viernes, 13 de agosto de 2010

ECHTRA NERAI



Samhain significa “Noviembre” en gaélico. En la antigua Irlanda, este tiempo marcaba el final del verano y el inicio del invierno.

La víspera del Samhain, por la noche, se decía que los espíritus de los muertos volvían para encontrarse con los vivos, lo que muchos siglos después daría lugar a lo que hoy conocemos como Halloween. En una noche del Samhain está ambientada una de las leyendas más terroríficas de la vieja Irlanda: el “Echtra Nerai”.

Traducido del gaélico como “La Aventura de Nera”, relata la historia del guerrero del mismo nombre que vivió en los albores de nuestra era, en el reino de Connacht, la provincia occidental del Eire, cuyas costas miran al Océano. La leyenda nos sitúa en una noche del Samhain, cuando el Rey Aillil y toda su corte celebraban una fiesta en el palacio de Rath Cruachan, en la capital de sus dominios.

Aillil quiso poner a prueba el valor de los suyos, y ofreció como premio su espada, un arma muy valiosa con la empuñadura de oro, al guerrero que fuese capaz de colgar una cinta de mimbre del tobillo de uno de los cuerpos de los dos cautivos a los que habían ejecutado el día anterior, y cuyos cadáveres aún oscilaban en sus horcas.

El siniestro reto del monarca y la noche terrorífica elegida para lanzarlo hicieron mella en el corazón de los hombres del reino. Sabían que en la víspera del Samhain los espíritus de los muertos estaban al acecho, y aterrados por la sola idea de toparse con ellos, ningún guerrero se ofreció para tal empresa. Sólo Nera, el más valiente, consiguió reunir el coraje suficiente y dar un paso al frente.

Habiéndose vestido su armadura, Nera acudió al lugar donde pendían los cuerpos de los ahorcados. En el momento en que Nera colocaba la cinta de mimbre en el tobillo de uno de los muertos, vio que éste se movía. Con una voz siniestra y desgarrada, el cadáver elogió el valor del guerrero y, sumido en la desesperación, le pidió agua para poder apagar la sed que le había quitado la vida y que le abrasaba la garganta más allá de la muerte. Apiadado del sufrimiento que padecía el ahorcado, Nera cargó con él a sus espaldas y fueron a buscar agua a la casa más cercana.

El guerrero, al acercarse a ese hogar, se lo encontró rodeado por un lago de fuego. “No hay bebida para nosotros en esa casa”, dijo el cautivo con su voz de ultratumba. “Vayamos a la casa que se divisa más allá”. Obedeciendo al muerto, Nera se aproximó a la otra vivienda y se la encontró rodeada de un estanque de agua. Incapaz de salvar el obstáculo, y siguiendo una nueva recomendación del difunto, Nera cargó con él hasta una tercera casa en la que no encontraron nada extraño.

Pálidos ante la espantosa compañía que depositaba el guerrero en el suelo de su hogar, la familia que vivía entre aquellas paredes dio de beber a Nera y al ahorcado. Habiendo bebido éste tres tazas del líquido elemento, escupió la última sobre las cabezas de los hogareños, provocándoles la muerte. Sintiendo repulsión por haber hecho un favor a aquel cruel y desalmado muerto, Nera lo devolvió a la horca en la que le había encontrado y tomó el camino de vuelta a Rath Cruachan, donde le estaría esperando su recompensa.

Cuando por fin llegó a la corte de Aillil, Nera encontró el palacio en llamas y a sus ocupantes decapitados. Ante la evidencia de que un ejército enemigo había atacado el reino, buscó pistas de lo ocurrido y descubrió que los invasores eran las huestes del Sídh, el mítico reino de las hadas de Irlanda. Siguió su rastro hasta la Cueva de Cruachain, donde -según las leyendas- están las puertas que conducen al mundo de los muertos. Allí Nera se encontró al rey de los Sídh con sus mesnadas, y junto a ellos las cabezas cortadas de las gentes del Rath Cruachan, clavadas en estacas.

Descubriendo los guerreros del Sídh que había un mortal entre ellos, debido al mayor peso de sus pisadas, el rey de aquéllos le ofreció respetar su vida y concederle un hogar y una esposa a cambio sólo de que Nera proporcionase al Sídh un suministro diario de leña. Habiendo muerto los suyos, y viéndose solo y desamparado, Nera aceptó el trato y vivió un tiempo de forma plácida y pacífica.

No había pasado un año de los terribles sucesos del Samhain que he referido cuando la esposa de Nera, movida por el amor a él, le confesó que Cruachain estaba intacta, que el guerrero había sido engañado y sólo había presenciado una visión de lo que ocurriría en la siguiente noche del Samhain si Nera no alertaba a su rey y a su gente, pues el rey del Sídh se proponía arrasar de verdad el reino.

Nera decidió entonces regresar al reino de los vivos, donde fue recibido con honores por Aillil, que le otorgó el premio prometido: su propia espada guarnecida en oro. El guerrero relató a los suyos lo ocurrido desde la fatídica noche del Samhain. Decididos a no dejarse vencer, los guerreros enviaron a sus mujeres e hijos a lugar seguro, fuera del Cruachan, y se aprestaron a armarse. Reunidas las huestes de Connacht y las de sus vecinos del Ulster, libraron una batalla en el Sídh, de donde se llevaron tres preciados tesoros de ese reino: la Corona de Brión, el Manto de Lóegaire en Armagh, y la Camisa de Dúnlang en Kildare, con los que regresaron victoriosos.

La suerte de Nera fue muy distinta a la de sus viejos compañeros de armas. Regresó al Sídh para encontrarse con su esposa, y allí permanecerá, según la leyenda, hasta el día del fin del mundo.

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