sábado, 15 de mayo de 2010

LA SONRISA




En las lejanas tierras nevadas de Canadá, tuvo lugar la historia de cómo un lobo se convirtió en el mejor amigo del ser humano.

Cuenta la leyenda que en aquellas montañas vivía Skan (el cielo), el gran lobo gris plata junto a su manada de lobos árticos.

En aquellas tierras el viento soplaba con un cálido aroma de libertad, la luz dorada del sol bañaba un paisaje donde el equilibrio natural hacía que todas y cada una de las especies convivieran en paz y armonía.

Pero un día, con la llegada del hombre, la hermosura de aquellas tierras vírgenes y la pureza de sus aguas cristalinas empezó a desvanecerse, mientras el hombre avanzaba haciendo suyo todo lugar por el que pasaba.

Una mañana temprano, Skan se hallaba buscando una presa para poder llevar a su familia como desayuno, cayó mal herido en una de las trampas que los humanos habían colocado en el bosque.

Y cuando pensó que ya no tendría salida, alguien le agarró de cuello y lo montó en su mustang negro y lo salvó.

Sí, un humano lo había salvado, pero aquel,…aquel era diferente, se trataba de un joven indio de la tribu de los Lakota, de piel rojiza y cabellos largos y color negro azabache. Aquel muchacho lo rescató de una muerte segura en manos del depredador más temible de todos, el ser humano, el cual odiaba a los lobos.

Skan quedó completamente agradecido con aquel joven por su hospitalidad y cuidados... Al fin y al cabo, no era tan diferente a él, ambos luchaban por la libertad de los suyos y cruelmente eran rechazados y perseguidos.

Skan sentía de corazón que algún día no muy lejano podría devolverle el favor…

Así que por la noche, aulló a la luna en llamada a la Diosa Nokomi, (hija de la luna), para que le concediera el deseo de poder devolver el favor a aquel muchacho.

Ella le dijo que para protegerle debería aprender a sonreír… sólo así podría convivir en una comunidad humana sin que le tuvieran miedo… Skan aceptó y al día siguiente despertó diferente… su mirada de ojos pardos había retomado un brillo dulce color miel que emanaba ternura y sus dientes, ya no eran los de un lobo fiero y salvaje. Ahora en su rostro se dibujaba una hermosa sonrisa que desprendía simpatía y confianza…

Así pues, Skan se encaminó hacia la aldea de los Lakota y una vez allí algo mágico ocurrió…

La gente lo trataba como a un Dios, ¡Es nuestro salvador! Gritaban llenos de júbilo y alegría, era curioso porque todas aquellas gentes le sonreían! El hermano lobo gris que sonríe ha venido al fin para proteger a nuestro pueblo, es Nordic, el legendario lobo gris que según la profecía vendría para salvarnos…

Y así fue, Skan se convirtió en el fiel compañero y protector de la tribu de los Lakota, pasó de ser un lobo gris a un perro con una bonita sonrisa, siendo así el pionero de las generaciones de nuestros actuales nórdicos.

A partir de entonces, se dice que los perros nórdicos son poseedores de la más hermosa y sencilla de las sonrisas,… la sonrisa nórdica!


Fuente: http://www.lasonrisanordica.com/

viernes, 14 de mayo de 2010

LAS AMAZONAS


Hace mucho tiempo una tribu de cazadores se instaló a orillas del poderoso río Amazonas. Se llamaban Worisiana.

La vida en la tribu transcurría apacible los hombres salían a cazar y mientras tanto las mujeres limpiaban, hilaban y preparaban el fuego para cocinar las presas que traían sus esposos.

Pasó el tiempo y tanto Toirrori, el cacique de la tribu, como su gente comenzaron a cambiar.

Ya no saludaban a sus mujeres con alegría cuando volvían de sus cacerías; entraban con el ceño fruncido en la toldería y sólo encontraban palabras de dura crítica para los trabajos de sus esposas. Ni las comidas preparadas con el mayor esmero, ni las sonrisas más dulces provocaban un cambio en su actitud.

Las indias estaban cada vez más tristes; querían recuperar el amor de sus hombres pero todo era en vano. No recibían ninguna palabra amable, ningún gesto de cariño.

Una mañana Toyeza, la esposa del cacique, reunió a todas las mujeres y les contó que había tenido una extraña aventura.

- Anoche, cuando fui a lavarme a orillas del río, me encontré con Walyarima el jaguar negro.

. ¡Walyarima, el que lo sabe todo! - exclamaron maravilladas las otras mujeres.

- Sí, el mismo - les contestó Toyeza -. Me preguntó por qué estaba triste y le conté nuestras penas. Walyarima me consoló aconsejándome que tratemos por todos los medios de hacer entender a nuestros hombres cómo cambiaron.

La india quedó un momento en silencio y después continuó hablando:

- Y si nuestros reclamos no son escuchados, deberemos alejarnos de aquí y buscar un lugar nuevo donde instalarnos.

Entonces resolvieron organizar una gran fiesta el día de la caza mayor y tratar de recuperar el amor de sus esposos. Tan entusiasmadas estaban con ese plan, que no se dieron cuenta de que el cacique Toirrori escuchó todo lo que hablaron.

Con el ceño fruncido se alejó sigilosamente del lugar y reunió a sus hombres.

El día de la caza mayor, las indias prepararon dulces brebajes, se vistieron con sus mejores túnicas y esperaron a sus esposos.

Los hombres se acercaron en silencio con los rostros más adustos que nunca.

Con un grito ahogado las mujeres retrocedieron horrorizadas; Toirrori llevaba sobre su lanza el cadáver destrozado de Walyarima, el sabio jaguar negro.

Toyeza los enfrentó en silencio; ahora en su corazón ya no había deseo de amor, sino odio y sed de venganza. En forma disimulada agregó a las bebidas la hierba kassawa, que produce un sueño de tres días. Los hombres comieron y bebieron como si nada hubiera pasado, pero la bebida surtió efecto y todos quedaron dormidos. Entonces sus esposas abandonaron la tribu.

Caminaron a orillas del río Amazonas, alejándose cada vez más, hasta encontrar un claro en la selva. Allí se instalaron, prepararon arcos y flechas… y después esperaron.

Cuando los indios despertaron de su profundo sueño, descubrieron el abandono de las mujeres.

Enfurecidos, buscaron sus huellas, pero estaban tan alterados que no podían encontrarlas.

Pasó un buen tiempo antes de que las descubrieran; luego, cuando se acercaban en silencio para sorprender a sus esposas y llevarlas de vuelta, una lluvia de flechas les dio la bienvenida y Toyeza, adelantándose les gritó:

- Ya nada tenemos que ver con ustedes. Ahora somos libres y buscaremos hasta encontrar hombres que nos traten con cariño. ¡No nos importan las penurias y antes que volver preferimos morir!

Los Worisiana se retiraron en silencio como habían venido. En su corazón había tristeza y también admiración por esas mujeres tan audaces. Sin embargo, no se dieron por vencidos y siguieron a las “amazonas”, como ahora se hacían llamar, para reconquistarlas y darles el amor que se merecían.

No se sabe si alguna vez las mujeres de la tribu de los Worisiana se volvieron a unir con sus hombres, pero a lo largo del río Amazonas se las sigue recordando con admiración.

jueves, 13 de mayo de 2010

EL GUERRILLA

Escribe Eduardo Néstor Gracia

móvil:2266539445/E-mail: edugracia2000@yahoo.com


Hacia fines del siglo XIX, solía bajar de los Montes Pirineos un personaje que parecía salido de una pesadilla, digno de compartir su existencia con el Hombre de Cromagnon. Vivía en esas montañas; era aguerrido cazador de osos pardos que, por entonces, poblaban el infinito laberinto montañoso.



Doña Leocadia, de la villa de Teruel, luego de casarse vivió en Huesca, por aquel tiempo, modesta población donde vivió por algunos años con su familia. Allí, por mentas, supo de la existencia del primitivo, tosco y temible ser. Su bravura era la admiración de los vecinos y el temor que inspiraba (y un hedor mezcla de hombre y fiera) lo alejaban del trato que merecía como ser humano. Su porte era enorme en estatura y en robustez. Su andar bamboleante, propio de cualquier montañés, su aspecto estereotipado hasta llegar a ser aparatoso y grotesco. Su oficio de cazador de osos, había forjado muchos aspectos de su fisonomía y personalidad. Era como si para poder cazarlos, antes, debiera haberse comprometido a ser un rival digno de quitarles la vida.


¿Fusil? ¿Magnum?.. ¡Ay… las cosas del hombrecillo de hoy, que para derribar un árbol, necesita una motosierra! El Guerrilla salía a buscar su presa con una daga de acero toledano en el ancho cinto de suela de un palmo, casi una faja, que ceñía el centro de su tremenda humanidad. Seguía el rastro de su presa por varias jornadas. Por momentos, la presa era él. Era consciente de ello. Necesitaba hacerse oler por el fino olfato de su rival, para tenerlo cautivo en el área elegida para la contienda. En una dramática e increíble aventura de vida o muerte, ambos, oso y Guerrilla llegaban a conocerse y desearse lo suficiente. Con su aspecto aguerrido, creo que el oso llegaba a ver en él a un rival, más que un cazador.


Así era el Guerrilla. Los cazadores de hoy, con miras láser y armas poderosísimas y refinadas, tal vez puedan menospreciarle por su daga. Ningún oso confundiría un cazador actual con un rival. Muy de lejos distinguirían el brillo de sus armas, anteojos y relojes, el sulfuroso olor de la pólvora y los repulsivos perfumes de sus jabones y “desodorantes”.


El Guerrilla era él, su abrigo de piel de oso con su fuerte olor a salvaje y su inodora daga, bien oculta pero siempre dispuesta al reflejo prensil de su enorme mano siniestra. Cuando el encuentro final se producía, el Guerrilla lo enfrentaba decidida y aparatosamente, provocando al oso a tomar su posición bípeda, muy habitual del oso en ataque. Antes que el animal pusiera sobre él sus temibles garras, una garra humana se aferraba en la empuñadura de ébano con virola de alpaca de la daga que, veloz como una centella, enterraba en el vientre del oso. En semejante situación todavía, el tremendo cazador, quitaba y hendía varias veces por la misma herida en diversas direcciones para lograr una hemorragia más eficaz, sin dañar la piel más que lo necesario. Del precio de su venta dependía su subsistencia.


Un día, al subir la montaña, luego de mucho andar, llegó a ver que en una madriguera de lobos, faltaba la loba y dos lobitos estaban solitos en la nieve, sufriendo frío y desamparo. Luego de pasados dos días, ya de regreso con una enorme piel a cuestas, al pasar por la madriguera volvió a notar la ausencia de la loba, por lo que dedujo que ellos estarían huérfanos. Sin pensarlo, los cargó dentro de la piel de oso y, pasando por lo de doña Leocadia, sabiendo que allí habían dos niños, los dejó dentro del cerco, para que los niños al descubrirlos los adoptaran y cuidaran. Él sabía que, una vez crecidos, los cachorritos buscarían por instinto volver a su hábitat montañoso.


Así fue. Los niños los metieron en la casa, los abrigaron cerca del fuego y le pidieron a mamá Leocadia, algo de leche para que se alimentaran.


Pero¡qué es esto!.. ¡qué es esto! ¿Es que os habéis vuelto locos? ¡Cáspita! ¡Sacad fuera estos lobicos, que la madre los ha de estar buscando!..


Los niños obedecieron e inmediatamente pusieron ambos lobitos fuera de la casa, mientras nevaba. Cerraron la puerta y corrieron a la ventana para ver qué sucedía… en el preciso instante en que la celosa loba, los venía rastreando. Ella, delicadamente, con sus cabecitas entre sus dientes, los alzó y sin más, se perdió al trotecito por La Costanilla del Suspiro, rumbo a la montaña.


Doña Leocadia fue regañada por sus niños que, desde el principio, se habían encariñado con los cachorros. El mayor se atrevió a preguntarle cómo sabía que tenían madre. Pues… ¡Caramba! ¡Es que también madre soy! ¿Es que no vieron lo gordicos que estaban?.. ¡Caramba!.. ¡Buen regalico el del Guerrilla este!..”.

El menor de los niños, José Joaquín Gracia,

fue mi padre unos veinte años después.

A él dedico este texto a modo de homenaje.


Nota del autor:
Regionalismos empleados de la zona de Galicia y Aragón, España:

"Regalico", en Aragón, es "regalito" para algunos, "regalillo" para otros o como se dice en la zona de Galicia, "regaliño".


Gordico: diminutivo de gordo.


Gracias Eduardo Gracia por tu gentil aporte.

miércoles, 12 de mayo de 2010

SHUNKA


Shunka gimió al sentirse empujada bruscamente dentro de un saco grasiento de piel. Apenas había despertado y sin embargo ahí estaba, asida por el cuello y secuestrada en la entrada de la guarida de sus padres. Al principio pensó que seguía soñando dentro de la cálida cueva, acurrucada junto a sus hermanos y hermanas. Ella siempre se había sentido bastante segura bajo las raíces del gran abeto. Los retoños del árbol habían formado un círculo grueso a su alrededor, brindando un buen lugar para ocultar a una familia de cuatro cachorros peludos. Al menos eso es lo que los padres de Shunka habían esperado.

Pero Shunka no estaba soñando.

Sus padres habían ido de cacería y habían dejado cerca a un tío para cuidar a los cachorros.

El tío era muy joven y no tenía experiencia en estas cosas. Su atención había sido atraída por una ardilla que corría por un tronco caído, y mientras él estaba distraído, una criatura extraña había venido al campamento de los Lobos, atrapando a Shunka y a uno de sus hermanos. Los otros cachorros se habían ocultado fuera de alcance al fondo de la guarida, así que no fueron atrapados.

Shunka y su hermano fueron empujados y golpeados mientras eran cargados dentro de los sacos en las espaldas de las criaturas.

Después de un largo y agitado tiempo, Shunka se asomó por encima del hombro de la Criatura de Dos Piernas.

Allí, frente de ella, estaba un panorama maravilloso. En una pradera había un grupo de refugios que se erguían altos como árboles en un círculo, con cada entrada mirando al este, hacia el sol naciente. Muchas Criaturas de Dos Piernas salieron corriendo para saludar a las abuelas que volvían al campamento.

Había mucho ruido y confusión. Todo era un remolino de nuevas vistas y nuevos sonidos y olores inusitados. Olores maravillosos saturaban el campamento.

Shunka sólo había conocido el olor de la guarida de tierra, el aroma lechoso y dulce de su madre, y más tarde, cuando sus pequeños dientes blancos habían brotado, el olor a la carne agria que su padre regurgitaba como desayuno para sus hijos todas las mañanas.

Había sido por el olor de las ofrendas de su padre que las abuelas habían encontrado la guarida. Mientras buscaban raíces y hierbas, las experimentadas narices de las abuelas detectaron a los cachorros astutamente escondidos en la guarida bajo el árbol.

De repente, Shunka sintió que era depositada rudamente en el suelo. A su lado gemía su hermano, asustado y confundido. "No te preocupes," murmuró ella, "nos tenemos el uno al otro. Yo permaneceré contigo.

Di 'huká', no tengo miedo."

De cualquier manera él tenía miedo, a pesar de las valientes palabras de Shunka, y aulló con fuerza cuando un pequeño Dos Piernas lo abrazó estrechamente contra su pecho. "A-i-i-i," él gritó. Los pequeños Dos Piernas rieron y lo alzaron para que todos lo vieran.

"Este es mi cachorro," dijo el pequeño Dos Piernas. "Mi abuela me lo ha dado como regalo."

"Sí", respondió la Abuela Unchí. "Y si cuidas de él tan bien como cuidarías a tu propio hermano, será tu compañero de confianza por el resto de sus días."

Diciendo esto, levantó a Shunka y le habló suavemente.

"Toma," dijo la Abuela Unchí, tomando del fuego algunos pedazos de carne que olían muy bien, y dándoselos a la perra.

"Shunka," le dijo, "estoy muy complacida de haberte encontrado. Eres un gran regalo para mí. De ahora en adelante tendré a alguien que me ayude y una amiga para hacerme compañía."

Y así fue que Shunka fue separada de su familia como una winú, una prisionera, y forzada a vivir en la aldea de las Criaturas de Dos Piernas por el resto de su vida.

Pero la Abuela Unchí era bondadosa con ella, y alababa y reconocía su trabajo.

Así que cuando Shunka tuvo su propia familia, ella llegó a ser una especie de hunka para las Criaturas de Dos Piernas.

Se convirtió en un pariente por elección, y todos sus hijos y sus nietos también.

Héchetu yeló (Eso es cierto)

lunes, 10 de mayo de 2010

EL GIRASOL


Pirayú y Mandió eran caciques de distintas tribus ribereñas: vivían a ambos lados del río Paraná. Sus pueblos intercambiaban productos de artesanías, compartían pacíficamente los predios para caza y pesca y celebraban sus festividades en común.

Cierta vez Mandió sugirió a Pirayú que unieran sus tribus por medio del matrimonio: "Dame tu hija, Pirayú, y nuestros pueblos se unirán para siempre", expresó.

Pirayú, meneó gravemente la cabeza: "me temo que es imposible, Mandió. Mi hija Caranda - i (palmera) no consiente en casarse con nadie, pues ha ofrecido su vida al dios Sol. Desde pequeña, suele quedarse horas contemplándolo, y parece que no puede vivir sin él, pues los días nublados la ponen triste y meditabunda. No puedo casarla contigo".

Los ojos de Mandió brillaron con ira: "¡Te equivocas, Pirayú, si piensas que olvidaré este desprecio! Y el soberbio cacique se retiró intempestivamente de la tienda de Pirayú, dejando a éste sumido en hondas meditaciones. Sabía que su pueblo corría un grave peligro, pues Mandió jamás olvidaba un agravio.

Pasaron varias lunas sin que nada aconteciera.

Por fin, una tarde en que Caranda-i se había alejado con su flexible igá (canoa) para contemplar libremente la caída del Sol sobre el río, vio resplandores de fuego sobre su aldea.

Llena de funestos presentimientos, remó rápidamente hacia la orilla y procuró desembarcar.

Pero unos brazos de acero la apresaron y trabaron sus movimientos, mientras la voz de Mandió resonaba en sus oídos:

"¡Pídele a tu dios que te libere de mi venganza, desdeñosa princesa, pues ni tú, ni tu tribu serán capaces de hacerlo! "Y su risa cruel avivó la angustia de la doncella.

Esta, mientras procuraba infructuosamente liberarse de su captor, rezaba en muda oración a su dios : "¡Oh, Guarahjí (Sol), no permitas que Mandió lleve a cabo su malvado intento!"

Y el dios de los Potentes Rayos, el Guarahjí de los guaraníes, la oyó. Envió hacia la joven un remolino de potentes rayos que la envolvieron y la hicieron desaparecer ante los ojos atemorizados de Mandió.

En su lugar, brotó una esbelta planta con una flor hermosa y grande, cuya dorada cabecita seguía el curso del Sol en el cielo, como antes lo solía seguir la piadosa hija de Pirayú.

Y así fue, según cuentan los guaraníes, cómo nació el girasol.

Por Beatriz Parula

Aporte de Belén

PIEDRA MOVEDIZA DE TANDIL

Piedra Movediza, Tandil. Pcia. Buenos Aires.


Era en el principio de los tiempos. El sol y la luna eran marido y mujer: dos dioses gigantes, buenos y generosos.

El sol era el dueño de todo el calor y la fuerza del mundo, tanto era su poder que con solo extender los brazos la tierra se inundaba de luz y de sus dedos brotaba el calor a raudales.
Era el dueño absoluto de la vida y de la muerte.

Ella, la luna, era blanca y hermosa. Dueña de la sabiduría, el silencio, la paz y la dulzura. Ante su presencia todo se aquietaba.

Andando por la tierra crearon la llanura: una inmensa extensión que cubrieron de pastos y de flores para hacerla más bella.

Luego crearon las lagunas donde el sol y la luna se bañaban después de sus largos paseos. Pero los dioses se cansaron de estar solos: y poblaron de peces las aguas y de otros animales la tierra.
¡Qué felices eran viéndolos saltar y correr por su dominio!

Satisfechos de su obra decidieron regresar al cielo. Entonces pensaron que alguien debía cuidar esos preciosos campos y crearon a sus hijos, los hombres.

Muy tristes se pusieron los hombres cuando supieron que sus amados padres los dejarían. Entonces el sol les dijo:

Nada debéis temer, yo iluminaré las sombras de la noche y velaré vuestro descanso.

Así pasaron los días y las noches.

Era el tiempo feliz. Los indios se sentían protegidos y les bastaba con mirar al cielo para saber que ellos estaban siempre allí enviándoles sus maravillosos dones.

Y les ofrecían sus cantos y sus danzas.

Un día vieron que el sol empezaba a palidecer cada vez más, más y más...

¿Qué pasaba?

¿Qué cosa tan extraña hacía que su sonriente rostro dejara de sonreír?

Algo terrible que no podían explicarse, estaba sucediendo.

Pronto se dieron cuenta que un gigantesco puma alado, acosaba por la inmensidad de los cielos al bondadoso sol y el dios se debatía entre los zarpazos del terrible animal que quería destruirlo.

La gente no lo pensó más y se prepararon para defenderlo.

Los más valientes y hábiles guerreros se reunieron y empezaron a arrojar sus flechas al intruso que se atrevía a molestar al sol.

Una, dos, miles y miles, de flechas fueron arrojadas, pero no lograban destruir al puma, que por el contrario, cada vez se ponía más furioso.

Por fin uno dio en el blanco del animal, cayó atravesado por la flecha que entraba por el vientre y salía por el lomo. Sí, cayó pero no muerto y allí estaba extendido y rugiendo, estremeciendo la tierra con sus rugidos.

Tan enorme era que nadie se atrevía a acercarse y lo miraban asustados desde lejos. En tanto el sol se fue ocultando poco a poco, había recobrado su aspecto risueño. Los indios le miraban complacidos y él les acariciaba los rostros con la punta de sus tibios dedos.

El cielo se tiñó de rojo... se fue poniendo violeta... y poco a poco llegaron las sombras. Entonces salió la luna. Vio al puma allá abajo, tendido y rugiendo.

Compadecida quiso acabar con su agonía y empezó a arrojarle piedras para ultimarlo. Tantas y tan enormes que se fueron amontonando sobre el cuerpo hasta cubrirlo totalmente; sobre la llanura formando una sierra: la sierra de Tandil.

La última piedra que arrojó cayó sobre la punta de la flecha, que todavía asomaba y allí se quedó clavada.

Allí quedó enterrado, también, para siempre, el espíritu del mal, que según los indios no podía salir.

Pero cuando el sol paseaba por los cielos se estremecía de rabia siempre con el deseo de atacarlo otra vez.

Al moverse hacía oscilar la piedra suspendida en la punta de la flecha.



domingo, 9 de mayo de 2010

KOBUTORI JIISAN


Hace mucho, mucho tiempo, vivía un anciano en un pueblo.

El nació con un chichón en la mejilla del cual no se preocupaba para nada.
Era muy optimista.

En el mismo pueblo vivía otro anciano que también tenía un chichón en la mejilla, pero éste siempre paraba enfadado porque se acomplejaba de su defecto.

Un día el anciano optimista fue a cortar leña al bosque, pasado un momento empezó a llover y decidió descansar un poco. Durmió profundamente pero se despertó al oír un ruido extraño en plena noche.

Se sorprendió mucho al ver a unos demonios celebrando una fiesta muy cerca de ahí.

Estaban armando un gran alboroto cantando, bebiendo y bailando.

El anciano al comienzo tenía mucho miedo por lo que decidió seguir viendo a escondidas, pero no pudo contener sus ganas de bailar pues le parecía muy agradable todo aquello.

Los demonios se sorprendieron al verlo pero continuaron bailando porque su danza era muy interesante.

Pasaron un rato agradable hasta que cantó el primer gallo.

El jefe de los demonios dijo: "Ya tenemos que volver a casa. Me gusta mucho tu danza por eso esta noche también ven. Voy a tomar tu chichón y si vienes esta noche te lo devolveré."

El anciano se quedó sin su chichón, ¡ni rastros de el!

Los demonios pensaban que al anciano le gustaba su chichón y por ello regresaría, pero en realidad éste estaba muy contento sin él.

Cuando el anciano regresó al pueblo contó todo lo sucedido al otro anciano.

Este último lo veía con una mirada de envidia y dijo: "¡Voy a ir esta noche!"

Esa noche empezó nuevamente la fiesta.

Este anciano, por ser una persona sombría, no se encontraba a gusto y no pudo bailar, en realidad detestaba el baile.

Al verlo, poco a poco los demonios empezaban a disgustarse.

El jefe de los demonios le dijo: "¡Te voy a devolver tu chichón y vete inmediatamente!"

De esta manera, este anciano se quedó para siempre con los dos chichones por ser estrecho de espíritu y de corazón.