sábado, 22 de noviembre de 2008

SOL - Kalamarka



Padre SOL eterna luz de paz, en la lejendaria ciudad de Tiwanaku, junto a los hermanos y hermanas del balet ADAF

viernes, 21 de noviembre de 2008

EL ZORZAL PATAGONICO




En lengua Tehuelche: Segiep

El Zorzal Patagónico (Turdus falcklandii)


Es un pájaro grande, con el dorso marrón oscuro, con el vientre y pecho amarillos ocre pálido. La garganta es blanca, manchada de negro y el pico y las patas son amarillas.

Los Onas decían que en tiempos antiguos un hombre pequeño, Xo•olche quiso convertirse en guanaco.

Los demás se opusieron, porque al ser de cuerpo tan chico la caza del guanaco no tendría ningún interés.

Entonces el se transformo en un pájaro, el zorzal patagónico, y a todos les pareció bien. Sin embargo, todavía recuerda sus primeras intenciones, y es por eso que su canto se parece a veces al relincho del guanaco.


Fuente:
http://www.turismo.riogallegos.gov.ar/contenidos/fauna.htm
Imagen
http://www.inta.gov.ar/

jueves, 20 de noviembre de 2008

LA AURORA BOREAL




Leyenda Inuit sobre la Aurora Boreal

"Los límites de la tierra y el mar son bordeados por un inmenso abismo, sobre él aparece un sendero estrecho y peligroso que conduce a las regiones celestiales.

El cielo es una gran bóveda de material duro, arqueado sobre la tierra. Hay un agujero en él a través del que los espíritus pasan a los verdaderos cielos. Sólo los espíritus de aquellos que tienen una muerte voluntaria o violenta y el cuervo, han recorrido este sendero. Los espíritus que viven allí encienden antorchas para quitar los pasos de las nuevas llegadas. Esta es la luz de la aurora. Se pueden ver allí festejando y jugando a la pelota con un cráneo de morsa.

El sonido silbante y chasqueante que acompaña, a veces, a la aurora son las voces de esos espíritus intentando comunicarse con las gentes de la tierra. Se les debería contestar siempre con voz susurrante.

A los espíritus celestiales se les llama ‘selaimut’, ‘sky-wellers’, moradores del cielo".


Imagen
pepegrillo.com

miércoles, 19 de noviembre de 2008

EL GRAN AMOR DE YIGUI

Reina de Seondeok, dinastía Shilla


En los tiempos de la dinastía Shilla, entre los años 632 y 647, reinó una reina mujer. Su nombre de monarca era Seondeok y, además de sabia y generosa, poseía un rostro de gran belleza. Cuando la procesión que llevaba a la reina atravesaba las calles de Seorabal en alguna de sus salidas, todo el mundo salía de sus casas para aclamarla y poder contemplar de alguna manera su legendaria hermosura.

Un día aconteció que un joven llamado Yigui, que visitaba por primera vez la capital del reino, tuvo la oportunidad de ver desde cerca a la reina Seondeok, que pasaba por la calle principal transportada en una silla de oro y escoltada por una magnífica procesión. Desde ese instante el joven se sintió atravesado por un profundo e irremediable amor por la reina. El sentimiento, incontrolable, fue creciendo y creciendo, y ante la conciencia de ser imposible e irrealizable, el joven se sumió en un estado de completa locura. Olvidado de volver a su pueblo de origen, vagaba por las calles de Seorabol gritando a todo aquel que quisiera escucharlo que estaba perdidamente enamorado de la reina Seondeok.

Tiempo después, cuando la procesión de la reina Seondeok volvió a pasar por las calles de Seorabol, el joven Yigui se lanzó corriendo para alcanzar a la reina. Los guardias lo cogieron antes de que pudiera siquiera aproximarse a ella y se lo llevaron en vilo.

Al ver esto la reina preguntó a uno de los ministros que la acompañaban quién era ese joven que gritaba desaforadamente mientras se lo llevaban. El ministro, con la cabeza baja, como si cometiera una gran falta, le explicó quién era Yigui y cuál era la causa que lo había llevado a ese estado. La reina se sintió compadecida del joven y pidió que lo trajeran a su presencia. Los cortesanos intentaron disuadirla, pero la reina no escuchó razones y dijo: “Si yo soy la causa de su locura, puedo ser el remedio que lo cure. Traedlo a mi presencia y dejadlo que camine junto a mí.”

Cumpliendo la orden, los guardias trajeron a Yigui, quien no cabía en sí de contento e iba marchando al lado de la silla de la reina saltando y gritando que amaba más a la reina que a sí mismo.

La procesión de la reina se dirigía a un templo budista que se hallaba en las cercanías de Seorabol. Allí la reina se retiró a rezar al santuario principal. Yigui se quedó esperándola bajo una torre de piedra como un perro fiel.

Pero el tiempo pasaba y la reina no terminaba sus oraciones, de modo que Yigui, cansado de tantas emociones, se quedó profundamente dormido al pie de la torre. Cuando la reina terminó sus oraciones y salió fuera del santuario, vio a Yigui que dormía como un bendito apoyado en la torre. Una profunda compasión se apoderó de la reina al ver el aspecto de Yigui. El joven, que era en realidad un hijo de buena familia, se había convertido en un pordiosero, con sus ropas hechas harapos y el cuerpo y el rostro cubiertos de mugre y suciedad. Sonriendo y murmurando por lo bajo “gracias por quererme”, se sacó una de las pulseras de oro que adornaban su muñeca y se la puso con suavidad entre las manos. Hecho esto, la reina y su procesión partieron silenciosamente hacia el palacio.

Horas después, Yigui despertó y se encontró con que la reina se había ido y el templo estaba vacío. Una profunda congoja se apoderó del joven, quien estrechó con fuerza la pulsera de oro contra su pecho.

Conmovido al descubrir el aspecto humano y generoso de la reina, su amor creció hasta lo inconcebible y se transformó en un fuego que abrasó primero su corazón y luego se expandió hacia su cuerpo, convirtiéndolo en una bola de llamas vivas. En ese estado, el joven iba de un lugar a otro, incendiándolo todo a su paso. Cuando la reina supo lo que estaba ocurriendo, escribió un conjuro y ordenó que la población se protegiera pronunciándolo. El conjuro decía así: “El amor de Yigui incendió su corazón y transformó su cuerpo en fuego. No lo miréis ni lo tratéis y echadlo lejos al mar.” Cuando la gente pronunciaba estas palabras, la bola de fuego incontrolable en que se había convertido Yigui se alejaba obediente sin producir ningún daño en los poblados, puesto que era la voluntad de su amada reina.

Con el tiempo Yigui se convirtió en el dios del fuego y en el dios del amor apasionado, por lo que fue venerado y respetado por la gente común.

Fuente

http://aranchataekwondista.wordpress.com

Leyendas de Corea

Imagen newworldencyclopedia.org

martes, 18 de noviembre de 2008

EL VELO DE LA NOVIA

EL VELO DE LA NOVIA
(Cataratas del Iguazú)


La exuberante vegetación de la selva tropical envuelve el paisaje con el embrujo de su magnifica belleza.

Los árboles elevan sus copas al cielo en isipós, helechos y bejucos, y se mezclan y se entrecruzan unos con otros en cascadas de verdes intensos, de amarillos, de sepias y de pardos.

El duro lapacho cubierto de flores violáceas, el peteribí festoneado de pétalos blancos, el Jacarandá que luce su floración añil, el ivirá pitá con su manto de corolas amarillas, y los cedros, los algarrobos, los quebrachos y los timbós, que forman la abigarrada selva, son cuna y sostén de las maravillosas orquídeas que, en múltiples formas y coloridos hermosos, se ofrecen con profusión a los ojos admirados de los que llegan a gozar de belleza tan extraordinaria.

Y junto a esta hermosura de formas y de colores, el magnífico espectáculo del río, del Iguazú, del Agua Grande, como bien lo nombraron los primitivos habitantes de la región.

Fue en tiempos de los guaraníes, precisamente, hace muchísimos años, tantos que no se podría determinar su número.

En ese marco de Soberbia belleza, en una choza levantada junto a la orilla, defendida por los colosos de la selva, vivía Panambí con su madre.

Tan bonita y tenue como mariposas que en vuelo raudo cruzaban la floresta, era esta Panambí de la leyenda.

Bonita, muy joven, de grandes y expresivos ojos negros y lacio y brillante cabello, vivía gozando de los dones que le brindaba la naturaleza.

Su voz armoniosa se desgranaba en dulces melodías, cuando, dirigiendo la frágil canoa, llevando su cesto tejido con fibras de yuchán, iba en busca de apetitosos frutos o de exquisita miel silvestre, de camoatí o de lechiguana.

Su madre la oía desde lejos y distinguía su voz cristalina destacándose del ruido que hacía el agua al precipitarse desde la altura y de los trinos de los pájaros que cantaban en la fronda...

Panambí llegada fresca y armoniosa, con su cesto repleto de provisiones. Era una flor más, entre las flores de la selva y su sonrisa constante reflejaba su amor a la vida, su alegría de vivir.

Un día, como tantos otros, Panambí, con su cesto enlazado en el brazo, llegó hasta la orilla donde se hallaba amarrada la canoa, marchaba a su cabaña llevando el tribuno del bosque.

Desató el cordel que sujetaba la canoa; tomó la pala y a los pocos instantes, manejada con pericia, la embarcación se deslizaba por las aguas tranquilas en dirección a su oga.

Volvía del grupo de islas a las que había llegado en busca de frutos y de miel de camoatí. Allí el río era ancho y la corriente muy suave. El crepúsculo teñía de rojo, violado y oro, las nubes y las aguas.

La vegetación de las orillas, erguida o inclinada sobre el río, ponía un marco de verdes diversos en el paisaje.

A mitad de camino se cruzó con otra canoa. La dirigía un indio joven, desconocido para ella, que la miró, con curiosidad primero, con interés, luego.

El indio, apuesto, de piel cobriza y brillante, de cuerpo recio y brazos fuertes, impulsaba la canoa con movimientos firmes y precisos.

Al pasar cerca de la doncella, clavó sus ojos dominadores en la dulce Panambí y una gran admiración se pintó en ellos.

La niña quedó como hipnotizada, incapaz de separar su vista del desconocido que así la había impresionado.

Continuó mirándolo en la misma forma hasta verlo desaparecer en la lejanía. Por un momento quedó inmóvil, en medio del río, la canoa mecida suavemente por el vaivén de las aguas.

Cuando volvió a la realidad, la luna había extendido su manto de plata y se reflejaba en el río dibujando una estela brillante.

Pensando en su madre que la esperaría ansiosa, dio a la pala un impulso vigoroso y la canoa surcó las aguas con rapidez.

Al llegar a su cabaña, tal como se lo figuraba, la madre la esperaba afligida.

- ¿Qué te ha sucedido, Panambí? ¿Cómo vuelves tan tarde? - le preguntó.

- No sé... madre... - respondió la niña con mirada ausente.

La madre la miró sorprendida. Una expresión desconocida, como ausente, se pintaba en el semblante de la niña. Por eso, alarmada, insistió:

-¿Qué te ha sucedido, Panambí? ¿No habrás hallado, por ventura, a Pyra-yara?

La niña la miró con mirada turbada y nada respondió. Ella misma no sabía lo que sucedía: pero eso si, sabía que no estaba como siempre.

El recuerdo del apuesto muchacho que viera en el río, no la abandonó desde entonces.

Si caminaba sobre la tierra rojiza que formaba los senderos, o marchaba por la selva separando helechos e isipós para poder pasar, o recostada en su hamaca miraba al cielo azul, o junto a la orilla mojaba sus pies en el agua clara que lamía la playa, la imagen del desconocido estaba siempre ante ella como un ser sobrenatural que la hubiera hechizado.

Sólo ansiaba que llegara la tarde para tomar su canoa y marchar a las islas, con la esperanza de volverlo a ver.

Y cada tarde y cada crepúsculo, el encuentro se repitió durante mucho tiempo.

Una noche, la paz reinaba en la selva y en la cabaña de la orilla, cuando se oyó, viniendo del río, un ruido de remos que hendían las aguas. Estas, a su contacto, se agitaban y se encrespaban, levantándose en olas que golpeaban con furia en la playa.

Panambí tuvo un sobresalto y se despertó como al conjuro de un mandato ineludible.

Abandonó la hamaca tejida, de algodón, donde hallaba descansando, y corrió a la orilla atraída por el llamado del desconocido que en ese instante pasaba con su canoa frente a la niña.

Panambí miraba absorta hacia el medio del río.

La misma fuerza que la impulsó hasta allí la condujo hacia el lugar donde se había detenido la canoa.

Al introducir sus pies en el río, éste se calmó y una superficie de aguas mansas y tranquilas la invitó a llegar hasta la embarcación que esperaba.

Panambí, inconsciente, obedeció a la fuerza poderosa que la dominaba y entró en el agua, la mirada fija en un punto lejano...

Las aguas, bajas al principio, sólo taparon sus pies, pero a medida que se internaba en ellas, iban cubriendo todo su cuerpo hasta que en un instante, sin notarlo siquiera, con la visión del apuesto guerrero que aún la esperaba, Panambí se hundió en las aguas que la envolvieron con su manto de cristal.

Poco después, el cuerpo exánime de la doncella, llevado por las aguas, aparecía junto a Pyra-yara, que no otro era el extraño ocupante de la embarcación.

El Dueño del río y de los peces, la tomó entre sus brazos fuertes y colocó el cuerpo sin vida en una balsa de juncos y tacuaras que flotaba amarrada a la popa de su canoa.

Con tan delicado botín, dirigió su embarcación hacia el lugar donde las aguas, al despeñarse en el abismo, formaban una enorme caída.

Los cabellos de Panambí, fuera de la balsa, marcaban una estela oscura en las aguas del río.












Navegaron durante algunos instantes, hasta que un ruido sordo e impotente, anunció la proximidad de la caída.

Al llegar, la canoa dirigida por Pyra-yara, apenas apoyada en las aguas, cayó al abismo formando un todo con la masa líquida, para seguir allí abajo el curso del río, como si no hubiera tenido que pasar semejante obstáculo, demostrando con ello su naturaleza sobrehumana.

No sucedió lo mismo con el cuerpo de Panambí que, despedido de la balsa por el potente impulso de la caída, quedó preso entre piedras del gran macizo por donde se volcaban las aguas al abismo, convirtiéndose en piedra ella misma y guardando sus formas humanas.

Un chorro de agua muy blanca y muy tenue se desliza desde entonces por su cabeza y cubre su cuerpo de piedra semejando un velo de novia que se deshace en gotitas de cristal antes de volver a formar parte del caudal del río.

Ese fue el final de Panambí, la enamorada de un imposible, que olvidó que Pyra-yara, Dueño del río y de los peces, es incapaz, por ser esencia divina, de amar a ninguna mujer sobre la tierra.

VOCABULARIO

IGUAZU: (I: agua; GUAZU: grande) Agua grande.
PANAMBI: Mariposa.
YUCHAN: Palo borracho.
OGA: Casa.
CAMOATI: Avispa melera.
PYRA-YARA: Dueño del río y de los peces


Biblioteca "Petaquita de Leyendas", de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda Perellón, Ed. Peuser, Bs. As. 1952

Tomo VI: RAYITRÁI (Cascada de flores)

Bibliotecas Virtuales.com

Leyenda guaraní

lunes, 17 de noviembre de 2008

EL TRASGO




Trasgo es el nombre genérico de un duende familiar, bien conocido en casi toda España aunque con algunas variantes en el nombre. Trasgu en Cantabria y Asturias, Trasno en Galicia, Follet en Cataluña.

Según la tradición, estos pequeños seres, habitantes de un mundo mágico, viven en los castros, en los bosques y en las casas.

En la mitología gallega también pueden recibir el nombre de Trasgos, diaños, tardos, etc. En una tierra de hadas, "mouras", santos milagreiros (milagrosos)… brujas (haber, hainas), no pueden faltar estos pequeños y polivalentes seres que tanto pueden ejercer como "demonios pequeños" o como "duendes inofensivos".

Y como en todo, en el mundo mítico gallego también hay jerarquías y los "demos" se dividen en varias clases:

1º.- Los que viven en la atmósfera, o "demonios del aire" (demochiños, nubeiros, tronantes), producen miedo a través de fenómenos raros y atmosféricos.

2º.- Los que viven en la tierra: Trasgos, trasnos, se burlan de las personas normalmente de forma inocente.

3º.- Los que viven en el Infierno: Satanás y los Diablos Mayores, que tientan al hombre buscando su perdición.

En Galicia, el trasno es considerado un duendecillo doméstico carente de poder para hacer daño, salvo asustar.


Vuelcan jarras de leche, hacen ladrar a los perros, dan portazos… pero si se les trata bien, lo arreglan todo y colocan las cosas en su sitio. Se dice que muchas veces aunque son invisibles para los adultos, los niños pequeños y los animales si pueden verlos.

De espíritu inquieto, no abandonan la casa donde habitan a menos que los humanos se trasladen de residencia, entonces ellos también andan de mudanza: ""Xa que todos vais de casa mudada, tamén veño eu coa miña gorra encarnada".

Parece claro el origen indoeuropeo del trasno, ya que con diferencias mínimas lo encontramos por toda la cornisa atlántica y mediterránea de Europa.


Características:

Pequeño, delgado, ojos de fuego, con un agujero en la mano, cojo, uñas muy largas. Vestido con una casaquita y gorro rojos.
Posee cuernos.
Para deshacerse de él es necesario pedirle que haga algo en lo que fracase y se sienta descorazonado. En general son cosas parecidas, varían según la zona.

En Asturias se le pide que traiga un "paxu" de agua en la mano y esta se le escurre por el agujero. En la Mariña lucense es el maíz lo que se le escapa por "la mano furada"


Imagen
eraatlanta.blogspot.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/10/el-trasno.html

domingo, 16 de noviembre de 2008

EL DUENDE DE LA INVISIBILIDAD




Algunos dicen que los duendes son simplemente un producto de la imaginación. Todos aquellos que piensan eso, no saben de esta historia. En verdad sí existen y son muy inteligentes, es más, con un coeficiente intelectual diametralmente opuesto a su tamaño real.

En promedio miden unos treinta y seis centímetros de altura, tienen la costumbre de resolver los problemas de los humanos y en el fondo ese es el ligamen que los une desde tiempos inmemoriales. Al igual que muchas otras criaturas vinculadas a esos animales que “razonan”, hablan y levantan grandes edificios, también los duendes están en peligro de extinción.

Ya quedan pocos en el planeta y al contrario de cómo pensaba el imaginario colectivo, los duendes viven por todo lado, no solamente en algún país europeo olvidado. Los pequeños genios tienen toda la contextura de un humano de principio a fin, pero son narizones en exceso, con orejas puntiagudas, de barbas blancas trenzadas y poseen unos ojos que cuando miran pueden hipnotizar a cualquiera que los ve.

Pero no todos tienen el privilegio de encontrarse con alguno y es más, se protegen de ser vistos porque sirve como un mecanismo de defensa para que no se muera alguno de los seiscientos setenta y cinco que quedan repartidos por ahí. Todos tienen un pacto: mantenerse vivos de los depredadores, de los investigadores, de los curiosos, de los niños inquietos o de aquellos que se hacen millonarios investigando los fenómenos paranormales. Y lo han logrado.

Los duendes pueden ser vistos solamente por los niños que no hablan o que apenas empiezan a desarrollar el lenguaje, aquellos “peques” menores de seis años, exclusivamente los de buenos sentimientos. Dicho de otro modo, son pocos los privilegiados, porque con la televisión y la modernidad, los infantes pierden la inocencia y la pureza cada vez a edades más tempranas.

En el clan de los duendes sobresale uno, Ñoqui, el duende de la invisibilidad. Dentro del equipo cada uno tiene una misión, todos poseen una magia particular y en el caso de Ñoqui, su fuerte es sin duda la capacidad para los inventos. Ya casi cumple los ciento treinta años de vida (por cierto, los duendes viven en promedio seiscientos años) y a su edad juvenil, puede sentirse orgulloso por ser el verdadero inventor de lo último de la tecnología de los humanos.

Si alguna vez a usado un teléfono celular, conoce los Ipod, ha navegado por Internet o se ha divertido con un GameBoy no dude en darle las gracias a la creatividad de Ñoqui. Por cierto, es el autor intelectual del concepto de la tele transportación y la usa siempre, pues la adaptó a su reloj de pulsera especial, utilizado para viajar de un lugar a otro con tan solo oprimir un botón.

Bueno... algo sí tiene este inteligente el pequeñuelo, hay inventos propios que guarda en total secreto y dice que se los va a llevar hasta la tumba, pues los seres humanos aún no están preparados para ciertos conocimientos.

El sabio Ñoqui siempre planea una estrategia. Observa a los humanos cuando duermen, los estudia mientras están despiertos y si pasan la prueba de la humildad del corazón, les habla al oído, les sugiere alguna idea novedosa, vanguardista que culmina en un invento exitoso en el mundo. La fama, el dinero y el consumo excesivo, es lo que pasa luego de que el secreto es revelado en el afortunado oído.

Por alguna extraña razón, Ñoqui tiene cierta preferencia por las orejas de gente Made In Japan.

Su invento más reciente es un aparato capaz de desaparecer los objetos y las personas, inclusive a los duendes, en realidad, cualquier cosa. Este dispositivo fue bautizado como “el control remoto de la invisibilidad”. Ñoqui pensó que sería genial para su clan, sus hermanos de sangre para que pudieran ocultarse o mostrarse a su antojo, incluso en el caso de los niños problema, capaces de revelar a sus padres el secreto de su existencia.

Pero un dilema en formato de pregunta pasaba por su creativa cabeza: ¿Los humanos estarán listos para semejante conocimiento y avance tecnológico? La respuesta que se dibujaba en su corazón era un rotundo y contundente NO del tamaño de una catedral gótica.

Los motivos serían muchos y las razones serían inmensas, pues si el duende seleccionaba mal al humano de su último invento, podría volverse loco de poder y hasta podría terminar desapareciendo a todo el mundo para llenarse de avaricia y convertirse en el hombre más rico del mundo. También desaparecería a su antojo a todos los que les caen mal o a aquellos que obstaculizaran su paso.

En resumen, el portador del secreto de la invisibilidad debería de ser una persona sencilla, pero ante todo extremadamente noble, sin mucha codicia en sus pensamientos. En verdad la tarea de la selección no era nada sencilla en esta ocasión.

El pobre de Ñoqui pasó varias noches visitando vecindarios, ciudades, urbanizaciones y cuanta casa se encontró, pero nada, nadita de nada. Todos los dueños de las orejas no eran lo suficientemente nobles de corazón.

Finalmente luego de tanta búsqueda, se metió camuflado por la puerta en la que sale el perro del dueño de la casa, una tamaño exacto y cómodo para Ñoqui, quién presuroso se escabulló por la cocina de aquel que sería el elegido.

Bernardo Mena es un científico de profesión, químico, para ser más específicos- Siempre en su laboratorio trataba de inventar cosas con un único fin: mejorar la vida de sus semejantes. No pertenecía a una familiar pudiente ni mucho menos más bien todo lo que tenía hasta su más desgastado tubo de ensayo se lo había ganado con las reacciones químicas de un cerebro que no paraba de trabajar. Pero el futuro de Mena era promisorio y además, era noble de corazón.

Luego de una experimental y agotadora jornada de trabajo Bernardo decidió irse a dormir más temprano de lo normal, a eso de la dos y quince de la madrugada. El científico vivía de manera solitaria, pues la fórmula para entender a las mujeres nunca la había encontrado. Su compañero de andanzas y guardián de sus secretos era Copérnico, su perro salchicha.

¡Que dicha que se fue a dormir más temprano!, pues la noche le tenía una sorpresa de lujo. Cuando estaba realmente dormido Bernardo soñaba cosas extrañas, pero nunca se imaginó en la posibilidad de que un duende le hablara al oído.

Ñoqui revisó a su candidato de pies a cabeza y confirmó que dormía plácidamente. Llevó su boca al oído y con voz rugosa le preguntó: “¿Cuál es tu máximo deseo en la vida?”. Él le respondió obviamente entre dientes y dormido: “Mmmmmm inventar algo impooortanteeee, para ayuuuuuudarrrrr a los demaaaaásss, eso es lo que haría un buen científicooooooooooooo por la humanidad”.

El duende lo volvió a ver fijamente y le susurró que en el mundo de los humanos ya son pocos en los que piensan en los demás, pero como él era una excepción le iba a dejar en su mesita de noche uno de sus más poderosos inventos: el control remoto de la invisibilidad. Antes de irse, sacó de un pequeño bolso el prototipo del control, apuntó hacia su pecho, oprimió el botón rojo principal y pluuuuuuuuuf se evaporó en el aire y ya no era visible.

Junto a la cama de Bernardo flotaban unas hojas con dibujos, el control remoto único en el mundo de los duendes y los humanos y una pequeña nota escrita a mano que decía:

En tus manos tienes el poder de la invisibilidad, es fácil de usar... solamente tienes que apuntar con precaución e inteligencia este control remoto. Recuerda siempre: puede ser una peligrosa arma de dolor o una encantadora herramienta de alegrías. Si le cuentas a alguien que este invento apareció mientras dormías el primero en desaparecer serás tú.

Ñoqui, un amigo.

Los científicos tienen la costumbre de levantarse en la madrugada para seguir trabajando, especialmente si tienen sueños extraños.

Exactamente así le pasó a Bernardo, quién abrió los ojos, llamó a Copérnico a viva voz, se estiró cuán largo era, prendió la lámpara de su mesita de noche y encontró la nota, escrita en un papel que nunca había visto y en letras doradas.

Lo primero que pensó fue en lo poco probable de la situación, no tenía una explicación científica. Miró el aparato, le pareció un control remoto común y silvestre, pero con el afán de quitarse la curiosidad le apuntó a la puerta de su cuarto y desapareció inmediatamente.

Para sus adentros pensó que semejante invento debería ser resguardado, protegido de los ambiciosos y decidió desaparecer el control remoto de la invisibilidad, pues el mundo aún no se lo merecía. Junto a Copérnico, buscó un espejo y cuando lo encontró hizo una prueba, colocó el control en el suelo, apuntó, oprimió el botón rojo y el espejo desapareció.

De primera entrada el control remoto no sufrió efectos secundarios, pero a los pocos segundos se fue desvaneciendo, al igual que la mano de Bernardo. Al darse cuenta de lo que ocurría, decidió utilizar el control remoto de la invisibilidad en su contra, antes de que desapareciera para siempre. Y finalmente tanto el científico como el invento ya pertenecían al mundo de lo invisible. Copérnico con su olfato logró ubicarlo aunque no lo veía y no solo eso, logró darse cuenta que aún en el cuarto observando todo se encontraba Ñoqui el duende inventor.

Aunque los duendes tienen la regla de nunca hablar con humanos, el inventor no pudo contener el deseo de preguntarle por qué había actuado de esta forma. Bernardo no tuvo miedo al ver al duende y le respondió que con la decisión lograría convertirse en un ángel y ayudarle a los demás sin ser visto nunca más.

Ñoqui no podía creer su decisión pero lo apoyó, conversó con él un gran rato, le dio algunos consejos de la esencia de la invisibilidad y le explicó que luego de hacer sus tres primeras buenas obras, siendo humano e invisible, le empezaría un leve dolor en dos zonas de la parte alta de la espalda y sería acreedor de un par de alas.

El duende había realizado una excelente elección, pero decidió guardar el secreto para él mismo pues aún los humanos no estaban listos para tales invenciones, ya tenían demasiados enredos tecnológicos. Tomó varias decisiones: guardar en su bolso los dibujos, la nota, el control remoto invisible, volver con los suyos y seguir creando más inventos. Así que cuando el lector de este cuento conozca acerca de un nuevo invento o avance de los humanos, dude un poco, porque quizás el responsable sea Ñoqui, el duende de la invisibilidad.


Imagen: linkmesh.com

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/10/duendes.html