martes, 14 de julio de 2009

LA TIRANA


La leyenda se origina alrededor de 1535, cuando Diego de Almagro salió del Cuzco para conquistar Chile. Lo acompañaron alrededor de 50 españoles y diez mil indios peruanos.

En esta comitiva iban dos personajes importantes: Paullo Tupac, príncipe de la familia de los incas y Huillac Huma, último sacerdote del extinguido culto al dios sol. Ambos eran tratados en forma deferente por los españoles que los consideraron por su elevada jerarquía. Estaban destinados a pagar con la vida si se producía una rebelión entre los indios de la expedición.

Secretamente vinieron algunos wilkas o capitanes experimentados de los antiguos ejércitos imperiales incas. También llegó un grupo de sacerdotes, quienes bajo su aparente humildad y sumisión esperaban sólo el momento oportuno para vengarse.

Acompañaba a Huillac Huma, su hija la Ñusta. En sus venas tenía sangre de los Incas soberanos del Tahuantinsuyo.

Huillac Huma escapó de los españoles hacia Calama. Sus planes eran fomentar una rebelión. La Ñusta con un grupo de incas los alcanzó más tarde en Pica, desde donde huyó seguida de un centenar de wilkas hacia la Pampa del Tamarugal.

Los incas llamaron a esta región Tarapacá, que significa escondite o boscaje impenetrable.

Durante cuatro años la Ñusta, rodeada de sus fieles y valientes wilcas, fue la reina y señora de esos lugares. Con inteligencia organizó sus huestes y convirtió esos bosques en un baluarte inexpugnable, regido por la férrea mano de la bella princesa, que pasó a llamarse "La Tirana del Tamarugal".

Las tribus vecinas y las muy remotas vieron en la bella princesa la capitana viviente de sus ideales. La apoyaron en su airada protesta contra la dominación extranjera y rechazaron con fuerza al cristianismo.

De todos los rincones del Tahuantinsuyo acudieron a rendirle pleitesía y a jurarle lealtad. Los indios valerosos hicieron una guerra sin cuartel que tenía una regla invariable: dar muerte a todo español o indio bautizado que cayese en su poder.

Un día las huestes de la Tirana atacaron en las inmediaciones de la selva a un grupo enemigo y capturaron algunos prisioneros. Así fue como llevaron a su presencia a un apuesto extranjero. Cuando lo interrogó, muy altivo dijo llamarse Vasco de Almeyda y pertenecer a un grupo de mineros portugueses establecidos en Huantajaya, añadiendo que se había internado en la comarca en busca de la "Mina del Sol", cuya existencia le había revelado un cacique amigo.

Mirarlo y enamorarse fue una sola cosa. El corazón de la Ñusta, tan implacable, comenzó a latir con prisa. Lamentablemente para la princesa, los wilkas y los ancianos de la tribu, acordaron la aplicación de la pena de muerte para el prisionero. El corazón de la princesa, que hasta ahora no había conocido vacilación, se estremeció de pena al escuchar la cruel sentencia. El estoico desdén ante la pena de muerte que demostró el noble y gallardo prisionero la indujo a amarlo con desesperación. Entonces comenzó a pensar en cómo librarlo de su ejecución.

Después de pensar la noche entera la princesa encontró una fórmula para salvar a su amado. En su carácter de sacerdotisa fingió consultar los astros del cielo e interrogar a los ídolos, tutelares de la tribu. Después de meditar, reunió a su tribu y dijo que la ejecución del prisionero debía retardarse hasta el término del cuarto plenilunio.

Los cuatro meses siguientes fueron de descenso para los guerreros del tamarugal. La princesa no repitió durante ese período las correrías asoladoras que eran el espanto de los colonos de Pica y Huantajaya. Ella ya tenía otro objetivo: quería vivir por su amor.

Los diálogos de la pareja se prolongaban de sol a sol. La Princesa le preguntó al portugués:
- Y de ser cristiana y morir como tal ¿renaceré en la vida del más allá y mi alma vivirá unida a la tuya por siempre jamás?

- Así es amada mía. Contestó Almeyda.

- Estás seguro de ello, ¿verdaderamente seguro?

- Me mandan creerlo mi Dios y mi religión, que son la fuente de toda verdad.

En un rapto impetuoso la Ñusta pronunció las palabras que serían su perdición.

- Entonces bautízame, quiero ser cristiana, quiero ser tuya en ésta y en la otra vida.

Almeyda cogió agua vertiéndola sobre la cabeza de la amada y pronunció las palabras sacramentales:

- Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espí…

No pudo terminar la frase, porque los wilkas que los vigilaban y que aceptaban esta pasión, no pudieron resistir esa traición y en una airada reacción dispararon una nube de flechas sobre ellos.

Ambos cayeron abatidos como tronchados por un huracán. La Ñusta, herida de muerte, sobreponiéndose a sus intolerables dolores llamó a sus alrededor a los wilkas, a los sacerdotes y al pueblo con voz entrecortada.

-Muero contenta, muero feliz, segura como estoy, como creyente en Jesucristo, en que mi alma inmortal ascenderá a la gloria y llegaré al trono de Dios, junto a quien estará mi amado, con quien viviré toda una eternidad. Sólo les pido que después de mi muerte coloquen una cruz en mi sepultura y al lado de la de mi amado.

Entre 1540 y 1550, fray Antonio Rondon, de la Real Orden Mercedaria, evangelizador de Tarapacá y Pica, llegó al Tamarugal para levantar en todas partes el estandarte de Cristo. Un día vio un arco iris y siguió su haz de luz hasta un bosque de tamarugo, donde encontró una cruz cristiana.

Fray Antonio vio en ello una especie de indicio del cielo, una llamada de recuerdo a la Princesa Tirana del Tamarugal. En el lugar edificó una ermita que con el correr del tiempo se convirtió en iglesia. La colocó bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, pensando en el escapulario carmelita que llevaba Vasco de Almeyda.


http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/01/la-nusta.html

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