sábado, 17 de abril de 2010

R U M I Ñ A W I




Rumiñahui (quichua: Rumi Ñawi, “Ojo de Piedra”)

Cuenta una leyenda maravillosa, que un día hace mucho tiempo en una montaña sagrada de los andes centrales nació un hermoso niño, los abuelos le profetizaron que seria un gran líder, pues había nacido en la luna llena que se tiñe de sangre, en el eclipse lunar del noveno Pachacutik.

Por eso le llamaron Orominabi que significa ojos de fuego. Creció en el valle y en las altas montañas, fortaleció sus músculos en las grandes cascadas, y forjó su carácter en la selva profunda y misteriosa de los yumbos.

Cuenta la leyenda que este niño, era de carácter indomable que asombraba a su gente por su don de profecía y de guerrero sagaz. Era hermano de Atahualpa y por eso compartía las enseñanzas con los grandes Amawtas y los Jatun Tayta - Mamas Yachaks, en las famosas escuelas del Tawantinsuyu llamadas Yachay Wasi.

Pero tan fuerte era su carácter que no pudieron los grandes Amawtas armonizar su voluntad y por consejo de los Taytas Yachaks, decidieron enviarle donde los sabios de la Selva misteriosa, allí aprendió a dominar su carácter, templar su fuerza y armonizar su energía.

Regresó después de siete años a su añorada y querida tierra natal.

Pero ¡Oh! sorpresa la gente huía lleno de susto y dolor, pues habían llegado los blancos barbados, a cumplir lo que decía la profecía de matar a los hijos del INTI. Encegueció de cólera y fue a buscar a los sabios y sabias, para preguntar que sucedía, porque no defendían a su Pueblo.

Y ellos le contestaron: ¡A llegado el tiempo que los RUNAS del Tawan Inti Suyu, duerman en la noche de los 500 años! y que todos los símbolos sacros sean escondidos y que los grandes sabios Amawtas, Amuntas, Yachaks se transformen en los más humildes campesinos, indígenas, para que la sagrada sabiduría del Inti no sea destruida y regrese en el Décimo Pachakutik, a dar vida a los herederos de tan alta sabiduría.

Los ojos de este gran guerrero se tiñeron de sangre, su corazón parecía salir de su pecho y su garganta exclamó:

¡Mana sakishachu, ñuka wawkikuna wañuchun! ¡mishasunmi!
¡Noo! No dejaré que mis hermanos y hermanas mueran! ¡Hemos de vencer!


Rumiñawi junto a 8000 guerreros, se fueron a enfrentar a estos hombres apodados langostas, pues a su paso arrasaban con todo. Los guerreros Runas tenían ventaja, pues los blancos cultores de la noche eran muy pocos, vencidos estaban estos hombres langostas, cuando algo terrible sucedió?...

Temblaba la tierra y las montañas sagradas, comenzaron a hablar, comenzaron a erupcionar fuertemente, favoreciendo a los soldados castellanos.

Con voz trémula e impotente ante los mensajes de su Allpa Mama, Rumiñawi exclamó:

¡Oh! Jatun Pachakamak, señor del infinito no nos abandones!...

Después de un breve silencio, reaccionó, sus ojos se tiñeron de sangre, de fuego, ira, coraje y tristeza y ordenó la retirada a las altas montañas sagradas.

Mucho tiempo estuvo en silencio, meditando con el Inti Yaya, la Killa Mama, muchas veces sintió desfallecer y sus ojos, se llenaba de lágrimas al ver a su llakta, tierra sagrada, morir poco a poco.

Pero un día, una niña se acercó gritando:

¡Apu Rumiñawi! ¡Tayta Rumiñawi! donde estás, están matando a nuestra gente, a las ñustas, a las mamas y a los wawas ¡Ven a defenderlos! ¡Padre Rumiñaw!

Como un relámpago, se levantó y con voz de trueno dijo: ¡Defenderé hasta con mi propia vida, hasta la eternidad, porque debe cumplirse la profecía:

¡WARANKA WARANKA KUTIN SHAMUN!
¡Miles y miles regresaremos!
Kaypimi kanchi
Aquí estamos
Ñukanchimi kanchi
Nosotros somos.


(Fragmento de la historia de Rumiñahui, con la que la escuela Yachay Wasi,
participo en la oratoria de las escuelas del sur,
¡Aquí estamos Rumiñahui!,
realizado el sábado 02 de noviembre del 2004.
Yachay Wasi, gano el segundo y tercer premio).


Ama Killa, Ama Llulla, Ama Shwa

viernes, 16 de abril de 2010

EL PRIMER FUEGO


Pa-pa Mirí pensaba que el hombre necesitaba fuego, que hasta ese momento no lo conocían. Pero era un elemento que estaba en mano de los Futuros Cuervos que vivían en una montaña, eran muy poderosos, se alimentaban de hombres y no querían brindar el fuego a otros seres.

Para obtener el fuego, Pa-pa Mirí llamó a Cururú, el Sapo, éste le explicó su plan en el oído, porque los Futuros Cuervos tenían buena audición. Juntos fueron a la montaña donde vivían los come gente.

Pa-pa Mirí se tiró al suelo, para parecer un muerto y el Sapo se escondió.

Los Futuros Cuervos vieron a Pa-pa Mirí como alimento y lo cocinaron, pero éste no se quemaba porque era un Dios.

Cuando se alejaron las criaturas el dios tiró brasas al Sapo, que luego de varios intentos fallidos las pudo recoger con su lengua, hecho esto escaparon.

Pa-pa Mirí con la braza encendió una flecha que arrojó al bejuco subterráneo, una planta.

Entonces las personas podían cortar un pedazo de bejuco, hacerle un agujero, meter la punta de una flecha y hacerla dar vueltas originándose una leve llama. Desde entonces los guaraníes hicieron fuego de ese modo.

Pa-pa Mirí convirtió a los Futuros Cuervos en cuervos o jotes para que no hicieran nuevos males. Los guaraníes les dicen Urubú.

Leyenda Guaraní

jueves, 15 de abril de 2010

EL ENCANTO



Ch´ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Habían crecido juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al muchacho, dijo que lo aceptaría de yerno. Ambos escucharon la promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aumentó día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas.

Desgraciadamente, el padre no lo advirtió. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija y el señor Chang Yi, olvidando su antigua promesa, consintió.

Ch´ienniang, debiendo elegir entre el amor y el respeto que le debía a su padre, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidió abandonar el país para no ver a su novia casada con otro.

Inventó un pretexto y le comunicó a su tío que debía marchar a la capital.

Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreció una fiesta de despedida.

Wang Chu, desesperado, pasó cavilando todo el tiempo de la fiesta, diciéndose que era mejor partir y no empeñarse en un amor imposible.

Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas millas cuando cayó la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcación y que descansaran, pero por más que se esforzó no pudo conciliar el sueño.

Hacia la medianoche, oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó:
-¿Quién anda ahí, a estas horas de la noche?
-Soy yo, soy Ch´ienniang.

Sorprendido y feliz, Wang Chu la hizo entrar a la embarcación. Ella le dijo que el padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la separación.

También ella había temido que Wang Chu, en su desesperación, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la cólera de los padres y la reprobación de la gente y había venido para seguirlo a donde fuera.

Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.

Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Ch´ienniang pensaba cada vez más en su padre. Ésta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivían o no, y una noche le confió a Wang Chu su pena.

-Eres una buena hija -dijo él- ya han pasado cinco años y se les debe de haber pasado el enojo.

Volvamos a casa.

Ch´ienniang se regocijó y se aprestaron a regresar con los niños.

Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch´ienniang:
-No sabemos cómo encontraremos a tus padres. Déjame ir antes a averiguarlo.

Al divisar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón.

Chang Yi lo miró asombrado y le dijo:
-¿De qué hablas? Hace cinco años Ch´ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.

-No comprendo -dijo Wang Chu- ella está perfectamente sana y nos espera a bordo.

Chang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch´ienniang.

La encontraron sentada en la embarcación bien ataviada y contenta.

Maravilladas, las doncellas volvieron y aumentó el asombro de Chang Yi.

Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecía haberse curado: sus ojos brillaban con una nueva luz. Abandonó el lecho y se vistió ante el espejo.

Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación.

La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y sólo quedó una Ch´ienniang, joven y bella como siempre.

Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.

Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch´ienniang vivieron juntos y fueron felices.








miércoles, 14 de abril de 2010

EL PECHO COLORADO Y EL GORRIÓN














Ésta leyenda se refiere al origen del gorrión y del pecho colorado o estornino fueguinos.

Hace muchos años hubo entre los onas un guerrero de corta estatura, pero muy ágil, fuerte y valiente, que desafió a luchar a todos los hombres de una tribu vecina.

Estos eligieron como campeón a un gigante de poderosa musculatura que doblaba en estatura y peso al desafiante.

Llegado el momento de la confrontación de las dos tribus reunidas rodearon a sus campeones y comenzó el torneo.

De pronto el gigante agarró a su rival con una mano de los cabellos y con la otra del cuello, comenzando a tirar y apretar con fuerza creciente amenazando ahogarlo.

No por eso se amilanó el pequeño, en un momento oportuno, propinó a su rival un feroz golpe de puño en la nariz obligándolo a soltarlo, en tanto la sangre manaba en abundancia.

Cuando se separaron, el gigante con el pecho manchado de sangre se convirtió en el hermoso estornino fueguino, en tanto que el pequeño, con su copete y su mancha en el cuello, quedó transformado en el gorrión.

lunes, 12 de abril de 2010

LA TORTUGA PARLANCHINA.


El futuro Buda nació una vez en una familia del ministro, cuando Brahmadatta reinaba en Benares; y cuando él rey creció, el futuro Buda llegó a convertirse en el consejero del rey en temas espirituales.

Este rey llegó a ser muy hablador; y mientras hablaba no permitía a nadie decir una sola palabra.
El futuro Buda quería curar esta locuacidad, y estaba constantemente buscando la manera y el significado de este hecho.

En esa misma época, en un estanque en las montañas del Himalaya, vivía una tortuga.

Dos patos salvajes, que se acercaron al estanque a beber, se hicieron muy amigos de la tortuga.
Y un día, cuando su amistad se hizo más grande, los patos le dijeron:

"¡Amiga tortuga! El lugar donde nosotros vivimos, es en una cueva dorada de una bella montaña en un lugar del Himalaya, es un sitio delicioso. ¿Vendrás allí con nosotros?"

"Pero, ¿Cómo podría llegar hasta allí?"

"Nosotros podemos llevarte, si mantienes la boca cerrada y no se lo dices a nadie."

"¡Oh! Eso puedo hacerlo, no se lo diré a nadie. Llevadme con vosotros"

"De acuerdo", le dijeron. Le hicieron morder fuerte con la boca el centro de un palo, y ellos mordieron los dos extremos y volaron los tres en el aire.

Los habitantes de la zona, al verles volar gritaron: "¡Dos patos salvajes están llevando una tortuga agarrada a un palo!", con lo cual la tortuga dijo, "si mis amigos quieren llevarme, que os importa, desdichados esclavos! En ese mismo instante, cuando su veloz vuelo pasaba por encima del palacio del rey en la ciudad de Benares, la tortuga dejó de morder el palo, y cayó en el patio, ¡partiéndose en dos!

Ella no paraba de llorar, y los lugareños no paraban de decir:

"Una tortuga ha caído del cielo en el patio, y se ha partido en dos".

El rey, acompañado del futuro Buda, se acercó al lugar rodeado de todos sus súbditos; y mirando a la tortuga, le preguntó al Bodhisatta, "¡Profesor! ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí la tortuga?"

El futuro Buda pensó, "debo utilizar esto para darle una lección al rey.

Seguramente esta tortuga se ha hecho amiga de los patos salvajes; y ellos le han debido traer hasta aquí con un palo. Pero seguro que la tortuga no pudo sujetarse bien porque habló algo, y es por eso se cayó y se mató". Entonces dijo: "Verdaderamente, ¡Oh Rey! Aquellos que son llamados parlanchines que hablan interminablemente alcanzan pena y dolor como esta", y pronunció los siguientes versos:

"Verdaderamente la tortuga se mató
mientras utilizaba su voz;
si bien agarraba fuerte el palo,
fue su voz quien le perdió.
Contemplarle, ¡Oh excelente fuerza!
el decir palabras sabias, a su tiempo.
Tu ves como, por hablar en demasía,
La tortuga cayó en su desdichada situación!"

El rey se dio cuenta que se estaba refiriendo a él, y dijo:

"¡Oh profesor, ¿estás hablando de nosotros?"

Y el bodhisatta le habló abiertamente, y le dijo, "¡Oh gran rey! Seas tu, o sea otro cualquiera, aquel que habla sin medida se topa en algún momento con un contratiempo como este."

Y el rey de ahora en adelante se abstuvo de hablar demasiado, y se convirtió en un hombre de pocas palabras.

EL CAMALOTE



Dicen que antes, en el Río Paraná, no existían los camalotes.

Que la tierra era tierra, el agua, agua y las islas, islas.

Antes, cuando no habían llegado los españoles y en las orillas del río vivían los guaraníes.

Fue en 1526 cuando los hombres de Diego García remontaron lentamente primero el Mar Dulce y después el Paraná, pardo e inquieto como un animal salvaje, a bordo de una carabela y un patache.

El jefe llegaba como Gobernador del río de Solís, pero al llegar a la desembocadura del Carcarañá se encontró con que el cargo ya estaba ocupado por otro marino al servicio de España, Sebastián Gaboto. Durante días discutieron los comandantes en el fuerte Sancti Spiritu, mientras las tropas aprovechaban el entredicho para acostumbrar de nuevo el cuerpo a la tierra firme y recuperar algunas alegrías.

Exploraron los alrededores y aprovecharon la hospitalidad guaraní. Así fue que una joven india se enamoró de un soldado de García. Durante el verano, mientras García y Gaboto abandonaron el fuerte rumbo al interior, ellos se amaron. Que uno no comprendiera el idioma del otro no fue un obstáculo, más bien contribuyó al amor, porque todo era risa y deseo. Nadaron juntos en el río, ella le enseñó la selva y él el bergantín anclado en la costa; él probó el abatí (maíz en guaraní), el chipá (pancitos elaborados con harina de mandioca), las calabazas; ella el amor diferente de un extranjero.

Mientras tanto, las relaciones entre los españoles y los guaraníes se iban desbarrancando. Los indios lo había provisto, los habían ayudado a descargar los barcos y habían trabajado para ellos en la fragua, todo a cambio de hachas de hierro y algunas otras piezas. Pero los blancos no demostraron saber cumplir los pactos, y humillaron con malos tratos a quienes los habían ayudado a sobrevivir. Hasta que los indios se cansaron de tener huéspedes tan soberbios y una noche incendiaron el fuerte. Los pocos españoles que sobrevivieron se refugiaron en los barcos, donde esperarían el regreso de Gaboto y García. Después del incendio, el amor entre el soldado y la india se volvió más difícil, más escondido y más triste.

Todos los días, en sus citas secretas, ella intentaba retenerlo con sus caricias y sus regalos y, sin embargo, no conseguía más que pulir su recelo.

Cuando llegaron los jefes, se encontraron con la tierra arrasada y decidieron volver a España por donde habían venido. Las semanas de los preparativos fueron muy tristes para la muchacha guaraní, que andaba todo el día por la orilla, medio oculta entre los sauces, esperando ver a su amante aunque sea un momento. Y, como no hubo despedida, la partida en cierto modo la tomó por sorpresa. Una mañana apenas nublada, cuando llegó hasta el río, vio que los barcos se alejaban. Los miró enfilar hacia el canal profundo y luego navegar, siempre hacia abajo, con sus mástiles enhiestos y sus estandartes al viento. Después de un rato eran ya tan chiquitos que parecía imposible que se llevaran tanto... Y, enseguida, el primer recodo se los tragó.

Durante días y días la india lloró sola el abandono: hubiera querido tener una canoa, las alas de una garza, cualquier medio que le permitiera alejarse por el agua, más allá de los verdes bañados de enfrente, llegar allí donde le habían contado que el Paraná se hace tan ancho y tan profundo, para seguir la estela de los barcos y acompañar al culpable de su pena.

Todos sus pensamientos los escucharon los porás (espíritus invisibles vinculados con los animales y las plantas, que pululaban por los ríos y los montes) de la costa, que se los contaron a Tupá (dios de las aguas, lluvia y granizo) y su esposa, dioses del agua. Y una tarde ellos cumplieron su deseo y la convirtieron en camalote.

Por fin se alejaba de la orilla, por fin flotaba en el agua fresca y oscura río abajo, como una verde balsa gigantesca, arrastrando consigo troncos, plantas y animales, dando albergue a todos los expulsados de la costa, los eternos viajeros del río.

domingo, 11 de abril de 2010

EL PRIMER VUELO DE LAS LUCIÉRNAGAS


Isondú fue el hombre más hermoso entre todos los guaraníes.

El más alto, el más fuerte, el más hábil.

Había que verlo disparando una flecha, remando en la canoa ó bailando en las ceremonias de los payés.

Cuando era chico, no había madre en su tevy que - al verlo reírse - no le hiciera una caricia y, cuando le llegó la hora del tembetá, ya había muchas indiecitas que querían casarse con él.

A todas les gustaban sus manos diestras, su mirada penetrante y su perfume a madera.

Junto con el amor que despertó en tantas muchachas, se despertó también la envidia de los hombres. Los que habían jugado con él sobre las hojas de palmera y más tarde en los claros o en el río ahora le tenían rabia. Por eso prepararon una emboscada.

A Isondú lo esperaron un atardecer.

Temprano habían cavado el pozo en el camino y lo habían disimulado bien: ya se sabe que los guaraníes eran especialistas en cazar con trampas y ésta, ya estaba lista.

Después se sentaron a esperar y a beber la chicha de maíz que habían llevado.

Isondú volvía de la aldea vecina, donde tenía parientes.

Venía solo, pensando en una chica que había conocido allí, la única muchacha que estaba seguro de poder querer. Sin duda pronto se casaría con ella. Ya se la imaginaba junto a él, con el cuerpo adornado con pinturas y una flor - la orquídea más hermosa que él pudiera encontrar - en su largo pelo negro.

Contento y cansado iba por los caminos de la selva, espantándose los mosquitos de tanto en tanto. A él, tan grande y fuerte, se lo veía pequeño al lado de los árboles inmensos.

Cuando faltaba poco para llegar a su aldea, empezó a escuchar las risas y los gritos de sus enemigos. Pero no se inquietó, era joven... no le tenía miedo a nada y había sido siempre demasiado dichoso como para suponer que se acercaba la desgracia.

Cuando escucharon sus pasos, los otros se quedaron callados. De pronto, Isondú tropezó entre unas lianas y cayó en el pozo.

Los tramperos salieron enseguida de sus escondites y empezaron a reírse y a burlarse de él:

- ¡Isondú! ¡Isondú! ¡Te cazamos como a un tapir!

- A ver, ¿de qué te sirve ahora ser tan valiente?

- ¡Isondú! ¡Ahí va un anzuelo para que muerdas! ¿O quieres que llamemos a tu madre para que te salve?

Y mientras tanto le tiraban palitos, frutos y unas bolitas de arcilla dura con las que cazaban ratones y los pájaros.

Isondú les gritaba:

- Pero, ¿Qué hacen? ¿Qué les pasa? ¿Qué les hice yo, cobardes? –

Y desde abajo les devolvía los proyectiles.

Uno de los agresores le contestó:

- Ya vas a ver si somos cobardes. - Y agarró su maza y le pegó a Isondú en un hombro, en la cabeza, en la espalda...

Los demás se envalentonaron y entre insultos hicieron lo propio: el cuerpo de Isondú se fue llenando de golpes y de sangre, y allí quedó, acallado, caído sobre un costado en el fondo del pozo.

En la selva era casi de noche. Los asesinos seguían en el borde de la trampa, paralizados por el miedo.

De pronto vieron confusamente que Isondú se movía, que su cuerpo tomaba de a poco la forma de un insecto y que en el lugar de cada herida se encendía una lucecita. Isondú agitó sus alas y salió volando: ya estaba libre.

Un momento después centenares de Isondúes se dispersaban en la selva, debajo del techo que forman allí los árboles, los helechos y las lianas, iluminando intermitentemente la noche guaraní.

Muchos de estos insectos traspusieron los ríos, dejaron atrás la selva y se perdieron en el campo.

En la Argentina, algunos le siguen diciendo "isondúes", otros los llaman "bichos de luz, otros "tuquitos" o tucu tucu, y otros luciérnagas.

En las noches más oscuras vuelan a nuestro alrededor, y, cuando creemos que se han ido, se encienden otra vez unos metros más allá, como estrellas terrenales.



Aclaraciones:
- Isondúes: luciérnagas.
- Payés: Médico hechicero.
- Tevy: Familia extensa de los guaraníes que configuraba una unidad social y ocupaba una única gran vivienda.
- Tembetá: Amuleto guaraní que llevaban los hombres adultos. Consistía en un palito en forma de T que atraviesa el labio.