Hace muchísimos años la Isla Grande de Chiloé, y todo el enjambre de islas que le rodean, formaban un solo cuerpo con el Continente Americano.
Sin embargo, un día apareció repentinamente la Diosa de las Aguas Coicoi-vilu (de Co: agua y vilu: culebra) con la intención de destruir todo lo que hubiera sobre la tierra.
Obedeciendo a sus mandatos, las aguas comenzaron a elevarse inundando valles y cerros, y sepultando a sus horrorizados habitantes en las profundidades del mar.
Cuando todo parecía perdido, hizo su aparición la Diosa de la Tierra, Tentén-vilu (de Ten: tierra y vilu: culebra).
Tentén-vilu comenzó a luchar contra su enemiga, a la vez que elevaba las tierras inundadas y protegía a sus habitantes, ayudándolos a subir a las partes más altas, transformándolos en pájaros, o dotándolos del poder de volar.
La batalla duró mucho, finalmente Tentén-vilu venció parcialmente a Coicoi-Vilú, pues a pesar de que esta última se retiró, las aguas nunca regresaron a sus límites originales.
Como consecuencia de toda esta lucha, los valles, cerros y cordilleras que antes formaban la zona, quedaron transformados en un archipiélago de inigualable belleza, que es lo que hoy conocemos con el nombre de Archipiélago de Chiloé.
Cuenta la leyenda que, una vez que terminó la creación, Tupá (Dios) confió a Guarán la administración del Gran Chaco, que se extendía más allá de la selva. Y Guarán comenzó la tarea. Cuidó de la fauna y de la flora, de la tierra, de los ríos y de los montes. Y también gobernó sabiamente a su pueblo, logrando una verdadera civilización.
Guarán tuvo dos hijos: Tuvichavé, el mayor, que era impetuoso, nervioso y decidido, y Michivevá, el menor, más reposado, tranquilo y pacífico.
Antes de morir Guarán entregó a sus vástagos el manejo de los asuntos del Gran Chaco. Fue entones cuando comenzaron las peleas entre los dos hermanos, ya que ambos tenían opiniones diferentes respecto de cómo administrar los bienes de la región.
Río Pilcomayo, vista área.
Un día se les apareció el genio del mal, Añá, quien les aconsejó que compitieran entre sí para resolver las cuestiones que los enfrentaban.
Tuvichavé y Michivevá, cegados por sus diferencias, decidieron hacerle caso. Subieron a los cerros que lindaban con el Gran Chaco, y, para disputar su hegemonía sobre la región, acordaron realizar diversas pruebas de destreza, resistencia y habilidad, especialmente en el manejo de las flechas.
En una de esas tentativas, Michivevá lanzó una flecha contra un árbol que servía de blanco. Pero Añá hizo de las suyas: la desvió, y logró que la saeta penetrara exactamente en el corazón de Tuvichavé. Al instante la sangre brotó a borbotones y comenzó a bajar por los cerros, llegó hasta el Chaco, se internó en su territorio y formó un río de color rojo: el "I–phytá" (Bermejo).
Al darse cuenta de lo que había hecho como consecuencia de ese inútil enfrentamiento, Michivevá comenzó a deshacerse en lágrimas. Y lloró tanto, que sus lágrimas corrieron tras el río de sangre de su hermano. Así se formó el Pilcomayo, siempre a la par del Bermejo.
Y el Gran Chaco quedó sin jefe. Pero siguió prosperando bajo el cuidado de la naturaleza; enmarañado, impenetrable, surcado por el río de aguas rojas, nacido de la sangre del corazón de Tuvichavé.
El Vinal es un árbol que suele alcanzar varios metros de altura, y se bifurca desde arriba en ramas delgadas cubiertas de enormes espinas. Las hojas son fruto es una vaina delgada y larga.
Debajo del vinal no crece planta alguna al parecer por emanaciones del mismo árbol no bien determinadas todavía.
Consignamos la causa de ese fenómeno, según la fantasía aborigen, que tiene para cada misterio una explicación sobrenatural.
Aconteció que en una tribu guaraní nació un niño con instintos manifiestamente perversos.
Desde muy pequeño dio muestras de crueldad, y a su impiedad no escapaban los más inocentes moradores del bosque, sean pájaros o animales.
Alarmada, la madre dio cuenta al cacique de lo que estaba ocurriendo. Este llamó a los hechiceros que después de un largo "consejo" llegaron a la conclusión de que el pequeño estaba poseído del espíritu de Añahan y que mantenía relaciones con él.
Era necesario, pues, curarlo. Se resolvió en acuerdo con el cacique, apresarlo para llevar a cabo la importante tarea de desalojar el maldito del cuerpo. Pero cuando los hechiceros se acercaron al niño para cumplir su cometido, éste, retrocediendo sigilosamente, preparó su arco y sus flechas. De nada valieron las amenazas del cacique.
El niño esperó que se acercaran y descargó sobre ellos las flechas mortales. Consumado el crimen comenzó a huir perseguido por toda la gente de la tribu.
En varias oportunidades el pueblo enardecido estuvo a punto de darle alcance; pero legiones de cardones, sobre los que el criminal pasaba como un hálito, les cortaban el paso. Finalmente le perdieron de vista.
Días después encontraron en la selva un árbol nuevo. Era el niño que había caído de cansancio, pero Añahan le había concedido el último favor para protegerlo.
Lo cubrió de espinas. Y así nació el vinal por obra del demonio. Tan malvado sigue siendo que a nadie permite vivir a su sombra; a excepción del cardón y el cardoncillo que ayudaron en su huída. A todas las demás plantas mata sin compasión. Por eso los indios procuran destruirlo donde lo encuentran, pero deben cuidarse de los garfios arteros que Añahan le ha dotado.
Nota
Prosopis ruscifolia Griseb. (vinal) es una especie autóctona de amplia difusión en Santiago del Estero y Chaco Argentina.
Es tanta la mala fama de este árbol que hasta el gobierno lo considera enemigo de las demás especies y permite su talado sin pagar derechos. Por supuesto la mala fama no procede de la leyenda sino por tratarse un obstáculo para el crecimiento de las demás especies vegetales.