En algún momento del siglo XVI, en el oriente boliviano, se conocieron las primeras noticias de los ayoreos, que cronistas y viajeros llamaron de diversas maneras, sobreviviendo hasta el presente su auto denominación original.
Las primeras referencias específicas se relacionaron con sus mujeres.
Uno de los primeros catequizadores narró la muerte de un conquistador porque había faltado el respeto a una ayorea.
Con ese acto en realidad habían castigado la ausencia de reconocimiento de la posición de prestigio que la mujer tuvo y sigue teniendo dentro de la sociedad ayorea.
Un siglo más tarde, la siguiente referencia vuelve a tener connotación femenina. Los catequizadores las calificaron de libertinas, porque culturalmente tomaban la iniciativa sexual.
Las mujeres indígenas de otras naciones aceptaban los regalos hispanos pero las ayoreas los despreciaban, prefiriendo que el hombre ayoreo les ofreciera presentes de caza o recolección cuya obtención les hubiera significado alguna dificultad.
Las autoridades coloniales definieron a esa relación entre géneros como un trastoque demoníaco de roles, considerando a los varones, a pesar de su prestancia guerrera ante las incursiones conquistadoras, como pasivos y dominados por sus mujeres.
Los ayoreos fueron hasta 1960, absolutamente nómades, y según su lógica de recolectores y cazadores, consideraban innecesario producir y acumular bienes, percibiendo a la naturaleza como despensa de recursos abundantes, y el concepto de saber vivir bien consistía en conocer cuándo, dónde y cómo hallarlos.
Los ayoreos fueron considerados traidores a la patria cuando rechazaron enrolarse en la guerra contra el Paraguay. Les atribuyeron asaltos y fueron perseguidos y sus mujeres raptadas y especialmente violadas por su fama de iniciadoras sexuales.
La decisión de negociar con los dominadores fue femenina: muchas estuvieron prisioneras en las haciendas y una de ellas asumió la iniciativa de pacificar las relaciones entre conquistadores e indígenas.
Dos mecanismos tuvieron las cautivas para no perder su identidad: soñar y cantar. Evocar a sus ancestros y musicalizar las características bondadosas de sus seres queridos fueron manifestaciones simbólicas que desomatizaron sus padecimientos.
Femeninas fueron también las iniciativas de conciliación con las misiones católicas, aprovechando que en muchos establecimientos vivían numerosas monjas.
Pero cuando se trató de negociar con autoridades masculinas, las ayoreas adoptaron tonos y maneras varoniles, haciendo entender que ellas tenían la primacía dentro de su sociedad, y podían ser iguales a los hombres conquistadores.
Algunas misiones les dieron cabida y protección, pero las enfermedades terribles que les ocasionó el contacto hicieron que los ayoreos volvieran al monte a proseguir su inveterado nomadismo recolector.
A mediados de los años 50 empezaron a migrar hacia las ciudades, llegando hasta los alrededores de la Estación Brasileira, en los exteriores de Santa Cruz de la Sierra.
La condición cultural de las ayoreas les impidió asimilarse al servicio doméstico de las ciudades como alternativa para adquirir recursos de subsistencia.
Optaron entonces por caminar por la ciudad, recolectando y pidiendo, hasta que devinieron en limosneras, incursionando paulatinamente en la mendicidad como forma de vida.
Sin embargo, algunas ayoreas se profesionalizaron en actividades relacionadas con los servicios de salud, y María Paz, su líder más connotada, llegó a ser la única mujer que ocupó cargo importante en las organizaciones nacionales indígenas de Bolivia.
Los hombres se alejaban de Santa Cruz temporalmente, buscándose el sustento como carpinteros, cargadores, cosechadores y otros oficios menores. Las ayoreas viajaban hasta donde estaban trabajando, y con el poder conferido a su género, reclamaban al patrón los salarios o solicitaban adelantos.
Pero las ayoreas no supieron nunca manejar dinero, y no funcionaron ni como empleadas ni comerciantes, pese a los intentos y fracasos emprendidos repetidamente en ese sentido.
La primera ayorea prostituta aparece a finales de los 60, cuando toma la iniciativa sexual desinteresada frente a un mestizo, y obtiene dinero a cambio que le permite comprar comida. El formato se socializó en otras sin imaginar que ingresaban a un negocio peligroso.
En su esquema subjetivo tomar la iniciativa sexual con extraños no tuvo que ver con transacción comercial alguna. Que fueran recompensadas monetariamente, ubicó al dinero en el mismo plano de valor de otros recursos recolectables que permiten alimentar, compartir y redistribuir familiarmente.
La prostitución urbana, en una de sus formas más lumpenizadas, las engulló de un modo que ellas no percibieron ni desearon. Ironía cruel y trampa trágica para las ayoreas.
Posteriormente muchas aparecieron en las crónicas policiales. Algunas fueron asesinadas, y otras ingresaron al alcohol y las drogas. No son pocas las portadoras de ITS y SIDA. Su inmemorial autonomía en el manejo de sus cuerpos fue agredida por contextos perversos y extraños.
Su axiología sexual fue rebasada totalmente por la sub-cultura occidental prostitutaria de violencia, dinero, drogas, alcohol y enfermedad.
Los hombres tienen más facilidades de insertarse en la sociedad nacional, diluyéndose fácilmente en el mestizaje. Ellas sufren los designios de una organización social marcada por su dominio.
Inútiles para integrarse, incapaces de gestar relaciones y solucionar problemas, deambulan, en una sociedad inepta para admitir y ubicar a mentalidades radicalmente diferenciales.
La única solución posible sería la aculturación total, a la manera de algunas mujeres aguarunas, que se inmunizan contra el suicidio extirpándose radicalmente su cultura, en una suerte de eutanasia antropológica.
Para las ayoreas ninguna ruta de salida es factible, porque su sentido de identidad es absolutamente profundo e incontrastable, y repitiendo lo de siglos pasados, todavía continúan soñando con sus familias, y cantando las virtudes de sus seres queridos.
Las ayoreas, estructuralmente recolectoras y sexualmente libres, para supervivir y articularse a la vida urbana de Santa Cruz de la Sierra, tuvieron que institucionalizar “invertidamente” la mendicidad y la prostitución.
¿Qué puede ser más cruel que descubrir que lo natural es un producto y la libertad es un yugo? ¿Qué puede ser más triste que descubrir que la ontogenia con la que se nació a la vida es un obstáculo para existir?...
Santa Cruz de la Sierra- Bolivia
Autor: Willy Guevara.
Enviado por: Cristina Ríos Giraldo
Enviado por: Cristina Ríos Giraldo
Nota:
La palabra lumpen fue muy popular en los ’70 para describir al pobre marginado, sin conciencia de clase social, y victima de la manipulación por los dueños de las estructuras del poder. O sea, los capitalistas. (Sí, es muy comunista la palabra.) No es por pobre que te llaman lumpen, sino por la falta de conciencia social e integridad moral. El lumpen responde al liderazgo político (fascistas, comunistas, capitalistas, el que sea) que le permita tomar ventaja de las circunstancias o situación en que vive la sociedad, a menosprecio de los demás ciudadanos. En otras palabras aprovecharse del mal ajeno. Pepe Orraca, San Juan, Puerto Rico
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