Cuando los españoles llegaron al Cuzco y penetraron en el noroeste argentino, en los territorios diaguitas que se extendían desde La Rioja hasta Salta, tomando partes montañosas de San Juan y Mendoza, encontraron que los nativos tenían sus dioses a quienes veneraban y rendían culto.
Muchas de estas divinidades se perdieron en el transcurso de los siglos, pero otras han quedado en la creencia de los cerreros, formando su patrimonio espiritual, sin olvidar, por cierto, el culto cristiano.
Y pasan de una generación a otra en el pequeño mundo pastoril en que desenvuelven su existencia, redivivos y protectores.
De estos, la Pachamama es la divinidad más importante del mundo andino. Es la madre tierra. La diosa de la fecundidad y de la producción, venerada por el montañés en todo el noroeste argentino, anterior al incanato.
Tiene diversos aspectos para la gente del pueblo, pero en general la representan como una bella mujer, alta y fuerte, de tez morena, con pómulos salientes. Huraña y esquiva que se deja ver muy poco.
Habita las montañas y preside sus misterios.
Otras veces la simbolizan como una vieja astrosa y miserable, con los ojos como dos brasas encendidas en las profundidades de sus órbitas.
Son figuras que adopta según las circunstancias y las exigencias del momento, cuando ella se corporiza para castigar o advertir una mala acción.
No hay cerrero que no la invoque en los momentos de peligro, de angustia; o no pida su protección o su favor para cualquier labor campera que inicie. Porque la Pachamama para él, es la diosa que guía, ayuda, protege y también condena, pues tiene poderes del mal y del bien.
Premia al que trabaja y castiga al que pretende sacar sin esfuerzo, frutos de la tierra.
Persigue al cazador que va en pos de guanacos y vicuñas por el gusto de matar; pena al minero que quiere enriquecerse en poco tiempo, valiéndose de medios ilícitos, como el que llega por primera vez a sus dominios y escala los cerros en procura de vetas de oro.
Por eso es que en los altos caminos de las montañas, en los senderos, en las encrucijadas, en los lugares de descanso, por donde el hombre trajina con sus animales, se encuentran montículos de piedras que son ofrendas a Pachamama.
Son las famosas apachetas, altares de Pachamama, formadas por piedras, con acuyicos, con puchos de cigarros, con monedas, con pedazos de géneros que los collas arrojan como tributo mientras rezan sus oraciones.
Con ello piden un buen viaje; encontrar el rebaño desaparecido esa noche; que el daño no ande por el chiquero mientras ellos están ausentes. Toda la invocación se relaciona con la vida pastoril del montañés.
Pero no solo el amparo piden los habitantes de las montañas a la diosa Pachamama, también la invocan solicitándole un buen multiplico. Y esto lo hacen en la marcación de la hacienda, del cabrío y del lanar. Una vez al año se realiza la señalada. Se fija fecha y se lleva a cabo la gran fiesta, que en ciertas regiones es la más importante del año. Con anticipación se prepara chicha y se hace acopio de coca, cigarros y aguardiente para invitar a la concurrencia.
Cuando todos están reunidos la dueña de la hacienda elige dos cabríos macho y hembra, y hace la pantomima de una ceremonia de casamiento, haciéndoles beber a los animales aguardiente y llenándolos de ramilletes de flores prendidas en la cabeza.
Luego comienza con la señalada. Le corta un pedacito de oreja a cada animal y sigue con todo el rebaño, tirando lo que ha cortado a un poncho abierto tendido en el suelo.
Cuando termina de señalar cierra el poncho, lo echa al hombro, y seguida por toda la concurrencia se encamina hacia una apacheta o cava un hoyo en tierra y allí arroja todos los pedacitos de orejas cortadas, juntamente con hojas de coca rociadas con aguardiente, como ofrenda a Pachamama por todos los favores recibidos y por un próximo y abundante multiplico.
Las primeras gotas de sangre en las carneadas, son recogidas con el cuchillo y arrojadas hacia los cerros, como ofrenda a Pachamama.
Las primeras gotas de aguardiente o de chicha o de vino que se está por beber, son volcadas al suelo como ofrenda a la diosa tierra.
Los viejos pobladores de algunos lugares de Tinogasta, departamento de la provincia de Catamarca, cuando tienen que emprender un viaje y penetrar en la cordillera, dicen la siguiente oración:
"Pachamama, Santa Tierra, cusiya, cusiya, tumana, que sea lindo el día de hoy y de mañana.
Quítate mal tiempo.
Componete cordillera”.
Así es este culto que está tan arraigado entre la gente que vive en la soledad de los cerros y que son católicos creyentes, pero a la par que invocan a Dios y a la Virgen, le piden a Pachamama su protección y su beneplácito.
El Inca Garcilaso de la Vega, en sus "Comentarios reales", cuenta de esta diosa indígena y de sus altares de invocación.
Adán Quiroga, en "Folklore calchaquí", dice:
"Las primicias son siempre para esta divinidad, pródiga en retribuciones: si se siembra hay que depositar el primer grano en tierra en su nombre; si se carnea, hay que arrojar al suelo, la primera entraña de la res; si se bebe hay que derramar una porción de líquido antes de hacerlo; si se come, igual cosa hay que hacer con el alimento; lo mismo si se coquea; si se viaja y se da con la apacheta del camino hay que arrojar sobre ella el acuyico, hojas de coca, gajitos de árbol, pedazos de palo, el cigarro que se fuma, un trapo o cualquier otra cosa".
Y Antonio de la Torre, en su libro "Del Zonda al Aconquija", dice:
"Según las referencias escritas y las confusas expresiones orales que conocemos, es muy difícil averiguar los alcances precisos de la concepción de la diosa Pachamama, que a veces participa de las cualidades de la divinidad adorada por el Perú, con el mismo nombre, y otras, de la de Pachamama, ser supremo, espíritu creador de la vida, inclusive del sol, concebido también por los incas".
Lo cierto es que esta deidad es invocada en todos los actos pastoriles que el hombre montañés realiza desde que despunta el sol hasta que se pone incendiando los cerros. Y está tan enraizada en sus creencias que teme no cumplir con los rituales y las ofrendas.
Los collas del altiplano de la provincia de Jujuy, festejan a la Pachamama todos los años, el primero de agosto, haciendo la Corpachada, una práctica ritual, la más solemne de las que se realizan en la Puna y en la Quebrada de Humahuaca.
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