sábado, 3 de enero de 2009

LAS PULPERÍAS

"Interior de la Pulpería". Dibujo de Alfred Paris.



Lo que han investigado los historiadores.

“Todos creemos saber que era una pulpería pero definirla en términos precisos no es tarea fácil. Para el Cabildo de Buenos Aires todo estaba muy claro; según él había una nítida distinción del trabajo entre las tiendas y las pulperías.
Las tiendas se dedicaban a la venta de géneros de Castilla y las pulperías a géneros de abasto.

La función específica de la segunda era, pues, la venta de provisiones para el abasto de la población. Así las define muchos años más tarde el Almanaque de Blondel de 1826 casa de abasto en que se vende de todo lo que sea relativo a los comestibles y bebidas por menor. La complejidad de las pulperías porteñas se refleja mejor en la caracterización que hizo de ellas el propio gremio de los pulperos de la ciudad.

Para éste las pulperías de Buenos Aires tenían algo de taberna, algo de almacén, y aún de tienda: combinaban los tres tipos de negocios.


Según el historiador Carlos Mayo, la imagen tradicional que se tenía hasta hace poco tiempo acerca de las pulperías rurales componía un lugar: “donde los gauchos bebían aguardiente hasta embriagarse, mataban el tiempo jugando al truco y entregaban la vida en duelos a cuchillos, podía ser también y, para sumarle mayor sordidez, un prostíbulo. El pulpero típico, aquel que embaucaba a los incautos parroquianos detrás del mostrador era casi indistinguible de su andrajosa clientela. Mal entrazado, sumaria y muy pobremente vestido y, por añadidura, algo sucio y desaliñado; un personaje en suma, que no desentonaba con su sórdido y miserable local”.


Pero esta imagen no coincide con los estudios más recientes sobre las pulperías rurales.

Según esos estudios: “Algunas de estas pulperías eran algo menos precarias y estaban, sobre todo, mucho mejor surtidas de lo que se creía. La sorprendente variedad de mercancías que vendían al público y la naturaleza de algunos de estos productos hacen pensar en una estructura del consumo de la población rural mucho más rica y compleja de lo que se suponía. […] La venta de fideos, pan, galleta, azúcar, velas, especias, azafrán arroz, así como la de papel, vajilla, peines, peinetas, pañuelos, navajas de afeitar, seda, cabezas de arado aún anzuelos revela una demanda más diversificada y exigente, lo cual se corresponde bien con una sociedad pampeana en la que había algo más que grandes estancieros, vacas y pobres gauchos; donde había una verdadera clase media rural, integrada por una miríada de pequeños y medianos criadores y labradores con sus familias […] es decir, una sociedad rural con un mayor poder de compra que el esperado y pautas de consumo que, si algo revelan, era cuán hondo había calado en ella el mercado. Algunos de nuestros pulperos, aunque austeros y ahorrativos, distaban de ser esos personajes cuasi harapientos que nos presenta la imagen tradicional. No todos tenían estancia pero cuando podían compraban esclavos y alcanzaron un nivel de vida comparable al de un estanciero acomodado de la campaña”

Fuente: Mayo, Fernandez, Duart, Van Hauvart, Miranda y Cabrejas, “Pulperos y pulperías rurales”, en Mayo, C (dir) Pulperos y pulperías de Buenos Aires, 1740-1830. Buenos Aires, Biblos, 2000, pp. 109-110.

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