WAYNA PICCHU, LA JOVEN MONTAÑA.
Gracias a los documentos que se han encontrado en los últimos años, sabemos que el sitio, en tiempos anteriores a la visita de Hiram Bingham, simplemente se llamaba Picchu, o "montaña".
Tenía dos secciones: una sur, un macizo giboso llamado Machu, "mayor" o "viejo", y otra norte, delgada y erguida, llamada Wayna, "menor" o "joven".
En verdad es en el centro de ambos cerros que se encuentra el santuario, sobre la cresta que les sirve de puente.
El nombre Machu Picchu se debe a la referencia de los guías de Bingham a la sección hacia donde debían ascender para llegar a las ruinas.
Cuando llegamos al extremo norte del santuario, detrás de la roca sagrada encontramos el sendero que conduce a Wayna Picchu.
Luego de pasar una pequeña colina llamada Uña, el sendero se convierte en una larga y angosta escalinata que rodea el cerro por el oeste.
Sus escalones, en algunos tramos, están directamente tallados en la roca.
Junto al sendero, que se adapta a las curvas del cerro, podemos apreciar pequeñas terrazas de cultivo que forman parte de los jardines que adornaban el santuario y su entorno.
Otro sendero asciende a Wayna Picchu desde Mandorpampa, en el noreste.
Es más empinado, más largo, y cruza terrazas y grutas que sirvieron para depositar a los muertos. En la cima, que tiene forma de cuchilla y una altura de 2.720 m, en medio de las rocas hay una piedra labrada que la imaginación popular ha denominado la "silla del Inca".
También hay unos pocos recintos y terrazas.
La vista es impresionante: todo el santuario se divisa como si se tratase de una maqueta, y en el entorno se aprecia el extenso horizonte que conforman los picos, los meandros del Urubamba y los desniveles de las quebradas.
EL TEMPLO DE LA LUNA.
Si bien el paisaje y los pocos restos de edificios y terrazas situados en la cima del cerro son por sí mismos apreciables, no cabe duda de que el conjunto de cavernas de la ladera norte, que le da la espalda al santuario, es un monumento espectacular.
Las cavernas están asentadas en los riscos de la cordillera, virtualmente sobre el río Urubamba, que corre a varios cientos de metros de profundidad en el cañón que rodea el cerro al cambiar su curso S-N en dirección contraria para formar una suerte de gran voluta.
Muchas de las cavernas han sido embellecidas por el hombre y convertidas en recintos probablemente destinados a sepulturas.
A las más notables se les conoce como el templo de la Luna.
En realidad este nombre es arbitrario, al igual que los muchos nombres con los que se identifican otros sectores de Machu Picchu.
Y es que aquí ni siquiera tuvo que haber un templo, aun cuando las formas y la ubicación de las cavernas dan noticia de una función antes ceremonial que doméstica, administrativa o militar.
Varias de las cavernas están interconectadas.
Existe una muy grande en la ruta que sube desde Mandorpampa.
Se trata de una caverna apostada debajo de una gran roca, de manera similar al mausoleo real o a la cripta del Cóndor.
Tiene unos 7 m de ancho, 12 m de largo y 2,5 m de alto, y el suelo plano. Sobre esta hay otra de tamaño similar y ambas están asociadas a corredores, escalones y pasajes intermedios.
Las cavernas han sido acondicionadas con mucho cuidado: sus paredes internas son de sillería fina y presentan lujosos detalles, como nichos de triple jamba y altares labrados en la roca.
Aparte de los mausoleos reales y del Cóndor, estos son los más destacados.
En las excavaciones realizadas por el equipo de Bingham, en las laderas norte y este del cerro, se hallaron alrededor de cinco cuevas que presuntamente fueron ocupadas para guardar cadáveres momificados.
Lamentablemente, las cuevas que están asociadas al templo de la Luna no contienen ya restos, que probablemente fueron saqueados.
Las que quedaron son pobres en acabados y escondían sólo cerámica rota.
Se trata más bien de grietas que de cuevas.