sábado, 13 de noviembre de 2010

EL ALGARROBO

Algarrobo Blanco
Prosopis alba
Tacko


Esto sucedió hace mucho tiempo, en la época en que los españoles comenzaron la conquista de estas tierras en América.

Un día, los indios comechingones, muy asustados, vieron que unos hombres de piel blanca, cargados de armas, avanzaban sobre ellos.

Venciendo su temor, los hombres del cacique comechingón Ipachi Naguan lucharon contra los hombres blancos.

La lucha fue larga, y el hambre y el cansancio fueron debilitando a los comechingones. Ipachi Naguan, entonces, decidió guiar a su pueblo hacia un bosque de algarrobos y allí pidió a los dioses que protegieran a sus mujeres y niños.

En un momento, todo pareció perdido, pero entonces sucedió lo inesperado.

Las ramas de los algarrobos comenzaron a sacudirse y desde las alturas cayó una lluvia de frutos que se abrieron y dejaron ver sus semillas.

Esas algarrobas fueron el mejor alimento para los indígenas, que comieron hasta hartarse.

Después se sintieron con más fuerzas, volvieron a la batalla y vencieron a los españoles.

El fruto de los algarrobos había salvado a los habitantes de esta tierra.


(Anónimo)

viernes, 12 de noviembre de 2010

MUTISIA


MUTISIA

Hace mucho tiempo, en la zona del volcán Lanín, existían dos tribus enemigas irreconciliables que guerreaban a menudo y se guardaban mucho rencor.

Un día, el joven hijo del Cacique de una de las tribus y la hija del Cacique de la otra se enamoraron locamente. Pero dado el intenso odio que existía entre las familias, no podían tratarse a menudo y verse abiertamente.

Una oscura noche, la machi (hechicera), vigilaba junto al rahue (altar) mientras se realizaba el Nguillatún. De repente rompió el silencio el graznido del pun triuque (chimango de la noche). La machi se estremeció, pues sabía que ese era un grito de mal presagio.

Miró a su alrededor y escuchó un ruido sospechoso. Observando atentamente, vio a la querida hija del cacique que escapaba sigilosamente con el hijo del cacique enemigo. En ese momento la machi se dio cuenta que ese era el peligroso suceso anunciado por el pájaro agorero.

La machi creía que esa acción merecía ser castigada, pero antes de comunicar al padre la fuga de su hija, consultó con el pillán o deidad de su devoción:

– ¿Debo o no dar parte de rapto al padre de la niña?

Sí contestó el Pillán.

La machi corrió al toldo del cacique y delató la fuga. Enseguida se escuchó por segunda vez el alarmante grito del pun triuque.

El padre, muy enojado, ordenó la persecución y captura de los enamorados que pronto fueron apresados, juzgados y condenados a muerte.

Ambos jóvenes fueron atados a un poste y con lanzas y machetes todos se arrebataron contra ellos dándoles la más cruel de las muertes.

A la mañana siguiente, los ejecutores de este bárbaro crimen, quedaron asombrados al ver que en el lugar del suplicio de los jóvenes enamorados, habían nacido unas flores de pétalos anaranjados nunca vistas.

¡Quiñilhue! – gritaron los primeros que la vieron, y con ese nombre, “quiñilhue” se conoce la flor que produce una enredadera que se abraza y trepa por los árboles, como se abrazan los jóvenes enamorados.

Avergonzados y arrepentidos, los mapuches empezaron a venerar esa flor llamada Mutisia por los blancos.

Las almas de los jóvenes amparados por la Futa Chao en el país del cielo, se amaron por siempre mientras esa delicada flor de pétalos rojos nos recuerda el martirio de los jóvenes dado por los hombres injustos.

Mutisia: Flor provincial de la Provincia de Neuquén. Hermosa enredadera de hojas siempre verdes con forma de lanza y grandes flores circulares.



Fuente: desdeunlugarmejor.com

Imagen: meemelink.com

jueves, 11 de noviembre de 2010

Manual Básico sobre la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas




11/11/2010 in Panoramas, Pueblos Originarios

El presente documento es un esfuerzo conjunto de la Fundación Tukui Shimi y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), junto con el apoyo de la Fundación IPESELKARTEA de Navarra-España, por socializar y comprender la dimensión de los derechos contenidos en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, aprobada por la Asamblea General de la ONU en septiembre del 2007.

Consideramos que la única forma que las naciones, nacionalidades y pueblos indígenas pueden defender sus derechos es conociéndolos en su integridad. Por ello creemos importante saber qué derechos reconoce la Declaración y qué significa cada uno de los grupos de derechos. Con este propósito, a continuación exponemos algunas reflexiones y explicaciones del contenido de la Declaración.

Conociendo que los derechos son indivisibles, y con el propósito exclusivo de facilitar la comprensión de cada uno de los artículos que contempla la Declaración, se ha procedido a dividir en grupos temáticos los derechos reconocidos en dicho documento internacional.

Quito 2010

Para descargar documento ir a:

http://opsur.wordpress.com/2010/11/11/manual-basico-sobre-la-declaracion-de-las-naciones-unidas-sobre-los-derechos-de-los-pueblos-indigenas/

EL CAMALOTE


Eichhornia crassipes, jacinto de agua común, camalote
Especie invasora de planta acuática, de la familia de las Pontederiaceae; endémica del Amazonas y de la cuenca del río Paraná.

También es usada como planta medicinal.



Ivopé, el hijo del cacique Curivai, y Atí, se casaban. Contaba ya el pretendiente con el consentimiento del padre de ella y debía cumplir, antes de realizar su propósito, la condición exigida por el cacique, siguiendo una costumbre de la raza: levantar su cabaña y tener su parcela de tierra para cultivar, a fin de poder subvenir a las necesidades de la nueva familia.

Por eso Ivopé se hallaba en plena tarea. Había cortado gruesas ramas destinadas al armazón de la vivienda y las había clavado en el suelo, en los cuatro vértices que corresponderían a un rectángulo.

Muchos troncos se amontonaban a su lado. Con ellos construiría las paredes de la cabaña, una de las cuales ya había comenzado a levantar, colocando los troncos uno al lado del otro, verticalmente. Luego los aseguraría con cañas transversales, atadas con fibras de güembé.

Una vez cumplida esta parte de la construcción, revestiría las paredes de barro, y para el techo debía hacer un armazón a dos aguas que sería recubierto con hojas de palma y paja.

Después debía pensar en el fogón, que instalaría cerca de la puerta.

Allí también pondría un mortero de madera para pisar el maíz.

Atí tejía una hamaca de algodón que colgarían en el interior de la cabaña.

Lechos formados por fuerte armazón de ramas, cubiertos con hojas de palmeras pensaba construir Ivopé una vez que terminara la vivienda.

Más de una luna le llevaría esta tarea; pero la realizaba con placer pues ésa sería su oga desde que se casara. Ese sería el hogar de su tembirecó y el de sus hijos.

La canoa, construida con el tronco de un yuchán cortado transversalmente y excavado luego, estaba en la playa, junto a las aguas del río.

A la distancia se veían varios hombres y mujeres trabajando en el campo. Unos labraban la tierra con palas de madera; otros recogían curapepé o mandi-ó.

Bajo un gran jacarandá florecido, cuyas flores de color añil, al caer, pintaban la hierba con manchas de cielo, una indiecita, sentada en el suelo, enhebraba las campanitas violadas en una delgada fibra de yuchán, y hacía collares con que adornaba su cuello y pulseras que envolvía en sus brazos.

A su lado, un indiecito de ocho años más o menos, manejaba el arco con la habilidad de un experto cazador, característica que distinguía a todos los niños de la tribu.

Bien es cierto que se trataba de un arco diferente al usado por los adultos, construido con madera más flexible y más elástica.

Era también más encorvado y de menor tamaño, unido de un extremo a otro por dos cuerdas paralelas, mantenidas a la distancia por dos palitos terminados en horquilla. Casi en el medio de las dos cuerdas, llevaba sujeta una pequeña red donde colocaban el bodoque.

Este bodoque consistía en una bola de arcilla del tamaño de una nuez, cocida al fuego. En una bolsa que tenía a su lado, había gran cantidad de esos proyectiles.

Tenían los niños guaraníes una destreza especial para utilizar esta arma. Tomaban el arco con la mano derecha, mientras con la izquierda colocaban cuatro o cinco bodoques en la red. Tendían el arco y lanzaban los proyectiles contra los pájaros que deseaban cazar y que caían en pleno vuelo, alcanzados por una lluvia de balas.

Pasó el tiempo. Ivopé y Atí tenían un niño de seis años al que llamaban Chululú.

Chululú gozaba de la predilección del cacique, su abuelo. Él le había enseñado a nadar, a manejar el arco, a dirigir una canoa, y era muy común verlos juntos en la costa, pescando con anzuelos de madera o con flechas.

Un día que la tribu se hallaba entregada a sus tareas diarias de labrar la tierra, recoger manduví, miel silvestre o judías, de hilar algodón o de tejer mantas de este material en telares rudimentarios, fueron sorprendidos por la llegada de Ñaró, que venía jadeante en busca del cacique.

Su excitación era mucha, pero el hábito de hablar con voz suave, rasgo preponderante de toda la raza y en general de los aborígenes, no le permitía gritar. Cuando estuvo al lado del jefe indígena, le informó:

-Estaba pescando en el extremo de tierra que entra en el río, cuando distinguí a lo lejos unas manchas oscuras que se acercaban. Al tenerlas un poco más cerca, he visto que son tres embarcaciones de hombres blancos...

-¿Cómo sabes que son embarcaciones de hombres blancos, si jamás han llegado hasta aquí?- preguntó el cacique dudando.

-Yo las conozco- respondió seguro Ñaró. -Yo estuve allá (señalando el sur) con los charrúas... Yo vi a los blancos apoderarse de la tierra de los charrúas...

Los que se habían acercado, al notar que sucedía algo insólito, se miraron entre sí.

Se reunieron de inmediato los principales jefes de familia y decidieron prepararse para atacar a los extranjeros que llegaban, como lo habían hecho con otras tribus, a sojuzgarlos y a apoderarse de sus tierras.

El cacique, como jefe, dio las órdenes. Los hombres dejaron sus útiles de labranza y corrieron en busca de las armas. Las mujeres y los niños se dirigieron al bosque donde estarían más seguros.

Pocos instantes después todo signo de movimiento había desaparecido del lugar. Se hubiera, dicho que era una aldea abandonada.

Cerca de la costa, detrás de los árboles y de los macizos de plantas que crecían exuberantes en esa zona tropical, se ocultaban los. guaraníes, bien armados, el oído alerta y la vista aguda en dirección al lugar donde uno e ellos, que hacía de vigía, daría el aviso del desembarco de los extranjeros.

El sol del mediodía caía a pique cuando anclaron las naves españolas. Un poco después descendían de ellas los marinos que las habían conducido.

Los indígenas miraban azorados, sin dejarse ver. Los extraños vestidos y el aspecto de los extranjeros los asombraron. El calzón corto, el jubón ajustado, la coraza y el casco refulgentes, las largas barbas, muchas de ellas de color claro, fueron motivos de inacabables y asombrosos descubrimientos.

Los españoles marchaban con cautela. Uno de ellos, al frente, observaba con atención, temiendo una desagradable sorpresa. Gente avezada y acostumbrada a estas lides, sabían a qué atenerse con respecto a los naturales. Nunca sobraban las precauciones y aunque el lugar se hallaba aparentemente deshabitado, los toldos, a lo lejos, hacían suponer lo contrario.

Cualquier ruido en la espesura, el que hacía un pájaro al levantar el vuelo, o una alimaña al arrastrarse por la hierba seca, eran motivos de prevención, temiendo, como temían, caer en una emboscada.

No era la primera vez que tenían que vérselas con los indígenas y conocían muy bien su manera de proceder.

Una flecha silbó en sus oídos. El ataque comenzaba.

Se pusieron en guardia. Prepararon sus arcabuces, tomaron puntería y dispararon sus armas parapetándose en las matas tupidas o en los troncos corpulentos que allí abundaban.

Los que habían quedado a bordo esperando este momento, se alistaron para prestar su ayuda, disponiendo los cañones a fin de hacerlos entrar en acción si la necesidad así lo requería.

Los aborígenes, aterrados ante las explosiones de las armas españolas que vomitaban fuego y proyectiles, abandonaron la lucha tratando de huir, convencidos de que, únicamente enviados de Añá, podían lanzar fuego en la forma que lo hacían los invasores.

A esto se habían agregado los cañones de las embarcaciones cuyo estampido logró aterrar a los naturales y cuyas balas, al dar muerte a varios indios, fueron razón más que eficaz para convencer a los indígenas de la superioridad extranjera, a la que no tenían más remedio que someterse.

Pronto terminó lucha tan desigual. Los expedicionarios, al mando del Capitán don Álvaro García de Zúñiga redujeron con facilidad a la población que, con el cacique, quedó a las órdenes de los jefes españoles.

La paz y la tranquilidad volvieron a reinar en la población levantada a orillas del Paraná.

Los blancos construyeron sus viviendas con troncos de árboles dotándolas en lo posible de algunas comodidades a que estaban acostumbrados.

De las embarcaciones bajaron muebles y utensilios traídos al efecto y en un tiempo relativamente corto, se instalaron en las nuevas viviendas.

Muchos de los tripulantes habían llegado con sus mujeres y sus hijos, pues la expedición traía, como principal objeto, colonizar estas tierras en nombre de los Reyes de España.

El Capitán García Zúñiga traía consigo a su única hija, María del Pilar.

La niña, que había perdido a su madre siendo muy pequeña, y que contaba entonces quince años, acompañaba en las expediciones a su padre, cuando las circunstancias lo permitían.

Rubia, de grandes ojos azules y de piel blanca como los pétalos de los jazmines, la niña ofrecía un vivo contraste con las jóvenes indias de piel cobriza, rasgados ojos negros y cabello lacio y renegrido.

Alegre, dulce, y sencilla, unía a su carácter afable una inclinación natural para hacer el bien a todo el que lo necesitare, sin tener en cuenta tiempo ni circunstancias.

Quería mucho a los niños y en la población indígena llegó a ser la inseparable compañera de los indiecitos, a los que enseñaba su lengua, les refería cuentos fantásticos valiéndose de gestos y de palabras sencillas, y los instruía sobre las más elementales costumbres higiénicas, haciendo para ellos vestidos apropiados y regalándoles objetos útiles que causaban la admiración de los pequeños.

Con frecuencia se la veía rodeada de su corte infantil dando paseos por el bosque, donde recogían frutos sabrosos de ñangapirí y de guaviyú que colocaban en cestos tejidos por ellos mismos con fibras de yuchán, o llenaban cántaros de barro con miel silvestre, que los mayores conseguían trepando a los árboles con agilidad y destreza.

Otras veces los paseos eran a la playa. Siendo los guaraníes un pueblo de eximios nadadores, desde pequeños se lanzaban al agua con la mayor naturalidad recorriendo largas distancias sin grandes esfuerzos.

No era raro ver a María del Pilar bajo la sombra de algún árbol corpulento, sentada en la hierba, acompañada por los pequeños indígenas que, ubicados en rueda, escuchaban su voz dulce y su palabra cada día más familiar. Repetían vocablos nuevos y aprendían a conocer a Dios y a los Santos.

Los indiecitos la adoraban y demostraban su cariño ofreciéndoles los más simples y originales presentes: una florecilla perfumada, un pajarito de vistoso plumaje, un caracol, un fruto sabroso y hasta un diminuto caí que le regalara Amangá, ya mayorcito, conseguido por él mismo en la selva, durante una excursión que hiciera con su padre.

Estás ofrendas espontáneas, que eran el orgullo de María del Pilar, enternecían a la jovencita, que las retribuía con una caricia acompañada con amables palabras de agradecimiento.

Conocía la niña, por haberlo necesitado muchas veces en su largo peregrinar con su padre, el uso de muchas medicinas, por lo que no era raro verla acudir al lado de los enfermos, a los que trataba de aliviar en sus dolores.

Su padre la admiraba sintiéndose orgulloso de tener una hija así, tan bondadosa y adornada con las mejores virtudes que le resultaba la más eficaz colaboradora en la empresa que tenía entre manos. Le recordaba a su esposa muerta, de quien María del Pilar había heredado tan bellas prendas.

Hacía más de un año que los españoles llegaran a la aldea indígena estableciéndose en ella.

El verano era sofocante. Los días hermosos, bajo un sol de fuego, eran especiales para estar v en el agua, y los niños no desperdiciaban oportunidad de hacerlo.

Entonces la playa se poblaba de gritos y de algazara. María del Pilar festejaba las travesuras de sus amiguitos y unía su alegría a la de ellos.

Ese día un sol abrasador calcinaba la tierra. Las aguas del río, transparentes y calmas, reflejaban el celeste maravilloso del cielo y la exuberante vegetación de las orillas, como un gran espejo puesto por la naturaleza para reproducir tanta belleza.

De vez en cuando, un pajarillo, al rozar con sus alas las aguas quietas, imprimía a esas aguas un movimiento que se traducía en ondas concéntricas cada vez de mayor tamaño que terminaban por perderse, devolviendo al río su estática quietud.

Nunca mejor oportunidad para darse un chapuzón y gozar de la frescura de las aguas que ese día sofocante.

Así lo pensó también un grupo de niños que llegó dispuesto a arrojarse al río.

No lejos de ese lugar, cobijada de los fuertes rayos del sol por el tupido follaje de un corpulento aguaribay, María del Pilar, que se entretenía cosiendo, los vio llegar.

Como que provenían de una raza de excelentes nadadores, los pequeños se movían en el agua como los mismos peces: zambullían, chapoteaban, hacían mil piruetas que provocaban la risa de la bella española, siempre dispuesta a festejar las ocurrencias de sus amiguitos.

Estaba entre ellos y era uno de los más audaces, Chululú, el nieto del cacique Curivai, que contaba siete años.

A pesar de su corta edad, Chululú ya había dado pruebas de ser un habilísimo nadador. Para él no había profundidades ni distancias. Por eso era él quien se alejaba más de la costa y el que mejor conocía los secretos del río.

Ese día, como siempre, con brazadas seguras y movimientos precisos de su cuerpo ágil, Chululú se separó de sus compañeros nadando hacia el centro del río.

La calma era total. El Paraná, tranquilo, se dejaba invadir por el grupo de niños proporcionándoles momentos de esparcimiento. De pronto el aire trajo el pedido angustioso de:

-¡Socorro! , ¡Por favor! ¡Me ahogo...! ¡Socorro...!

Era Chululú que se debatía en las aguas al tiempo que repetía sin cesar:
-¡Socorro...! ¡Me ahogo!

Los niños, incapaces de prestar ayuda, gritaron también. María del Pilar los oyó. Nadie más que ella se encontraba por los alrededores.

Nadie más que ella podía salvar al pequeño Chululú en peligro, y sin hesitar un segundo, se quitó la amplia falda, la bata y los botines que dificultarían sus movimientos y se lanzó al agua tratando de alcanzar cuanto antes el lugar donde se hallaba el pequeño nadador en apurado trance.

Ella también sabia nadar muy bien y no le seria difícil llegar. Pronto estuvo junto al niño. Trató de tomarlo por el cuello tal como su padre le había enseñado; pero no le fue posible. La ansiedad hizo presa de ella. Chululú perdía fuerzas y ya le resultaba casi imposible mantenerse a flote.

Desesperada, María del Pilar volvió a intentar acercarse al niño que parecía estar cada vez más lejos, y tomarlo pasando su brazo por debajo de su mentón, pero nuevamente comprendió que sus esfuerzos eran inútiles.

Los otros niños, mientras tanto, habían salido del agua. Algunos habían corrido hasta la aldea para avisar sobre lo que ocurría a Chululú. Los otros, miraban azorados desde la playa.

Varias mujeres aparecieron y una de ellas corrió avisar a los hombres que se hallaban en el bosque.

Entre ellos se encontraba el cacique que, enterado del peligro que corrían la valiente jovencita española y su nieto, corrió a la costa del río y se arrojó él también para salvar a los dos. Buen nadador como era, no le sería difícil llegar hasta ellos, aunque ahora se hallaban más alejados, como si la corriente los arrastrara hacia el centro del río.

María del Pilar y Chululú aparecían y desaparecían, por momentos a pesar de los esfuerzos que ambos hacían por mantenerse a flote.

Cuando la valiente española vio que el cacique, con brazadas seguras se acercaba, tomó confianza y con palabras cariñosas trató de infundirla al pequeño que se sentía morir. En ello estaba, cuando las aguas traicioneras, con movimiento envolvente, la atrajeron a su seno y la niña no volvió a reaparecer.

Cuando llegó el cacique al lugar donde su nieto se debatía desesperado, la niña había desaparecido por completo. Otros nadadores que se habían arrojado al agua, buscaron afanosos a María del Pilar; pero todo fue inútil. El río guardaba celoso la presa lograda después de una lucha tan tenaz.

La última visión que tuvieron de ella, fueron sus grandes ojos azules buscando desesperados el socorro que no terminaba de llegar. El cacique, que había conseguido rescatar a su nieto de las aguas traicioneras, lo tendió en la playa para que se recuperara. El pobre niño, con voz desfallecida, balbuceaba: ¡María del Pilar...! ¡María del Pilar...!

Pero su gran amiga, la amiga de todos los niños de la tribu, había desaparecido para siempre.

Una pena muy grande alcanzó a todos, poniendo en sus semblantes una expresión de infinita tristeza por la pérdida de la bondadosa y dulce María del Pilar. Tanto lamentaron los aborígenes su desaparición, tan intenso fue su dolor, que sin duda algún genio bondadoso se compadeció de ellos. Deseando que fuera eterna la presencia de la extranjera, que desde su llegada sólo había sembrado cariño y bondad, transformó su cuerpo muerto en una planta acuática que desde entonces se desliza por la superficie bruñida de las aguas del Paraná. Volvió a nacer, allí donde había perdido su vida humana, repartiéndose luego por los ríos y arroyos de nuestro país.

A esa planta que nosotros llamamos camalote, los guaraníes pusieron de nombre aguapé, y es un hermoso exponente de nuestra flora acuática.

Su mayor belleza reside en sus flores que surgen de entre el tupido follaje como racimos de estrellas celestes aliladas, como celestes eran los hermosos ojos buenos de María del Pilar.

Son esas flores las que simbolizan la singular belleza y la bondad sin límites de la niña española que con su dulzura infinita supo atraer a los aborígenes con mayor eficacia que la lograda con las espadas de los audaces conquistadores hispanos.

Vocabulario

IVOPÉ: Algarrobo
ATÍ: Gaviota
OGA: Casa
TEMBIRECÓ: Esposa
CURAPEPÉ: Zapallo
MANDI-Ó: Mandioca
YUCHÁN: Palo Borracho
MANDUVÍ: Pino
ÑARÓ: Bravo
CHULULÚ: Chorlito
ÑANGAPIRÍ: Nombre de un árbol
GUAVIYÚ: Nombre de un árbol
CA-Í: Monito
AMANGÁ: Hongo
AGUARIBAY: Molle
GÜEMBÉ: Planta parásita salvaje. La corteza de la raíz se usa para hacer cordeles.
AÑÁ: El demonio


Leyenda Guaraní

Material compilado y revisado por la educadora argentina Nidia Cobiella (NidiaCobiella@RedArgentina.com)
http://www.redargentina.com/leyendas/leyendadelcamalote.asp

Imagen: desdeunlugarmejor.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/04/el-camalote.html

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LAS SUCESIONES INCAS



Un análisis detallado de las referencias sobre las sucesiones inca confirma que en el ámbito andino no existió la primogenitura, tan generalizada en el Viejo Mundo, y por lo tanto tampoco se consideró la bastardía.

La tradición existente en los Andes señalaba para la sucesión el derecho del "más hábil" de los candidatos al poder. Naturalmente, la costumbre generaba intrigas, luchas y muerte al fallecimiento de cada soberano y ante la necesidad de efectuar un cambio de gobierno. Además, el Inca poseía numerosas mujeres y entre ellas se distinguía a la coya o reina con la cual se desposaba el día que recibía la borla, insignia del poder.

Las herencias se volvieron tan tempestuosas que se intentó tomar ciertas medidas para remediar el alboroto que se producía. Así surgió la elección que hacía el Inca de su sucesor, o sea de un co-regente que recibía la borla y una nueva esposa el día de su nombramiento.
Desgraciadamente, el candidato podía ser revocado si no demostraba poseer los requisitos necesarios para ser un gobernante. Es así como se sucedieron tres incas de singular Capacidad como lo fueron Pachacutec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac.

Sin embargo, Huayna Cápac a pesar de su avanzada edad no nombró co-regente. Su fallecimiento, causado por las epidemias que diezmaban a la población indígena, y la muerte del sucesor que él designara causaron desconcierto entre los sacerdotes encargados de la sucesión.

Ante este vacío, Huascar, sostenido por su madre Raura Ocllo, y Atahualpa, el favorito del ejército, se disputaron el poder para saber cuál de los dos triunfaría y se tornaría el "más hábil".

No faltan historiadores que ven en la lucha fratricida una decadencia o echan la culpa de la guerra a la enorme extensión territorial adquirida por el Estado. Sin embargo, esa situación de conflicto se dio a lo largo de todo el Incario, llegándose incluso a la supresión de soberanos elegidos como Tarco Huaman lo que trajo como consecuencia luchas intestinas e intrigas de serrallo como sucedió a la muerte de Túpac Yupanqui. De nada valió su matrimonio con una "hermana", otro modo de consolidar el derecho de un aspirante a la borla.

El caso de Amaru Yupanqui un nombramiento revocado

Después de largos años de gobierno, Pachacutec nombró como co-regente a su hijo llamado Amaru Yupanqui. Sin embargo, el príncipe no se mostró guerrero pues siendo de ánimo apacible prefería ocuparse de la agricultura y de cultivar sus propias tierras.

Cuenta un cronista: durante una larga sequía, los únicos campos verdes fueron los suyos debido a los canales hidráulicos que construyó y que llevaban el agua necesaria a sus chacras. Pero el Estado necesitaba de un príncipe guerrero y Pachacutec revocó el nombramiento de Amaru y designó a otro hijo suyo llamado Túpac Yupanqui que fue un gran conquistador.

Si bien el apacible Amaru quedó descartado del poder no dejó de ocupar un alto rango en el gobierno y conservó sus tierras y su palacio. Una de sus tareas fue la de visitar los santuarios y las huacas del Collasuyu en compañía de un hermano.

El co-regente Túpac Yupanqui al recibir la borla se casó con una "hermana", lo cual no quiere decir que lo fuera de padre y madre. Los gobernantes cusqueños trataron por ese medio de disminuir las luchas por el poder y buscaron el apoyo del derecho materno o la influencia de la madre en la elección de un candidato.


http://incas.perucultural.org.pe/hisasp7.htm

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/02/titu-cusi-yupanqui.html

martes, 9 de noviembre de 2010

ANACAONA



Por: Elizabeth Chung

El Sonido de la Esperanza Radio (www.sonidodelaesperanza.org)

Anacaona, india de raza cautiva
Anacaona, de la región primitiva
Anacaona, oí tu voz
Como lloró cuanto gimió
Anacaona oí la voz
De tu angustiado corazón
Tu libertad nunca llegó…

Así comienza la canción de Cheo Feliciano, en honor a Anacaona, legendaria heroína que se opuso a la esclavización y al maltrato de los indios por parte de los conquistadores españoles.
Reina indígena Taína de la isla La Española o Hispaniola, hoy día isla que comparte la República Dominicana con Haití.

Su nombre significa “Flor de Oro” en lengua Taína. Hermana menor de Behechío, cacique de la provincia de Jaragua (hoy día Haití) y esposa de Canoabo, quien gobernaba la región de Maguana (hoy día Cibao, Rep. Dominicana). Se desconoce su fecha de nacimiento; murió en la horca en 1504.

Mujer de gran belleza, inteligencia y gracia, fue considerada la poetisa más famosa entre los indios. Fue una compositora muy popular de areítos, poemas narrativos que celebraban las hazañas de los indios y sus antepasados, los cuales memorizaba y declamaba frente a los indígenas en las fiestas.

A la llegada de la expedición de Cristóbal Colón en diciembre de 1492, Anacaona se distinguió por su curiosidad y gran admiración a los españoles, porque encontraba en ellos notables avances y conocimientos. Pero los abusos que algunos de los españoles que quedaron en el Fuerte Navidad, primer emplazamiento europeo en el Nuevo Mundo, cometieron con las mujeres caribes, al igual que el maltrato y la esclavización de los indígenas con miras a la explotación de las minas de oro, hicieron que Anacaona dejara de admirarles y les viera como una amenaza a combatir.

Convenció entonces a su esposo Canoabo para que atacaran e incendiaran la villa. Al regreso de Colón el 28 de noviembre de 1493, encontró el fuerte destruido y sus 39 moradores asesinados.

La expedición de Colón emprendió la captura del cacique Canoabo y luego de su captura, se presume que Canoabo murió ahogado cuando los prisioneros del barco se sublevaron y lo hundieron en pleno mar.

Después de la captura de Canoabo, Anacaona se fue a la región de Jaragua. A la muerte de su hermano Behechío, Anacaona tomó el mando del Cacicazgo de Jaragua, la única que no había sucumbido al dominio español.

España por otra parte, embarcó a Nicolás De Obando con 2.500 hombres armados y listos para tomar el control de Jaragua. De Obando decide tomar acciones para “domesticar” a los indios y fraguó un plan para aniquilar a los líderes indios. De Obando organizó un banquete con el fin de celebrar su posesión como gobernador y para esto invitó a Anacaona y 80 jefes indios, a los que dio muerte.

Al momento de la masacre, Anacaona logró escapar con algunos indígenas. Descontento con su escape, De Obando inició una búsqueda hasta que la capturaron.

Su hospitalidad, nobles cualidades, gentil porte y su condición de mujer nada valieron, ya que a los tres meses de lo sucedido, Nicolás De Obando la condenó públicamente a la horca en 1504.

Fuente: http://deorienteaoccidente.wordpress.com/2008/09/02/anacaona/

Sitio web de la imagen: 27febrero.com

lunes, 8 de noviembre de 2010

KAÁSH PARA EL INVIERNO



Ya grande, Elal se reunió con toda su gente, para ordenar el mundo que habitaban. Esa vez se hizo el invierno que tenemos ahora.

Elal pensó que era mejor que los ocupantes de la Patagonia se pusieran de acuerdo con este asunto. La gente de entonces se reunió en una gran asamblea para ver qué tiempo iban a pedir. Se juntaron la Mara, el Zorro, los Pájaros, el Cisne, el Flamenco, el Chingue, la Tortuga, el Piche, el Chorlo, la Cucaracha, el Puma, el Gato Pajero, el Gato Montés, el Ñandú y el Tucotuco. Los caciques de todos ellos estaban discutiendo, mientras los paisanos escuchaban.

Como la cosa iba para largo, Elal, que era el patrón de todos, preguntó:

-¿Quién quiere invierno corto y quién quiere invierno largo?

Los murmullos corrieron entre los presentes y habló primero el Ñandú:

-Esto va a ser lo que tengo acá -comentó, y mostró a los reunidos las marcas de sus patas; eran doce-. ¡Doce lunas tendrá el invierno!

-¿No es mucho? -preguntó Elal-. La gente se va a escarchar; van a morir de hambre.

El silencio fue la única respuesta, por lo que Elal les habló a todos, diciendo:

-Escuchen con atención, y a conformarse con lo que piden. Los voy a dejar por un rato para que lo discutan porque no habrá cambios después.

Él no iba a andar a cada rato ajustando la duración del invierno; tenía otras cosas para hacer. Elal se fue y la discusión siguió.

Pujerr, la Mara, estaba ahí sentadita y callada. Como la gente no decía nada, intervino gritando:

-¡Es mucho! ¿Qué vamos a comer? ¡Nos vamos a morir de hambre!

-¡Doce lunas! -repitió el Ñandú.

-¡No, no, es muy largo -gritaba la Mara nerviosa-, es muy largo y no vamos a encontrar nada para comer!

Los demás estaban callados escuchando; sólo ellos dos decidían.

Uno pedía doce meses y el otro tres.

La tortuga se animó a hablarle al Ñandú y cuanto más le decía, más porfiaba, poniendo los ojos de loco y pataleando.

De repente, el Ñandú se enojó y le preguntó a la Mara:

-¿Para qué quiere tres lunas usted?

-Yo quiero tres porque con doce lunas sé que no voy a comer nada.

Los otros aguardaban, pensando que no podrían vivir con tantas lunas como estaba pidiendo el Ñandú. Por miedo a él, los animales ya se estaban resignando a un invierno larguísimo.

La Mara, al ver que los demás no decían nada y que el pajarraco no quería cambiar de idea, desesperada, salió corriendo hacia donde estaba Elal.

El Ñandú se largó a correr a la liebre, tratando de darle pisotones y picotazos. Cuando Elal la vio pasar, le preguntó:

-¿Cuántos meses de invierno quieren finalmente?

-Kaásh (3), tres lunas -gritó la Mara.

-Así será -dijo Elal.

El Ñandú, enfurecido, persiguió a la liebre por el campo. Como los dos corren rápido, se mantenían a buena distancia uno de otro.

Cuando la Mara estaba por entrar a su cueva, el Ñandú pegó un brinco y le pisó la cola. La Mara tiró y tiró hasta que la cola se le cortó, quedándole chiquita. Pero la Mara entró en su cueva con los tres meses ganados. Desde adentro se reía asustada.

-No importa mi cola -dijo-, basta con mi vida.

Gracias al valor de la Mara, hoy tenemos tres lunas de invierno y tres de verano.

LEYENDAS TEHUELCHES.

Fuentes: http://elal-patagonia.blogspot.com/2009/03/ciclo-heroico.html

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/02/elal-y-sus-inventos.html

domingo, 7 de noviembre de 2010

EL MUY MEXICANO CHOCOLATE

Árbol de Cacao
Theobroma cacao

Por José Félix Zavala

CHOCOLATE

México es considerado un centro de origen del cacao. El nombre del cacao puede traducirse como “manjar de los dioses” y es un grano cuyo cultivo requiere de un clima tropical.

En estado silvestre el cacao es un árbol de porte elevado, pero bajo cultivo alcanza una altura de 5 a 7 metros llegando a producir a escala comercial a los 4 o 5 años de edad. Su rendimiento máximo se obtiene entre los 10 y 15 años y con los cuidados necesarios puede dar rendimiento hasta los 50 años.

En la época prehispánica fue utilizado como moneda corriente, sorprendiendo a los españoles a su llegada al ver que, el grano del cacao, obtenido de un árbol domesticado y cultivado por las culturas maya y azteca, denominado “cacau” y “cacahuatl” era usado como moneda prehispánica.

Para poder ser utilizado de esta forma eran extraídos, lavados y depositados en una superficie de arcilla roja que, con el mucilago todavía adherido se mezclaba con este polvo rojo. Los granos secados al sol y endurecidos adquirirían después un enorme valor; ambas culturas realizaban con ellos transacciones comerciales por toda Mesoamérica.

En la época prehispánica, las grandes áreas cultivadas de cacao se localizaban en lo que hoy son los estados de Colima, Guerrero, Morelos Chiapas, Yucatán y Tabasco.

LEYENDA Y EPOCA COLONIAL

La magia de los productos de Oaxaca está asociado a las leyendas y de ahí que se atribuya a los dioses los favores de que gozan. Este fue el caso de Quetzalcóatl, a quien los dioses enviaron a la tierra para que ayudara a los hombres; y les regaló la planta del cacao. El arbolillo dio sus frutos e hizo tostar el fruto de las vainas, enseñó a molerlo y batirlo con agua para obtener el chocolate, pero sólo para disfrute de los sacerdotes y los nobles.

El chocolate, nombre con que ahora se le conoce a esta formidable bebida en el mundo entero fue adoptada por las cortes españolas y modificado en los propios monasterios hispanos donde elaboraron un chocolate dulce, perfumado y caliente. Muchos años después se propaga el resto del continente y los europeos en sus viajes difundieron el cultivo del cacao por todos los trópicos del mundo.

Fue el licor sagrado y lo tomaban agrio o amargo. Luego se mezcló con miel, y los españoles le agregaron azúcar, lujo en la colonia.

Esta es otra de las maravillas gastronómicas oaxaqueñas.

CARACTERÍSTICAS DEL CHOCOLATE

De acuerdo a su origen existen diversos tipos de cacao: los criollos, los forasteros amazónicos, el guayaquil, el calabacillo, el criollo clonal y el ceilán.

En México por su vigor y mayores rendimientos los más cultivados son: el criollo y el guayaquil, ambos generan granos de primerísima calidad con altos niveles de aroma y sabor por lo que se les denomina “cacaos aromáticos”.


http://eloficiodehistoriar.com.mx/2010/11/06/el-muy-mexicano-chocolate/