El Familiar tiene rasgos propios que le dan plena ciudadanía en nuestra cultura, en la que su imagen más difundida es un perro negro (el color de la muerte y del pecado), de refulgente mirada (hay quien dice que echa fuego por la boca y los ojos) y largas uñas, capaces de desgarrar a la víctima en un santiamén. Aunque con menor frecuencia, toma asimismo la forma de otros animales, como cerdo, viborón, tigre, puma, oveja, burro, caballo y hasta de una mujer.
Su aspecto es siempre terrible, pero no se distancia mucho de la naturaleza, si exceptuamos el caso de una serpiente de dos cabezas que merodeaba el campo santiagueño.
Cualquiera sea la forma que asuma, el Familiar se alimenta con carne humana.
El patrón de estancia o dueño de ingenio (al parecer los únicos que prohijan a este animal) tendrá que suministrarle un peón al año, que es su ración mínima, aunque hay pactos que establecen una dieta más nutrida.
La leyenda está muy difundida en las provincias de Tucumán, Salta y Noroeste de Catamarca, con irradiaciones hacia Jujuy y Santiago del Estero.
Pero por el lugar que ocupa en la vida cotidiana de los campesinos, más que una leyenda parece una realidad.
Dichos perros se multiplicaron demasiado hacia fines del siglo XIX, con el auge de la industria azucarera. Los dueños de ingenios se enriquecieron de la noche a la mañana y la mentalidad popular encontró pronto la explicación.
Había ojos de fuego que se paseaban por la noche del cañaveral.
Espantosos ruidos de cadenas.
Feroces y fugitivas formas que dejaban al pasar un fuerte olor a azufre.
Y peones golondrinas que desaparecían de pronto, sin despedirse. Corría entonces el rumor de que en los sótanos o en la chimenea del ingenio había un perro negro.
A veces el patrón lo soltaba para que eligiera la víctima a su gusto, en correrías que enloquecían a los demás perros y que sólo el canto del gallo podía interrumpir.
En otros casos, el peón, llevado con engaños por el patrón, le era entregado.
Si el patrón no cumplía con el pacto, él mismo iba a parar a las fauces del diabólico animal.
Fue tal la difusión de esta leyenda, que el ingenio que no tuviera un Familiar podía considerarse de poca importancia.
Nada le hacen las balas ni el filo de los machetes, al Familiar.
Sólo retrocede ante la cruz del puñal. Es decir, cede al poder del signo y no del arma.
Hay quien dice que se opone al progreso, citando como ejemplo al ya famoso Familiar del ingenio Santa Ana, de Tucumán, que echó en las vías del ferrocarril que unía a este ingenio con Río Chico y la red nacional, el mismo día de su inauguración, impidiendo el paso del primer convoy.
Bibliografía.
Adolfo Colombres:
Seres sobrenaturales de la cultura popular argentina.
Edic. Del Sol, Bs. As., 1999.
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