escándalos y alborotos y no haciendo guerra, es una de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no hay hambre ni pestilencia, ni llueve, ni caen rayos, ni relámpagos, ni se oyen truenos; antes siempre está el cielo sereno y muy hermoso" . Y los poetas del siglo de hierro confirmaron el entusiasmo de los cronistas, entonando himnos a la benignidad del cielo de Lima y a la uniforme templanza de sus estaciones. Pedro de Oña el poeta de Arauco huésped limeño de los Virreyes dijo en su cántico a Montesclaros:

Soberbios montes de la regia Lima
que en el puro cristal de vuestro río
de las nevadas cumbres despeñado
arrogantes miráis la enhiesta cima,
tan extensa al rigor del almo estío
como a las iras del invierno helado.

Las constantes geográficas del clima limeño han sido señaladas precisamente por viajeros y geógrafos posteriores. Las preexistentes a la conquista fueron: la proximidad del mar, el suelo llano y desértico, los blancos arenales que conforman según el decir de Morand un paisaje lunar; el suelo de tierra arenisca delgada y fértil "que parece que la echó el Creador para hacerla habitable", la falta de lluvias que produce la esterilidad del suelo y el sistema de irrigación artificial por canales o acequias, el abono fácil en las islas vecinas, los sembríos de maíz, de yuca, de habas, de camotes, de frijoles, de maní y de algodón en los oasis verdeantes de los valles junto al curso rápido y torrentoso de los ríos, bordeados de arboledas frutales como los pacaes o huavas, las guayabas, paltas, chirimoyas, piñas, lúcumos y algarrobos; los bosquecillos de espinos, huarangos y algarrobos en las partes altas y en las bajas los sauces, chilcas y los juncales y aneas de los pantanos; la humedad ambiente condensada en la neblina y en la tenue garúa invernal; la fauna menuda y veloz, de gozquecillos, patos, palomas, cigüeñas, faisanes, perdices, venados y los clásicos gallinazos; sin animales temerosos como los lobos, salvo las águilas y astutas raposas, y los pumas sorpresivos. Los únicos fenómenos extraordinarios del ambiente costeño son el temblor cucuy y el hauyco o aluvión violento que desciende por las quebradas como un castigo de los cerros destrozando casas y sembríos.

La estructura geográfica original de suelo, clima, vegetación y vida animal, influye en primer término sobre el hombre y es reformada y definida por la acción de éste y por los recursos de su técnica. Del yunga costeño hablaban despectivamente los Incas, como lo comprobaron los cronistas primitivos Jerez, Sancho y Estete, que dicen de ellos ser "gente ruin y pobre", que no servía para guerra ni para gobierno. Esto, prescindiendo del alto nivel intelectual y artístico que revelan los vasos y dibujos estilizados de Nazca, las telas de Paracas y las esculturas chimúes. Coinciden en este desdén por el yunga u hombre de la costa, a través de los siglos, los amautas cuzqueños y los sociólogos marxistas de hogaño. Algunos geágrafos y viajeros han recogido también epidérmicamente, esa impresión deprimente del clima costeño sobre el hombre. Raimondi pensaba que el aire saturado de humedad hacía perder calor al cuerpo humano calentado por el sol. La tala de árboles suprimía las barreras a los vientos y favorecía el frío fisiológico. Middendorf creía que la falta de descargas eléctricas en el verano disminuía la capacidad de trabajo y el cielo plomizo cargado de nubes y la correspondiente falta de luz, más que la de calor, producían el decaimiento moral. En oposición a éstos, algunos científicos modernos afirman que el tiempo medio más favorable a la energía física e intelectual es el que va de 16º a 20ºC con 70% o 90% de humedad relativa y el de Lima oscila en 17º y 22º. El clima costeño, según Pedro Larrañaga, favorece en nuestros días, la vivienda y el taller baratos y ligeros, la suculencia de recursos alimenticios en que predominan las farináceas sobre las proteínas, permite el trabajo a la intemperie y ofrece reservas enormes de energía eléctrica proporcionada por los torrentes cisandinos.

Estas realidades geográficas básicas modelan las instituciones y las relaciones humanas. El yunga pescador y cazador obligado, se alimentó de carne y pescado crudo; se estacionó en los valles al borde de la fuente de agua única que recogió y distribuyó en canales para vivificar los sembríos de maíz y plantas alimenticias y construyó sus poblaciones agrícolas en las colinas o sitios encumbrados o cerros artificiales huyendo de la llanura o la tierra fértil por razones defensivas, económicas o mágicas. La huaca irguió su perfil en talud incorporándose a la visión del paisaje local.

La templanza del clima, la amenaza del temblor y la falta de madera y de piedra determinaron los materiales de construcción: paredes de adobes o torta de caña y barro y techos de troncos de árbol, paja, ramajes o totora. El vestido fue ligero y de algodón y los trabajadores los simplificaban en el trabajo que hacían semidesnudos. La benignidad del clima, la facilidad de recursos, el ahorro de energías, deciden, según Bennet, la placidez necesaria para la creación artística y el refinamiento de la técnica. El yunga descubrió sus calidades artísticas coloreando los muros con el ocre o granate de sus vasos y con los dibujos geométricos de sus tapicerías


Notas: Raúl Porras Barrenechea, (Pisco, Perú, 23 de marzo de 1897 - † Lima, 27 de septiembre de 1960) fue diplomático, historiador, catedrático, abogado, ensayista y senador. Datos de Wikipedia.

Fuente:
http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibVirtual/libros/linguistica/legado_quechua/la_raiz.htm

Imagen
josephramsey.blogspot.com

lunes, 10 de enero de 2011

María Elena Walsh - El Reino del Revés



El Reino del Revés

Letra María Elena Walsh

Me dijeron que en el reino del revés
nada el pájaro y vuela el pez
que los gatos no hacen miau y dicen yes
porque estudian mucho inglés.

[Estribillo]

Vamos a ver como es el reino del revés
vamos a ver como es el reino del revés

Me dijeron que en el reino del revés
nadie baila con los pies
que un ladrón es vigilante y otro es juez
y que uno y dos son tres.

[Estribillo]

Me dijeron que en el reino del revés
cabe un oso en una nuez
que usan barbas y bigotes los bebés
y que un año dura un mes.

[Estribillo]

Me dijeron que en el reino del revés
hay un perro pequinés
que se cae para arriba y una vez
no pudo bajar después.

[Estribillo]

Me dijeron que en el reino del revés
un señor llamado Andrés
tiene 1.530 chimpancés
que si miras no los ves.

[Estribillo]

Me dijeron que en el reino del revés
una araña y un ciempiés
van montados al palacio del marqués
en caballos de ajedrez.

[Estribillo]

El Reino del Revés Maria Elena Walsh

Nuestro tributo a una desafiadora de las limitaciones, compositora, escritora, amiga de los niños, autora, intérprete, nació un 1 de febrero de 1930 en Ramos Mejía, Provincia de Buenos Aires, hoy 10 de Enero de 2011 pasó a acompañarnos a todos los que seguimos teniendo un corazón de niños.

Reseña extraída de Página/12

La artista María Elena Walsh falleció "luego de una prolongada internación y como epílogo de padecimientos crónicos que la aquejaban", según indica el parte emitido desde la Dirección Médica del Sanatorio de la Trinidad.

Los restos de esta figura de la cultura argentina serán velados entre las 17 y las 24 en Lavalle 1547, sede de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic), y serán inhumados mañana desde las 11 en el Panteón que la entidad posee en el Cementerio de la Chacarita.

Nacida en Ramos Mejía en 1930, Walsh publicó su primer poema a los 15 años y su primer libro, "Otoño Imperdonable", con 17. Escribió más de 40 libros infantiles y compuso temas que fueron interpretados por algunos de los más populares cantantes iberoamericanos, como Mercedes Sosa o Joan Manuel Serrat.

En la década del '50 se exilió en París con su compatriota Leda Valladares, con quien formó el dúo "Leda y María" y grabó el disco "Le Chant du Monde" ("El canto del mundo"). Durante sus cuatro años en la capital francesa, comenzó a escribir poemas y cuentos para niños, un trabajo que la convirtió en una reconocida figura de las letras infantiles en América Latina.

Entre las décadas de 1960 y 1970 publicó el grueso de su producción infantil, como "El reino del revés" (1965), "Cuentopos de Gulubú" (1966) y "Versos tradicionales para cebollitas" (1967), "Pocopán" (1977), "Manuelita ¿Dónde vas?" (1997) y "Canciones para Mirar" (2000).

En 1985 fue nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y, en 1990, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba y Personalidad Ilustre de la Provincia de Buenos Aires. En 1991 fue galardonada con el Highly Commended del Premio Hans Christian Andersen de la IBBY (International Board on Books for Young People).

EL PERÍODO COLONIAL EN CUBA DE 1492 A 1898

Galeón español asaltado por piratas.

Por José Félix Zavala

Cuando Cristóbal Colón arribó a Cuba el 27 de octubre de 1492 y sus naves recorrieron durante cuarenta días la costa norte oriental de la Isla, pudo apreciar, junto a los encantos de la naturaleza exuberante, la presencia de pobladores pacíficos e ingenuos que le ofrecían algodón, hilado y pequeños pedazos de oro a cambio de baratijas.

Dos años después, al explorar la costa sur de Cuba durante su segundo viaje, el Almirante se percataría de la diversidad de esos pobladores indígenas, pues los aborígenes de la región oriental que lo acompañaban, no podían entenderse con los habitantes de la parte occidental.

Ciertamente, la población de la Isla se había iniciado cuatro milenios antes, con la llegada de diversas corrientes migratorias: las primeras probablemente procedentes del norte del continente a través de la Florida, y las posteriores, llegadas en sucesivas oleadas desde la boca del Orinoco a lo largo del arco de las Antillas.

Entre los aproximadamente 100 000 indígenas que poblaban la Isla al iniciarse la conquista española, existían grupos con distintos niveles de desarrollo sociocultural.

Los más antiguos y atrasados -ya casi extinguidos en el siglo XV- vivían de la pesca y la recolección y fabricaban sus instrumentos con las conchas de grandes moluscos. Otro grupo, sin despreciar la concha, poseía instrumentos de piedra pulida y, junto a las actividades recolectoras, practicaba la caza y la pesca.

Más avanzados, los procedentes de Sudamérica -pertenecientes al tronco aruaco- eran agricultores, y con su principal cultivo, la yuca, fabricaban el casabe, alimento que no sólo podía comerse en el momento, sino que también se podía conservar. Confeccionaban objetos y recipientes de cerámica y poseían un variado instrumental de concha y piedra pulida.

Sus casas de madera y guano de palma -los bohíos- agrupadas en pequeños poblados aborígenes, constituirían durante varios siglos un elemento fundamental del hábitat del campesinado cubano

La conquista de la Isla por España se inicia casi dos décadas después del primer viaje de Colón, como parte del proceso de ocupación que se irradiaba hacia diversas tierras del Caribe. A Diego Velázquez, uno de los más ricos colonos de La Española, se encargó sojuzgar el territorio cubano, que se inició en 1510 con una prolongada operación de reconocimiento y conquista, plagada de cruentos incidentes. Alertados acerca de las tropelías cometidas por los españoles en las islas vecinas, los aborígenes de la región oriental de Cuba resistieron la invasión hispana, dirigidos por Yahatuey o Hatuey, un cacique fugitivo de La Española, quien finalmente fue apresado y quemado vivo como escarmiento.

Con la fundación de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, en 1512, los españoles emprendieron el establecimiento de siete villas con el objetivo de controlar el territorio conquistado -Bayamo (1513), la Santísima Trinidad, Sancti Spíritus y San Cristóbal de La Habana (1514), Puerto Príncipe (1515)- hasta concluir con Santiago de Cuba (1515), designada sede del gobierno. Desde estos asentamientos, que en su mayoría cambiaron su primitiva ubicación, iniciaron los conquistadores la explotación de los recursos de la Isla.


La actividad económica se sustentó en el trabajo de los indígenas, entregados a los colonos por la Corona mediante el sistema de “encomiendas”, una especie de concesión personal, revocable y no transmisible, mediante el cual el colono se comprometía a vestir, alimentar y cristianizar al aborigen a cambio del derecho de hacerlo trabajar en su beneficio. El renglón económico dominante en estos primeros años de la colonia fue la minería, específicamente la extracción de oro, actividad en la cual se emplearon indios encomendados así como algunos esclavos negros que se integraron desde muy temprano al conglomerado étnico que siglos después constituiría el pueblo cubano.

El rápido agotamiento de los lavaderos de oro y la drástica reducción de la población -incluidos los españoles, alistados en gran número en las sucesivas expediciones para la conquista del continente- convirtieron a la ganadería en la principal fuente de riqueza de Cuba. A falta de oro, la carne salada y los cueros serían las mercancías casi exclusivas con que los escasos colonos de la Isla podrían incorporarse a los circuitos comerciales del naciente imperio español.

Concebido bajo rígidos principios mercantilistas, el comercio imperial se desarrollaría como un cerrado monopolio que manejaba la Casa de Contratación de Sevilla, lo que no tardó en despertar los celosos apetitos de otras naciones europeas.

Corsarios y filibusteros franceses, holandeses e ingleses asolaron el Caribe, capturaron navíos y saquearon ciudades y poblados. Cuba no escapó de esos asaltos: los nombres de Jacques de Sores, Francis Drake y Henry Morgan mantuvieron en pie de guerra por más de un siglo a los habitantes de la Isla. Las guerras y la piratería también trajeron sus ventajas.

Para resguardar el comercio, España decidió organizar grandes flotas que tendrían como punto de escala obligado el puerto de La Habana, estratégicamente situado al inicio de la corriente del Golfo.

La periódica afluencia de comerciantes y viajeros, así como los recursos destinados a financiar la construcción y defensa de las fortificaciones que, como el Castillo del Morro, guarnecían la bahía habanera, se convertirían en una importantísima fuente de ingresos para Cuba.

Los pobladores de las regiones alejadas, excluidos de tales beneficios, apelaron entonces a un lucrativo comercio de contrabando con los propios piratas y corsarios, que de este modo menos agresivo también burlaban el monopolio comercial sevillano. Empeñadas en sofocar tales intercambios, las autoridades coloniales terminaron por chocar con los vecinos, principalmente los de la villa de Bayamo, quienes con su sublevación de 1603, ofrecieron una temprana evidencia de la diversidad de intereses entre la “gente de la tierra” y el gobierno metropolitano. Uno de los incidentes provocados por el contrabando inspiró poco después el poema Espejo de Paciencia, documento primigenio de la historia literaria cubana.

A principios del siglo XVII, la Isla, que en ese momento contaba con unos 30.000 habitantes, fue dividida en dos gobiernos, uno en La Habana y otro en Santiago de Cuba, aunque la capital se estableció en aquella. Aunque lentamente, la actividad económica crecía y se diversificaba con el desarrollo del cultivo del tabaco y la producción de azúcar de caña. Paulatinamente se establecieron nuevos pueblos, por lo general alejados de las costas y crecieron las primitivas villas, donde comenzaba a manifestarse un estilo de vida más acomodado y a practicarse frecuentes diversiones, desde los juegos y bailes hasta las corridas de toros y los altares de cruz. De la actividad religiosa, que era con mucho la nota dominante de la vida social, quedarían importantes huellas arquitectónicas, entre las que vale como muestra el magnífico Convento de Santa Clara.

La subida al trono español de la dinastía Borbón a principios del siglo XVIII, trajo aparejada una modernización de las concepciones mercantilistas que presidían el comercio colonial. Lejos de debilitarse, el monopolio se diversificó y se dejó sentir de diverso modo en la vida económica de las colonias. En el caso cubano, ello condujo a la instauración del estanco del tabaco, destinado a monopolizar en beneficio de la Corona la elaboración y comercio de la aromática hoja, convertida ya en el más productivo renglón económico de la Isla. La medida fue resistida por comerciantes y cultivadores, lo que dio lugar a protestas y sublevaciones, la tercera de las cuales fue violentamente reprimida mediante la ejecución de once vegueros en Santiago de las Vegas, población próxima a la capital. Imposibilitados de vencer el monopolio, los más ricos habaneros decidieron participar de sus beneficios. Asociados con comerciantes peninsulares, lograron interesar al Rey y obtener su favor para constituir una Real Compañía de Comercio de La Habana (1740), la cual monopolizó por más de dos décadas la actividad mercantil de Cuba.

El siglo XVIII fue escenario de sucesivas guerras entre las principales potencias europeas, que en el ámbito americano persiguieron un definido interés mercantil. Todas ellas afectaron a Cuba de uno u otro modo, pero sin duda la más trascendente fue la de los Siete Años (1756-1763), en el curso de la cual La Habana fue tomada por un cuerpo expedicionario inglés. La ineficacia de las máximas autoridades españolas en la defensa de la ciudad contrastó con la disposición combativa de los criollos, expresada sobre todo en la figura de José Antonio Gómez, valeroso capitán de milicia de la cercana villa de Guanabacoa, muerto a consecuencia de los combates.

Durante los once meses que duró la ocupación inglesa -agosto de 1762 a julio de 1763-, La Habana fue teatro de una intensa actividad mercantil que pondría de manifiesto las posibilidades de la economía cubana, hasta ese momento aherrojada por el sistema colonial español.

Al restablecerse el dominio hispano sobre la parte occidental de la Isla, el Rey Carlos III y sus ministros “ilustrados” adoptaron una sucesión de medidas que favorecerían el progreso del país.

La primera de ellas fue el fortalecimiento de sus defensas, de lo cual sería máxima expresión la construcción de la imponente y costosísima fortaleza de San Carlos de La Cabaña en La Habana; a esta se sumarían numerosas construcciones civiles, como el Palacio de los Capitanes Generales (de gobierno) y religiosas, como la Catedral, devenidas símbolos del paisaje habanero.

El comercio exterior de la Isla se amplió, a la vez que se mejoraron las comunicaciones interiores y se fomentaron nuevos poblados como Pinar del Río y Jaruco. Otras medidas estuvieron encaminadas a renovar la gestión gubernativa, particularmente con la creación de la Intendencia y de la Administración de Rentas.

En este contexto se efectuó el primer censo de población (1774) que arrojó la existencia en Cuba de 171.620 habitantes.

Otra serie de acontecimientos internacionales contribuyeron a la prosperidad de la Isla. El primero de ellos, la guerra de independencia de las Trece Colonias inglesas de Norteamérica, durante la cual España -partícipe del conflicto- aprobó el comercio entre Cuba y los colonos sublevados. La importancia de este cercano mercado se pondría de manifiesto pocos años después, durante las guerras de la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico, en las cuales España se vio involucrada con grave perjuicio para sus comunicaciones coloniales.

En esas circunstancias se autorizó el comercio con los “neutrales” -Estados Unidos- y la economía de la Isla creció vertiginosamente, apoyada en la favorable coyuntura que para los precios del azúcar y el café creó la revolución de los esclavos en la vecina Haití. Los hacendados criollos se enriquecieron y su flamante poder se materializó en instituciones que, como la Sociedad Económica de Amigos del País y el Real Consulado, canalizaron su influencia en el gobierno colonial. Liderados por Francisco de Arango y Parreño, estos potentados criollos supieron sacar buen partido de la inestable situación política y, una vez restaurada la dinastía borbónica en 1814, obtuvieron importantes concesiones como la libertad del comercio, el desestanco del tabaco y la posibilidad de afianzar legalmente sus posesiones agrarias.

Pero tan notable progreso material se basaba en el horroroso incremento de la esclavitud. A partir de 1790, en sólo treinta años, fueron introducidos en Cuba más esclavos africanos que en el siglo y medio anterior. Con una población que en 1841 superaba ya el millón y medio de habitantes, la Isla albergaba una sociedad sumamente polarizada; entre una oligarquía de terratenientes criollos y grandes comerciantes españoles y la gran masa esclava, subsistían las disímiles capas medias, integradas por negros y mulatos libres y los blancos humildes del campo y las ciudades, estos últimos cada vez más remisos a realizar trabajos manuales considerados vejaminosos y propios de esclavos. La esclavitud constituyó una importante fuente de inestabilidad social, no sólo por las frecuentes manifestaciones de rebeldía de los esclavos -tanto individuales como en grupos- sino porque el repudio a dicha institución dio lugar a conspiraciones de propósitos abolicionistas.

Entre estas se encuentran la encabezada por el negro libre José Antonio Aponte, abortada en La Habana en 1812, y la conocida Conspiración de la Escalera (1844), que originó una cruenta represión. En esta última perdieron la vida numerosos esclavos, negros y mulatos libres, entre quienes figuraba el poeta Gabriel de la Concepción Valdés, (Plácido).

El desarrollo de la colonia acentuó las diferencias de intereses con la metrópoli. A las inequívocas manifestaciones de una nacionalidad cubana emergente, plasmadas en la literatura y otras expresiones culturales durante el último tercio del siglo XVIII, sucederían definidas tendencias políticas que proponían disímiles y encontradas soluciones a los problemas de la Isla.

El cauto reformismo promovido por Arango y los criollos acaudalados encontró continuidad en un liberalismo de corte igualmente reformista encarnado por José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y otros prestigiosos intelectuales vinculados al sector cubano de los grandes hacendados.

La rapaz y discriminatoria política colonial de España en Cuba tras la pérdida de sus posesiones en el Continente, habría de frustrar en reiteradas ocasiones las expectativas reformistas. Esto favoreció el desarrollo de otra corriente política que cifraba sus esperanzas de solución de los problemas cubanos en la anexión a Estados Unidos. En esta actitud convergía tanto un sector de los hacendados esclavistas que veía en la incorporación de Cuba a la Unión norteamericana una garantía para la supervivencia de la esclavitud -dado el apoyo que encontrarían en los estados sureños-, como individuos animados por las posibilidades que ofrecía la democracia estadounidense en comparación con el despotismo hispano. Los primeros, agrupados en el “Club de La Habana” favorecieron las gestiones de compra de la Isla por parte del gobierno de Washington, así como las posibilidades de una invasión “liberadora” encabezada por algún general norteamericano.

En esta última dirección encaminó sus esfuerzos Narciso López, general de origen venezolano que, tras haber servido largos años en el ejército español, se involucró en los trajines conspirativos anexionistas. López condujo a Cuba dos fracasadas expediciones, y en la última fue capturado y ejecutado por las autoridades coloniales en 1851.

Otra corriente separatista más radical aspiraba a conquistar la independencia de Cuba. De temprana aparición -en 1810 se descubre la primera conspiración independentista liderada por Román de la Luz-, este separatismo alcanza un momento de auge en los primeros años de la década de 1820. Bajo el influjo coincidente de la gesta emancipadora en el continente y el trienio constitucional en España, proliferaron en la Isla logias masónicas y sociedades secretas. Dos importantes conspiraciones fueron abortadas en esta etapa, la de los Soles y Rayos de Bolívar (1823), en la que participaba el poeta José María Heredia -cumbre del romanticismo literario cubano- y más adelante la de la Gran Legión del Águila Negra alentada desde México.

También por estos años, el independentismo encontraba su plena fundamentación ideológica en la obra del presbítero Félix Varela.

Profesor de filosofía en el Seminario de San Carlos en La Habana, Varela fue electo diputado a Cortes en 1821 y tuvo que huir de España cuando la invasión de los “cien mil hijos de San Luis” restauró el absolutismo. Radicado en Estados Unidos, comenzó a publicar allí el periódico El Habanero dedicado a la divulgación del ideario independentista.

Su esfuerzo, sin embargo, tardaría largos años en fructificar pues las circunstancias, tanto internas como externas, no resultaban favorables al independentismo cubano.

En los años posteriores, la situación económica cubana experimentó cambios significativos. La producción cafetalera se derrumbó abatida por la torpe política arancelaria española, la competencia del grano brasileño y la superior rentabilidad de la caña.

La propia producción azucarera se vio impelida a la modernización de sus manufacturas ante el empuje mercantil del azúcar de remolacha europeo. Cada vez más dependiente de un solo producto -el azúcar- y del mercado estadounidense, Cuba estaba urgida de profundas transformaciones socioeconómicas a las cuales la esclavitud y la expoliación colonial española interponían grandes obstáculos.

El fracaso de la Junta de Información convocada en 1867 por el gobierno metropolitano para revisar su política colonial en Cuba, supuso un golpe demoledor para las esperanzas reformistas frustradas en reiteradas ocasiones. Tales circunstancias favorecieron el independentismo latente entre los sectores más avanzados de la sociedad cubana, propiciando la articulación de un vasto movimiento conspirativo en las regiones centro orientales del país.

Fuente
El oficio de historiar
Imagen
brigadacuba.wordpress.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/11/yahatuey-o-hatuey.html

domingo, 9 de enero de 2011

LA BRUJA BABA YAGA Y LA HUÉRFANA







Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió, dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que, envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de ella.

Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra le dijo a la muchacha:

—Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo para que te cosa una camisa.

La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista, decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.

—Buenos días, tiíta.

—Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?

—Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e hilo, para que me cosa una camisa.

—Acuérdate bien —le dijo entonces la tía— de que un álamo blanco querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar; tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los ojos; dale un pedazo de jamón.

La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.

Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba Yaga sobre sus piernas huesosas, ocupada en tejer.

—Buenos días, tía.

—¿A qué vienes, sobrina?

—Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para coserme una camisa.

—Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.

Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a su criada y le dijo:

—Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a comer.

La pobre muchacha se quedó medio muerta de miedo, y cuando la bruja se marchó, dijo a la criada:

—No quemes mucha leña, querida; mejor es que eches agua al fuego y lleves el agua al baño con un colador.

Y diciéndole esto, le regaló un pañuelo.

Baba Yaga, impaciente, se acercó a la ventana donde trabajaba la chica y le preguntó a ésta:

—¿Estás tejiendo, sobrinita?

—Sí, tiíta, estoy trabajando.

La bruja se alejó de la cabaña, y la muchacha, aprovechando aquel momento, le dio al gato un pedazo de jamón y le preguntó cómo podría escaparse de allí. El gato le dijo:

—Sobre la mesa hay una toalla y un peine: cógelos y echa a correr lo más de prisa que puedas, porque la bruja Baba Yaga correrá tras de ti para cogerte; de cuando en cuando échate al suelo y arrima a él tu oreja; cuando oigas que está ya cerca, tira al suelo la toalla, que se transformará en un río muy ancho. Si la bruja se tira al agua y lo pasa a nado, tú habrás ganado delantera. Cuando oigas en el suelo que no está lejos de ti, tira el peine, que se transformará en un espeso bosque, a través del cual la bruja no podrá pasar.

La muchacha cogió la toalla y el peine y se puso a correr. Los perros quisieron despedazarla, pero les tiró un trozo de pan; las puertas de una cancela rechinaron y se cerraron de golpe, pero la muchacha untó los goznes con aceite, y las puertas se abrieron de par en par. Más allá, un álamo blanco quiso arañarle la cara; entonces ató las ramas con una cinta y pudo pasar.

El gato se sentó al telar y quiso tejer; pero no hacía más que enredar los hilos. La bruja, acercándose a la ventana, preguntó:

—¿Estás tejiendo, sobrinita? ¿Estás tejiendo, querida?

—Sí, tía, estoy tejiendo —respondió con voz ronca el gato.

Baba yaga entró en la cabaña, y viendo que la chica no estaba y que el gato la había engañado, se puso a pegarle, diciéndole:

—¡Ah viejo goloso! ¿Por qué has dejado escapar a mi sobrina? ¡Tu obligación era quitarle los ojos y arañarle la cara!

—Llevo mucho tiempo a tu servicio —dijo el gato— y todavía no me has dado ni siquiera un huesecito, y ella me ha dado un pedazo de jamón.

Baba Yaga se enfadó con los perros, con la cancela, con el álamo y con la criada y se puso a pegarles a todos.

Los perros le dijeron:

—Te hemos servido muchos años sin que tú nos hayas dado ni siquiera una corteza dura de pan quemado, y ella nos ha regalado con pan fresco.

La cancela dijo:

—Te he servido mucho tiempo sin que a pesar de mis chirridos me hayas engrasado con sebo, y ella me ha untado los goznes con aceite.

El álamo dijo:

—Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas regalado ni siquiera un hilo, y ella me ha engalanado con una cinta.

La criada exclamó:

—Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas dado ni siquiera un trapo, y ella me ha regalado un pañuelo.

Baba Yaga se apresuró a sentarse en el mortero; arreándole con el mazo y barriendo con la escoba sus huellas, salió en persecución de la muchacha. Ésta arrimó su oído al suelo para escuchar y oyó acercarse a la bruja. Entonces tiró al suelo la toalla, y al instante se formó un río muy ancho.

Baba Yaga llegó a la orilla, y viendo el obstáculo que se le interponía en su camino, rechinó los dientes de rabia, volvió a su cabaña, reunió a todos sus bueyes y los llevó al río: los animales bebieron toda el agua y la bruja continuó la persecución de la muchacha.

Ésta arrimó otra vez su oído al suelo y oyó que Baba Yaga estaba ya muy cerca: tiró al suelo el peine y se transformó en un bosque espesísimo y frondoso.

La bruja se puso a roer los troncos de los árboles para abrirse paso; pero a pesar de todos sus esfuerzos no lo consiguió, y tuvo que volverse furiosa a su cabaña.

Entretanto, el comerciante volvió a casa y preguntó a su mujer.

— ¿Dónde está mi hijita querida?

—Ha ido a ver a su tía —contestó la madrastra.

Al poco rato, con gran sorpresa de la madrastra, regresó la niña.

— ¿Dónde has estado? —le preguntó el padre.

— ¡Oh padre mío! Mi madre me ha mandado a casa de su hermana a pedirle una aguja con hilo para coserme una camisa, y resulta que la tía es la mismísima bruja Baba Yaga, que quiso comerme.

— ¿Cómo has podido escapar de ella, hijita?

Entonces la niña le contó todo lo sucedido.

Cuando el comerciante se enteró de la maldad de su mujer, la echó de su casa y se quedó con su hija.

Los dos vivieron en paz muchos años felices.

FIN

Alekandr Nikoalevich Afanasiev
Cuento folclórico ruso

Cancela = Reja pequeña que se pone en el umbral de algunas viviendas

Imagen
http://foro.ekiria.net