En la aldea de Guatavitá, enclavada en lo que más tarde fue Nueva Granada, se practicaba desde tiempos muy remotos un extraño rito.
En un día determinado, uno de los jefes del poblado desnudaba su cuerpo y lo untaba cuidadosamente con una sustancia pegajosa. Seguidamente se cubría de pies a cabeza con una fina capa de purísimo oro molido, que, adherido a su piel, le daba un aspecto extraordinario.
Éste era el "hombre dorado".
Se aproximaban a él sus compañeros, y, entre ceremonias, le conducían a las orillas de un lago próximo y le colocaban sobre una balsa.
Impulsaban vigorosamente la almadía hasta llegar al centro del gran lago.
En aquel momento, el “hombre dorado” saltaba al agua y dejaba que se desprendiera de su cuerpo aquella refulgente y magnífica vestidura.
Sobre las aguas del lago aparecía una hermosa mancha dorada, que lentamente se hundía hasta desaparecer.
Luego,los hombres regresaban, después de concluir su mágico ofrecimiento, que debía atraer los beneficios divinos sobre la aldea.
Es de suponer que a estas misteriosas prácticas acompañaría un minucioso ritual que desconocemos, debido a que cuando los españoles tuvieron por vez primera conocimiento de tal ceremonia (1527), hacía ya unos 30 años que los sanguinarios indios Muysca, de Bogotá, habían exterminado a los pacíficos habitantes de Guatavitá.
A pesar de la extensión mítica que alcanzó la tradición de El Dorado, señuelo de la audacísima codicia de los españoles, hoy se defiende documentalmente la categoría histórica de esta narración, si bien se admite que, con posterioridad, sufrió deformaciones y variantes que justifican, por ejempor, la un poco absurda contracción de la palabra El dorado, en lugar de "El hombre dorado".
Arrojado de su lugar de origen, el mito erró de un punto a otro, alterándose y confundiéndose con otros semejantes.
Poco a poco, ya no era un “hombre dorado”, sino una tribu de oro.
Y, finalmente fue un país de ensueño: El dorado.
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/10/la-laguna-de-guatavita-y-el-dorado.html
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