viernes, 12 de marzo de 2010

LA TATAGUA

Tatagua
por Harry Wareco Martinez Diaz
Vasija taina con figura femenina.


Cuentan que en tiempos remotos, en Cuba, antes que llegaran los colonizadores españoles, había una india muy bonita llamada Aipiri.

Esta joven era muy dada a las fiestas y a las diversiones donde podía deleitar a todos con su melodiosa voz y con sus bailes.

Un día, Aipiri se casó, y de esa unión nacieron seis hijos, pero a pesar que los años habían pasado, ella no lograba adaptarse a la vida de familia, y echaba de menos las fiestas y los guateques.

Pero un día, mientras su marido trabajaba en el campo, ella se fue a una fiesta dejando solos a sus hijos en la casa, y día a día ella se ausentaba más y más.

Sus hijos, al no tener comida, porque su madre no se ocupaba de ellos, comenzaron a llorar con un fuerte guao guao guao.

Mabuya, el dios del mal, los escucho, y cansado de sus gritos los transformo en unos árboles que hoy día conocemos con el nombre de "Guao", este árbol es tan venenoso que solo su sombra es capaz de causar las más graves intoxicaciones.

Cuando Aipiri regreso a su casa, encontró seis árboles en lugar de sus hijos, y antes que pudiera recuperarse de su sorpresa, ella fue transformada en una "tatagua", que es la mariposa nocturna que en la actualidad la conocemos como la mariposa bruja.

Se dice que esta mariposa entra en las noches a las casas para recordar a las madres que jamás deben abandonar a sus hijos.

jueves, 11 de marzo de 2010

LA ENDEMONIADA


Cuentan que en Cuba, durante la época colonial, vivió una muchacha de familia muy decente llamada María Manuela. Esta joven poseía un carácter muy díscolo y agrio, hasta el punto en que nadie soportaba su presencia y siempre huían cada vez que ella se les acercaba.

Una vez, su madre vino a verla para pedirle un poco de dinero prestado, y ella le contesto:

-¿Dinero? Siete legiones de demonios es lo que tengo dentro de mi cuerpo.

Dicen que María Manuela, desde ese día no tuvo ningún día bueno, pues comenzó a padecer de enfermedades muy raras y de unos muy extraños ataques de histeria.

Los años fueron pasando y María Manuela comenzó a cambiar y sus ataques y enfermedades comenzaron a ser historia pasada.

Ella tenía, según cuentan, mucha gracia para hacer peinados, y una tarde, mientras ella peinaba a una joven que se preparaba para ir a un baile, mientras le recortaba los bucles le dijo:

-¿Sabes? me entran deseos de sacarte los ojos con estas tijeras que tengo en mis manos.

Y la muchacha, sin asustarse le dijo:

-Si Dios te da permiso para hacerlo, hazlo.

Cuando María Manuela escucho estas palabras se calmo.

Ella murió al cabo de algunos años luego que sucedió este incidente, y cuentan que cuando abrieron su cuerpo al morir, en lugar de encontrar sus órganos vitales, hallaron una masa dura y compacta.

La gente, al recordarla, en lugar de llamarla por su nombre, le decían La Endemoniada.

Leyenda cubana.

miércoles, 10 de marzo de 2010

LAS CIEN DONCELLAS

EL TRIBUTO DE LAS CIEN DONCELLAS.

Cuenta la leyenda que el rey astur Mauregato, uno de los cuatro conocidos como los reyes holgazanes por su escasa aportación a la reconquista, pactó con los moros un tributo anual por el cual tenía que entregar cien doncellas de gran belleza de las cuales cincuenta tenían que ser de origen noble y las otras cincuenta de origen plebeyo, a cambio, él tendría asegurada la paz de sus tierras.

Muchas fueron las doncellas enviadas al sur, pero algunas que se negaban a ir y luchaban con más fuerza que las demás, decidieron desfigurarse pues así al perder su belleza también perdían valor y no eran aptas como pago del tributo.

En tiempos de Alfonso II se seguía pagando este tributo y es en este tiempo donde comienza la leyenda que voy a relatar.

El rey designó a Nuño Osorio para custodiar a las doncellas hasta el lugar donde se debería de hacer la entrega de este curioso tributo y cuando llevaban un buen trecho recorrido, una de ellas, Sancha decide desnudarse y animar a las demás a que lo hagan también y no sirvió de nada que sus guardianes quisieran convencerlas de que volvieran a vestirse, ni con ruegos ni con amenazas y por mas que les preguntaban por que lo hacían, ellas no decían ni palabra y en vista de que no conseguían hacerlas entrar en razón, decidieron continuar el camino hasta que al aparecer los moros que venían a recogerlas, ellas volvieron a vestirse y es entonces cuando Sancha dice: “Atiende, Osorio cobarde, afrenta de homes, atiende, por que entiendas la razón, si non entenderla quieres. Las mujeres non tenemos vergüenza de las mujeres; quien camina entre vosotros, muy bien desnudarse puede, porque sois como nosotras, cobardes, fracas y endebres hembras, mujeres y damas; y así no hay por que non deje de desnudarme ante vos, como a hembras acontece. Pero cuando vi los moros, que son homes, y homes fuertes, vestíme, que non es bien que las mis carnes me viesen.
¿Qué honestidad he perdido cuando vengo entre mujeres? ninguna pues que lo sois tan cobardes y tan leves.”

Claro, llevar custodiadas a unas cuantas mujeres para entregarlas a los moros para que se diviertan con ellas lo podían admitir, pero ¿qué les llamasen mujeres? jamás, así que además de montar en sus caballos, montaron en cólera y arremetieron contra los moros y no dejaron ni uno con vida y supongo que los pobres moros pasaron en un momento de estar con cara de asombro sin entender ni jota de lo que estaba pasando a solicitar en el otro mundo las huríes prometidas en toda guerra santa.

No se si conocíais esta leyenda, pero para daros una idea de su popularidad, Lope de Vega escribió una comedia en 1612, basada en ella y titulada “Las famosas asturianas”.

Fuente: Internet

martes, 9 de marzo de 2010

URUTAÚ

URUTAÚ

Ñeambuí era hija de un aguerrido cacique guaraní, que se había instalado con su gente en un lugar hermoso, muy codiciado por sus vecinos.

La joven guardaba un recuerdo triste de las continuas luchas que su padre debió enfrentar para conservar ese paraje de la invasión de sus enemigos, y de cómo el cacique con el correr de los años se había vuelto cada vez más duro e implacable.

Hacía tiempo que Cuimaé, el joven cacique de una tribu vecina, estaba enamorado de Ñeambuí. La muchacha aceptaba los regalos que le traía su pretendiente, pero después corría al monte a jugar con los pájaros y a trenzar guirnaldas de flores para adornar sus cabellos negros.

Un día su padre le ordenó que aceptara a Cuimaé por esposo, así las dos tribus unidas podrían luchar mejor frente a cualquier invasor.

Ñeambuí obedeció el mandato de su padre y Cuimaé, feliz, comenzó los preparativos para la boda. La joven también se sintió contenta, aunque seguía recorriendo el monte a pesar de las advertencias de su enamorado, quien temía por ella, ya que conocía muy bien los peligros de la selva.

Una mañana la joven escuchó gritos y al salir de, su toldo vio a los guerreros preparándose para la lucha; una tribu vecina se aprestaba para invadirlos y el cacique, ayudado por Cuimaé iba decidido a luchar hasta las últimas consecuencias.

Después que partieron, Ñeambuí se refugió de nuevo en su toldo; no podía unirse a las otras mujeres de la tribu, que sentadas alrededor de una fogata, clamaban por el triunfo de sus hombres. Sufría demasiado al imaginar la lucha, pues pensar en los heridos y muertos de uno u otro bando, la llenaba de tristeza.

Llegó la noche y aún los guerreros no habían vuelto, cuando Ñeambuí escuchó de pronto un extraño lamento.

Primero sintió miedo, pero después casi contra su voluntad, se asomó afuera y vio la sombra de un hombre, iluminada por la luz tenue de la luna. Le pareció que se paralizaba de terror, y ya estaba a punto de pedir auxilio, cuando la sombra se desplomó. Entonces impulsada por una fuerza extraña se acercó y vio a un joven indio tendido en el suelo.

Por su vestimenta se dio cuenta que era de una tribu enemiga y al inclinarse sobre él, descubrió que tenía una profunda herida en una pierna. Supuso que, confundido, no se había dado cuenta que se introducía en el campamento del enemigo.

Sacando, fuerzas de flaqueza, la muchacha lo arrastró hasta ocultarlo detrás de su toldo, que quedaba algo apartado de los demás. Después buscó hierbas y ungüentos que aplicó sobre la herida del joven. Este abrió un momento los Ojos y al verla, la miró extasiado. No entendía cómo esa bella muchacha lo estaba cuidando. Desconcertado, pero ya más aliviado de su dolor quedó dormido.

Cuando Ñeambuí lo vio descansar tranquilo, entró rápidamente en su toldo y trató de calmarse. Temía por la suerte del joven enemigo y conociendo el carácter de su padre, deseó que el muchacho, una vez repuesto, se alejara de allí lo antes posible.

Envuelta en sus temores quedó ella también dormida y soñó con el indio herido, cuyas facciones le hablan parecido muy dulces.

La despertaron los gritos de los hombres que volvían de la lucha. Temblando se asomó afuera y escuchó que su padre y Cuimaé la saludaban; se acercó tratando de no hacer caso de los latidos de su corazón.

La mirada de los guerreros era dura; habían podido frenar los avances del enemigo, pero a costa de la pérdida de muchos hombres.

El cacique dijo a su hija:

-Muy pronto se festejarán tus esponsales con Cuimaé; es un valiente guerrero y tendremos que partir de nuevo, pero antes quiero que sea tu esposo.

La joven se inclinó ante su padre, mientras Cuimaé se adelantaba para abrazarla. En eso se escucharon gritos y algunos soldados trajeron prisionero al joven enemigo. Lo arrastraban, ya que apenas podía caminar y el cacique, ordenó que lo encerraran inmediatamente.

La muchacha no pudo evitar lanzar un suave quejido; sólo, fue escuchado por Cuimaé que observó la palidez de su rostro y mil sospechas lo invadieron. Hacía tanto que esperaba a Ñeambuí, hacía tan poco que ella le sonreía como aceptando su cariño, que ya no podía tolerar ningún rechazo. Fue así que preparó los festejos para la boda con un apuro febril.

Ñeambuí por el contrario parecía languidecer día a día y mientras las mujeres de la tribu le probaban la túnica nupcial, mientras alrededor de ella los preparativos se sucedían unos a otros, permanecía pasiva en medio del bullicio...

La mirada resignada del joven prisionero la perseguía constantemente, y a menudo paseaba como por casualidad frente al toldo donde estaba encerrado.

El joven también se había sentido hechizado por la dulce india y aunque sus miradas sólo se encontraban fugazmente, expresaban todo lo que los dos sentían.

Nadie se percató de lo que sucedía; sólo Cuimaé no perdía los gestos y miradas de la joven, y sentía su corazón estallar de dolor.

La noche anterior a la boda se celebró un festejo prenupcial; después toda la toldería quedó dormida, menos Ñeambuí. Se acercó sigilosamente al toldo del prisionero... hasta su guardián dormía. Haciendo un gran esfuerzo pudo desatar las lianas que lo sujetaban y los dos huyeron al monte.

Allí, apenas iluminados por la luna, se abrazaron; no se imaginaban que Cuimaé, enloquecido de celos los había seguido.

Desesperado, el joven cacique sacó la flecha más afilada de su carcaj y, armando su arco, la despidió con fuerza sobrehumana. Ñeambuí y el joven se desplomaron, mientras la selva vibró bruscamente, sacudida por una carcajada de loco.

Amor y odio habían sido demasiado fuertes para Cuimaé, pero los dioses se compadecieron de él y lo convirtieron en ave... Desde entonces el Urutaú recorre los campos con sus tristes lamentos. Todas las noches llora a su bienamada y recién descansa al amanecer.

lunes, 8 de marzo de 2010

HUACACHINA


En Tacaraca, centro indígena de alguna importancia, durante el período precolombino vivía una ñusta de verdes-pardosas pupilas, cabellera negra como el negro azabache que forma piedra escogida de la tierra, o quizás como el negro profundo del chivillo, el pájaro quebradino de las notas agudas, el tordo de nuestros alfalfares de las cejas de las sierras, doncella roja de curvas y sensuales contornos gallardos, como las vasijas del Sol en el Coricancha de los Incas.

Allí cerca también de las alturas de Pariña Chica, el pago de las huacas, de los enormes tinajones y las gigantescas lampas de huarango esculpido, vivía Ajall Kriña; apuesto mozo de mirada dura y fiera en el combate, como la porra que se yergue en la mano del guerreo o como la bruñida flecha de tendido arco; pero de mirada dulce y suave en la paz, en el hogar, en el pueblo, como rizada nota de música antigua; como gorjeo de quena hogareña, percibida a lo lejos por el fatigado guerrero que tras dilatada ausencia regresa.

Ajall Kriña, enamorose perdidamente de las formas blandas, pulidas de la virgen del pueblo y un día en la confusa claridad de una mañana, cuando la ñusta llevaba en la oquedad de esculpida arcilla, el agua pura, su alma apagada y muda hasta entonces, abrió la jaula y dejó cantar a la alondra del corazón:

Mi corazón en tu pecho
cómo permitieras;
aunque penda de un abismo,
muy hondo, muy hondo o estrecho
de modo que tú me quieras
como tu corazón mismo.

La de las eternas lágrimas, la princesa Huacachina, llamada así porque desde que los ojos de su alma se abrieron a la vida, no hicieron sino llorar; no tardó en corresponder el cariño hondo, fervoroso e intenso del feliz varón de los cambiantes ojos de fiereza o de dulzura, de acero o de miel.

Todas las mañanas y todas las tardes, en los cárdenos ocasos o con las rosadas auroras, Huacachina, cuyas lágrimas parecían haberse secado para siempre, entregaba a Ajall Kriña, las preferencias de su corazón, las joyas de su ternura, los incendios de su alma pura y sencilla.

Pero la felicidad que siempre se sueña eterna a los ojos egoístas de que goza, voló como el céfiro fugitivo que se escurre entre las hojas de los árboles o entre las hebras del ramaje.

Orden del Cuzco, disponía que todos los mozos se aprestaran a salir inmediatamente, para combatir sublevación de lejano pueblo belicoso.
Ajall Kriña, con el alma despedazada, despidiose de su ñusta hechicera.

Ella júrale amor, fidelidad, cariño y él, alegre, feliz porque comprendía con la fe y la fiebre del que quiere, que ella no lo engañaría y entregaría su corazón como aquella otra ñusta odiosa de la leyenda iqueña que enajenó su ser por el oro de la joya, la turquesa del adorno y los kilos de la blanca lana como vellón de angora, marchó con otros de su pueblo en pos de nuevos soles a develar la rebelión, a sofocar el movimiento sacrílego contra el Dios-Inca.

Ajall Kriña, con heridas terribles, abiertas, incicatrizables en el cuerpo de bronce, muere en el combate después de haber luchado como un león.

La triste nueva, pronto se comunica a Huacachina, la bella princesa de los ojos hechiceros, quien alocada, desesperada, exantrópica, al amparo de las sombras que se vienen, huye sin que lo adviertan sus padres entre los cerros y los cuchillos de arena, hasta caer postrada, abatida, jadeante, sudorosa, con el llanto que desbordándose del manantial inagotable de sus olas, caían en las arenas que como pañuelos de batista, se extendían más allá de la Huega.

Las lágrimas ruedan y siguen rodando muchos minutos; numerosos días; tiempo tal vez incontable para ella, de sus ojos inyectados por el dolor y cuando el hambre, el dolor, la tristeza, la desventura, rompen el frágil cristal de su alma y la vida huye y se aleja veloz, esas abundantes lágrimas, absorbidas por las candentes arenas, surgen a flor de tierra en el inmenso hoyo amurallado por las arenas superpuestas, después de haberse saturado, con las sustancias de la entraña de la tierra, que las devuelve por no poder resistir el contagio del inmenso dolor.

En el día, las verdes aguas pardosas se evaporan en pequeña cantidad hacia los cielos, como si fueran llamadas por los dioses para aprender del dolor y se cuenta que todavía en las noches, cuando las sombras y el silencio han empujado a la luz, al ruido, sale la princesa, cubierta con el manto de su cabellera que se plisa u ondea en su cuerpo; con ese manto negro, muy negro, pero menos obscuro que su alma, para seguir llorando su llanto de ausencia y de pesadumbre, algunas de cuyas gotas todavía se descubren en la mañana, en los primeros minutos de la luz, hasta sobre los raros juncos que a veces brotan en la orilla de oquedad; se ven sobre las innumerables hojas rugosas del toñuz tendido en sus ocios y se perciben sobre cada uno de los dientes de las hojas peinadas del viejo algarrobo, que extiende sus ramas levantándose sobre la cama de arena, para pedir a los cielos, piedad y consuelo, destinados a la princesa de la dicha rota, del ensueño deshecho, del paraíso trunco.

domingo, 7 de marzo de 2010

ELAL Y LAS AVES.


EL FORJADOR DE PÁJAROS

Dicen que no hubiera sido por los pájaros ni habrían existido los tehuelches.

Y es verdad, porque fueron las aves las que ayudaron a escapar del gigante que lo perseguía al pequeño Elal, el héroe que más tarde creo a los hombres de la Patagonia.

Ellas fueron su transporte y su escolta, su abrigo y su alimento. Y ocupando lagunas, grutas y acantilados, se quedaron para siempre en la Patagonia.

Cuentan que en la isla de Kóoch, apenas nacido Elal, una Tuco-Tuco lo oculto en su cueva para salvarlo de la furia de su padre, que lo buscaba para matarlo. Sin embargo Terr-Werr, la Tuco-Tuco, sabia que el escondite era inseguro y que tarde o temprano el gigante Nóshtex devoraría al bebe, para impedir que un día se volviera mas poderoso que el. Pero para salvar al niño la Tuco-Tuco necesitaba ayuda, y al primero que recurrió fue a Kiken, el chingolo.

Cerca de la laguna, Terr-Werr encontró a Kiken, que avanzo a los saltitos a su encuentro. La Tuco-Tuco le dijo que necesitaba hablar con el cisne, que nadaba muchos metros agua adentro, y le pidió por favor que volara hasta él y lo llamara. El chingolo cumplió con este primer encargo, y del mismo modo fue convocado a todos los animales para que se reunieran en la asamblea donde se decidiría el destino de Elal. Y por eso que aun hoy Kiken es amigo de todos, hombres y animales, cualquier sitio es su casa y es el primero en cantar cuando llega el amanecer.

Una vez reunidos los animales, Terr-Werr les contó a todos de la existencia de Elal, de cómo lo había salvado arrastrándolo hasta su cueva, de cómo Nóshtex, su padre, furioso, removía las rocas de la gruta para descubrirlo, de que el peligro era enorme...
Entonces Kíus, el cholo, pidió la palabra a la asamblea, y dijo:
- Fuera de la isla, hacia el oeste, más allá del mar, hay una tierra que solo yo conozco. Podemos mandar el niño allí, y de este modo Noshtex nunca podría alcanzarlo.

Y así se hizo, porque a todos les pareció bien la idea de Kíus.

Pero esa tierra desierta, la Patagonia, era el reino de Shíe, la nieve, y de Kókeske, el Frío.

Los dos hermanos, siempre juntos, siempre de acuerdo, recorrían permanentemente su territorio. Shíe llegaba quedamente, deshaciendo en motas su vestido blanco, acolchando las rocas y tachonando el mar. Luego Kokeske endurecía la nieve caída y la volvía filosa, brillante y resbaladiza. A veces convocaban a Máip, el viento helado, que jugaba con Shíe haciéndola volar y corría con Kókeske carreras velocísimas.

Los amos de la Patagonia se pusieron furiosos cuando descubrieron a Elal, que bajaba del cerro Chaltén, donde lo había dejado el cisne, para vivir en esa tierra y cambiarlo todo.

A pesar de que los dos hermanos atacaron al niño con todo su poder, no pudieron vencerlo y para siempre le guardaron rencor, a el y al Chorlo, que había trazado el camino del invasor.

Por eso Kíus solo vive en la Patagonia mientras el tiempo es cálido; emigra hacia el norte cuando el invierno se acerca, temeroso de la venganza de Kókeske y Shíe.

Kápenk-och era un pájaro negruzco, le gustaba caminar por la tierra buscando su alimento o posarse con su compañera en un arbusto bajo, cantando y silbando a los cuatro vientos. Él fue el encargado de distraer al padre de Elal, el gigante Nóshtex, mientras Terr-Werr se dedicaba a los últimos preparativos de la fuga.

El gigante, pisoteando los matorrales, recorría la isla en busca de su hijo, y Kápenk-och lo seguía volando bajo de rama en rama, aturdiéndolo con sus silbidos agudos y revoloteándole alrededor. Ya se acercaban al punto de la laguna desde donde partiría Elal cuando Nóshtex, irritado, ordeno al pajarito: - Cállate!!!

Pero Kápenk-och siguió cantando, cada vez mas fuerte.
Entonces el gigante grito: - Cállate de una vez, te digo!!!!! – y al mismo tiempo le arrojo una rama, de modo que una gruesa astilla se clavo en el pecho claro del pajarito.

Kápenk-och dio un grito de dolor y se escapo sangrando, mientras Nóshtex daba media vuelta fastidiando hacia su caverna.

Cuando el pajarito, desfalleciente, llego a la laguna, Elal curo con cuidado su pecho tembloroso, y dispuso que ostentara para siempre en el, como una insignia, el violento y hermoso color de la sangre. Y así distinguimos todos al pecho-colorado.

Cuando Terr-Werr, la Tuco-Tuco, mando llamar a todos los animales, le pidió al piche que buscara al flamenco para que fuera él, una de las aves más grandes, el encargado de transportar a Elal en su viaje hacia la Patagonia.

Cuentan que el pinche fue a buscar diligentemente a la otra orilla de la laguna, pero en el camino se encontró con un gigante que se detuvo a observarlo. Entonces el animalito quiso disimular su apuro, se puso a husmear la tierra y así, como quien no quiere la cosa, logro esconderse entre los juncales. Allí permaneció hasta que estuvo seguro de que el gigante se había ido y solo entonces retomo el camino.

Finalmente encontró al flamenco, que caminaba en círculos a grandes pasos removiendo el agua, muy cerca de la orilla.

Recibido el mensaje, el flamenco se apuro a cruzar la laguna para ir en busca de Elal, pero cuando llego ya el niño se trepaba a las blancas espaldas del cisne. Dicen que su desilusión fue tan grande que no dijo nada y, parado en donde estaba, se quedo quieto, muy quieto, doblando su ágil cuello y ocultando su cabeza debajo de un ala.

Entonces Elal, conmovido, quiso compensarlo con un regalo. Inspirado por la visión deslumbrante del horizonte teñido por la aurora, pinto para siempre sus plumas con el color rosado del amanecer.

Pero el cambio no calmo la pena del flamenco y, después de seguir a Elal detrás del cisne en su vuelo sobre el mar, se refugio en las ocultas lagunas de la Patagonia, donde vive rodeado únicamente de los suyos y se pasea con el cuello curvo y la cabeza gacha, para que nadie advierta su mirada de tristeza.

Otro que llego tarde a la cita de Elal fue Mexeush, el choique. Cuando Patenk, el zorro, fue a avisarle que el niño lo esperaba en la orilla de la laguna, tuvo intenciones de ir a su encuentro. Estaba por echarse a volar cuando advirtió que se acercaba uno de los gigantes; entonces, acobardado, decidió ir caminando en dirección opuesta y dar un rodeo. Cuando finalmente llego a donde todos lo esperaban, Elal, enojado, lo castigo quitándole la facultad de volar.
Por eso Mexeush, a pesar de que sus alas son grandes y poderosas, no puede planear como el con el cóndor por encima de las cumbres, ni seguir a las canoas por el mar como los cormoranes, ni revolotear de mata en mata como los chingolos.

Tiene que conformarse con correr, velocísimo, por la estepa, agitando vanamente sus alas inútiles.

Dicen que cuando los animales, reunidos en asamblea por el llamado de Terr-Werr, decidieron salvar a Elal enviándolo a la Patagonia, pensaron en que solamente tres aves reunían las condiciones necesarias para poder cruzar el mar llevando en su lomo al niño hasta su tierra. Por eso Terr-Werr convoco al cisne, al choique y al flamenco.

Pero, mientras los dos últimos se dirigían con retraso a la cita con Elal, Kòokne, el cisne, avisado por el chingolo, nado derechamente hacia el escondite y accedió sin vacilar al pedido del tuco-tuco.

Mientras escuchaba las indicaciones de Kius, y Terr-Werr, el cisne esponjo las blancas plumas de su espalda para recibir a Elal, que se acomodo allí como en un nido.

Carreteo un buen trecho por el campo y, con un grito de despedida, se elevo en el aire rumbo al oeste, con su vuelo vigoroso y sostenido, que parecía incansable. Nadie conoce los detalles del viaje, pero dicen los tehuelches que fue durante su transcurso que el niño y el cisne se hicieron amigos para siempre. Que fue allí, en las alturas, donde Kòokne llamo “Elal” por primera vez a esa criatura sin nombre.

Elal y el cisne volaron dejando atrás la isla, por encima del mar inmenso, hasta avistar la montaña azul de la que les había hablado Kìus. Allí, en la cumbre del Chaitén, se poso Kòokne y cuido a Elal durante tres días y tres noches, hasta que estuvo listo para bajar y comenzar su obra en la Patagonia.

Entonces el cisne se retiro a las lagunas y a las costas del mar, desde donde se dice que en todos los amaneceres recuerda a Elal y lo llama con un grito.

Así paso mucho tiempo y, una vez terminada su obra civilizadora, cuando Elal decidió marcharse de la Patagonia, volvió a buscar a Kòokne. Dicen que el héroe monto en el cisne y se fue volando, siempre hacia el este.

Cuentan que cuando Kòokne estaba cansado se lo decía a Elal, y el jinete lanzaba una flecha hacia el mar .

En ese punto surgía una isla, a donde Kòokne se posaba para recuperar sus fuerzas.

Por eso los cisnes son sagrados para los tehuelches. No los cazan ni los domestican para no atraerse la desgracia y, cuando un cisne muere, ni siquiera los cóndores y otras aves carroñeras se animan a despedazar su cadáver. Así lo dispuso la voluntad de Elal.

Dicen que al principio los tehuelches enseñaban a sus hijos a cuidarse del cóndor, que de vez en cuando sorprendía en el cerro a un chico solitario y se lo llevaba para siempre a su guarida.

Elal, que tenia en ese entonces cuatro años, estaba un día echado boca arriba, mirando el cielo abierto, donde las nubes se unían y separaban en una ronda interminable, cuando vio un punto oscuro y lejano que, balanceándose, se acercaba cada vez mas.

Por la manera de planear, tardo un poco un reconocer al cóndor, entonces preparo una flechita para calzar en el pequeño arco que había fabricado y acostado, como estaba, apunto hacia arriba, hacia el vientre negro del gran pájaro que descendía. La flecha dio en el blanco y el cóndor bajo aleteando ensordecedoramente hasta donde estaba Elal, que le dijo: - solamente quiero que me des una pluma.

El cóndor gritaba: - No te voy a dar! No te voy a dar!

Y entonces Elal, de un manotón de su pequeña mano, le arranco todas las plumas de la cabeza y lo dejo pelado, tal como lo conocemos hoy.


Fuente: http://www.endepa.madryn.com/index.htm