Rey Quiché que se enfrentó junto con su ejército a los conquistadores españoles en la batalla del Pinal, en cual resultó mortalmente herido por la espada de Don Pedro de Alvarado que le atravesó el pecho y según la leyenda el Quetzal que por ahí volaba cayó sobre el cuerpo sin vida del jefe indígena, con el pecho ensangrentado, desde entonces el ave nacional conserva el color rojo en su pecho.
Este personaje legendario es considerado héroe nacional de Guatemala y en su honor se han erigido varios monumentos.
Después de que los conquistadores sojuzgaron fácilmente algunos lugares del istmo de Tehuantepec y de haber dominado los señoríos de Soconusco, primera tierra que se incorporaría al reino de Guatemala, pasaron luego a tierras de la actual República de Guatemala habitada en su mayoría por los señoríos de origen tolteca: los quichés, cakchiqueles, tzutuhiles, etc. Como países organizados que eran y dueños de una avanzada cultura, opusieron una feroz resistencia al invasor.
Gobernaban el Quiché Oxib Quej y Belejep-Tzy, estos señores buscaron entablar una alianza con los otros señoríos, pero los odios provocados por las guerras continuadas entre ellos impidieron una alianza defensiva contra los hispanos.
Esta rebeldía ante el conquistador era una manifestación evidente de la noción clara que tenían los señoríos de su derecho de propiedad sobre la tierra que habitaban y la cual defendían con todos sus medios guerreros.
Siete grandes combates cruelmente sangrientos fueron necesarios para dominar al señorío de los quichés, quienes lanzaron sus huestes a los conquistadores, siendo capitaneadas muchas de ellas por el valiente príncipe y señor Tecún Umán.
El primer combate sangriento en tierras de Guatemala fue a orillas del río Tilapa, limítrofe entonces entre Suchitepéquez (Xuchiltepéquez) y Soconusco. De allí pasó a combatirse en Zapotitlán, en el mismo departamento de Suchitepéquez. Aunque las batallas eran sangrientas, los indios no se acobardaban ni ante la caballería, que causaba los máximos estragos ni ante la artillería, que a la mayoría de otros pueblos había aterrorizado.
La tercera gran batalla fue en la cuesta que sube a Quetzaltenango (hoy llamada de Santa María Jesús), en la cual, a pesar de la desventaja del terreno, lograron imponerse las fuerzas de Alvarado.
Los indios no desisten en su empeño de dominar a los españoles y aunque derrotados en la cuesta, preparan un nuevo ataque para cuando bajen los castellanos hacia las barrancas de Olintepeque, donde una poderosa escuadra bélica de seis mil indios del señorío quiché de Utatlán preparaba la cuarta batalla.
El príncipe Azumanché fue uno de los héroes y el capitán de las fuerzas quichés en ese combate tan sangriento en el que se tiñeron enrojecidas por la sangre las aguas del río Olintepeque, al cual llamaron Xequijel y que quiere decir "río de sangre".
La populosa Xelajú, que gobernaban diez príncipes, cada uno administraba sobre 8,000 indios, al saber el desastre de Xequijel, quedó deshabitada.
La dirección de la guerra pasó a Tecún Umán, príncipe del Quiché y se aprestaron a la última contienda en las llanuras de Quetzaltenango. Durante más de dos horas la suerte pareció indecisa. Entonces Pedro de Alvarado decidió que la caballería, al mando de don Pedro de Portocarrero y Juan de Chávez, atacara un ala del escuadrón de Tecún Umán que trataba de dividir en dos la infantería de Alvarado para cercar una parte y personalmente don Pedro atacó a la parte que iniciaba el movimiento envolvente.
Allí se hallaron frente a frente el gran guerrero quiché, Tecún Uman y el capitán invicto, Pedro de Alvarado.
Cuenta la leyenda que sobre el príncipe Tecún volaba, por arte de magia un Quetzal que lo protegía.
Tecún Umán atacó tres veces al capitán don Pedro y logró en una, darle muerte a su caballo, fue socorrido don Pedro con otro caballo y logró atravesar con su lanza el pecho de Tecún Umán, cayendo al instante el quetzal.
Al saberse la muerte de Tecún, los de Utatlán se enardecieron en la lucha; pero ante la inutilidad de sus esfuerzos, procuraron, en buen orden, retirarse a los montes. Cuando los españoles victoriosos regresaron a Quetzaltenango, sólo encontraron una ciudad desierta, sin víveres, ni utensilios.
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