VIRGEN GENERALA Alocución patriótica en la solemnidad de Nuestra Madre de la Merced, pronunciada por el superior del Convento de la Merced de Córdoba el 24 de Septiembre del Gran Jubileo del 2000.
Redescubrir el sentido originario de las cosas es un ejercicio de la razón que nos pone en camino hacia la libertad.
Estamos aquí para rendirle homenaje a una advocación mariana a la que un general argentino, hace casi dos siglos, nombró como generala de su ejército en el campo de batalla.
Conocer las circunstancias que rodeaban a ese general y a ese ejército nos permitirá redescubrir el sentido de esta Virgen Generala.
El ejército del norte había bajado desde Bolivia derrotado. Su moral estaba quebrantada. Carecía de los elementos más imprescindibles para mantenerse como fuerza de choque capaz de garantizar la integridad de las fronteras encomendadas a su cuidado. La disciplina estaba profundamente resentida. En las ciudades y en el campo se percibía con mayor intensidad sino el odio contra el ejército, al menos la indiferencia de la población hacia las tropas.
Según informara al Triunvirato don Juan Martín de Pueyrredón, era desconsolador el oír los clamores de los miserables enfermos, sin que fuera posible aliviarlos por falta de medicinas. Las tropas estaban prácticamente desnudas y el armamento casi inexistente. La deserción era generalizada. El ejército en su totalidad estaba reducido a escombros.
El 27 de febrero de 1812, don Manuel Belgrano es designado al mando de esas tropas. La misión que le encomendaban desde Buenos Aires era la retirada.
Belgrano trabajó contra reloj, pues el enemigo concentraba aceleradamente sus fuerzas en la frontera para el ataque definitivo.
Se dedicó a captar las simpatías de la población, dotar a sus fuerzas de todo lo indispensable, establecer una mínima disciplina. Pero sobre todo a infundirles los grandes ideales de libertad.
Belgrano se hace cargo de ese ejército en el momento más crítico para la libertad de los pueblos americanos. Tan sólo en el actual territorio argentino los ejércitos españoles no habían retomado el control sobre sus habitantes.
El 14 de julio de 1812, lanza una convocatoria a todos los ciudadanos solteros desde 16 hasta 35 años, "amantes de la libertad, a alistarse en las banderas de la patria". Muchos jujeños se presentaron, según palabras de Belgrano, "ofreciéndose a servir personalmente con sus armas y caballos y al mismo tiempo a poner a mi disposición sus ganados, mieses y demás bienes".
El 20 de agosto se inicia la evacuación de la ciudad de Jujuy. A la cabeza de ese ejército marchaban los civiles, con todo lo que pudieron cargar. A la retaguardia marchaban los militares, hostilizando en lo posible al enemigo. Doscientos cincuenta kilómetros en cinco días, por caminos de tierra, con niños en brazos y bultos sobre las cabezas.
Ante esa gesta heroica de los jujeños, desde el gobierno porteño se respondía con indicaciones de profundizar la retirada.
Pero el ejército que comandaba Belgrano no era ahora el mismo que enviara Buenos Aires a tierra ajena. Era un ejército en que los hombres que lo integraban peleaban por su propio terruño.
Puesto ante esa disyuntiva: las necesidades del pueblo o el mandato de las autoridades, Belgrano opta por desobedecer.
Desobedece en tiempos de guerra y se expone a todas las penas que pudieran corresponderle, antes que actuar en contra de los intereses populares.
Corría el mes de septiembre en Tucumán, y el destino de toda la América libre se jugaba al todo o nada. Si el ejército patriota sucumbía, un ataque combinado de las tropas alto-peruanas, de la banda oriental y portuguesas acabaría con Buenos Aires. La gesta sanmartiniana no hubiera tenido ninguna posibilidad.
El ejército realista de Tristán avanzaba con 3000 soldados veteranos y 13 piezas de artillería de montaña. Lo esperaban 900 soldados y mil seiscientos reclutas.
Ante tal desigualdad, Belgrano pone a todo su ejército bajo el patrocinio de esta advocación mariana, nacida de la necesidad de libertad.
La batalla que también recordamos hoy fue de una enorme complicación. Concurrieron tantos imprevistos, que el general Paz recordaría en sus “Memorias” no haber visto algo así en otras acciones militares en que se encontró.
Abstengámonos si es posible de considerar el dolor de los agonizantes, el dolor insoportable de los músculos perforados por las balas o desgarrados por las bayonetas, los estertores, los espasmos, y tantos otros males desbordados desde el fondo de las ambiciones y egoísmos humanos.
Un ejército en superioridad numérica y técnica se enfrenta con una infantería provista de cuchillos; una caballería pertrechada de lanzas, puñales, lazos y boleadoras; y una artillería por demás rudimentaria.
Ese era el Ejército del Norte: era un pueblo en armas buscando su libertad.
Inicia el combate la artillería patriota. Carga la infantería contra el centro del enemigo, mientras que la caballería tucumana se lanza como una tromba por la derecha dando alaridos y golpeando con sus rebenques los guardamontes.
Hasta los elementos de la naturaleza se abatieron sobre el campo de batalla: un terrible huracán oscureció el cielo y una manga de langosta se arrojó sobre los combatientes.
Luego de marchas y contramarchas el triunfo sonrió al pueblo de la patria. El parte de batalla del general Belgrano reconoció la protección de María de la Merced.
“La patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos”.
Y llegamos así al 28 de octubre. Belgrano había dispuesto una procesión en agradecimiento a la Virgen de la Merced. Según el general Paz, al pasar por el campo de batalla:
"Repentinamente el General deja su puesto, y se dirige solo hacia las andas en donde era conducida la imagen de la advocación que se celebraba; la procesión para; las miradas de todos se dirigen a indagar la causa de esta novedad; todos están pendientes de lo que se propone el General; quien, haciendo bajar las andas hasta ponerlas a su nivel, entrega el bastón que llevaba en su mano, y lo acomoda por el cordón en las de la imagen de Mercedes. Hecho esto, vuelven los conductores a levantar las andas, y la procesión continúa majestuosamente su carrera.
La conmoción fue entonces universal; hay ciertas sensaciones que perderían mucho queriéndolas describir y explicar; al menos yo no me encuentro capaz de ello. Si hubo allí espíritus fuertes que ridiculizaron aquel acto, no se atrevieron a sacar la cabeza."
Podemos concluir entonces que éste es el sentido que le atribuyó Belgrano: reconocer en María la conductora del Pueblo cuando anda en busca de libertad.
Si en Tucumán la devoción por la Virgen de la Merced fue decisiva, en la batalla de Salta, la que libró para siempre a nuestro suelo de la presencia militar española, la devoción mercedaria se convirtió en uniforme. Fue el escapulario mercedario la divisa que diferenciaba ambos ejércitos.
Así es el relato del general Paz sobre la partida del ejército de Belgrano hacia Salta.
Luego que el batallón o regimiento salía de su cuartel, se le conducía a la calle en que está situado el templo de la Merced. En su atrio estaba ya preparada una mesa vestida, con la imagen, a cuyo frente formaba el cuerpo que iba a emprender la marcha; entonces sacaban muchos cientos de escapularios, en bandejas, que se distribuían a los jefes, oficiales y tropa, los que colocaban sobre el uniforme y divisas militares. En la acción de Salta, sin precedente orden y sólo por un convenio tácito y general, los escapularios vinieron a ser una divisa de guerra; si alguno los había perdido, tuvo buen cuidado de procurarse otros, porque hubiera sido peligroso andar sin ellas.
Y ese es el sentido de la banda celeste y blanca que luce la imagen de la Virgen Generala:
Ella prestó a las tropas de la patria su escapulario como escudo y la patria le agradece entregándole su bandera para que luzca junto a su escapulario liberador.
Fuente: www.merced.org.ar/
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/09/la-flor-del-alto-peru.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/09/manuela-godoy.html