sábado, 21 de marzo de 2009

DESDE EL PUENTE CARRETERO

El Puente Carretero
Blanca Inés Castilglione
Primer premio. XII Concurso de pintura 2003


DESDE EL PUENTE CARRETERO

(Chacarera)

Letra: Carlos Carabajal

Música: Peteco Carabajal



Si pasas por mi provincia
Por nada olvides viajero
con tu familia viajero
lo que sienten mis paisanos
verás que lindo es el río
seguro te han de querer
desde el Puente Carretero.
como se quiere a un hermano.

Es cuna de mil recuerdos
Y cuando llega la noche
de amores y de nostalgias
te pasas mirando el río
corazón entrelazado
seguro que algún dorado
entre Santiago y la Banda.
se besa con el rocío.

Será el Puente Carretero
Coplitas que van naciendo
que va cortando caminos
de mi corazón travieso
para llegar a los brazos
me hacen cosquilla en el alma
donde me espera un cariño.
cuando se agranda el silencio.

Estribillo:

Encontrarás en mi tierra
Encontrarás en mi tierra
cantores de salamanca
cantores de salamanca
para que nunca te olvides
para que nunca te olvides
aroma a Santiago manta.
aroma a Santiago manta.

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viernes, 20 de marzo de 2009

LA SANLORENCEÑA




LA SANLORENCEÑA

Jaime Dávalos (Letra y Música)
(Zamba)


Bajo de un sauce llorón
del ciego Nicolás
bailan la chacarera
la polvareda p’al carnaval.
Bombos en mi corazón
hoy siento retumbar
carpas de San Lorenzo
blanqueando el lienzo p’al carnaval.

Estribillo

Pero cuidate Sanlorenceña
que el Duende del manantial
sale a probar fortuna
bajo la luna p’al carnaval
Guarda que todita la Salamanca
se desbarranca p’al carnaval.

Gaucho sobre un remodón
sale el diablo a pasear
y con ají quitucho
carga el cartucho p’al carnaval.

Sangre de sol y maíz
bajo del temporal
la chicha corajuda
fuerte y pulsuda p’al carnaval.


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jueves, 19 de marzo de 2009

JUAN FELIPE IBARRA



Por Luis Alén Lascano

La vida del santiagueño Juan Felipe Ibarra recorre la crucial primera mitad del siglo XIX, cuyo derrotero de sangre y fuego trazaron tanto la guerra de la Independencia como la posterior guerra civil.

Integró el Ejército del Norte y fue designado por Manuel Belgrano al frente del Fuerte de Abipones, que mantuvo a raya a los indígenas chaqueños. Fue solidario con Juan Bautista Bustos en el motín de Arequito. Enfrentó a su jefe, Bernabé Aráoz, gobernador del Tucumán, a fin de obtener la autonomía de Santiago del Estero. Para ello contó con la asistencia de Martín Miguel de Güemes. En 1820, consiguió el reconocimiento de su provincia, a la que gobernó los siguientes 31 años.

Cuando sus diputados se unieron al partido porteño de Bernardino Rivadavia, designó al también porteño Manuel Dorrego, para defender las posiciones federales. Más tarde apoyó, sucesivamente, al propio Dorrego, al “Manco” Paz -a quien luego enfrentó militarmente-, a Facundo Quiroga, a Juan Manuel de Rosas y a Manuel Oribe.

A su muerte, en 1851, nacieron dos leyendas: la del patriota y la del tirano. Extraídos de un artículo (1970) del historiador Luis Alén Lascano, su comprovinciano, estos párrafos intentan provocar la curiosidad de quienes no se conforman con tales leyendas.

Monstruo surgido del averno, bárbaro, ignorante y cruel, para unos. Caudillo indiscutido durante 30 años, guerrero de la independencia y patriarca del federalismo, para otros. Entre ambos extremos se debate la polémica alrededor de la figura de Ibarra.

Hasta ahora los historiadores clásicos lo han condenado sin posibilidad de indulto. Pero en ese juicio no ha habido defensa ni alegato favorable alguno. Ha sido la sentencia del tribunal vencedor; muchas veces cómplice y converso, ansioso por eso mismo de una severidad implacable.

(…) Ahí está, al filo de los años cuando se aproxima el fin de sus días. Estatura mediana y grueso el cuerpo; frente ancha y despejada, cabello negro y lacio, labios finos, con una sonrisa imperceptible más parecida a un rictus despreciativo. Severa la mirada, imperturbable el gesto y prodigiosa la memoria.

(…) Tuvo a su antojo el patrimonio entero de la provincia, y en años de escasez no percibía sueldos; se le entregaron bienes en administración a su confianza, como los de la familia Uriarte y fue escrupuloso en el manejo de los dineros ajenos o públicos. Alguna vez, los excesos políticos lo llevaron a confiscar fondos enemigos; los destinaba al ejército y a pagar sus soldados.

Fuera de su violenta pasión federal, era amigo sincero y consecuente; educado cuando quería serlo, don Pedro Ferré escribió de Ibarra: “Conocí y traté en Santa Fe a don Juan Felipe Ibarra, y me hizo la mejor impresión por su educación, y la nobleza de sentimientos que manifestaba”.
Páginas similares ofrecen sobre su persona el Dr. Eduardo Lahitte, amigo y corresponsal desde Buenos Aires; el culto historiador y gobernante santafesino Urbano de Iriondo, y otros contemporáneos no afectados por la pasión.

Todo esto es un hombre con un hondo drama sentimental. Se ha casado en 1823 por poder con doña Ventura Saravia, hija del Dr. Mateo Saravia quien sin duda por amistad, consiente u obliga a esta boda. El padre es un rico feudatario en las cercanías de Abipones, mas el origen familiar es salteño, y de allí llega la desposada en una volanta a Santiago.

La espera el gobernador, las autoridades y las mejores familias de la ciudad, y van al nuevo hogar los esposos. Al amanecer, ordena Ibarra atar nuevamente los caballos del carruaje, y en silencio, la esposa parte de retorno. ¿Qué misterio se oculta en esa noche nupcial? El gobernador nunca lo explicará, y el silencio se tiende sobre el episodio para siempre. Un historiador actual piensa que la novia fue obligada por la autoridad paterna, a una boda sin amor. Y que llegada ante el prometido, no vaciló en confesarle tan desgraciada situación. “En un acto caballeresco, decide el retorno de su esposa a su casa paterna.”

No es ésta la actitud de un mandón irresponsable. En la dignidad con que lleva su proceso sentimental intimo, hay una respuesta para sus detractores. La misma actitud tiene siempre Ventura Saravia. Sus hermanos se tratan fraternalmente con Ibarra, y a Manuel Antonio Saravia lo hace elegir gobernador de Salta y lo sostiene con su influjo. Hasta su misma esposa vuelve a Santiago al saberlo enfermo y lo acompaña hacia el fin de sus días, cuando muere, el 15 de julio de 1851. Ella es albacea y heredera en su testamento, y ella ha de quedar velando su memoria, hasta que la pasión política después de Caseros, confisque sus bienes y la obligue a buscar refugio en Tucumán.

Muere Ibarra como buen cristiano. Pide en su testamento a Dios, “me perdone todas mis culpas”, el hábito mercedario de mortaja, la asistencia de franciscanos y dominicos y ser enterrado en el templo de La Merced; todo lo cual así se hace. Los más distinguidos sacerdotes lo han confesado y ayudado a morir. Nada sabe hasta entonces de los sucesos del litoral, ni de la defección de Urquiza y puede esperar el fin, seguro de haber sido, como le cantan los trovadores populares a su muerte, “la columna más fuerte de la Confederación”.

Si muchos de sus actos no tienen justificativo, hay una explicación coherente para todos. Y por encima del balance postrero, hay una provincia argentina que le debe su erección como estado federal. Fundador de la autonomía santiagueña, en estos 150 años de vida provinciana, todos han disfrutado del privilegio ciudadano de esa san-tiagueñidad lograda por Ibarra a sangre y fuego. Pocos son los que alguna vez le agradecen esa herencia, cuidada con empecinamiento en 30 años, y dilapidada después por tantos sucesores.

Tres décadas, largas acaso para soportar a un mismo hombre en el poder, pero que dan relevancia inusitada a su provincia en el concierto nacional; donde no se permite la menor trasgresión a sus fueros y prestigios, y en las cuales su caudillo alcanza estatura mayor dentro del país.

Ibarra demuestra no ser un hombre de la patria chica, constreñido sólo a límites locales. El mismo respeto y jerarquía que quiere para su provincia, le inspiran altivas actitudes argentinas. Todas las determinaciones de su vida acusan una notoria sensibilidad nacional y en-tiende al país, como una Nación total: geográfica y políticamente integrada.

Es la cohesión conseguida por el federalismo, e Ibarra la manifiesta el 23 de febrero de 1833, al protestar al Rey de Inglaterra por la ocupación de las Islas Malvinas. Ese espíritu está presente en la firma del Tratado Interprovincial del 6 de febrero de 1835, para perseguir en el norte, “toda idea relativa a la desmembración de la más pequeña parte del territorio de la república”, y evitar la anexión de Jujuy a Bolivia.

Idea fundamental ésta, de todos sus actos. Por ella rechaza el ofrecimiento de los gobernadores de Catamarca y La Rioja, Cubas y Brizuela, que le proponen retirar a Rosas del manejo de las relaciones exteriores y confiárselo a él como jefe de un bloque mediterráneo.
Por ella se opone a la Coalición del Norte en 1840 y le pregunta a Manuel Sola, gobernador de Salta: “¿Se constituye el país haciendo causa común con los extranjeros que están hostilizando injusta y vilmente a nuestros mismos pueblos?”

Y este sentimiento de la nacionalidad, cuando estaba en pañales o era negada por los letrados del Plata, inspira al bárbaro Ibarra una proclama de repudio a la agresión colonialista anglo-francesa de 1841, donde desentraña el sentido de la emancipación argentina ante España, la codicia de los imperios europeos, y el valor de la Confede-ración, cuya resistencia como “precio de nuestra independencia na-cional, es la sangre de millares de victimas que desde el campo del honor, nos recuerdan nuestros deberes y nuestros juramentos”.

Las cosas malas de su existencia, inocultables, se traslucen en un claroscuro de luces y sombras, humanas e imperfectas. Todos las tuvieron, y las tenemos, y ¡cómo habrían de estar exentos de vicios los caudillos de aquel momento fundacional donde con barro y muertes se creó la patria! Pero la tarea del historiador, como dice Vincen Vives, “no es aplaudir ni condenar, sino comprender vitalmente el drama humano”

miércoles, 18 de marzo de 2009

LA SIERPE DE SIETE CABEZAS

Indígenas trabajando en las minas del Potosí
Bolivia

Leyenda del Altiplano potosino

Hace muchos pero muchos años, cuando los españoles penetraban los territorios del Altiplano potosino, que justificadamente consideraban hostiles, para fundar sus pueblos donde encontraban vetas de plata, varios clanes de huachichiles decidieron reunirse para buscar la forma de impedir el avance de los invasores.

Durante la reunión, acordaron que sus brujos trabajaran con las fuerzas de la naturaleza, pues de tal modo las poderosas armas de los conquistadores serían inútiles.

En Charcas, Mexquitic, Cerro de San Pedro y San Luis Potosí ya había colonos españoles, cuyos ejércitos no se tentaban el corazón para aniquilar a los nativos. Por su parte, los evangelizadores también obraban a su manera, a favor de la corona española.

Por un lapso de tres lunas, los brujos huachichiles estuvieron reunidos en un paraje desolado del Altiplano, donde ni el más aventurado explorador español hubiera penetrado. La magia de aquéllos era poderosa y, así, lograron su propósito.

Cuando la luna roja de octubre salió en el horizonte, se escuchó un ruido sobrenatural que dejó paralizados a todos los que lo escucharon, menos a los brujos. Habían dado vida a una serpiente descomunal, con siete cabezas y ojos de fuego.

Al amanecer, un enorme cuervo solitario surgió de la nada. Dio varias vueltas en el cielo y voló hacia el sur. La sierpe lo siguió. Con eso, los brujos huachichiles habían comandado a las fuerzas ocultas de la naturaleza para que el monstruo recién creado destruyera los pueblos españoles. El cuervo era su guía.

Por donde pasó la sierpe causó terror y destrucción. La voz corrió por doquier y varios ejércitos españoles fueron a su encuentro, pensando que se trataba de una fantasía o de un animal común y corriente.

La realidad fue espeluznante: no pudieron con ella y nadie sobrevivió para contarlo.

Cerca de lo que ahora es Solís, en el municipio de Villa de Guadalupe, unos frailes apenas comenzaban a fundar una ermita para catequizar a los indómitos nativos y, asimismo, protegerlos de los despiadados españoles. Cuando vieron al gigantesco cuervo venir hacia ellos, uno de los frailes prendió inciensos, sacó las imágenes cristianas de la ermita y se dirigió a enfrentar al ave misteriosa. Sus compañeros lo siguieron. Sin embargo, cuando éstos vieron que ya se aproximaba la horrible sierpe de siete cabezas, huyeron despavoridos, dejando al pobre fraile a su suerte.

La sierpe incendiaba cuanto hallaba a su paso, dejando un rastro de cenizas tras de sí.

El fraile se hincó y se puso a rezar, pidiéndole a su Dios que lo protegiera y que destruyera a ese monstruo infernal. Cuando el cuervo voló sobre su cabeza, aquél se puso de pie y dijo unas palabras en latín.

El ave negra pegó un chillido, cayó a tierra y quedó convertida en cerro.

Después, el fraile dijo más oraciones en latín y la sierpe le lanzó miradas de fuego que, en pocos segundos, acabaron con su vida. No obstante, antes de morir, el fraile dijo una última oración, mientras alzaba su brazo derecho y con eso conjuró al animal. La serpiente también quedó convertida en cerro.

Aunque han pasado muchos años desde entonces, y los huachichiles dejaron de existir como tribu o como individuos, mucha gente todavía recuerda aquel suceso y cuenta que la sierpe estaba destinada a destruir la capital potosina o la ciudad de Charcas; sin embargo, gracias a la fe del fraile, tanto la serpiente de siete cabezas como el cuervo quedaron conjurados, pero no para siempre…

Narra la leyenda que el conjuro un día habrá de expirar y que esos cerros volverán a ser lo que realmente son, para entonces, cumplir su destino.

Esta versión de “La sierpe de siete cabezas” apareció en el libro de Homero Adame, Mitos y leyendas de huachichiles, publicado por la Secretaría de Cultura del Estado de Oaxaca, en 2008, tras haber sido la obra ganadora del Premio Nacional de Cuento, Mito y Leyenda “Andrés Henestrosa” 2007, convocado por dicha institución.

http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/08/una-serpiente-de-siete-cabezas.html

martes, 17 de marzo de 2009

EL ZORRO Y LA CHUÑA

Arroyo de la Punilla
Parque Nacional El Rey
Salta, Argentina


LA APUESTA



El zorro y la chuña eran compagres.

Un día el zorro la convidó que vayan a bañarse en el río, y se jueron.

La chuña sabía que el zorro la quería comer. Entonce la chuña le dijo al compagre:

-Oiga compagre, ¿hagamos una apuesta?

-Güeno -le dijo el zorro.

-Cuál 'tá más mucho zambullío en el agua.

Se zambulleron. La chuña salió, se sacó una pluma de l'ala y la dejó plantada en el suelo, en medio del agua. Salió y se jue.

El zorro sacó la cabeza, espió, y dijo:

-Áhi no más 'tá mi comagre -y se volvió a zambullir.

Salió otra vez y dijo:

-¡La pucha!, con mi comagre, acaso 'tará muerta.

Se arrimó a verla, sacó la pluma y no 'staba la chuña.

Salió del agua, le vio la güella y parecía que ya hacía mucho que se 'bía ido. Se jue a buscarla.

Llegó en una casa y preguntó:

-¿No me lo han visto pasar un mozo poncho cari?

-Hace ya como tres días que pasó, me lo trabajó un potrero y se ha ido.

El zorro le dijo:

-Prestemé una piegra pa afilar mi cuchillo.

Lo afiló y se jue. Llegó en otra casa y preguntó:

-¿No me lo han visto pasar un mozo poncho cari?

-Hace ya como dos días que pasó, me lo trabajó un cerco y se ha ido.

El zorro pidió una piegra y afiló el cuchillo y siguió. Llegó en otra casa y preguntó:

-¿No me lo han visto pasar un mozo poncho cari?

-Hace ya como un día que pasó. Me lo trabajó un corral y se jue.

-Entonces prestemé una piegra pa afilar mi cuchillo.

Cuando estuvo afilandoló, se quebró y se jue triste porque ya no tenía cuchillo. Encontró ande durmieron unos carreros, y andaba buscando desperdicios que 'bían botao, cuando encontró un asador de hierro y se jue otra güelta a buscarla a la chuña. Llegó en una casa y preguntó:

-¿No me lo han visto pasar un mozo poncho cari?

-Hace rato que pasó.

-Prestemé una piegrita pa afilar mi cuchillo.

Como la chuña sabía que el zorro venía buscandolá, se allegó a una casa vecina y pidió los perros.

Al poco rato llegó el zorro, preguntó del mozo y la chuña estaba escondida. Le echó los perros. Los perros lo corrieron, lo alcanzaron, y lo mataron.

Antonio Cóndori, 49 años. Malvalai. Anta. Salta, 1951.
Buen narrador. Es colla. No habla quichua, pero su sintaxis es bilingüe. Su apellido es indígena.

lunes, 16 de marzo de 2009

EL CACHIRÚ


El Cachirú también llamado Cachurú.


Divinidad maligna muy temida en la región de Mailin, Santiago del Estero, Argentina se lo representa con la forma de un descomunal lechuzón de poderosas garras y agudo pico.


Su plumaje es gris oscuro y ríspido, degradando en cerdas a la altura de las piernas.


Sus ojos enormes y fosforescentes, brillan como hogueras en la sombra.


Esta luz y sus gritos agoreros son las únicas señales que denuncian su vuelo silencioso.


Se dice que puede alzar a un hombre por los aires o desgarrar su cuerpo en un santiamén.


Pero prefiere arrebatarle el alma en la hora de su muerte, para convertirla en un fantasma terrible.


Vive en las más inaccesibles marañas del monte, donde el hombre no penetra.


Pero como estos montes son cada vez más escasos, su reinado declina y hasta parece concluido.


Fuente consultada:

Adolfo Colombres "Seres Sobrenaturales de la Cultura Popular Argentina".

domingo, 15 de marzo de 2009

LA LEYENDA DE LA CUEVA DE LA SALAMANCA


Una de las leyendas con más tradición tanto en Salamanca, España, como fuera de ella es la leyenda de la Cueva de Salamanca.

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo atrás existía un lugar en Salamanca, en la que hoy es la Cuesta de Carvajal, dónde era común practicar las artes mágicas, como la adivinación, la nigromancia y otras muchas.

Este lugar era la Cueva de Salamanca y surgió hacia principios del siglo XIV como contrapunto a las enseñanzas que se realizaban en la Universidad, un lugar donde aprender lo que ninguna escuela enseñaba, las ciencias marginadas; hasta para esta fábula se aplica aquel refrán que dice “a aprender a Salamanca”.

La leyenda nos relata que en dicha cueva, el demonio impartía clases de ciencias ocultas a la luz de una vela incombustible a siete estudiantes durante siete años, uno de los cuales debía quedarse con él como tributo a las clases recibidas.

Escritores como P. Delrio y Francisco Torreblanca escribieron que más que el demonio debía ser un maestro humano.

En el siglo XV, a la historia se le añadió la figura del Marqués de Villena que era conocido por su afición a la brujería y a las ciencias astrológicas.

Dice la historia que fue el Marqués de Villena el elegido para quedarse con el demonio (o maestro) y el Marqués utilizando los trucos que había aprendido engañó al maligno escondiéndose en una tinaja de agua vacía de la cueva y haciéndole creer que se había vuelto invisible.

A esta conclusión llegó el demonio porque vio sobre la mesa varios libros de magia abiertos por lo que pensó que el Marqués había desaparecido poniendo en práctica las artes mágicas adquiridas.

El Marqués consiguió salir de la tinaja cuando el demonio ya se había ido y escapó de la cueva.

Pero, al salir, perdió su sombra la cual le podía haber delatado en su huida, dejándola en el interior de la cueva.

Existen otras variaciones “menos oficiales” sobre esta leyenda.

Se ha llegado a oír que el maestro era una cabeza parlante o que el que hablaba era un brazo.

También se ha dicho que el Marqués llegó a un acuerdo con el diablo para cambiar su sombra (o su alma) por dejarle en libertad.

Se dice que ocasionalmente los estudiantes de la cueva aplicaban sus conocimientos satánicos con las gentes de la ciudad.


Con la llegada de nuevos pueblos la cueva se cristianizó, construyendo sobre ella una iglesia de pequeñas dimensiones dedicada a San Cipriano, curiosamente el patrón de la magia.



Este hecho hace más creíble la idea de en ese lugar se practicasen cultos prohibidos.

La cueva se convirtió en la sacristía de la iglesia y para acceder a ella desde el interior de la iglesia había que bajar veinticinco escalones.

En el siglo XVI la cueva seguía atrayendo la curiosidad de los ciudadanos por lo que Isabel la Católica mandó tapiarla para evitar la tentación de acercarse a ella, aunque siempre se dijo que la actividad de la cueva nunca cesó.

La ciudad adquirió fama de mágica, idea que pasó a América a través de los conquistadores y que se extendió por los pueblos americanos. Tal fue así que tenemos constancia que “las salamancas” eran por antonomasia lugares ligados a lo esotérico donde se practicaba la brujería y la magia, como cuevas, recovecos o árboles. Estos pueblos engendraron canciones con estrofas como la que sigue:

“Montando una escoba cruza el añil
de los cielos la bruja mayor,
la lechuza en el hombro y el gran tenedor
disparándole a la Cruz del Sur”

“Socavón donde el alma muere al salir
salamanca del cerro natal,
en las noches de luna se puede sentir
a Mandinga y los diablos cantar”

Por otra parte, esta historia ha trascendido literariamente a obras de autores de la talla de Walter Scott, Zorrilla, Quevedo, Rojas y Miguel de Cervantes, el cual tiene un entremés sobre ella con menciones a la cueva, como cuando uno de los protagonistas dice: “La ciencia que aprendí en la Cueva de Salamanca, de donde yo soy natural, si se dejara usar sin miedo de la Santa Inquisición […] ¿No se contentará vuestra merced con que le saque de aquí dos demonios en figuras humanas que traigan a cuestas una canasta llena de fiambres y comederas?”

Esta es la historia de una de las leyendas con más arraigo de la cultura salmantina.

Hoy en día, el lugar está completamente cerrado al público y se le conoce como Torre de Villena.

La agrupación de Ciudadanos en Defensa del Patrimonio está luchando por que la cueva sea acondicionada para una posible apertura al público, con el fin de que la historia se conozca y transmitir así la leyenda a próximas generaciones.

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