ANIMALES SAGRADOS
PILLÁN MAMUL MO
Los mitos más antiguos de la humanidad cuentan que el Ser Supremo tomó la forma de Águila o gran ave solar, y descendió un día al Árbol del Mundo. Allí puso sus huevos chamánicos y los empolló o hizo empollar durante los muchos días que suman tres vueltas completas de la Tierra en torno del Sol. Y cumplido el tiempo de la incubación de los huevos se abrieron, y los grandes chamanes de los nidos más altos y los medianos de los nidos intermedios y los más pequeños de los nidos de las ramas mas bajas abrieron sus ojos nuevos ¡y supieron qué debían hacer!
Desde entonces son guías de los hombres y mantienen vivo el sagrado contacto entre las criaturas y el Padre Creador.
Y en memoria de la Gran Ave-Madre se adornan con elementos ornitomórficos, que magníficamente los devuelven a sus orígenes, y a su divina facultad de volar al Más Allá. Por eso usan garras y plumas de águila…, quizás del águila mora o calquín, la que habla con Dios. Y otras veces toman los atributos del cóndor, también sagrado, ave maligna a la que el mítico Elal de los tehuelches cazó con una flecha y en castigo ejemplar por llevarse niños le sacó todas las plumas de la cabeza…
Y así no podemos detener la pregunta: ¿por qué las aves ocupan un lugar tan vertebral en los mitos de la humanidad?...
Tal vez porque las aves han representado siempre para el hombre el vuelo y por ende el contacto con lo lejano, difícil o inaccesible. Si la flecha tiene plumas volará lejos hasta la presa… Si la cabeza o el cuerpo lucen plumas, el indio estará dotado de vista aguda o ligereza o invisibilidad, en todo semejantes a las cualidades del pájaro del que las tomó. Sí, posiblemente esto explique el por qué es tan rico y variado el repertorio mágico en torno a las aves en distintas culturas aborígenes.
Entre los mapuches y araucanos de la Patagonia es sagrado el ñamco de pecho blanco, al que se reverencia especialmente porque su ubicación durante el vuelo indica al viajero buenos o malos augurios: si va de espaldas o avanza por la izquierda, ¡lo mejor es volverse!… pero aún es si se posa en el vuelo, porque con eso dice que morirá el ganado que se arrea. Y hay quién afirma que el vómito cubierto de lana y pelos de animales es el más preciado amuleto, pero quién lo posea y honre verá multiplicarse su buena suerte.
También es mágico el arisco rerré: si uno lo lleva consigo en el cuerpo no hay bala que lo alcance… Y en el pequeño chucao cordillerano se reconoce la virtud de la suerte y las variaciones del tiempo según sea el canto: si canta dulcemente a la derecha del que viaja le anuncia felicidad, si lo hace por la izquierda, y con tono áspero, tendrá contratiempos y habrá lluvias.
Es ave de mal agüero el guairao ó guarivao, la garza nocturna que engaña con un grito igual al del zorro y de la que se dice es portadora del alma de algún brujo. Y son pájaros mágicos el pidel negro que predice la lluvia y cuya carne aumenta la leche de las madres cuando crían, y el nuco (buho) y la huala lastimera, y el tordo huérfano y unos cuantos más.
Entre todos, ¿cuál es el pájaro más temido por el indio?
A no dudarlos el chonchón o chuncho o quilquil o tué tué, especie de caburé fabuloso al que se considera rey cruel de los seres alados, porque los convoca para elegir el mejor, destruirlo y comerlo.
Los que saben entre los mapuches afirman que se trata de un brujo o bruja que se ha separado la cabeza del cuerpo, y ha hecho crecer desmesuradamente sus orejas como las alas para volar a las salamancas (cuevas de los brujos) y participar de las orgías y maleficios. La creencia popular cuenta que si este pájaro nocturno o cabeza voladora ríe: habrá muerte cercana, y si canta: se producirá un casamiento… Pero es tanto el temor que suscita el chonchon que se siempre se intenta ahuyentarlo con rezos, las extrañas doce palabras redobladas, o conjuros de todo tipo…
También la mitología aborigen de la Patagonia es fecunda en fantásticas criaturas zoomorfas como el ñivirilú, la serpiente-zorro de los grandes ríos y lagos cordilleranos que se enrolla en las patas de los caballos y los arrastra a las profundidades. O la Calchona, la bruja desgreñada que aparece de noche a los viajeros a veces como oveja de largas calchas o mechones… y otras como una perra negra lanuda. De ella dicen que fué una mujer que habiendo sido descubierta en su transformación, ya no pudo volver más a su estado natural, y desde entonces vagabundea por los campos sin consuelo. O el chivato portero de las salamancas, o el quiltro lanudo conductor de almas…
Otros Entes o seres interesantísimos resultan ser el toro y el caballo de la Leyenda del Domuyo: los lugareños creen en pié juntillas que el cerro se enoja cuando algún forastero intenta escalarlo, y por eso ruedan enormes piedras y se desatan tormentas para acabar con el atrevido curioso. Afirman algunos que en realidad lo que el Domuyo no quiere es que se conozca a la hermosa joven que peina allá en la cima sus cabellos rubios con peine de oro, siempre vigilada por un toro colorado y un potro lustroso y renegrido. Es el toro que despeña las grandes rocas, el caballo el con sus carreras y resoplidos logra despertar al trueno y originar el rayo castigador…
Los viejos más viejos entre los araucanos son los que saben de lo que pasó en los tiempos del Diluvio, cuando Trentren, la serpiente mitológica del agua, para impedir la extinción del género humano, y salió vencedora… Ellos son los que recitan decenas de leyendas del ciclo de Elal, donde el mítico héroe-dios, el creador de los tehuelches, se relaciona con los animales y organiza la creación poniéndola al servicio del Hombre. Allí aparecen, fantásticos pero ya con sus cualidades características, el zorro, el jaguar, el puma, la serpiente, el piche, el lobo marino, la ballena.
Sus enojos dejan huellas memorables: la locura y la muerte en el mejor de los casos… y en el peor: la eterna agonía del huitrán che cura o la transformación del hombre en piedra…
En la topografía del sur de América hay cientos de rocas con formas humanoides ante las que el indio tiembla o eleva su respetuoso homenaje. Son riscos huitrán che, y allí están sus hermanos de raza purgando la antigua culpa…
¿No son huitrán che cura las indiecitas del trompe en el volcán Epuïlche?
¿Y acaso el Collón Cura (espantajo de piedra) que también se vuelve invisible a su gusto?
¿O la piedra Pintada, idéntica a un cristiano de un metro de estatura?
¿O la sagrada piedra azul de Calfucurá, a la que venera anualmente la gran tribu Namuncurá?
Las piedras encierran misterios poderosos para el hombre, sea huinca o mapuche, no ha logrado descifrar. Porque, ¿cómo explicar el caso de la Piedra Saltona de cajón Chico, allá en la Cordillera del Viento, que en el blanco y largo invierno del '43 subió sus veinte toneladas unos cincuenta metros más arriba de su habitual emplazamiento de siglos, se encaramó sobre el lomo de la sierra y allí se detuvo, calzada por una insignificante piedrecita?
¿O el de la Piedra Pesada, que pese a su tamaño mediano era imposible levantar ni aún por varios hombres, y que hoy ha desaparecido misteriosamente… o se ha vuelto invisible, burlándose de todos…?
Y como puede ser que no caiga ladera abajo la gran piedra trapezoidal del cerro, pese a que la empujan con violencia vientos de doscientos kilómetros por hora?
Más aún: ¿qué fuerza operó para formar la gran cruz roja sobre la superficie granítica de la piedra del Quillén?...
¿O para mimetizar el paisaje alucinante la mítica Ciudad de los Césares?
Los mapuches distinguen entre piedras diabólicas y piedras santas.
No se acercan a la gran Pillán Cura también llamada Piedra del Diablo, ni a la Kalkufurá o piedra bruja, porque son asiento del Maligno; ni pasan entre los bloques de la Piedra Partida porque la hendidura es obra del Diablo y acarrea desgracias…
Sin embargo desde tierras muy lejanas acuden con fervor a pedir gracia ante la Piedra Milagrosa de Cochico, o la Piedra Santa del Arroyo Blanco del tromen, en la región del Pehuén.
Con sabiduría de siglos las culturas patagonienses saben que hay piedras que "caminan"… Sin importar su tamaño o peso, hoy pueden estar aquí y mañana a cinco o cincuenta metros… aunque ni ley natural ni humana puedan explicarlo. Y el indio de ojos viejos lo acepta sin cuestionamientos, porque ha aprendido que para el orden sagrado no caben razones de pequeños mortales. Eso sí, no pisará el rastro que dejó la piedra… porque puede secarse y volverse polvo, como han contado los que vivieron cerca, en sus familiares o amigos, el castigo de la huella prohibida, de la marca que se come la vida…
¿Quién se animará a discutir, ante un fervor tan puro y tan añejo, la virtud de algunas piedras mágicas?
¿Podrá el blanco negar propiedades curativas de ciertas piedras?
¿Las llancas sagradas del cultrún no inspiran a la machi en las rogativas?
¿Acaso con la catán cura chamánica no sopla el daño y adhiere sabiduría infinita, y usada en los instrumentos agrícolas no asegura con su poder sobrenatural buenas cosechas?
¿Las boleadoras hechas con fragmentos de cherufe (aerolito) no tiene la virtud de no fallar el tiro en la caza del guanaco y el avestruz?...
Las piedras que vienen del cielo son las más poderosas. Tal vez porque las descargó sobre la tierra el hacha del Pillán, el gran guerrero celeste…
Por eso es sagrado el meteorito de Kaper-Aike, y las esquiarlas y limaduras de las estrellas caídas son infalibles para la curación, el rito o la cacería.
Ya lo sabían y practicaban las culturas más viejas de América, y por el gran cordón cordillerano llegó al sur el conocimiento.
Ente los tehuelches y araucanos cada linaje ha tenido y tiene su piedra secreta de color distintivo. Con ella la machi prepara a cada uno el amuleto protector. También con piedras de uámek fabrica amuletos auspiciosos, zoomorfos, para asegurar la preservación y fecundación de los ganados representados en ellos… y amuletos contra el enojo, y de la piedra se sirve para las prácticas.
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