miércoles, 6 de agosto de 2008

EL CHULENGO





“Había una vez", era un chulenguito guacho que encontré detrás de una mata cerca de la aguada.

Por qué lo había dejado su madre... no lo sé; pero creo yo - que como recién nacido no pudo seguirla cuando los cazadores de guanaco cayeron sobre la tropilla y ella se alejó galopando para despistarlos de su cría y... no volvió. Si una madre no vuelve, es porque no puede, no porque no quiere. La guanaca perseguida, seguramente cayó bajo las alas de los cazadores.

El estaba solo, guacho y yo lo adopté a mi chulenguito. Había una vez.

Era precioso, su piel era una seda roji-marrón, con un rombito gris suave, bordeado de blanco, entre enormes ojos almendrados de largas pestañas y mirada triste; el cuello largo y flexible; la colita corta y movediza; las patas ágiles y graciosas.

Habia una vez, me seguía a todas partes; era mi compañero de interminables caminatas por cerros y cañadones.

Mi chulenguito no hablaba pero entendía todo lo que yo le contaba; sus orejas giraban de aquí para allí y cualquier ruido extraño lo sobresaltaba, lo hacía correr; sin embargo, si yo no lo seguía, se paraba a esperarme. Así pasamos juntos todo un verano.

En Marzo, lo dejé, yo debía volver al norte, al colegio.

En esos años, en la Patagonia, no había colegios - solo una que otra escuelita -. Un instituto en Río Gallegos, otro en Trelew, por lo tanto la mayoría de nosotros debíamos ir de pupilos al norte.

Teníamos que dejar nuestros hogares, a nuestros padres y nuestros chulenguitos. No podíamos volver para las vacaciones de invierno pues los barcos tardaban varios días; como también los pequeños aviones que debían hacer el trayecto en etapas; por tierra: ni que hablar; queda lejos de la Capital nuestra Patagonia!

“Habia una vez” quedó solo, durante nueve interminables meses; solo todo ese tiempo. Cuando finalmente volví al campo, ni bien bajé del coche para abrir la tranquera, escuche un galope; me di vuelta y ...

Había una vez estaba allí, erguido, inquieto, anhelante. Lo miré largo rato, cómo había crecido - quise acariciarlo - retrocedió comprendí entonces que deseaba su libertad: abrí de par en par la alta tranquera del potrero... el miró, se acerco, vio el campo y al galope tendido se alejó.

Nunca más volvió mi chulenguito Había una vez.

Nota
Chulengo: se llama a la cría del guanaco
Guacho: huérfano, pobre, desprotegido.

No conozco al autor de este hermoso relato

Imagen
tipete.com

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