Bueno, un día, eso que estaba tomando agua, de repente...
-¡Ep amigo! Vea donde se mete... ¡Mire que hay gente! –Oye que le gritan de entre las patas.
-¡Ooooh, que jorobar! –dijo el Tigre pegando un salto... Yo que había creído que era un guano de vaca.
-¿Qué? ¡No se pase, le digo! ¡No porque me vea petiso le voy a permitir que se burle de mí! –Contestó hinchándose el Sapo.
-¡Buah! Salga de ahí hombre. Que vas a hacer con esa traza de... de montón de... bueno, de cosa fiera.
–Y bueno ya está –aceptó tranquilo el Tigre- decí nomás cuándo y dónde querés que peliemos.
Y allí no más fijaron fecha y lugar para la batalla.
El Tigre convocó a todas las fieras de la selva; leones, osos, chanchos del monte, zorrinos; y ha resuelto llevar de asistente a su sobrino El Zorro, por juzgarlo más diablo que todos.
El Sapo por su parte reunió a todas las avispas del monte, lechiguanas, guaycurús, caranes, carán colorado, carán negro y demás.
Como ya faltaba un día para la topada, dizque el Tigre había mandado a su asistente y sobrino a ver si ya estaba listo el Sapo.
-¡Como nó! ¡Que vengan nomás! –había contestado el Sapo muy seguro.
Al otro día al amanecer (cancha-cancha o alumbrando, dice el paisano), ya habían partido al encuentro los dos ejércitos.
Como bramido se oía el zumbido de la gente del Sapo, ¡que venían tapando el monte!
¡Por su parte la gente del Tigre dizque venían haciendo crujir los dientes, como si tostaran, arando el suelo con las garras, afilando los colmillos en los troncos, rugiendo muy fieramente!
Entre tanto el Zorro, que parece que ya había empezado a maliciar no sé que, dizque cada vez más atrás venía quejándose...
-¿Mi sobrino? ¿Mi asistente? –dizque el Tigre preguntando a cada rato.
-¡Aquí estoy yendo, Tío!... –dizque que contestaba el asistente, pero cada vez más lejos.
Hasta que los ejércitos llegaron al campo de batalla.
Y entonces el Tigre ordenó a su gente: ¡Muchachos, ataquen!
Y las fieras se lanzaron a la carga rugiendo.
¡Atropellen! –había mandado el Sapo por su parte.
¡Y ahí nomás los enjambres del Sapo habían tapado a las tropas del Tigre!
Revolcándose dizque andaban éstas, ¡sin poderse hacerse soltar de las avispas!, ¡y el Tigre mismo enloquecido!
-¡Socorro, sobrino! ¡Por favor defiéndame! –dizque le gritaba a su asistente.
Y el Zorro, de entre medio de unos yuyos: -¡Al agua Jefe!... ¡Al agua Tío!... –dizque le gritaba; pero el pobre Tigre, enloquecido no oía nada.
Hasta que desesperado el Tigre había conseguido meterse a una laguna que había por ahí, y zambulléndose, zafarse por fin de las avispas.
Cuando al rato asoma la cabeza, ¡ya dizque ni un solo de sus muchachos podía ser hallado por aquellos lugares!...
Bernardo Canal Feijoo "La Leyenda Anónima Argentina". La Saga Popular.
-¡Ep amigo! Vea donde se mete... ¡Mire que hay gente! –Oye que le gritan de entre las patas.
-¡Ooooh, que jorobar! –dijo el Tigre pegando un salto... Yo que había creído que era un guano de vaca.
-¿Qué? ¡No se pase, le digo! ¡No porque me vea petiso le voy a permitir que se burle de mí! –Contestó hinchándose el Sapo.
-¡Buah! Salga de ahí hombre. Que vas a hacer con esa traza de... de montón de... bueno, de cosa fiera.
–Y bueno ya está –aceptó tranquilo el Tigre- decí nomás cuándo y dónde querés que peliemos.
Y allí no más fijaron fecha y lugar para la batalla.
El Tigre convocó a todas las fieras de la selva; leones, osos, chanchos del monte, zorrinos; y ha resuelto llevar de asistente a su sobrino El Zorro, por juzgarlo más diablo que todos.
El Sapo por su parte reunió a todas las avispas del monte, lechiguanas, guaycurús, caranes, carán colorado, carán negro y demás.
Como ya faltaba un día para la topada, dizque el Tigre había mandado a su asistente y sobrino a ver si ya estaba listo el Sapo.
-¡Como nó! ¡Que vengan nomás! –había contestado el Sapo muy seguro.
Al otro día al amanecer (cancha-cancha o alumbrando, dice el paisano), ya habían partido al encuentro los dos ejércitos.
Como bramido se oía el zumbido de la gente del Sapo, ¡que venían tapando el monte!
¡Por su parte la gente del Tigre dizque venían haciendo crujir los dientes, como si tostaran, arando el suelo con las garras, afilando los colmillos en los troncos, rugiendo muy fieramente!
Entre tanto el Zorro, que parece que ya había empezado a maliciar no sé que, dizque cada vez más atrás venía quejándose...
-¿Mi sobrino? ¿Mi asistente? –dizque el Tigre preguntando a cada rato.
-¡Aquí estoy yendo, Tío!... –dizque que contestaba el asistente, pero cada vez más lejos.
Hasta que los ejércitos llegaron al campo de batalla.
Y entonces el Tigre ordenó a su gente: ¡Muchachos, ataquen!
Y las fieras se lanzaron a la carga rugiendo.
¡Atropellen! –había mandado el Sapo por su parte.
¡Y ahí nomás los enjambres del Sapo habían tapado a las tropas del Tigre!
Revolcándose dizque andaban éstas, ¡sin poderse hacerse soltar de las avispas!, ¡y el Tigre mismo enloquecido!
-¡Socorro, sobrino! ¡Por favor defiéndame! –dizque le gritaba a su asistente.
Y el Zorro, de entre medio de unos yuyos: -¡Al agua Jefe!... ¡Al agua Tío!... –dizque le gritaba; pero el pobre Tigre, enloquecido no oía nada.
Hasta que desesperado el Tigre había conseguido meterse a una laguna que había por ahí, y zambulléndose, zafarse por fin de las avispas.
Cuando al rato asoma la cabeza, ¡ya dizque ni un solo de sus muchachos podía ser hallado por aquellos lugares!...
Bernardo Canal Feijoo "La Leyenda Anónima Argentina". La Saga Popular.
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