Érase una vez... un Pichón que fue un día en busca del Cocodrilo y le dijo:
-Hermano Cocodrilo, quería pedirte un favor. ¿Puedes prestarme un poco de dinero?
-No quiero prestarte ni un céntimo –contestó el Cocodrilo-, porque no eres de mi familia. Yo vivo en el agua mientras tú vuelas por los aires. Vete a buscar a tu abuela, el Águila. Sin duda ella te prestará...
Descorazonado con estas palabras, el Pichón se fue sin insistir, pero una semana después volvió a ver al Cocodrilo con la misma petición y de nuevo le rechazó. El Pichón prosigue pidiendo..., pidiendo, y el Cocodrilo, cansado ya de tanta insistencia, le dice que vuelva pasados unos días.
Mientras tanto, va el Cocodrilo en busca de su vecino, el Hipopótamo, para contarle lo que pasa y, después de mucho pensarlo, deciden reunirse con otros animales en juicio para examinar la cuestión.
El día del juicio fue confiada la presidencia al León, que prometió hacer justicia. Con su aspecto feroz todos temblaban cuando ocupó su lugar en el tribunal.
-¡El Pichón! –gritó.
Y cuando éste apareció le dio permiso para tomar la palabra.
El Pichón, sin perder la serenidad, avanzó entre la multitud de animales feroces, y dijo:
-Señor, hace poco pedí al señor Cocodrilo que me prestara cierta suma de dinero, pero rechazó mi petición. Como el hambre apretaba volví de nuevo a pedirle, y siempre me contesta lo mismo: “No eres de mi familia”. Tú, Majestad, ¡oh Rey de la Selva!, indicarás las diferencias que hay entre nosotros.
El juez se dirigió entonces al Cocodrilo y le preguntó:
-¿Cómo es posible que el Pichón no sea hermano tuyo?
-Es verdad, noble rey, que somos hermanos, pero existe entre nosotros una gran diferencia. Él vuela por los aires, mientras que yo vivo en el agua...
-¿Y por esa razón no le ayudas? –interrogó el León.
Y su voz fue terrible y repercutió a lo lejos entre el follaje. Pasado su enfado se calmó un poco el León y pudo continuar el juicio.
-Bien, terminemos ya. Dime, orgulloso Cocodrilo:
¿De dónde nacen tus hijos?
-Señor –contestó temblando-, de los..., de los huevos... que... pongo...
-Y tú, Pichón, dime, ¿De dónde nacen tus polluelos?
-De los huevos que pongo también...
-Los dos habéis dicho la verdad. Luego si nacéis de huevos los dos, sois hermanos, aunque tu opinión sea otra, señor Cocodrilo. Así que debéis ayudaros el uno al otro... ¡He dicho!
Todos los animales que asistían a la asamblea aplaudieron al León y le aclamaron una vez más como juez justo y Rey de la Selva.
Y desde entonces el Cocodrilo ayuda siempre al Pichón, cuando éste le pide ayuda.
Congo
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Imagen launidadmorelos.blogspot.com
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