El duende se presenta como un sujeto bien vestido, con cara de niño regordete, traslúcido, blanco de grandes ojos claros atractivo y conquistador.
Además por hacerlo más gracioso aumenta su desproporción el gigantesco sombrero que lleva puesto; gusta de los girasoles porque su fragancia le produce borracheras que lo transforman en maléfico.
Se dice que es capaz de remontar cumbres y lomas sin cansarse, vadear torrentes y luchar con las tempestades, mover peñascos y resistir como las bestias.
Al entrar en acción, crece de súbito como los espinazos de los gatos. Acompañado de un bastón de oro que le sirve de apoyo en los transes difíciles, de puente en las hondonadas y de escabel para volar en los momentos de peligro, toma agua en una concha de nácar encontrada Dios sabe en qué parte.
Para complementar su indumentaria, agréguese el uso de un anillo de color indescifrable, hecho con despojos de amores. En él brillan uñas y criznejas de mujeres, sudores y llantos de muchachas frescas y lozanas. El anillo se da como prenda de compromiso a la hembra que se presta a sus torpes requerimientos.
Este personaje comienza por cantar muy lindo, tirar piedras, esconder algunos objetos íntimos, hacerlos caer, echar mugre a la comida, y si son niños, invitarlos al río o a la quebrada más cercana para dejarlos al otro lado; también los sube a las peñas donde no los pueden rescatar con facilidad.
En fin, hace toda clase de picardías a las personas de su predilección, quienes lo ven pueden sufrir ataques histéricos, convulsiones y hasta levitaciones en que escuchan voces y sonidos de ventrílocuo.
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