sábado, 2 de octubre de 2010

LA CHICHA O AZUA

Kero andino, vaso ritual y cúltico



La chicha o azua fue la bebida obligada de los antiguos peruanos.

Se bebía al final de las comidas. El beber constituía un acto ceremonial y era además una forma de establecer relaciones con el todo, se comía y bebía en medio de conversaciones, bromas y alegría.

La bebida se iniciaba con el pago a la tierra o tinka, que consistía en verter unas gotas al suelo, luego todos bebían de una sola vasija o anccosani, costumbre que aún perdura en muchos lugares, sobre todo en provincias. La chicha se utilizo profusamente en el antiguo Perú como alimento y con fines mágico-religiosos, para lo cual se le añadían algunos elementos.

Se prepara principalmente de jora o maíz germinado, pero también se utilizan diversos productos como la quinua, cañihua, chuño, ocas, rumu o yuca, apichu, molle, algarrobo, pijuayo, entre otros.

El proceso de una buena chicha empieza con la selección del grano que debe ser de primera calidad. Luego se procede a germinar los granos que se colocan sobre hojas de achira y cuando ya presentan los brotes, se ponen sobre hojas de lambrán que los endulzan, enseguida se ponen a secar.

La jora o wiñapo, se coloca en una olla de barro o hatun manca, con agua tibia para que remoje, luego se pasa a la azuana, donde debe hervir durante un día, mientras se mantiene agua hirviendo en una tercera manca, para reponer el líquido de la merma.

Al final del día se cuela con una bayeta de tejido ralo o wayna. Luego se exprime o chirwi. El líquido obtenido se pasa a una botija de boca grande llamada hinchu. Luego se traslada al urpu, o botija de boca angosta la que se tapa con el pucu. En este recipiente se dejará fermentar para que se convierta en chicha. Cuando haya completado su fermentación, se debe pasar por un tamiz fino suysuna o chumana. El bagazo se llama hanchi, y el concho o sedimento se llama borra.

Gloria Hinostroza
http://cocinatradicional.blogspot.com/2008_08_01_archive.html

“La comida, así como todo cuanto rodeaba al antiguo peruano, era sentida a modo de algo viviente. Entre ella y el hombre se siente una afectuosa relación casi de persona a persona”
Arturo Jiménez Borja

LA COCINA PERUANA PATRIMONIO CULTURAL DE LA NACIÓN

Foto: http://www.historiacultural.com/2010/05/ceramica-incaica.html

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/03/mama-sara.html

viernes, 1 de octubre de 2010

GOLEM

Golem (protector del barrio judio)
Praga, República Checa



En la época del reinado de Rodolfo II vivió en la ciudad Judía en la ciudad de Praga el rabino Jehuda Löw ben Bezalel, hombre muy instruido y de gran experiencia. Era de alta estatura y por ello lo llamaban "el gran Rabino". Podía interpretar perfectamente no sólo el talmud y la kabbala sino también las estrellas y la matemática. No pocos misterios de la naturaleza, a otros ocultos, a él estaban abiertos y podía hacer tantas cosas extrañas que la gente se asombraba de sus poderes mágicos.

Su fama se había expandido por todas partes llegando también hasta el castillo de San Wenceslao, hacia la corte del rey Rodolfo. Su astrónomo predilecto Tycho de Brahe estimaba al erudito Jehuda Löw y el propio monarca lo conoció mediante un hecho insólito.

Sucedió que una vez viajaba en su carruaje palaciego desde Hrancany hacia la Ciudad Vieja en compañía de sus cortesanos montados a caballo. Era precisamente por la época en que emitió un decreto por el cual todos los judíos debían alejarse de Praga. El rabino Löw se había acercado a la corte para suplicar por su pueblo pero no logró nada, ni siquiera pudo llegar hasta el rey. Y ahora lo esperaba justamente en el centro del puente de piedra pues había sido informado que por allí pasaría el rey.

Cuando la gente vio ingresar al puente el hermoso carruaje real arrastrado por cuatro caballos, con arneses lustrados y acompañado de amplia comitiva, empezaron a requerir al rabino que se quitara del camino. Pero Löw, como si no oyera, se mantuvo inmóvil justo en el camino del carruaje.

Y ya la muchedumbre le gritaba, lo insultaban, le lanzaban barro y piedras, pero sobre él, sobre su cabeza y su manto, caían flores.

Llegó el carruaje real, pero el rabino no se movió y los caballos no lo arrollaron sino que solos se detuvieron sin que los cocheros hayan accionado para eso.

Ahora sí el rabino se movió y portando rosas y otras clases de flores, con la cabeza descubierta, se acercó al carruaje dónde se arrodilló y suplicó al rey compasión para con su pueblo. El rey, asombrado con lo que había visto y sucedido, le ordenó que se presentara en el castillo. Lo cual era un elevado honor.

El segundo honor lo obtuvo en la residencia real, yéndole esta vez bien con su súplica.

Pero un prodigio más grande que estas muestras de su arte era el golem, sirviente de Jehuda Löw. El poderoso rabino personalmente lo construyó de tierra y le dio vida introduciéndole en la boca el "shem", papeleta con mágicos textos hebreos.

Golem hacía el trabajo de dos personas. Servía, llevaba el agua, partía leña, barría y ejecutaba todas las tareas pesadas. No comía, no bebía y no necesitaba descanso ni respiro. Pero cada vez que llegaba el sabbat, el viernes al anochecer, cuando debe cesar todo trabajo, el rabino le quitaba el "shem" de la boca. Instantáneamente el golem se envaraba, no se movía, quedaba parado como un muñeco en un rincón, tierra muerta, la que terminado el sabbat instantáneamente revivía apenas el rabino le introducía en la boca el mágico "shem".

Pero una vez, Löw ben Bezalel preparándose para ir a la vieja sinagoga para celebrar el sabbat, se olvidó del golem y no le extrajo el "shem" de la boca. Apenas el rabino ingresó a la sinagoga, aún antes que se iniciaran los salmos, llegaron corriendo personas de su propia casa y del vecindario, todos aterrorizados y balbuceando uno sobre el otro gritaban que el golem estaba enfurecido, que nadie se puede acercar, que mataría a cualquiera.

El rabino titubeó unos instantes, ya se iniciaba el sabbat, los salmos comenzaron. Cualquier trabajo, aún el más insignificante, el más mínimo esfuerzo era a partir de este momento pecado. Pero aún no se había terminado el rezo del salmo que consagra el día sábado, no había aún realmente comenzado el sabbat. Entonces se levantó y corrió a su casa. Aún no había llegado y ya escuchó profundos ruidos y retumbantes golpes. Cuando entró a la vivienda, sus acompañantes iban con miedo detrás, vio un horroroso desastre: vajilla destrozada, mesas, sillas, arcones volcadas y desarmadas, libros desparramados. Aquí ya había terminado con su labor destructiva. En estos momentos "trabajaba" en el patio, dónde ya habían caído las gallinas, pollos, el gato y el perro, todos matados, y ahora estaba arrancando de la tierra un tilo de áspera corteza. Estaba todo enrojecido y los rulos de cabello negro le volaban alrededor de la frente y mejillas mientras revolvía el árbol como si fuera el poste de una cerca.

El rabino se dirigió directamente a él con los brazos extendidos y mirándolo fijamente. El golem se sacudió, desorbitó los ojos cuando lo tocó el maestro y se inmovilizó como amurado por su poderosa mirada. El rabino le manoteó entre los dientes y de un solo movimiento le arrancó de la boca el mágico "shem".

El golem cayó sobre la tierra como si le hubieran cortado de un golpe los pies con un hacha y quedó tumbado, inanimado, como un muñeco de barro, sustancia muerta. Todos los judíos presentes, jóvenes y viejos, gritaron alegremente y llenos ahora de coraje se acercaron a caído golem riéndose y maldiciéndolo. Pero el rabino suspiró profundamente y sin decir una palabra volvió a la sinagoga dónde a la luz de las velas retomó el rezo del salmo y bendijo el sabbat.

El día sagrado ya ha pasado, pero el rabino Löw ya no volvió a introducir el "shem" mágico en la boca del golem. Ya no se levantó, siguió siendo un muñeco de barro y finalizó en la bohardilla de la vieja sinagoga, en dónde se deshizo en polvo.

Nota del traductor Pedro Brumovský: Traducción del libro homónimo del autor Alois Jirásek, autor novelístico del siglo 19 creador de, "Hermandad; Psohlavci; F.L.Vek; Filozofská historie; U nás; Husitský král"; y otras obra relevantes. Cada temática está desarrollada más ampliamente por el autor en su libro Antiguas leyendas Checas.


http://www.mzv.cz/buenosaires/es/informaciones_sobre_la_republica_checa/cultura/literatura_checa_en_espa_ol/antiguas_leyendas_checas/cech/index.html

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jueves, 30 de septiembre de 2010

EL ORIGEN DE LAS MONTAÑAS




La tormenta terminó. Las nubes grises se perdieron en el horizonte. Se detuvo frente al camino blanco y recordó a sus compañeros, una tormenta similar había caído sobre esas tierras en aquellos lejanos años.

La nieve se abultaba más de lo normal sobre la helada pradera y los adultos se congregaban alrededor de las fogatas para calentarse y charlar, los siete días de confinamiento resultaron aburridos y tediosos. No se hizo esperar la visita de cuatro infantes al hogar de Itigiaq, su compañero de juegos y al que habían calificado como el más astuto, dándole un gran sentido al significado de su nombre, Comadreja.

Los niños corrieron alejándose de su pequeña tribu rumbo a la entrada glaciar del norte, lugar prohibido para cualquier Inuit, pero el juego era romper las reglas y mostrar quién de ellos era el más valiente. La neblina aún cubría los alrededores y el grupo se detuvo frente a la entrada mientras contemplaban las gigantescas paredes de hielo con tonos azules que se levantaban a ambos lados. Un camino apenas visible se abría entre los bloques como la hendidura de un cuchillo hacia lo desconocido y lo peligroso, nadie se atrevía a avanzar más allá de ese punto. Los cinco niños avanzaron, retándose a sí mismos.

El camino angosto y estrecho se amplió mostrando una pequeña explanada poblada de altos pinos que susurraban al ritmo del viento y continuaba perdiéndose entre las paredes estrechándose nuevamente. Uno de los niños gritó con entusiasmo y el resto se reunió a su lado para observar lo que señalaba con sorpresa.

—¡Miren! El Siku es más delgado y permite ver algo en su interior —el niño señaló el bloque de hielo que formaba parte de la pared—, son plantas y el suelo es verde.

—Tienes razón —indicó Itigiaq—, es igual al tiempo de calor, cuando el sol es insoportable, pero no sé…., es extraño y me da mala espina.

Otro niño tomó una piedra y golpeó el hielo para atravesarlo, el resto imitó al primero y después de un breve momento delgadas y brillantes líneas recorrieron su superficie, varios chasquidos anunciaron que cedía ante la presión. Sin pensarlo, Itigiaq retrocedió un par de pasos hacia atrás, había escuchado incontables veces los relatos de su abuelo acerca de los cazadores de niños, y su instinto lo alejó del grupo. Los pedazos cayeron en sus pies, un aire cálido brotó de su interior y los niños sonrieron al percibirlo, pero antes de brincar, correr o esconderse, una criatura de menor tamaño, de piel y pelo blanco saltó por detrás de ellos y tomó a un niño tumbándolo sobre el suelo, arrastrándolo con facilidad hacia el interior del boquete. Los otros tres, terriblemente asustados intentaron correr pero otra criatura más salió de la nieve y alcanzó a otro niño. Itigiaq tomó su pequeño puñal de piedra tallada y se acercó al único niño que aún no había sido atrapado, los otros dos habían sido arrastrados con tal rapidez que desaparecieron sin gritar.

Tomó las manos de su amigo al mismo tiempo que otra criatura blanca sujetó los tobillos del menor, Itigiaq notó la fuerza sobrenatural de esa horrible y diminuta criatura; sus enormes ojos blancos lo miraban con furia y amenazaba al entrometido mostrando sus dientes largos y filosos. De inmediato atacó con su cuchillo y la criatura respondió con varios manotazos para herirlo con sus largas uñas blancas pero el cuchillo tocó la carne blanca y un liquido azul pintó el pelaje y la nieve.

El viento comenzó a soplar con fuerza empujando el resto de neblina, los rayos del sol golpearon el suelo blanco y varios guerreros Inuit observaron a Itigiaq arrastrando sobre la nieve a uno de sus compañeros.

Después de que el Anatkok de la tribu revisó su estado físico se refugió en el interior de su bóveda de hielo, y cubierto por un abrigo de oso bebió con calma un caldo de grasa de foca mientras su abuelo lo interrogaba.

—Al herirlo soltó a Mauja y lo arrastré fuera del camino glaciar. Eran muchos, salían de la nieve e intentaron alcanzarnos pero creo que nos alejamos de sus nidos, se detuvieron y se perdieron en la blancura del paisaje.

—Te he advertido de ese camino y no fue por asustarte, he escuchado historias de los Ishigaq y sabemos que habitan en ese pasaje.

—¿Ishigaq? ¿El que se esconde? Ahora recuerdo esa historia.

—Son pequeños de tamaño y se esconden en la nieve, aprovechan las nevadas para salir de cacería y su platillo favorito son los niños, rara vez atacan a un adulto —el anciano observó con ternura a su nieto—. Al menos has puesto atención a mis historias y eso te ha salvado el pellejo, recuerda que nosotros somos más sabios e inteligentes que cualquier otra criatura.

A pesar de las heridas profundas en ambos tobillos Mauja logró sobrevivir y pronto se recuperó.

En pocos días la tribu abandonó ese lugar para alcanzar al gran rebaño de caribúes que migraba hacia el sur y con ello se apagó la horrible tragedia.

Antes de partir, algo llamó la atención de Itigiaq en la entrada del camino glaciar, la silueta difuminada de un lobo se dibujó entre la neblina y esa imagen la mantuvo en su mente durante mucho tiempo.

Ahora, en edad adulta, se convirtió en el mejor cazador de su tribu, regresaba a su hogar con diez o doce cuerpos de caribúes, una decena de focas y una vez logró cazar a dos enormes osos, pero desde que escuchó el relato de un viejo Anatkok de una tribu vecina su corazón se desvió al camino glaciar del norte. El viejo le había relatado que un cazador Inuit que perseguía a una manada de diez caribúes cerca de ese lugar se encontró con Amaguq, el poderoso espíritu lobo, indicándole que cerca de ahí las manadas de diferentes animales se agrupaban ofreciendo un gran oasis para cualquier tribu, y así fue, poseía las mejores pieles y carnes de una amplia región hasta que el cazador decidió regresar por más pero jamás se le volvió a ver, no se supo nada de él, ni del lugar exacto de dónde obtenía tan buenas presas.

Al convertirse en el cazador principal Itigiaq decidió que era tiempo de establecerse cerca del camino glaciar del norte, creía que la imagen del lobo era una señal de Amaguq, así que la tribu obedeció y en poco tiempo se asentaron en las abandonadas casas de Siku temiendo por la vida de sus niños, pues recordaron el trágico evento con los Ishigaq.

Tomó dos largas lanzas, un carcaj de flechas con su arco y su antiguo cuchillo de piedra, se cubrió con su piel de oso y los hombres se reunieron a su alrededor

—¿Estás seguro de encontrar alguna señal de Amaguq en el camino glaciar? —Preguntó el más anciano—, es peligroso y no podemos esperarte por más de dos días, la manada de caribúes es pequeña y pronto partirá hacia el sur.

—No me esperen, en cuanto la manada avance ustedes la seguirán —sujetó con fuerza una de las lanzas—; yo los alcanzaré.

Los hombres despidieron al cazador con una inclinación de sus cabezas e Itigiaq entró en el camino estrecho. Mientras avanzaba su piel se erizó, ese lugar le provocaba escalofríos y más al recordar a esos horribles Ishigaq.

En poco tiempo llegó a la explanada y se detuvo al observar el preciso lugar del ataque, pero ahora no había bloques delgados sobre las paredes que mostraban en su interior un paisaje verde; nada, todo el lugar seguía intacto y el color blanco lo cubría por completo. De pronto observó un movimiento cerca del camino que continuaba por delante de él, entre los troncos gruesos de los pinos, tomó su arco y preparó una flecha, avanzó con cautela y observó a un hermoso y gallardo caribú, en todas sus cacerías jamás había visto a semejante animal.

El caribú corrió perdiéndose de su vista e Itigiaq lo siguió adentrándose en las tierras extrañas, las paredes de hielo se elevaban cada vez más y el pasaje se oscureció por la falta de luz pero el cazador no disminuyó su paso, continuó por mucho tiempo hasta que el camino se abrió terminando en un magnifico bosque.

Una capa densa de pinos se extendía por varios kilómetros, al final, sobre el horizonte, un gran lago de aguas claras se mezclaba con el azul del cielo, y entre ellos, una discreta extensión de hierba abrigaba a una manada de cientos de caribúes. Extasiado ante el paisaje caminó entre los pinos y helechos pero unos dulces cantos lo sorprendieron, duendes mucho más pequeños que los Ishigaq, de piel verde y prendas azules cantaban y jugaban sobre las hojas de las pequeñas plantas. Temeroso de cualquier extraña criatura preparó su lanza y su cuchillo pero ellos lo ignoraban como si siempre hubiera sido parte de ese bosque.

Oculto entre los troncos observó la manada que pastaba con tranquilidad en la amplia extensión verde, agudizó su oído y el canto se prolongaba en todo el bosque. A su lado, un par de duendecillos jugueteaba empujándose uno a otro.

—¡Bienvenido a nuestras tierras!

Brincó al escuchar esas palabras, giró detrás de él y no había nadie, enfocó su mirada a esos diminutos duendes y estos sonreían.

—¿Cómo es posible que sea el primer Inuit que visite este bosque? —preguntó en voz alta.

—No eres ni el primero ni el último. —mencionó uno de los duendecillos.

—Observa bien humano —contestó el otro—, todos tenemos alimento en abundancia, las ballenas, las focas, los caribúes, nosotros, ustedes y los Tuniq. —y sin más que decir continuaron jugueteando y cantando.

Deseaba preguntar por el último nombre que habían mencionado pero el movimiento brusco de la manada llamó su atención, los caribúes corrieron adentrándose entre el bosque y el canto se detuvo de golpe, el par de duendecillos se pusieron de pie y de un rápido movimiento se escondieron entre unas pequeñas rocas.

Caminó con cuidado y se agazapó entre la maleza, avanzó unos pasos y se acercó a una gran roca. Cientos de esqueletos humanos yacían a su lado, pedazos de huesos y cráneos permanecían a lo largo de la hierba, varios abrigos de piel de oso, flechas, lanzas y cuchillos cubrían parte de esos cadáveres. El suelo se cimbró bajo sus pies y preparó su arco para defenderse, el miedo se apoderó de su cuerpo y no se movió.

Un gigante salió de entre los pinos empujándolos hacia los lados como si no significaran nada para él, caminó sobre la hierba y se detuvo mientras levantaba su cabeza para aspirar el aire que acariciaba su rostro.

Una piel negra y lisa cubría su cintura hasta sus rodillas, probablemente pertenecía a una ballena, pensó el cazador; un vello delgado y oscuro brotaba de su piel protegiendo la parte superior de su cuerpo y dos grandes cuernos se levantaban sobre su cabeza; su quijada prominente mostraba dientes amarillos que no alcanzaban a esconderse entre sus labios.

Olfateó una vez más y observó la roca en donde Itigiaq permanecía escondido. Sin dudarlo, el cazador retrocedió y un olor putrefacto golpeó su espalda acompañado por un gruñido, otro gigante se encontraba a sus espaldas. Estiró su enorme brazo para sujetarlo pero el cazador levantó su lanza, el dolor lo obligó a retroceder y entonces el hombre corrió hacia la llanura para intentar alcanzar los gruesos pinos y ocultarse entre ellos.

El primer gigante que él había visto le bloqueó el camino y el segundo se detuvo a un lado, Itigiaq recordó las palabras de su abuelo, nosotros somos más sabios e inteligentes que cualquier otra criatura.

— ¿Qué es lo que quieren? —preguntó con temor en su voz.

—Tengo hambre, te comeré. —contestaron los dos gigantes al mismo tiempo.

— ¿Quiénes son?

—Soy un Tuniq y tengo hambre. —contestaron de nueva cuenta al mismo tiempo y entonces el cazador comprendió las palabras del duendecillo, él también era parte del alimento.

—Pero solo soy un cazador y mi carne no será suficiente para alimentar a dos Tuniq ¿Cuál de los dos me comerá?

Los dos gigantes permanecieron en silencio y se observaron con recelo entre ellos. De pronto, ambos se sujetaron con fuerza y se golpearon con sus enormes brazos, en cada golpe los pinos y el suelo temblaban ante su fuerza e Itigiaq intentó alcanzar los troncos pero le fue imposible, las vibraciones de la pelea evitaba que avanzara para protegerse.

Uno de los gigantes levantó al otro y lo arrojó hacia el suelo, fue tal el impacto que la tierra se desprendió y el cazador se tumbó sobre la hierba.

Ambos gigantes se arrojaban, golpeaban, mordían y se levantaban para continuar peleando, y en cada golpe la tierra con pinos, hierba y rocas se hundía unas veces y en otras se levantaba.

El sol se ocultó, la luna avanzó en el firmamento y el suelo no cesó de moverse. Antes de que el sol despuntara nuevamente, ambos gigantes ya extenuados de semejante batalla se golpearon con sus últimas fuerzas. Los dos permanecieron recostados sobre la hierba, incapaces de levantarse; Itigiaq aprovechó el momento y disparó una flecha en el corazón de un gigante acabando con su vida; tomó otra flecha y la clavó en el segundo Tuniq y ambos sucumbieron ante la inteligencia y sagacidad del cazador Inuit.

Cuando el sol iluminó el verde bosque Itigiaq observó los estragos de la contienda entre los gigantes, con cada golpe la tierra se estremeció y cambió de forma, ahora un valle surcaba al viejo bosque y suaves colinas conducían hacia el gran lago.

Volvió a escuchar los cantos de los duendecillos y la manada regresó al claro, señal de tranquilidad en ese hermoso lugar.

Tomó la vida de dos bellos caribúes como prueba de la visita a ese bosque y memorizó el paisaje para relatar su historia, aunque no deseaba que nadie más encontrara ese lugar por temor a que el cazador se convirtiera en la presa.

Contaría la historia de la formación de las montañas y de los valles gracias a la batalla de dos Tuniqs por un pedazo de carne, él.


Fuente
Enviado por Emilio Díaz a http://elblogdeatreyo.blogspot.com
Emilio Arturo Cabrera Díaz, es un apasionado por las culturas prehispánicas y leyendas de distintas geografías.
Actualmente se encuentra en las últimas revisiones de su primera obra: "La Leyenda Maya de K'uh" que será publicada bajo el sello de Editorial Atreyo.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

LA BELLA DURMIENTE, Pillco Huayta



Símbolo natural de Tingo María y que la leyenda la identifica como la princesa NUNASH, transmitida de generación en generación; la leyenda se refiere también a un joven llamado CUYNAC que atravesando la selva de los Huánucos, se enamoró de la princesa Nunash, los dos llegaron a amarse y Cuynac levantó un palacete en un lugar cercano a Pachas que le puso el nombre de Cuynash en honor de su amada.

Vivieron un tiempo feliz, rodeados de vasallos, pero su felicidad quedó truncada cuando fueron atacados por el padre de la princesa: Amaru, convertido en un monstruo en forma de culebra.

Cuynac se valió de su hechicería y convirtió en mariposa a Cuynash y él se transformó en piedra. Ella en su nuevo estado, voló hacia la selva y retornó con ayuda para combatir al monstruo Amaru.

Los enemigos fueron vencidos, Cuynac, entonces trató de recuperar su forma humana sin conseguirlo, pero ella si pudo retornar a su forma humana y buscó inútilmente a Cuynac.

Cansada se sentó cerca de la piedra en que Cuynac quedó convertido y ella se quedó dormida. Mientras dormía, escuchó en sus sueños la voz de su amado que decía:

"Amada no me busques, mi voluntad fue pedir a los dioses que me convirtiera en piedra y mi pedido fue complacido y ahora soy sólo una piedra, destinada a permanecer en este estado para toda la vida. Si tú en realidad me has querido y me sigues queriendo todavía; deseo que permanezcas a mi lado toda la vida sobre este cerro y que en las noches de luna aparezca ante la mirada de la gente como la mujer en actitud de estar durmiendo".

Nunash siempre en sueños, aceptó la propuesta de su amado y quedó convertida en piedra, lo que hoy es la figura de la "Bella Durmiente".

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/09/el-pillco-mozo.html

martes, 28 de septiembre de 2010

LOS AMANTES DEL NAHUEL HUAPI


Cuando cae la tarde sobre el lago Nahuel Huapi, llegan chillando los macàes. Abanican el agua con sus alas plateadas y se sumergen largos instantes. Flotan como barquitos en las ondas brillantes que los hamacan en su vaivén tornasolado y nadan en grupo hacia la orilla, donde esconden sus nidos.

Dicen los mapuches que si uno hace silencio y presta atención podrá ver siempre juntos a dos macáes, macho y hembra, que se rezagan para despedirse del lago antes de nadar con el resto de la bandada hacia su refugio nocturno.

Entonces puede identificarse a Maitèn y Shompalhuè, el espíritu del lago, que finalmente los haya salvado, y a recordar el tiempo en que se querían como hombre y mujer.

Maitèn y Collaán iban a casarse al comienzo del verano.

La novia, ayudada por el resto de las mujeres, había trabajado mucho: tejido apretadas mantas, conseguido del challafe los recipientes de barro que iban a hacerle falta y ayudado a preparar el muschay. Y quiso engarzar en secreto un collar de ostras para llevar el gran día de la fiesta.

En busca de los caracoles más raros, más bellos, más perfectos, Maitén salía a recorrer las playas alejadas. Durante largas tardes bordeaba la orilla del lago, internándose de a ratos en las laderas cuando los acantilados le salían al encuentro.

Después de cada rodeo, accedía por fin a otra playa. Y no era fácil distinguir las conchas entre las piedras que la forman; entonces Maitèn se agachaba y examinaba el terreno con sus ojos oscuros y sus dedos diestros, o se acercaba al borde del lago con la ilusión de encontrar allí alguna, embellecida por el agua.

Así la descubrieron dos pehuences. Y en cuanto la vieron, la quisieron para ellos.

Se acercaron, la saludaron con cortesía y luego de una larga conversación que impacto a la muchacha, trataron de convencerla de que aceptara casarse con uno de los dos.

Maitén, antes de volverse apurada a su ruca, les explico que estaba prometida, que le faltaba muy poco para ser una mujer casada.
Además les dijo-- esos asuntos debían tratarse entre los padres. Y no les contó cuanto quería a Coyán porque le dio vergüenza...

Pero los pehuenches no se conformaron, y para que alguien obligara a Maitén a quererlos consultaron con una machi.

La vieja les contesto que no se torcían así nomás las voluntades, que elegir era algo serio, que había que someter la decisión a un espíritu superior. Y explicó que era necesario recurrir a Shompalhué, que arremolinaba el Nahuel Huapi durante las tormentas o lo vuelve manso ahuyentado a Kûref.

Después los despacho diciendo que esperaran confiados, que el plan ya estaba en marcha.

Mientras tanto seguían los preparativos en la choza de Maitén, y ella se iba cada vez mas lejos para buscar las cuentas que le faltaban.

La machi preparo con cuidado sus hechizos y cuando todo estuvo listo salió en canoa para sorprender a Maitén.

La encontró sentada en una saliente, en el momento en que sacaba el collar de su bolsa para admirarlo al sol. Clavando el remo la saludó:

-buenas tardes, muchacha ¿cómo pasa sus últimos días la ullcha domo?

-buenas tardes contesto Maitén poniéndose el collar pero como sabia que voy a casarme.

-las viejas como yo sabemos muchas cosas dijo la machi -.

También se que desde hace días andas buscando conchas por la orilla. Traigo una muy hermosa que encontré hace años en un chakao que pocos conocen... completarían muy bien ese collar. Y rebuscando entre sus ropas saco una valva tornasolada.

- déjeme verla, por favor!!!!! Pidió Maitén. Y la machi se la tendió.

La concha ocupaba casi toda la palma de Maitèn, pero era más delgada y liviana que las que muchacha conocía. Al darla vuelta vio que en su parte cóncava tenia un extraño dibujo rosado y gris, con un centro verdoso que parecía un ojo.

Maitèn no podía dejar de mirarlo; la pupila brillante parecía dilatarse y contraerse, mientras su borde se desdibujaba en el tornasol.

La muchacha no se dio cuenta de que se adormecía, de que la machi la deslizo hacia la canoa y tendió en el fondo, de que salto a la orilla y empujo la embarcación alejándola de la costa, camino al reino de Shompalhué.

Así la distinguió Coyán un kilometro mas allá, cerca de su ruca, mientras pescaba percas.

El muchacho se lanzo al agua para interceptar la canoa sin remero y no pudo creer lo que veía: con las mejillas arrebatadas por el sol, la boca entreabierta y un collar de caracoles sobre el pecho, iba su novia dormida.

Sosteniéndose del borde de la canoa, Coyán comenzó a llamarla:

- Maitén, Maitén! decía, mientras se inclinaba sobre ella y sin querer le mojaba la cara, el cuello, el manto...

Pero Maitén dormía profundamente mientras el sol se iba ocultando detrás de las montañas, el agua se enfriaba y Kûref, convocado, empezaba a soplar.

Enseguida la corriente empezó a arrastrar hacia el flanco rocoso de la montaña la canoa a la que se aferraba Coyán con desesperación, maldiciendo la falta de un remo... entonces todo el lago pareció levantase y con extraña fuerza hizo ceder las rocas, partiendo en dos la montaña para abrirse paso, avanzando implacable por el nuevo cañadón e inaugurando un nuevo lecho.

Perdida la canoa, con el cuerpo rígido de frío, agotado por el esfuerzo y preso por el miedo, Coyán intentaba todavía mantenerse a flote sosteniendo fuera del agua la cabeza de Maitén. Pero el lago enloquecido disponía de sus cuerpos: los hacia hundiese y levantarse como si fueran ramitas y parecía a punto de estrellarlos contra las rocas.

En ese momento una gran ola los sumergió una vez más y enseguida, a la vez que se calmaba la tormenta, surgieron de ella dos Macáes que se alejaron por las aguas ya mansas, gráciles, plateadas y brillantes como la misma espuma.

Nota

Macáes: Son aves acuáticas cosmopolitas (se encuentran en todos los continentes) conocidas vulgarmente con el nombre de somormujos, macáes, zampullines o zambullidores.

lunes, 27 de septiembre de 2010

SALAMANCA EN BUENOS AIRES

La Plaza Victoria actual Plaza de Mayo
Buenos Aires 1880


Las salamancas son cuevas (y esto la gente de campo lo corrobora con sonrisas tenues y silencios prolongados) donde el pueblo cree que el diablo y otros seres demoníacos celebran aquelarres y asisten a las ceremonias de iniciación satánica de quienes penetran con el propósito de impetrar un don (suerte en el juego, riqueza, poder, amor), a cambio de su alma. Una de las más famosas fue la "Cueva de Salamanca', por lo que se decía en broma que la ciudad española de ese nombre era famosa por su universidad y su cueva.

La leyenda supersticiosa se extendió por América y las salamancas se poblaron de seres, igualmente infernales, pero particulares de las mitologías indígenas. El hecho fue tan general, que el nombre propio se hizo sustantivo común y el pueblo localiza hasta hoy numerosas salamancas, no sólo en sierras, montes o desiertos, sino en las mismas ciudades. Este es el caso curioso y poco conocido, de la que, según la superstición popular, existió en la Plaza de la Victoria (así llamada desde la época de las invasiones inglesas) de Buenos Aires, más precisamente en la esquina de las actuales calles Reconquista y Rivadavia, en el solar donde se levanta el edificio central del Banco de la Nación Argentina, o sea, al costado derecho de la Casa Rosada.

Construcciones inconclusas dejaron allí pozos y excavaciones que ya en el siglo XVIII, merecieron el nombre significativo de "Hueco de las ánimas". Fue refugio de pordioseros y vagos que, en tiempos de la revolución de 1.810, pasaban las horas de su morosa ociosidad contemplando el espectáculo abigarrado, ruidoso y pintoresco de la plaza, donde ocurrieron acciones de la reconquista y que serviría de marco insoslayable de los sucesos agitados de Mayo. Desde el "Hueco de las ánimas", sus ocasionales moradores contemplarían la flamante Recova (desde fines de 1.803, año en el que fue concluida), que atravesaba la plaza donde se concentraban los vendedores a modo de mercado, sin perjuicio de la presencia de numerosos ambulantes o sedantes en torno de las carretas que traían productos de la campiña circundante y aún del interior del país. El piso desparejo, los charcos y lodazales el olor de las materias descompuestas se conjugaba con las plagas de perros vagabundos, cuya matanza estaba a cargo de los presos, liberados temporariamente para ese fin macabro. Los flagelos se multiplicaban con el concurso de ratas y moscas, para el caso de las hormigas se contaba con la concienzuda intervención de los "hormigueros", negros profesionalmente especializados en su exterminio. El remedio se reforzaba mediante la piadosa protección de San Sabino y San Bonifacio, para librarse de las inextinguibles hormigas, y de San Simón y San Judas, para combatir los ratones. La algarabía de los marchantes subía de punto ante las interesadas grescas provocadas por los "bandoleros", dueños de las "handolas", especie de cajones con patas, transportables, donde exhibían baratijas, y con las cuales atraían a su clientela de sirvientas, esclavos negros y mulatos, y ocasionalmente a los “pajueranos" a quienes desplumaban.

La atalaya del "Hueco de las ánimas" se convertía de noche en oscura y tétrica cueva que por fácil inferencia, el pueblo consideró salamanca. De ella habla Juan Agustín García en "Memorias de un sacristán" siglo XVIII, y que subsistió hasta la época de Rosas pues allí se desarrolló un episodio de "Juan Cuello" la novela de Eduardo Gutiérrez.

Sobre esa presunta salamanca se comenzó la construcción del teatro Coliseo, entre los andamios del cual se apostó el cuerpo de Vizcaínos durante las invasiones inglesas; quedó siempre inconclusos de ese fracaso de su incendio lo reivindicó el primer teatro Colón, edificado en 1.857 por el ingeniero Carlos Pellegrini, padre del que fuera años después presidente de la Nación, empresa en la que contribuyó Hilario Ascasubi, el poeta gauchesco.

El selecto y elegante público que asistió a la representación de "Fausto", la ópera de Gounod, no sospecharía que la presencia en escena de Mefistófeles era como una transformación del Mandinga que en ese mismo sitio habría presidido infernales ceremonias en la salamanca porteña. Allí habrían acudido para pedir remedio para su mal, a trueque de su alma, como el Dr. Fausto germánico, auténticos gauchos criollos, antecesores de aquel Anastasio el Pollo, cuya descripción del "condenao", inmortalizó Estanislao del Campo.

Por Víctor Massuh
Foto de http://www.antoniocardiel.com/?m=200812
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/03/la-leyenda-de-la-cueva-de-la-salamanca.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/01/la-salamanca.html

domingo, 26 de septiembre de 2010

EL CERRO VOLCÁN



Foto: Eduardo Néstor Gracia
http://sites.google.com/site/numerosdeyletrads/home/revista-y-letrad-s-no5


En tiempos muy remotos, la gente que transitaba por estos lugares se guiaba en las noches por un cerro cónico que despedía llamaradas, como un volcán.

Todavía los idiomas no se habían mezclado. A un arroyo lo llamaban Chapadleufú, palabra compuesta por barro y agua que corre.

Un cerro era casu y para designar algo que sobresaliera, lo designaban hati. Casuhati significaba, entonces, cerro alto. El hombre era guayna, el sud tehuel.

Conocían una región desierta a la que llamaban Huecufú Mapu, país del mal.

Por ahí andaba Gualichu, un espíritu destructor enemigo de la gente.

Los guaynas la evitaban cuando iban o volvían del tehuel, porque en ella las tormentas de arena eran muy fuertes, los cegaban hasta extraviarlos y muchos murieron en el intento de atravesarla.

Según ellos había por el suelo piedras redondas, marcadas con un surco en el medio por el dedo pulgar de quien las había sembrado: Gualichu. El podía transformarse en cualquier fenómeno de la naturaleza, en planta o animal, según le viniera en gana. Y lo peor de todo: podía salir a enredar las cosas por el mundo. Por ejemplo, lograr que los de un lado y otro de su tierra pelearan sin motivo.

Si los guaynas salían a cazar y se alejaban demasiado, desviaban el camino por la costa para no cruzar por ese lugar tan temible.

Llegaban al cerro cónico y alimentaban el fuego de la cima con ramas de curru-mamül, un arbusto que entonces abundaba.

Algunos se quedaban durante días o semanas para mantener vivo al cerro y guiar a los demás cuando regresaran.

A ese punto de referencia lo llamaban Vuülcan, que significa sierras unidas por la base. Cuando las lenguas empezaron a confundirse, le quedó un nombre que se le parece y recuerda lo que era antes: Sierras del Volcán.

Mucho tiempo pasó y la cima del Vuülcán dejó de iluminar a la gente, que ya no recorre largos caminos por la costa para evitar el país maldito. Hacia el oeste hay una sierra, con un gran mordisco que entonces no tenía. Y en medio están los campos cultivados y la habitación de quienes apenas recuerdan esas épocas lejanas y el nombre que designaba a cada cosa.

Siguen contando, sin embargo, que todo cambió un atardecer. La sierra del poniente comenzaba a desdibujar su línea continua y en la cima del Volcán brillaba, atenta, la luz de los cazadores. Fuego y ceniza se esparcían en oleadas grises y amarillas por los campos del valle, en la espera solitaria de la noche. Aún no los cruzaba el arado ni detrás de él las semillas despertaban del letargo a la tierra. Los arbustos resecos tenían sed.

Una figura de piel frutal y ojos de asombrada inocencia se asomó a ese palacio de cobre violeta. La llamaban Ayelén, alegría.




Abrió en él su perfume delicado, un sendero de estrellas silenciosas que perseguían al sol. Era como el destello de color que brota en el extremo anhelante de la rama seca, o una caricia de seda sobre la piedra y el metal.

Con pasos frágiles, tendió la mirada curiosa hacia el horizonte.

Descubrió el límite, la región donde la noche próxima abría ya el paisaje del misterio.

El Volcán le teñía los cabellos con resplandores rojizos y el crepúsculo refrescaba su piel joven.

Fue entonces que de las entrañas de la tierra brotó un rugido, quebró el aire quieto de la tarde y lo pobló de un hálito sulfuroso y gris.

Venía de lejos: de un país desierto que extraviaba a la gente con ventiscas de arena para devorarla. Se había transformado en temblor que sacudía al valle. Había adquirido garras con las que despeñaba las piedras, alas con las que ahuyentaba al sol moribundo y un soplo de silencio con el cual confundía las palabras.

Era Gualichu, el demonio que había salido de su Huecufú-Mapu. Trepó a la cúspide iluminada, quedó suspendido como una palabra dicha a medias, ante la sorpresa de esa presencia erguida en mitad de su reino, hasta entonces incuestionado.

Rugió y golpeó una y otra vez: en su fragua fundía los lenguajes para confundir a la gente. Su imperio era invadido y no ahorraría maldades para reconquistarlo.

Ayelén se detuvo, en medio del valle. Miró hacia el Volcán, cada vez más luminoso a medida que el sol se ocultaba. Su voz alegraba el aire enrojecido del crepúsculo:

-¿Es el sonido de la tierra que ruge en la penumbra, o hay un espíritu que quiere hablarme?

Desde la cima chispeante, bajó la voz a responderle:

-Estos son mis dominios, desde siempre. Los astros giran según mis designios. Cada piedra ocupa el sitio que he determinado. Hasta el último arbusto implora su gota de lluvia por mi voluntad y puedo concederla o negársela sin explicaciones. ¿Cómo te atreves a invadir mi reino? ¿Acaso estás extraviada?

-¡No, no me he perdido! He llegado a este yermo a encontrarme con quienes regresan para transformarlo todo. Quiero recibirlos, como mi nombre, con alegría.

La voz se revolcó en fragores profundos, esparció su ira creciente y le lanzó su dentellada de incredulidad:

-¿Acaso existe un poder mayor que el mío? Mi fuerza tiene la impetuosidad de las olas, mi espacio es el de los astros y mi tiempo es aquel que no ha nacido y nunca morirá. ¿Cómo pretendes, mísero pétalo apenas sujeto a un tallo leve, perturbar mi eternidad?

-Sigo una ley tan poderosa que no hay temor capaz de detenerme- respondió, en un murmullo suave, Ayelén.

La voz bajó del Volcán, desplomó sus pasos de yunque y la rodeó con temblores de catástrofe. Se acercó transformado en puma hambriento, pronto a arrebatar la vida a esa hoja, tierna y breve como el instante que precede a la noche. Aspiró su perfume, que sin comprenderlo le pareció el de la tierra arada o el de los jazmines del jardín cuando anochece. Las garras casi rasgaron sus mejillas y el fuego de esos ojos, que ardían desde siempre en la tierra profunda, estuvo a punto de disgregarla en ceniza.

Pero se detuvo y voló como un pájaro oscuro que giraba a su alrededor, indeciso. Se le oyó musitar, entre vapores:

-¡Qué bella es! ¿Cómo puede un ser tan pequeño y solitario reunir la perfección del cristal, la suavidad de la flor, la frescura del ocaso, la calidez del mediodía? ¿Quién ha enviado esta copa de licores desconocidos, que me suspenden en el aire sin que pueda herirla? ¡A mí, que soy fuerza sin control, amo y señor de la luz y la oscuridad! ¿Cómo es que me contagia la alegría de esperar a los que vuelven de un largo viaje?

Ella lo vio remontarse hacia los últimos rayos del sol, hueco negro de bordes dorados, alas que presagiaban otro mundo abierto más allá, donde otra vez sería felino deslizándose entre las grietas y luego el camino ardiente de la lava y la prisión de roca, el temblor y la furia.

Creyó ver bajo esas alas un universo de seres y objetos que se postraban a sus pies. Palacios traslúcidos donde colgaban lámparas eternas de cuarcitas, arroyos de frescura que sembraban frondas rumorosas, vasos repletos de perfectas joyas creadas por la mano de un Artista sin maestros. Allá iba el oscuro pájaro, arrebatando rayos de pureza al sol moribundo para engalanarla con una luz dorada que enceguecía. Cada giro en el aire era un ademán creador de bellezas cautivantes; cada vuelta, una ofrenda a la vez grandiosa y humilde, sólo para ella rescatada del caos mineral y del silencio de la noche.

Ayelén escuchó muy adentro suyo esa voz de alegría, como si proviniera de la costa, donde el mar salpicaba de espuma las cavernas.

¿Eran los cazadores, de regreso?

Venían por la llanura lejana, hacia la antorcha del Volcán, destacada ahora en medio de la oscuridad. Le contaban que habían hallado extrañas artes de otros hombres: la semilla, esperanza de un sol que siempre vuelve; las letras, siembra para otro día que habría de nacer.

Los rostros se multiplicaban en una marcha sin descanso, hacia ella, hacia el lugar donde había encontrado el límite continuo de sierras.

Un joven gallardo y seguro los dirigía. Tal vez buscaba su Ayelén. Su bandera era un cielo de amanecer, más allá del Vuülcán. La agitaba sin descanso y la multitud lo seguía, rumoreando una canción que era de este mundo pero parecía adelantarse y transformarlo todo.

Las alas de la noche se detuvieron a esperarla, impacientes. La reclamaron a su reino tendiéndole su ofrenda. Por un momento ella se sintió atraída, pero enseguida vio las garras punzantes que la sostenían y se negó una y otra vez.

Entonces, el pájaro descendió al puma y el puma a la furia incontrolada de la piedra en movimiento. Era otra vez el caos, en medio de la noche. Rocas sobre rocas que se desplomaban, vientos de tierra arenosa que enloquecían, temblores que estallaban contra su cara como las olas del mar en una tempestad.

La cima cónica seguía guiando a los cazadores, que regresaban multiplicados aunque Ayelén no pudiera verlos.

La furia cruzó el valle y en el horizonte de sierras marcó una dentellada diabólica. Es desde entonces un hueco, una curva dejada en su paso hacia el volcán, marca indeleble del amor desahuciado y el fin de un reinado que se creía eterno.

Todavía fue un rugido inmenso mientras cruzaba el valle y se hundía en el cráter llameante del cerro, que se tapó sepultándolo con piedras.

Los cazadores no encontraron la antorcha que los guiaba. Sólo vieron el resplandor final del último día en que vivirían en paz. Gualichu había impregnado la tierra con vapores de rencor y mezclaba las lenguas para que los hombres no pudieran comprenderse.

Muchas cosas cambiaron de nombre. El Volcán no volvió a arder y hacia el oeste, el profundo Mordisco del Diablo identifica desde entonces un lugar que cambió para siempre.

Cuando la cosecha es abundante, un ser querido regresa al hogar o se celebra una fiesta, la gente expresa su alegría.

Es un regalo de la tierra, que recuerda a Ayelén.


Jorge Dágata en colaboración con Susana Taddeo
Fuente: http://rescatados.fullblog.com.ar/post/la-leyenda-del-cerro-volcan-jorge-dagata-en-cola/
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/08/cae-un-meteorito.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/08/una-vision-de-la-sociedad-del-mordisco.html