Las siestas en las provincias del norte y noroeste, es una institución.
Para los grandes, naturalmente, que la dedican a descabezar un sueño. Encuentran en la siesta descanso reparador, paréntesis en relajamiento en el trajinar cotidiano.
En cambio para los niños, la siesta es todo lo contraria, es la hora de andar por las quintas, por el campo, por el cerro, honda en mano, en busca de pájaros, cuises, chelcos o lagartijas, pues es la edad de las primeras aventuras, cualquier bicho es bueno para el blanco del hondazo.
Es la hora que sale el Chiqui, que es el duende jefe de duendes. Es el más malo de todos. Aunque, como buen duende que es, tiene siempre en sus maldades un algo de travesura.
Muchos lo han visto, sobre todo las muchachas a los que él gusta aparecérsele, para regalarles fruta o flores o pájaros vivos, pero es malo con los muchachos que andan a la siesta por el monte.
“...El Chiqui sabe cómo vengarse de quienes lo olvidan. Es el que tiene atado el viento y lo suelta, tiene en la mano los secretos del rayo y lo enciende, Illapa, el rayo cae sobre los cactus, los algarrobos y los destruye. Tiene las riendas del agua y la suelta o la sujeta, si quiere mandar inundaciones o declarar la sequía...”.
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