Un zorro viejo, ya casi ciego, bebía junto a un arroyo. Cuando se dio cuenta el jaguar estaba sobre él, sujetándolo con sus garras.
-Te tengo, Zorro- le dijo-. ¡Me servirás de almuerzo!
-Estoy gastado y flaco- contestó el viejo pícaro-; mi carne, además, ya está muy dura. No comerías mucho. Te llevaré donde abunda la caza. ¡Verás que gordos tapires!
-¡Pues vamos ya!
Y así fue: el jaguar derribó un gigantesco mborebí y estaba hartándose con su carne cuando el viejo Zorro le tiró de la cola para decirle:
-Ahora, amigo, págame con algo; ¡dame por lo menos la vejiga de este animal!
-¡Y confórmate con ella!- replico el felino, arrojándole lo que le pedía y sin dejar de comer.
El Zorro, entonces, infló la vejiga, la llenó de grandes moscardones de la selva, y la ató a la cola del jaguar, que seguía comiendo.
-¡Escucha, amigo!- le advirtió-. ¿No oyes un rumor, como de una jauría de perros que se acerca?
Sólo entonces el felino detuvo sus mandíbulas.
-Algo escuchó, como un zumbido lejano- le dijo-.
¿Por qué no te fijas, a ver qué es?...
El Zorro se alejó un buen trecho mientras el tigre seguía devorando el inmenso mborebí.
-Son muchos perros; y además... ¡cazadores con arco y flechas!- aseguró jadeante el Zorro, que volvió a la carrera-. ¡Huyamos!.
Salieron disparando, el jaguar siempre seguido por el mormullo de perros que se acercaban; pero el Zorro se perdió en un recodo del camino, para regresar al rico almuerzo abandonado por su crédulo amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario