Los Concheros de Querétaro
En el Barrio de San Francisquito, cuando las tardes declinan, se escucha el sonido guerrero del teponaxtle, del huehuetl, del caracol, sonidos graves y agudos, el ritual de la chirimía y los tamborcillos de mano, indicando la existencia de una mesa de danza, en el barrio de indios, ubicado en la Loma del Sangremal, cuna de la danza de Concheros o Chichimeca.
Desde el 25 de julio de 1531, los chichimecas de esa región llamada Maxei, no han dejado de prepararse con largas y afanosas tareas para la fiesta de la Santa Cruz de los Milagros, cada 14 de septiembre, dando así un vuelco sincrético a su tradición de danzantes rituales.
“Cuando escucho tocar una danza, me olvido de todo y recuerdo solo lo mío. Todo lo demás se viene abajo. A mí me gusta ejecutar todas las danzas y pido a gritos al tamborero que toque Sol o Fuego, espero el ritmo, marco mi cuadro de danza hacia los cuatro puntos cardinales, me imagino que estoy danzando con gente de aquellos tiempos y no me fijo más en los espectadores”.
“Para los danzantes, el cielo comienza en la planta de los pies. La danza es movimiento, un puente entre el tiempo y el espacio”.
Empiezan los preparativos para, las fiestas de septiembre, la fiesta grande de la Santa Cruz De Los Milagros.
Al grito de “El es Dios”, los círculos de danza chichimeca, desde sus respectivos adoratorios, después de haber oído “La Palabra”, comienzan a ensayar la danza, actitud que inicialmente se pensó impecable, para la cual hay que someterse con absoluta obediencia a la guía de la jerarquía, responsable del grupo, a preparar el espíritu de los instrumentos y los trajes para el gran acontecimiento que dará principio la noche del 12 al 13 de septiembre. La Velación.
“Yo creo en las fuerzas cósmicas y conozco la influencia de la luna, las utilizo para hacer nuestros instrumentos, así no se acaban pronto. También uso a la luna tierna para la caza y apareamiento de los animales, a la Cucharilla para alejar los malos vientos, todo en el espíritu de nuestros abuelos, son secretos transmitidos generacionalmente”.
La danza de los Concheros es sagrada y el logro máximo del danzante es obtener el éxtasis que propicia la manifestación de la divinidad por medio de él.
La sobrevivencia de esta manifestación religiosa es un fenómeno especial, sui generis, que ha llegado a nuestros días gracias a la visión de los antiguos danzantes, quienes supieron readaptarla formalmente al catolicismo, tomando los elementos que les fueron comunes, cambiando el nombre de las antiguas divinidades y la letra de los cantos, pero tratando siempre de mantener las etapas del ritual y sus objetivos, dice Ma. De Los Ángeles González, investigadora que da como cierto que el origen de estos grupos está en Querétaro.
Integran esta hermandad los Concheros de Guanajuato, Tlaxcala, México Tenochtitlán y Querétaro, esta sellada por rasgos de compadrazgo ritual que obliga a sus miembros a una relación de recíproco respeto y solidaridad, independientemente del rango jerárquico del danzante. “Soy portador de la danza misma”. Dicen.
Cada danzante tiene que batallar con las tendencias mismas de su propia naturaleza humana, para realizar correctamente el ritual, estar en constante lucha por la purificación y el perfeccionamiento individual, para mantener la armonía y poder realizar un esfuerzo corporal considerable, tratando de traspasar el cansancio físico, manteniendo un ritmo continuo, en algunas ocasiones por más de diez horas.
“Cuando comienzo a bailar me desmaterializo, paso a otro plano mental. La danza hace fluir en mí una energía interna. Vivo y siento la danza. Me olvido del modernismo, solo veo el círculo donde bailo y me remonto a otra época. Donde se funde el presente con el pasado. Trato de hacerlo como todos lo hacían. No es un simple espectáculo”.
“Al salir ataviado de guerrero, salgo con la fuerza de los guerreros antiguos, ayuno tres días antes de comenzar a danzar, recuerdo los muchos secretos importantes, que no se pueden sacar a la luz pública, me introduzco a otro mundo, yo no se de donde me sale tanta vitalidad, cómo logro ser ligero y pisar el fuego sin quemarme”. Habla el peso de 400 años de tradición y tres mil años de cultura civilizatoria.
Los Concheros tienen tres tipos de jerarquía: La humana, compuesta por el General, la Malinche Sahumadora, los Capitanes de marcha, de mesa y de bastón, el Sargento, el Flechero, la Tropa y la Conquista, la segunda es la Jerarquía semi divina o ánimas conquistadoras, son todos los jefes y benefactores de la danza, desde su origen, ya muertos, es otro plano de existencia y de relación, se establecen como mediadores y guías de los danzantes vivos y la tercera es la Jerarquía divina compuesta por los diferentes Santos invocados.
El pueblo organiza la fiesta y acoge al danzante en su peregrinar por los santuarios, las autoridades civiles y religiosas no intervienen.
“Mi abuelo me decía que había que venerar a la serpiente y que en todo el Cerro del Sangremal, había cuevas en donde ellas habitaban, que eran dioses a los que había que hacerles invocaciones, lo mismo que a la fertilidad, la Madre tierra. También me decían mis parientes viejos, que había que rendirles culto a todos los animales que contribuyen al sustento. Todo esto forma parte de un solo y único conocimiento”.
A La media noche del 12 de septiembre de cada año, los oratorios de las mesas de danza en el barrio de indios, conocido como San Francisquito, los ancianos preparan con Cucharilla las ofrendas que llevarán procesionalmente al día siguiente al templo del Colegio de Propaganda Fide de la Santa Cruz, en la loma del Sangremal, donde españoles y chichimecas simularon la batalla de conquista, donde según la tradición apareció el Apóstol Santiago y una Cruz.
Esa misma noche entre, cantos, sahumadores, alabanzas y oraciones, se procede a la “limpia”, de ancianos, jefes y tropa. Preparativo fundamental para el inicio de la fiesta. Es la Velación donde concretizan el aspecto lunar del rito solar, acompañando a las ánimas que los han precedido en el camino del sol, en el llamado “Toque de ánimas”.
Por todo el barrio se escucha el sonido triste de la chirimía, el canto grave del teponaxtle, el rasgueo de la guitarra de concha de armadillo, en la madrugada se visitan entre sí, vivos y difuntos.
Pasan los siglos y el sentimiento de los dioses permanece en el ruido de los caracoles, que no paran de sonar. Cada mesa de danza tiene su estandarte, reliquias y un altar lleno de flores, imágenes y papel picado donde se recibe al Santo Suchitl.
Después de la comida tradicional del día trece, saldrá por antigüedad cada círculo de danza, a la primer “cumplida”, víspera de la gran fiesta de la exaltación de la Santa Cruz de los Milagros o de la recolección.
“Una cosa es lo material y otra el espíritu de los instrumentos” dicen, ya que para fabricarlos utilizan troncos ahuecados, maderas especiales, que se cortan cuando la luna esta madura. Los penachos son elaborados mediante el tradicional arte plumario mesoamericano, resaltan las plumas de avestruz, guacamaya, guajolote, gallo, perico y quetzal.
Los maxtles o taparrabos, lo mismo que las capas, están adornadas con complicada pedrería, también usan pieles de venado, tlacuache, zorrillo, tlalcomiche, zorra, gato montés y coyote. En los tobillos suenan los huesos de fraile y en las manos las sonajas.
De la loma en declive bajan los caballeros Águila, los Caballeros Tigre, ataviados para la guerra, el tamborero golpea frenéticamente el huehuetl y los movimientos se vuelven tan rápidos que golpean los ojos, los oídos y el pecho de los espectadores, suenan rítmicamente los huesos de fraile, al frente va el estandarte y el adoratorio ambulante, es el desfile.
Los caracoles, símbolos del viento, comunican las ordenanzas, detrás de ellos van las malinches, también la guitarra de concha de armadillo, al centro los capitanes y el tambor, los ancianos, los niños, los sargentos se mueven libremente.
Estamos al paso de los peregrinos de los cuatro vientos. Cada danzante cumple su papel, es el pueblo que occidente llama supersticioso pero que en realidad mantiene a través del tiempo una forma de vida distinta, pero cierta y aportadora de civilización a la humanidad entera.
“Yo no puedo rendir culto directo y con la creencia verdadera de aquel entonces, pero hacerla a un lado es imposible, porque todo se vendría abajo”
Es el 14 de septiembre “la cumplida” más importante, desde muy temprano se lucen las indumentarias: Penacho, pectoral, maxtle, capa, chamalli, unidos en su confección con hilos de maguey y pintados con colores de raíces y frutas, así también están presente los troncos cortados durante la luna tierna, tocarán intermitentemente, son tres días de ritmo permanente, con promesa cumplida.
Después de haber dejado sus insignias, junto a la Cruz de los Milagros, danzarán incansablemente durante todo el día, integrando mente, cuerpo y espíritu por medio del ritmo acompasado de los ayoyotes, del canto de las conchas, del bajo profundo del caracol, del retumbar del huehuetl.
Se trata de danzas que datan de cientos de años, quizá miles, que sobreviven a la conquista, dicen que representan la guerra cósmica.
Saludadas las imágenes y solicitado el permiso para danzar, salen del tiempo, marcan la cruz con los pies y así se honrará nuevamente al sol y a la tierra, dadores de vida.
Cada danzante asume su lugar en el círculo y cumple con su parte en la danza, uno se hace todo y todo se hace dios.
Esta fiesta, es producto de largos y afanosos preparativos, gasto económico y empeño tenaz, para poder mantener y entender la vida de una raza amenazada de muerte, se da entre cohetes e incienso.
El 15 de septiembre, después de la gran celebración, sigue el día de la penitencia, de la “la manda”, subir de rodillas al Sangremal, lo harán los danzantes hasta llegar extenuados, se expían las faltas, después recogen los estandartes, insignias y ofrendas, para salir nuevamente a danzar y despedirse. La fiesta de la Recolección ha terminado, las fiestas de septiembre han llegado a su fin, para ser renovadas el año próximo.
“El sacrifico es la entrega al camino que conduce a la luz eterna y la penitencia es el esfuerzo extraordinario que permite alcanzar la iluminación. Termina la “obligación” de Los Concheros”.
La han cumplido ya centenariamente. Dicen los que saben.
José Félix Zavala
El Oficio de Historiar