Hace mucho tiempo una tribu de cazadores se instaló a orillas del poderoso río Amazonas. Se llamaban Worisiana.
La vida en la tribu transcurría apacible los hombres salían a cazar y mientras tanto las mujeres limpiaban, hilaban y preparaban el fuego para cocinar las presas que traían sus esposos.
Pasó el tiempo y tanto Toirrori, el cacique de la tribu, como su gente comenzaron a cambiar.
Ya no saludaban a sus mujeres con alegría cuando volvían de sus cacerías; entraban con el ceño fruncido en la toldería y sólo encontraban palabras de dura crítica para los trabajos de sus esposas. Ni las comidas preparadas con el mayor esmero, ni las sonrisas más dulces provocaban un cambio en su actitud.
Las indias estaban cada vez más tristes; querían recuperar el amor de sus hombres pero todo era en vano. No recibían ninguna palabra amable, ningún gesto de cariño.
Una mañana Toyeza, la esposa del cacique, reunió a todas las mujeres y les contó que había tenido una extraña aventura.
- Anoche, cuando fui a lavarme a orillas del río, me encontré con Walyarima el jaguar negro.
. ¡Walyarima, el que lo sabe todo! - exclamaron maravilladas las otras mujeres.
- Sí, el mismo - les contestó Toyeza -. Me preguntó por qué estaba triste y le conté nuestras penas. Walyarima me consoló aconsejándome que tratemos por todos los medios de hacer entender a nuestros hombres cómo cambiaron.
La india quedó un momento en silencio y después continuó hablando:
- Y si nuestros reclamos no son escuchados, deberemos alejarnos de aquí y buscar un lugar nuevo donde instalarnos.
Entonces resolvieron organizar una gran fiesta el día de la caza mayor y tratar de recuperar el amor de sus esposos. Tan entusiasmadas estaban con ese plan, que no se dieron cuenta de que el cacique Toirrori escuchó todo lo que hablaron.
Con el ceño fruncido se alejó sigilosamente del lugar y reunió a sus hombres.
El día de la caza mayor, las indias prepararon dulces brebajes, se vistieron con sus mejores túnicas y esperaron a sus esposos.
Los hombres se acercaron en silencio con los rostros más adustos que nunca.
Con un grito ahogado las mujeres retrocedieron horrorizadas; Toirrori llevaba sobre su lanza el cadáver destrozado de Walyarima, el sabio jaguar negro.
Toyeza los enfrentó en silencio; ahora en su corazón ya no había deseo de amor, sino odio y sed de venganza. En forma disimulada agregó a las bebidas la hierba kassawa, que produce un sueño de tres días. Los hombres comieron y bebieron como si nada hubiera pasado, pero la bebida surtió efecto y todos quedaron dormidos. Entonces sus esposas abandonaron la tribu.
Caminaron a orillas del río Amazonas, alejándose cada vez más, hasta encontrar un claro en la selva. Allí se instalaron, prepararon arcos y flechas… y después esperaron.
Cuando los indios despertaron de su profundo sueño, descubrieron el abandono de las mujeres.
Enfurecidos, buscaron sus huellas, pero estaban tan alterados que no podían encontrarlas.
Pasó un buen tiempo antes de que las descubrieran; luego, cuando se acercaban en silencio para sorprender a sus esposas y llevarlas de vuelta, una lluvia de flechas les dio la bienvenida y Toyeza, adelantándose les gritó:
- Ya nada tenemos que ver con ustedes. Ahora somos libres y buscaremos hasta encontrar hombres que nos traten con cariño. ¡No nos importan las penurias y antes que volver preferimos morir!
Los Worisiana se retiraron en silencio como habían venido. En su corazón había tristeza y también admiración por esas mujeres tan audaces. Sin embargo, no se dieron por vencidos y siguieron a las “amazonas”, como ahora se hacían llamar, para reconquistarlas y darles el amor que se merecían.
No se sabe si alguna vez las mujeres de la tribu de los Worisiana se volvieron a unir con sus hombres, pero a lo largo del río Amazonas se las sigue recordando con admiración.
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