¡Ella es!, gritaban las ancianas santiguándose y escondiendo a los patojos, también hacían cruces de ceniza en el suelo.
El grito se escuchaba más cerca y más cerca, luego más lejos, como buscando la Pedrera. El grito terrorífico era complementado por el silbar del viento y el aullar de los perros.
-Lo muy menos, alguna desgracia va a pasar, porque la Llorona está fregando nuevamente, decía otra anciana que temblaba de miedo sosteniendo en la mano a un Cristo.
Al día siguiente, en todo el Callejón del Judío no se hablaba de otra cosa. El único que no creía en lo que la gente comentaba era el zapatero remendón del barrio, que decía que el grito era el de un pájaro nocturno.
Las noticias del aparecimiento de la Llorona por las cercanías del Cerrito del Carmen que gritaba desesperadamente por su hijo Juan de la Cruz, inundaron toda la ciudad hasta el extremo que unos desocuparon sus cuartos para irse a vivir a otro lugar.
Cayó el manto negro de la noche y el solitario Callejón del Judío, se escuchaba sólo el silbato del policía que velaba por el orden.
El zapatero incrédulo y un amigo del Barrio de la Recolección, jugaban naipes y hacían bromas, pero llegaron a tal grado que su amigo le apostó que no se atrevía a pasar por el Cerrito del Carmen después de las 12 de la noche y menos por el Potrero de la Corona. El zapatero aceptó la apuesta, se colocó el saco y la corbata y tomó el sombrero disponiéndose a salir.
Don Pancho el zapatero, caminaba por el Callejón del Judío hasta que llegó finalmente a una esquina. Encendió un cigarrillo haciendo tiempo a que apareciera uno de sus amigos y así jugarle una broma. Aunque un poco viejo, era un cantineador empedernido y no dejaba nada cuando de faldas se trataba, entonces vio salir de la casa de Doña Chabela a una linda mujer y hasta se había despedido con un adiós romántico y picaresco.
El zapatero remendón no perdió la oportunidad de cortejarla y de invitarla a dar un paseo a lo que la muchacha respondía con una risita que le dio más confianza a Don Pancho.
No perdió la oportunidad de tomarla del brazo y la risita de la mujer seguía al corriente de que Don Pancho hablaba como perico. "Imagínese que esta noche apostamos con un muchacho a subir hasta la cima del Cerrito del Carmen y con mi valor, hacerle entender que la Llorona no existe, cómo quisiera que nos viera juntos para demostrarle que ni usted como mujer tiene miedo de andar sola a estas horas de la noche". Continuaron su camino en las anchas gradas del Cerrito del Carmen en el final de la 12 Avenida.
Había pasado media hora ya y el amigo estaba con más miedo que valor, fumando nerviosamente frente a la bóveda de la Iglesia del Cerrito del Carmen y Don Pancho no se asomaba por ningún lado.
Luego se escuchó algo abajo y los gritos de los ronderos que corrían de un lado para otro y a cuatro que en una camilla cargaban a un hombre inconsciente. Tuvo un mal presentimiento de que a Don Pancho le había sucedido algo y bajó corriendo. Efectivamente era a Don Pancho a quien llevaban medio muerto y con la cara desfigurada en una camilla rumbo al Hospital San Juan de Dios.
Cuando pasaron por la Iglesia de la Merced, el pobre hombre pidió la presencia de un Sacerdote porque presentía que la muerte se lo llevaba sin retorno. Entre el grupo de gente reconoció a su amigo y con voz entrecortada le dijo:
- "Cuánta razón tenías, no hay que creer ni dejar de creer."
Fue lo único que dijo y hubo que llamar al juez de turno para que levantara el cadáver.
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