sábado, 10 de enero de 2009

LA CRUZ DE HUAGURUNCHO

Los antiguos habitantes de Pasco, afirman que a partir del siglo XVIII. Sobre la cúspide del imponente nevado de Huaguruncho, se podía distinguir una colosal cruz de oro macizo cuyos áureos destellos, se apreciaban nítidamente de todos los confines. Una cara de este imponente crucifijo recibía el saludo del sol naciente de las mañanas; la otra, los postreros destellos de los atardeceres.

Su extraordinario brillo y enigmática ubicación intrigaba a los hombres y mujeres que, admirados, contemplaban su magnificencia, sin poder desentrañar el misterio de su procedencia.

Andando el tiempo, entre colosales nubarrones, celajes misteriosos, truenos y tormentas, desapareció la cruz tragada por desmesurados aluviones y lluvias incontenibles.

Los campas, custodios del mes de Mayo de 1742, cuando la estación de las lluvias esta terminado y los pajonales enseñaban su verde más intenso, apareció navegando sobre las aguas de Perené, conducido por la cacique Simirinchi Bisabequi, un hombre joven de treinta años, luciendo una barba con algún bozo, fornidos miembros acerados, pelo cortado como los indios de Quito y color pálido amestizado; de estatura mas que mediana, vestido con una chusma encarnada color achiote y el recio continente de un monarca.

Los nativos que lo contemplaban por primera vez, se enteraron que era descendiente directo del último monarca del imperio y que su nombre era Juan Santos Atahualpa Apu Inca que había entrado en el Gran Pajonal para recuperar el destruido imperio de los incas, que había llegado para arrojar a los extraños, enemigos de PACHAKAMAITE y recuperar la corona que Pizarro había arrebatado a su padre; que Dios Omnipotente le enviaba a recuperar sus reinos y había entrado en la selva para comenzar su misión en ella; que le creyesen y obedeciesen por que de no hacerlo, haría caer los montes, desbordar ríos y arder los cielos, que a partir de aquel instante recompondría su reino para que se acaben los obrajes, ganaderías, haciendas y toda la esclavitud de sus hijos.

Dominador de las lenguas nativas, los hablo con un ardor nunca antes oído, con un amor que se traslucía en su continente emocionado y sus ojos vivos y brillantes. Tanta fue su entrega y el contenido de su mensaje que todos, imbuidos de una fe que ya casi la habían perdido, quedaron convencidos de su predicamento.

El viento que corría por la fronda aviso al río y a las aves y al trueno y a la lluvia; y así lo supieron los amueshas, los campas, los piros, los amages, los simirinchis, los shipibos, los conibos, los andes y todos los indios de nuestra selva que presurosos acudieron a ofrecerle obediencia y lealtad, dejando abandonados a sus pueblos.

Tal fue la conmoción que los indios del Gran Pajonal se unieron incondicionalmente a los de las márgenes del Perene, Metraro, Eneno, San Tadeo, Pichana, Najandaris y todos los naturales del Cerro de la Sal.

Nunca antes en la selva se había visto nada igual. Rivales encarnizados, guerreros adversarios, caciques sanguinarios; hablantes de diferentes idiomas y adoradores de dioses diversos, habían acudido al llamado del Apu Inka, enviado de Dios, para seguirlo y expulsar a los extranjeros que se habían apoderado del imperio.

Cuentan que cuando una tarde de junio de 1742, el conversor de San Tadeo, el padre Santiago Vásquez de Caicedo, entrevista a Santos Atahualpa, este le dice terminantemente que: “Ha venido a organizar su reino con la ayuda de sus hijos los indios y mestizos con terminante exclusión de los negros por que eran sirvientes incondicionales de los explotadores. Pone en aviso al Virrey para que no trate de impedir su movimiento por que él y su compañía, les torcerá el cuello como a unos pollos”.

Además añade – esto es muy interesante – que vea por dónde escapa porque “por mar viene su pariente inglés”.

Cuando el visitante insiste en la “pacificación” y le pide que abandone su intento de rebelión, Juan Santos afirma que: “tiene derecho a su reino. Es cristiano. Reza todos los días; lee la doctrina y predica a los indios. No tiene nada contra los sacerdotes ni ley de Cristo, pero en cambio quiere que negros y viracochas abandonen su tierra”.

En cumplimiento de su prédica y teniendo al Gran Pajonal como escenario de su campaña, instala su cuartel General y se pone en acción inmediata. Destruye veintisiete misiones franciscanas, haciendas y obrajes, apoderándose de las pertenencias de los españoles, apresando y castigando a los negros, llegando a matar a los más rebeldes. Arrasa con todo. Alentando por la victoria decide atacar la sierra para expulsar a los españoles.

Estaba bien enterado de los infamantes abusos que éstos contenían contra los indios. Es en esta ocasión que el gobierno español, poniendo todo su empeño, procede a tener un cerco desde Huánuco hasta Huanta con el fin de contener el movimiento. Se da categoría de frontera a toda la línea disponiendo que los gobernadores de Jauja y Tarma ataquen al rebelde.

En cumplimento de esta orden, los jefes, Troncos de Jauja y Milla del campo de Tarma, llegan con sus fuerzas hasta Quisopango en medio de la constante hostilización de los indios rebeldes, sin entrar en combate franco. Eludiendo fácilmente a estas inocuas columnas realistas, el rebelde inca avanza sobre Huanca bamba en defensa de cuya plaza salen nuevas y más pertrechadas tropas de Tarma. El avance rebelde es tan arrollador que los españoles se ven precisados a instalar un fuerte en la localidad selvática de Quimiri (La Merced) pero sin lograr contenerlos.

Los insurgentes muy fácilmente se apoderan de este vacilón dando cuenta de sus defensores.

El avance de Juan Santos Atahualpa Apu Inka es incontenible.

Así las cosas el compungido Rey de España decide poner a la cabeza del virreinato peruano a un militar de oficio. Sustituye a Juan Antonio de Mendoza y Camaño y Sotomayor por José Manso de Velasco, Conde de Superunda. Este organiza una expedición militar al mando del Marqués de Mena Hermosa, la misma que es batida en todas sus líneas por el inca insurgente.

La derrota, con la consiguiente pérdida de vidas y material de guerra es tan estrepitosa para los españoles que, desesperados, se baten en retirada. Están complemente aterrorizados. Como último y esperanzado recurso establecen dos poderosos fuentes de contención, uno en Oxapampa y otro en Chanchamayo. El invicto rebelde destruye con facilidad esos fuertes y luego vence a otra expedición al mando del marques de Mena Hermosa que huye cobardemente avergonzado.

Para el año octubre de 1743, la rebelión cuenta con el franco apoyo de muchos serranos que huyendo de las atrocidades de las minas se unen a los chuchos.

Por relatos de José Pulinche, capturado por las huestes del Gobernador de Tarma por Bartolomé López, capturado en Quimiri, los españoles se enteran que mas de 100 serranos, atraídos por la predica de incaico, se habían unido aun fuerte contingente de campas que estaban listos para atacarlos.

Transcurren algunos años y, en 1752, con el deseo de darles una lección de su poderío bélico y organizativo a los españoles, decide atacar la cierra. El sabe que ahí es donde las sangrienta operación de sus hermanos es más abominable y dantesca.

Después de arrasar con el pueblo de Andamarca, inexplicablemente se detiene, posiblemente a la espera de una mejor oportunidad que fatalmente no llego. A esto hay que añadir que las fueras españolas se habían organizado para presentar fiera resistencia contra cualquier ataque.

El camino a la cierra estaba abierto. La resistencia en la selva central había sido vencida después de 21 años ininterrumpidos de luchas continuas sin que jamás el inca rebelde fuera derrotado.

¿Qué ocurrió entonces?...¿Porque no termino de tomar la Sierra?.

No lo sabemos, pero tampoco podemos comprenderlo. La invasión a la cierra abría significado la libertad de numerosos esclavos indios; entre ellos los pobres mineros.

El caso es que Juan Santos había cumplido gran parte de su promesa.

Antiguos territorios tribales habían vuelto a manos de sus legítimos dueños, libres de españoles y negros.

En ese momento el virreinato se estremeció. Vieron de lo que eran capaces los indios. El movimiento mesiánico y reivindicatorio de Juan Santos Atahualpa había encontrado eco en todos los habitantes de la Selva y de la Sierra.

Al hacerse realidad esta añorada recuperación en reconocimiento por la bendición recibida del cielo para el triunfo final en la selva, el imbatible caudillo guerrero, utilizando todo el oro recogido de las minas y los ríos de la selva, hace fundir una solida cruz bruñida de oro macizo de titánicas proporciones, que mediante un magistral y agotador trabajo de ingeniería rudimentaria, es fijada en la cúspide del Huaguruncho, construyendo un túnel vertical que comunica perpendicularmente a base con la cima del monte. Este trabajo, había demorado tres largos y fatigosos años a los empeñosos indios de la selva. Venia a significar a confirmación en la fe a Cristo del caudillo Juan Santos Atahualpa.

Los campas aseguran que, en aprobación de este magnifico gesto cristiano, Juan Santos Atahualpa fue ungido con una especial bendición de Dios, ya que al morir-cumplida su valiente misión en la selva-entre nuves y vapores brillantes, se elevo hacia los cielos en medio de cánticos hermosos extraños con la promesa que volverían.

Por esta razón, reverentes, en Metraro le han elegido una capilla de 18 m de largo por 8 de ancho sostenido por8 columnas de madera en esqueleto; los techos de humiro, que en forma cruzada cubren el ámbito; en medio, el túmulo donde descanso el cuerpo de Juan Santos Atahualpa apoco de morir, hecho de 5 tablas labradas de jaracanda de 8 a 10 centímetros de espesor de una altura de 1metro y 20centimetros situado en medio del templo, mirando hacia oriente.

Mucho mas tarde cuando utilizando la invasión sangrienta y cruel los españoles y los negros, volvieron a recuperar las posiciones de la selva, en medio de lluvias torrenciales, truenos y relámpagos, la cruz de Huaguruncho desapareció tragada por las nieves eternas.

Los campas dicen que el símbolo volverá a refulgir cuando retorne Juan Santos Atahualpa y esta ves si serán dueños definitivos de sus tierra selváticas.

Exploraciones e Investigaciones:
LIC. LUIS PAJUELO CHÁVEZ
ONGD PRO PERU
pajueloluis@hotmail.com
Cel. Movistar 63 9654960
www.ninagaga.com
www.huaguruncho.com

viernes, 9 de enero de 2009

LA LLORONA


¡Ella es!, gritaban las ancianas santiguándose y escondiendo a los patojos, también hacían cruces de ceniza en el suelo.

El grito se escuchaba más cerca y más cerca, luego más lejos, como buscando la Pedrera. El grito terrorífico era complementado por el silbar del viento y el aullar de los perros.

-Lo muy menos, alguna desgracia va a pasar, porque la Llorona está fregando nuevamente, decía otra anciana que temblaba de miedo sosteniendo en la mano a un Cristo.

Al día siguiente, en todo el Callejón del Judío no se hablaba de otra cosa. El único que no creía en lo que la gente comentaba era el zapatero remendón del barrio, que decía que el grito era el de un pájaro nocturno.

Las noticias del aparecimiento de la Llorona por las cercanías del Cerrito del Carmen que gritaba desesperadamente por su hijo Juan de la Cruz, inundaron toda la ciudad hasta el extremo que unos desocuparon sus cuartos para irse a vivir a otro lugar.

Cayó el manto negro de la noche y el solitario Callejón del Judío, se escuchaba sólo el silbato del policía que velaba por el orden.

El zapatero incrédulo y un amigo del Barrio de la Recolección, jugaban naipes y hacían bromas, pero llegaron a tal grado que su amigo le apostó que no se atrevía a pasar por el Cerrito del Carmen después de las 12 de la noche y menos por el Potrero de la Corona. El zapatero aceptó la apuesta, se colocó el saco y la corbata y tomó el sombrero disponiéndose a salir.

Don Pancho el zapatero, caminaba por el Callejón del Judío hasta que llegó finalmente a una esquina. Encendió un cigarrillo haciendo tiempo a que apareciera uno de sus amigos y así jugarle una broma. Aunque un poco viejo, era un cantineador empedernido y no dejaba nada cuando de faldas se trataba, entonces vio salir de la casa de Doña Chabela a una linda mujer y hasta se había despedido con un adiós romántico y picaresco.

El zapatero remendón no perdió la oportunidad de cortejarla y de invitarla a dar un paseo a lo que la muchacha respondía con una risita que le dio más confianza a Don Pancho.

No perdió la oportunidad de tomarla del brazo y la risita de la mujer seguía al corriente de que Don Pancho hablaba como perico. "Imagínese que esta noche apostamos con un muchacho a subir hasta la cima del Cerrito del Carmen y con mi valor, hacerle entender que la Llorona no existe, cómo quisiera que nos viera juntos para demostrarle que ni usted como mujer tiene miedo de andar sola a estas horas de la noche". Continuaron su camino en las anchas gradas del Cerrito del Carmen en el final de la 12 Avenida.

Había pasado media hora ya y el amigo estaba con más miedo que valor, fumando nerviosamente frente a la bóveda de la Iglesia del Cerrito del Carmen y Don Pancho no se asomaba por ningún lado.

Luego se escuchó algo abajo y los gritos de los ronderos que corrían de un lado para otro y a cuatro que en una camilla cargaban a un hombre inconsciente. Tuvo un mal presentimiento de que a Don Pancho le había sucedido algo y bajó corriendo. Efectivamente era a Don Pancho a quien llevaban medio muerto y con la cara desfigurada en una camilla rumbo al Hospital San Juan de Dios.

Cuando pasaron por la Iglesia de la Merced, el pobre hombre pidió la presencia de un Sacerdote porque presentía que la muerte se lo llevaba sin retorno. Entre el grupo de gente reconoció a su amigo y con voz entrecortada le dijo:

- "Cuánta razón tenías, no hay que creer ni dejar de creer."

Fue lo único que dijo y hubo que llamar al juez de turno para que levantara el cadáver.

jueves, 8 de enero de 2009

TEATRO 25 DE MAYO





En 1906 se comenzó a demoler un solar que fue Cuartel de Gobierno del Brigadier Don Juan Felipe Ibarra, luego Colegio Nacional y Biblioteca Pública.

Rumores populares afirman que se encontraron túneles y cámaras de torturas, lo que posibilitó la creación de cuentos y leyendas.

La arqueología urbana deberá confirmar o negar estas sospechas.


Lo cierto es que en ese solar en el año 1909 se inició la construcción del Teatro 25 de Mayo siendo Gobernador. Don Dámaso Palacios.


Si bien se inauguró con fiestas de gala con motivo de conmemoración del Centenario del Primer gobierno patrio, el 25 de Mayo de 1910, los trabajos culminaron en 1917 efectuados por la Dirección de Obras Públicas de la Provincia.


El proyecto lo realizó el Ing. Buzzone siendo construido hasta 1910 por la empresa dirigida a cargo del Ing. Quatrini, ambos de Capital Federal.


Originalmente la Sala contaba con escenario y proscenio, 4000 plateas, 14 palcos bajos, 28 palcos altos; 120 tertulias y 50 asientos en cazuela. A demás de oficinas administrativas, poseía 12 camarines, salas de ensayo individual y grupal; salón de espejos, buffet, zapatería, taller de escenografía, depósitos, talleres de costura, lugar de montajes exteriores....


El telón y cortinados eran de terciopelo, butacas tapizadas en cuero, sillas y sillones en gobelino tramado en seda con estructura de madera satinada en color blanco y dorado. Los espejos, tanto de camarines como de las distintas salas, eran de cristal veneciano.


Bajo el piso de platea había un mecanismo que permitía nivelar el mismo a la altura del escenario.


Desde 1940, por sucesivas reformas y remodelaciones fue perdiendo majestuosidad. Hoy apenas el 20% de su superficie está destinada al Teatro, el resto lo ocupa la Honorable Legislatura, Museo de Ciencias Antropológicas y Naturales y otros organismos ajenos a la actividad.


Está ubicado en Avellaneda esq. 25 de Mayo a 2 cuadras de Plaza Libertad.


Su estilo arquitectónico es Neoclásico. Diseño para manifestaciones artísticas.

Fuente: Luis Alén Lascano y otros “Santiago del Estero, un recorrido por la ciudad histórica”

miércoles, 7 de enero de 2009

EL GAUCHITO GIL


Santuario al Gauchito Gil al costado de la ruta. Las tacuaras con banderas coloradas son indicadores de los lugares de culto ubicados a la vera de rutas y caminos.




Antonio Mamerto Gil Núñez, correntino mercedeño, vivió al margen de la ley, obligado por las circunstancias, según los sostenedores de la leyenda.

También se le adjudica la conducta de robar a los poderosos para ayudar los pobres.

Se estima que por su fuerte y decidido amor a la libertad, que no obedecía obsecuentemente a los "señores" de su época, ganó la simpatía de muchos anónimos y resignados correntinos, que vieron en él, su reivindicación.

Siempre contó con la protección de sus paisanos, que no sólo lo escondían de la policía, sino que disimuladamente dejaban un caballo de refresco, ensillado "por si lo precisa Gil".

Cada 8 de enero, en el Paí Ubre, una encrucijada de caminos cercana a la ciudad de Mercedes, Corrientes, se dan cita miles de devotos creyentes en los favores y mercedes de este santo pagano. Además es costumbre por todos los camioneros o conductores que pasen frente a su santuario, tocar bocina para saludarlo, o detener la marcha un momento para elevarle oraciones. Llevan como souvenir cintas rojas que luego colgarán dentro de la cabina de manejo, estampas, o eligen entre una enorme variedad de objetos preparados en el mercado paralelo al de la fe que allí florece.

El 8 de enero, aniversario de su muerte, los administradores del culto (particulares) llevan la cruz del santuario hasta la iglesia de Mercedes. Una vez bendecida, es traída en procesión hasta el lugar del rito, donde comienza el incesante desfile de creyentes que depositan ofrendas de todo tipo, y se dejan llevar por el clima de fiesta, cantando y bailando al compás de alegres chamamé que interpretan conjuntos profesionales y aficionados.

Una leyenda justifica tanto fervor, y ésta está preñada de elementos católicos, cuya iglesia, a pesar de negarlo como culto oficial, ve con buenos ojos y además contribuye a la expansión del mito.

Dicen que por razones políticas, Antonio Gil debió huir a los campos, acosado por poderosos estancieros que quisieron embarcarlo como combatiente en las luchas de las fracciones políticas de Corrientes de la época, los Azules y Colorados. En la clandestinidad, carnea animales de las estancias para comer, y de paso invita a los pobrísimos gauchos lugareños.

Sorprendido por la policía, una partida lo llevaba a la ciudad de Goya para su juzgamiento. Al estilo de la época, el jefe de la partida, para evitar el agotador viaje a caballo, decide ejecutarlo, total informaría "intento de fuga". El suboficial se apresta a degollar a Antonio Gil, previamente colgado de sus pies a un algarrobo, cuando el reo le dice que espere, que un chasque traía la orden de liberación, lo cual no es escuchado. En realidad, un antiguo jefe político había conseguido el perdón.
Cuando nuevamente el policía se dispone a ejecutarlo, Gil le informa que deberá invocarlo en sus rezos al llegar a su casa, para salvar al hijo que estaba muy grave de salud. La brutal matanza se lleva a cabo. A los pocos minutos llega el mensaje con la orden de liberación, pera ya era tarde. También el agente al llegar a su casa comprueba la gravedad de la enfermedad de su hijo. Reza a Gil, y milagrosamente el niño sana. Cuando estos hechos son relatados, la noticia corre como reguero de pólvora y al lugar del asesinato llegan sinceros y sencillos habitantes para pedir gracia al milagroso gaucho. El mito crece a ritmo sorprendente y llega a nuestros días, con una proliferación de santuarios, no solo en Corrientes y Chaco, sino en el norte santafecino y provincia de Buenos Aires.

Los administradores del culto, hábilmente, venden folletos contando otra historia que afirma más la fe de los devotos. Por supuesto se encargan de contarla boca a boca. Dice esta leyenda, que cuando comenzaron a llegar los seguidores de Gil a la tumba, el dueño de la estancia La Estrella con campos contiguos a ésta, consiguió permiso para trasladar los restos del gauchito hasta el cementerio de Mercedes, aduciendo rotura de alambres y excitación de la hacienda. Llevado el cuerpo al cementerio urbano, comienzan las penurias para el estanciero.

Mueren inexplicablemente sus animales, se enferman miembros de su familia, azotan sus campos tormentas y toda de clases de inconvenientes no lo dejan descansar. Convencido de que se trataba de un "mensaje", trae los restos a su lugar de emplazamiento original, terminando milagrosamente todos sus males.

lunes, 5 de enero de 2009

EL GIGANTE DEL BARRIO ONCE


Según cuenta una historia de larga data, por las calles de Once vaga un personaje de casi tres metros de altura que cuida a los habitantes del barrio.

Este gigante "bonachón" ha salvado a víctimas de choques y ha espantado a más de un malhechor, o al menos esto es lo que narran los vecinos de Balvanera que confían en su presencia protectora.

Algunos afirman que este ser es el mismísimo Golem, un hombre artificial creado en el siglo XVI por un rabino de Praga, llamado Judah Loew ben Bezabel.

Si bien la historia oficial habla de un solo Golem, otros afirman que Bezabel creó trece de estos humanoides de arcilla y que uno de ellos llegó a Buenos Aires, de la mano de un rabino, con los inmigrantes judíos.

De allí en más, la historia se bifurca en varias versiones: algunos cuentan que antes de morir el rabino encerró al gigante en una habitación a la que nadie puede entrar, que estaría en el anexo de un hospital, en Caballito.

Otros creen que vive en un callejón oculto, que podría ser el pasaje Colombo o el Victoria. De una u otra forma, hay vecinos que aseguran que el gigante le salvó la vida a más de uno.

EL SOMBRERÓN


"La que me hizo esperar toda la vida
puede hacerme esperar toda la muerte,
pero vendrá a buscarme".

(Miguel Ángel Asturias)

(Fragmento) [/i]

La noche se quejaba de dolor de estrellas. En la ciudad el silencio caminaba de puntillas por las polvorientas calles. Todo callado. Nada de ruido. Nada de nada.

Por el barrio de la Parroquia vieja, sobre esas calles sin empedrar, pocas personas se atrevían a deambular. De pronto se escuchó el caminar pausado de unas mulas que anunciaban la llegada de alguien. A su paso el ladrar de los perros se convertía en llanto.

Se vislumbró la imagen de un carbonero pequeñísimo, vestido de negro y con un cinturón brillante, botines de charol y al hombro una guitarrita de cajeta. Sobre su cabeza, un enorme sombrero de alas anchas que casi lo ocultaban por completo.

El pequeño hombrecillo atravesó el atrio de la iglesia de Nuestra Señora de Candelaria, dobló por la Calle de la Amargura y se detuvo frente a un viejo palomar. En un poste torcido amarró a sus mulas y empezó a cantar:

Los luceros en el cielo
Caminan de dos en dos
Así caminan mis ojos
Cuando voy detrás de vos
Aquel atrevido que llevaba serenata a tan altas horas de la noche seguía cantando:
Eres palomita blanca
Como flor de limón,
Si no me das tu palabra
Me moriré de pasión.

Los vecinos del Barrio de la Candelaria empezaron a murmurar sobre el atrevido pretendiente que creían le cantaba a Nina, una hermosa joven de ojos verdegris chispeantes y cabellos largos color miel.

Caía la noche y las serenatas se repitieron, el misterioso enamorado seguía sembrando coplas en la puerta de la casa de Nina.

Te quiero más que a mis ojos
Más que a mis ojos te quiero
Pero quiero a mis ojos
porque mis ojos te vieron

Nina se conmovía profundamente con el canto de su pretendiente a quien nunca había visto, hasta que un día abrió su ventana y el pequeño enamorado pudo por fin entrar.

Todos querían conocer al hombre que cortejaba a Nina y una noche la vieja Matilde se acurrucó tras la ventana de su casa y pudo ver al pequeño carbonero de gran sombrero, con su patacho de mulas y su guitarra de cajeta entrando por la ventana de Nina.

-¡Jesús de las Misericordias nos ampare! ¡Es el mismísimo Sombrerón! Con razón está tan flaca la pobre.

Las vecinas corrieron a casa de la nía Chayo, mamá de Nina, para advertirle del peligro que corría su hija.

¡Ay, Dios mío! ¡Con razón está tan desmejorada!

-Llévesela de aquí nía Chayo, (le aconsejaban) porque el duende nunca la va a dejar en paz y menos ahora que Nina le hizo caso.

En efecto, se llevó a Nina del Barrio de la Candelaria y la internó en el convento de las Monjas Catarinas.

La primera noche que llegó El Sombrerón en busca de su amada y no la encontró se asustó tanto que regresó rápidamente por la misma calle y se perdió en una carrerita llena de angustia.

Mientras tanto, Nina rezaba ante el altar de Santa Catarina y soñaba con su joven enamorado.

Cuando entraba a su celda, después de cumplir con los oficios, escuchaba con claridad el taconeo de sus zapatitos y la miel de su voz inflamada de amor.

Sus enormes ojos se cubrían de amargura con la única esperanza de volver a escuchar el sutil canto de El Sombrerón.

Tras los grandes muros del convento, la hermosa morena de grandes ojos se fue apagando con lentitud hasta que en la noche de Santa Cecilia, en el mes de noviembre, se durmió para siempre.
Las madres Catarinas acongojadas la velaron en la capilla del Señor Sepultado y luego entregaron el cuerpo a la madre, la tamalera de la Calle de la Amargura.

La angustiada madre llevó el cadáver de su hija al barrio para el velorio. Muchos amigos se hicieron presentes para despedirse por última vez. Afuera la noche oscura, estaba tan helada que el viento se hacía astillas contra las ramas de los árboles del Cerro del Carmen.

En el reloj de la casa habían sonado ya las ocho de la noche, cuando por la Calle de la Parroquia, apareció un hombrecito con su guitarra y sus cuatro mulas. El Sombrerón corría por la Calle de la Amargura para llegar a la casa de su amada.

Gruesas lágrimas resbalaban por debajo de su anchísimo sombrero. Lágrimas de dolor que se pulverizaban en el silencio. El llanto se escuchaba por toda la casa y toda la gente empezó a llorar condolida por el sufrimiento de El Sombrerón.

Ay. Ay
Mañana cuando te vayas
Voy a salir al camino
Para llenarte el pañuelo
De lágrimas y suspiros

Ningún viejo recuerda ahora, en qué momento se apagó aquel llanto, pero aseguran que desde entonces todas las noches de Santa Cecilia, aparecen amarradas a un poste de luz, cuatro mulas cargadas con redes de carbón y en el cementerio se escucha una triste copla:

"Corazón de palo santo
ramo de limón florido
¿por qué dejas en el olvido
a quien te quiera tanto?"

Y es que se cuenta que El Sombrerón nunca olvida a las mujeres que ha querido.

domingo, 4 de enero de 2009

LA MADREMONTE


Los campesinos describen a la Madremonte de diferentes formas.

A veces aparece como una mujer musgosa y putrefacta, enraizada en los pantanos, que vive en los nacimientos de los riachuelos y cerca de grandes piedras. Generalmente aparece en zonas de marañas y maniguas, con árboles frondosos y en regiones selváticas.

Algunos la describen con ojos brotados como de candela, colmillos grandes como los de los sainos, con manos largas y una impresionante expresión de furia, vestida siempre con chamizos, hojas y bejucos. Otros la describen como una mujer alta, corpulenta, elegante y vestida de ramajes, hojas frescas, frondas, bejucos y de musgo verde y con un sombrero alón cubierto con hojas y plumas verdes; su cabello esta cubierto con lianas y musgo que no le dejan ver el rostro, y también, por que el sombrero con tantas ramas opaca la cara.

A veces aparece en los rastrojos convertida en una zarza tupida en movimiento que observa con rabia a los humanos que pasan por la selva o los montes.

La Madremonte ataca cuando hay grandes tempestades, vientos e inundaciones y borrascas que acaban con los sembrados, las cosechas y los ganados. Los campesinos cuentan que oyen sus bramidos y gritos infernales en noches tempestuosas y oscuras.

A veces escuchan un quejido agudo, profundo y penetrante, el cual se expande misteriosamente en la manigua, en medio de los truenos, rayos y centellas.

Algunos campesinos creen que las inundaciones y borrascas de los ríos se deben a que la Madremonte se está bañando en el nacimiento de las quebradas; así esta agua se enturbia.

Las múltiples descripciones encontradas nos muestran la riqueza fantástica con que pintan a este legendario ser que tiene una relación con el espíritu ecológico de nuestros campesinos, hasta hace algunos años cuando aún no se había despertado su afán desmedido de acabar con la selva para convertirla en inmensos caturrales o cultivos de pasto, donde los árboles dejaron de iluminar el paisaje con la soberbia de sus follajes reverdecidos.