Hace muchísimos años, cuando todavía los hombres estaban en paz entre ellos, una mujer solía ir a trabajar en los campos con su niño.
Lo amamantaba hasta que dejaba de llorar, después lo acostaba a la sombra para que durmiese mientras ella trabajaba la tierra con la azada. (En África, así como en otras partes del mundo, son las mujeres quienes trabajan el campo).
Un día el niño, en lugar de dormirse, empezó a llorar porque hacía mucho calor. En aquel momento bajó del cielo un águila muy grande y se puso a darle aire con las alas. Y el niño se quedó quieto. La mujer se asustó mucho.
¡Pobre de mí! ¡Qué cosa más terrible!, pensó. El águila está devorando mi niño.
El ave lo acariciaba con las alas y lo calmaba. Pero cuando la mujer se acercó, enseguida voló y se fue a posar encima de un árbol.
Este hecho se repitió dos veces. Entonces la mujer no supo guardarse para sí su secreto tan bello, y le habló al marido.
He visto un gran prodigio, le dijo: Cuando el niño llora, un águila baja a la tierra, se inclina sobre él y lo calma acariciándolo con las alas. Ven también tú y verás.
Pero el hombre, un tipo huraño y desconfiado, no le creyó. Siguió a su mujer, pero llevando consigo un arco con las flechas.
Escondido entre la maleza, vio venir el águila y posarse sobre el niño que lloraba. Entonces puso en el arco una flecha y la lanzó, tomando como punto de mira al pájaro. En el mismo instante en que disparó, el águila se desvió a un lado, y la flecha atravesó al niño. Fue este el primer asesinato.
De hecho, el águila era un ser bueno, que intentaba hacer el bien al niño. Pero el padre no creyó en la bondad de las criaturas; creyó en la maldad, y así fue cómo creó el mal.
Atormentado por el remordimiento esparció la maldad a su alrededor.
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