Los pobladores de esa región huyen despavoridos.
¡Tuve que hacerlo, Padre Sol!
La melodiosa voz femenina une la determinación de la queja.
La vertiente se va secando bajo la mirada implacable del Sol.
-Está bien, está bien. De alguna forma tienen que aprender los hombres. Ahora sabrán en esas tierras que hay que cuidar lo sagrado, que vos Madrecita del Agua, sos sagrada, imprescindible.
El ceño fruncido del Sol contrasta con su actitud consoladora.
El Sol lamenta la altanería y la estupidez de los vecinos de las Lagunas del Rosario, que le habían robado el peine de oro y el rosario mientras cantaba bajo la higuera en el hueco de piedra a la orilla del remanso que ahora es un ojo de agua seco.
Sin nosotros, Padre, nada sería posible. Pero no lo entienden y nos desafían- exclama
–Es verdad, es verdad. Pero no se quedarán sin castigo.
-Tienen que aprender que no se juega con la vida -ruge inflamándose el Padre Sol y un verano intenso se hace en todo el planeta.
La misma Madre transpira a mares y sus piernas de pez se resecan.
-Padrecito, por favor -urge casi friéndose. -Sí, sí -se calma-.
Ellos han creado al monstruo que los destruirá, un monstruo que no sé si podrán detener.
El Sol enfoca su mirada implacable sobre
-¿No se dan cuenta de que cada cosa que existe tiene su razón de ser, que cada vacío ha de cubrirse, que lo que da vida puede matar, que lo que hoy es exceso se transformará en escasez en el futuro?
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