Los campesinos describen a la Madremonte de diferentes formas.
A veces aparece como una mujer musgosa y putrefacta, enraizada en los pantanos, que vive en los nacimientos de los riachuelos y cerca de grandes piedras. Generalmente aparece en zonas de marañas y maniguas, con árboles frondosos y en regiones selváticas.
Algunos la describen con ojos brotados como de candela, colmillos grandes como los de los sainos, con manos largas y una impresionante expresión de furia, vestida siempre con chamizos, hojas y bejucos. Otros la describen como una mujer alta, corpulenta, elegante y vestida de ramajes, hojas frescas, frondas, bejucos y de musgo verde y con un sombrero alón cubierto con hojas y plumas verdes; su cabello esta cubierto con lianas y musgo que no le dejan ver el rostro, y también, por que el sombrero con tantas ramas opaca la cara.
A veces aparece en los rastrojos convertida en una zarza tupida en movimiento que observa con rabia a los humanos que pasan por la selva o los montes.
La Madremonte ataca cuando hay grandes tempestades, vientos e inundaciones y borrascas que acaban con los sembrados, las cosechas y los ganados. Los campesinos cuentan que oyen sus bramidos y gritos infernales en noches tempestuosas y oscuras.
A veces escuchan un quejido agudo, profundo y penetrante, el cual se expande misteriosamente en la manigua, en medio de los truenos, rayos y centellas.
Algunos campesinos creen que las inundaciones y borrascas de los ríos se deben a que la Madremonte se está bañando en el nacimiento de las quebradas; así esta agua se enturbia.
Las múltiples descripciones encontradas nos muestran la riqueza fantástica con que pintan a este legendario ser que tiene una relación con el espíritu ecológico de nuestros campesinos, hasta hace algunos años cuando aún no se había despertado su afán desmedido de acabar con la selva para convertirla en inmensos caturrales o cultivos de pasto, donde los árboles dejaron de iluminar el paisaje con la soberbia de sus follajes reverdecidos.
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