jueves, 25 de noviembre de 2010

SARA CHOGLLO

Choclos frescos.


El choclo: Hijo de guerreros. Alimento del pueblo

Sara Chogllo, era una mujer de raza de la misma estirpe de Mama Huaco, guerreras por naturaleza y como todas las mujeres de su raza, apoyaba incondicionalmente a su compañero Wiro en el campo de batalla.

En el calor de la lucha, una lanza flecha de bambú, encontró fatalmente el corazón de la mujer y le robó el calor de su aliento, Wiro al mirar el cuerpo inerte de su amada, se arrodilló a su lado y dejó escapar los más dolorosos lamentos y suspiros que se había escuchado en todas las montañas andinas. Un incesante río de lágrimas escapó de los ojos de Wiro con el que bañó el rostro y la herida abierta de Sara Chogllo, purificando así el paso de su compañera al mundo de los espíritus.

La ceremonia duró muchos días y muchas noches, en los que, nada, ni nadie se atrevían a alterar el sagrado conjuro de Wiro a sus dioses.

La madre Quilla (Luna) y el padre Inti (Sol) acompañaron calladamente la pena del guerrero en su largo ritual.

Cuando el dolor de Wiro empezaba a mitigar, del corazón de Sara Chogllo, empezó a brotar una planta hermosa que gradualmente tomaba la forma de una guerrera altiva, al cuerpo que apenas germinaba, le crecieron los dientes fuertes y sanos, como la sonrisa luminosa de una mujer, el cabello largo y lustroso bañado por el sol se tornó en una dorada caricia que llenó de fragancias el vientre en el que se gestaba la nueva vida. Las faldas verdes y lozanas volvieron con maternal ternura el retoño florecido del amor y del dolor concertado en ese instante fértil. El naciente fruto, arrimó su cabeza al esbelto bambú, que seguía fuertemente abrazado a la Pachamama y fue tomando fuerza. Cuando, el nuevo fruto estaba lo suficiente maduro, Wiro, la arrancó de su corazón. Sentía latir en su pecho el fruto de su amor que su amada le había ofrendado como última muestra de cariño.

Los hombres y mujeres del pueblo, lo recibieron con cantos de pesadumbre, Wiro, fue directamente al templo a ofrecerle a Wiracocha el fruto recién nacido del corazón de su compañera. Su sacrificio no estaba completo. Wiro, aprendió por los consejos de los Amautas (maestros andinos), que para que su sacrificio tuviera recompensa, debería devolver el fruto a la Pachamama (Madre Tierra) de donde crecería y se multiplicaría, alimentaría a los hijos de su pueblo y a los hijos de sus hijos. Haría sanos sus cuerpos y fuertes sus brazos, y haría de ellos una raza de hombres invencibles. Así lo hizo Wiro, con sus propias manos abrió la tierra y enterró grano por grano el fruto de su amor y sacrificio.

Desde entonces, año tras año, los Incas siembran el maíz, en el mes de Cápac Raymi (Diciembre), cuando empiezan a caer las lluvias y cuando han cesado las lágrimas del cielo en el mes de Mayo y que en quechua es Atun Cusqui ó Aymoray Quilla- Bienvenida lluvia y que el Padre ha acariciado con su calor por varios meses a la Pachamama.

Esta entrega a los descendientes de Wiro, porciones generosas del noble Chogllo que tiene y siempre ha tenido el sabor amargo de las lágrimas de Wiro y el dulce aroma de su eterna compañera.

Así es amigos, en el Perú Tierra de los Incas, se consume el maíz tierno, al que llaman Choclo, que es de consumo obligado en sus más afamados y deliciosos platos como el cebiche y otros.

Carlos Velásquez Sánchez

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