Autor: René Febronio Maestro.
Cuenta la leyenda que existió un centauro, que vivía en lo más alto de una montaña, cada atardecer disparaba una flecha hacía su padre Sol para acompañarlo en su peregrinar celestial. Pero sucedió que un día, después de haber lanzado una flecha, una voz femenina lo sorprendió.
-¡Que el sol te proteja, hijo del fuego!
-Igual para vos, seas quien seas, dulce dama.- Al tiempo que trataba de saber el origen de aquella voz tan hermosa y misteriosa.
-Gracias, más yo soy hija del agua.
-Esta bien hija del agua, sal para que pueda verte.
-¡No!, Querido centauro, no quiero que huyas al verme, muchos solo ven la apariencia externa, no lo inmortal y verdadero que se halla escondido en lo más profundo de cada ser.
-No soy como los otros, pues el ser mitad caballo, mitad hombre me hace diferente. Imagínate… ¿qué sería del universo sin la diversidad? Es en la diversidad donde se encuentra la belleza y armonía de este mundo.
-Lo se, amigo centauro, por eso decidí hablar contigo; al ser diferente se puede estar solo, a pesar de estar rodeados de seres y objetos.
-Entonces, ¿por qué te ocultas? Manifiéstate sin temor, ya que si te veo, te mirare con los ojos del espíritu con los cuales se ve la verdadera esencia.
-No, todavía no, no quiero romper con este mágico momento.
-Esta bien, pero al menos dime tu nombre para llamarte por el.
-Mi nombre lo sabrás al verme.
-Si así lo deseas, pero me has intrigado, ¿por qué temes que huya al verte?-
-Porque el Creador al darme vida, creyó conveniente poner en mi un veneno mortal, más no es un veneno cualquiera, sino uno que transmuta en algo mejor aquello que toca, siempre y cuando se hallan preparado para ello. Pero los seres comunes huyen al verme; también por hablar con la verdad creen algunos que es mi más poderoso veneno, ya que la verdad no es siempre bella, pero así es la verdad.
Para ese momento la oscuridad reinaba en lo alto de aquella montaña y la luna iluminaba con sus rayos plateados a la tierra.
El centauro se había sentado sobre sus cuatro extremidades equinas, a la vez que descansaba su carcaj, sus flechas y su arco, el clima comenzaba a ser frío, pues el invierno y la naturaleza empezaban a dormitar. Por lo que el centauro reflexionó.
-Sobre la verdad… te he de ser sincero, mi padre sol pronto se alejará y la oscuridad será mayor que la luz; en estos días oscuros y gélidos me invade también la soledad, es cuando más quisiera estar con mi padre permanentemente en el cielo, es por eso que cada atardecer vengo a esta montaña, tomo una flecha, tenso mi arco, en la flecha concentro mi cuerpo, alma y espíritu para que se una al sol y yo sea uno con él. Sin embargo también entristezco, pues algún día envejeceré y no podré tensar más mi arco, pues las fuerzas me abandonarán y temo ya no estar con mi padre. Pero sobre todo, me pesa dejar este plano sin haber encontrado a alguien que hiciera menos dura la soledad, alguien que motivara una sonrisa y una lagrima. He buscado incluso en las hijas de los hombres, algunas son muy bellas, pero solo eso son. No quiero llegar con mi padre y mostrarle un corazón estéril quiero llegar con un corazón radiante como si el propio sol habitara en el.
En ese momento, debajo de una piedra salió un escorpión, que a la luz de la luna se veía como el escorpión más bello que hubiera existido en la tierra. Bajo la luz de la luna su color negro brillaba intensamente; se acerco al centauro, su dulce voz se quebró por la emoción.
-Querido centauro, en verdad que tus palabras han penetrado la coraza que rodeaba a mi corazón, con un rayo de luz lo has iluminado; el calor de tus palabras lo ha descongelado. Gracias por no haber huido al verme.
-No tenía por qué, bello escorpión; he visto tu alma y no la envoltura. En cuanto a tu veneno no le temo, por el contrario.
-Yo también he visto en ti, no al centauro, sino aquello que se halla oculto en tu interior.
El silencio reinó y en lo más alto de una montaña un centauro y un escorpión se vieron a los ojos; en ellos contemplaron al universo.
El centauro tomó de su carcaj una flecha de oro que guardaba para su ultimo tiro, se levanto del suelo, tenso su arco, apunto al cielo al tiempo que miraba al escorpión.
-Por favor, amado escorpión, sube a mi espalda.-
-¿Qué te propones? ¿Qué piensas hacer?-
-No quiero que este Momento se olvide ya que has hecho que experimente como si un millón de escorpiones me hubieran picado e iluminaran con su veneno a mi corazón; como si el sol estuviera dentro de mi y sin temor a equivocarme diría que conocí el Amor pero como nunca hubiera podido concebirlo mortal alguno, más allá de mis expectativas, más allá del tiempo, del espacio. Quiero que subas a mi espalda y cuando lo hagas introduce tu veneno, así estaremos unidos para siempre y nuestros cuerpos ya no serán barrera para nosotros, pues nos liberaremos de ellos. ¡Escorpión, hazlo…! Ya nada me detiene en la tierra.
El escorpión se subió al centauro y en su lomo introdujo su veneno, guardando un poco para si misma.
- Está bien, amado centauro. Yo iré a donde tú vayas, tampoco tengo nada que hacer en este mundo.-
El centauro decidido tensó más su arco hasta que empezó a sentir un calor que lo inundaba; en ese momento soltó el arco y la flecha salió disparada al cielo, mientras en la cima de la montaña el centauro y el escorpión se desplomaban sin vida; sin embargo en el rostro del centauro se dibujaba una sonrisa y rodaba una lagrima. Sus vidas se habían ido en la flecha y a medida que subía dejaba una estela de fuego a su paso. Cuando llego más allá de las estrellas explotó y de las partículas se formo en el cielo la constelación del centauro y el escorpión.
Desde entonces aparecen en las noches dos seres que traspasaron el plano mortal al inmortal, acompañando al sol en su peregrinar celestial hasta el final de los tiempos.
Fin.
Imagen
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