sábado, 4 de septiembre de 2010

ESPERANZA NIEVA

Esperanza Nieva con su caja en un acto durante la Marcha de los Pueblos Originarios.


Esperanza Nieva era una activista por los derechos de las mujeres y de los pueblos originarios.

Fue a Buenos Aires para la marcha del Bicentenario en mayo y en junio, la asesinaron en su pueblo, Amaicha del Valle, en Tucumán.

Tenía 81 años y las hipótesis van del robo a una respuesta a su activismo social.

Era coplera, agricultora, chamana y mucho más.

El pedido de justicia para su muerte se junta con un corte de ruta de la comunidad La Primavera, en Formosa, y con la historia de los pueblos originarios que siguen siendo marginados en la visión de la historia y en el espacio del presente.

Por Luciana Peker

Se llamaba Esperanza Nieva, tenía 81 años. “Esperanza se hacía su vino, cultivaba su huerta, era artesana, era sanadora y, por sobre todo, una luchadora de los derechos de su pueblo, el pueblo diaguita y todos los pueblos ancestrales. Y también por los derechos de la mujer, por el derecho a la dignidad de la mujer, ahí también ponía empeño, sabiendo que el maltrato no es prioritario de una sola cultura”, relata la página de Facebook “Justicia por Esperanza Nieva (Amaicha del Valle)”.

Esperanza era peligrosa, o era vulnerable, y por eso fue asesinada. Pero su asesinato no sólo fue un feminicidio, además fue un crimen más en una lista que no conforma ella sola de víctimas de pueblos originarios. “Esperanza Nieva era una hermana que toda la vida luchó por los derechos legítimos de su pueblo, como una autoridad política y filosófica perteneciente hoy a la larga lista de autoridades indígenas muertas por la impunidad legal y penal que tienen aquellos que usurpan, destruyen y contaminan el territorio milenario de los pueblos originarios. Pese a que los pueblos pelean por sus derechos reconociendo al estado argentino, siempre las leyes responden a intereses de la propiedad privada ante el derecho colectivo y preexistente de los pueblos originarios. Contra esto luchaba esta mujer, así como también luchaba Javier Chocobar, otro indígena asesinado –con pruebas hasta visuales de los culpables– pero en ambas causas no hay ningún imputado”, remarca el comunicador mapuche Calfu o como elige llamarse kajfvkura Antiñir, de la Confederación Mapuche de Neuquén, que ahora trabaja en Buenos Aires.

Esperanza Nieva vivía en su casa en Los Zazos, un barrio periférico a Amaicha del Valle, en Tucumán hasta que la mataron el 7 de junio de este año. No se sabe si en un robo o en un crimen político. La Justicia investiga. Y su pueblo la recuerda. “La mataron de manera brutal. Cuando llegó la policía hablaron de muerte natural, que la lavaran, que ordenaran la casa y derechito al cementerio. El poder que niega hasta el derecho a la duda. Hubo protestas. Era visible que Esperanza se había resistido, por los golpes y otros vejámenes de los que mejor no hablar”, dicen quienes defienden su memoria.

Cantaba coplas (que trajo a Buenos Aires apenas antes de morir como para que en el 25 de mayo también resuenen sus ecos norteños) que se escuchan como todavía abrigan los tejidos que hilaba, se beben los vinos que preparaba y se extrañan las curas ancestrales que resguardaba bajo su piel tajada y brillante como la tierra.

Tan fuerte y tan frágil.Vivía sola en una casa, apartada de la población, a siete kilómetros de Amaicha, en un lugar que no es una zona urbana. “Para robarle a una persona de esa edad no necesitas más que un susto, por eso se descartó al principio la hipótesis del robo, pero ahora no sabemos. Ella tenía mucha trayectoria política dentro de la comunidad indígena de Amaicha del Valle y fue integrante del consejo de ancianos (personas mayores que asesoran al cacique en base a su conocimiento ancestral) y en la marcha de los pueblos originarios a Buenos Aires, el 24 de mayo, estaba en la primera línea. Mirá que con 81 años leía mucho, que no es común en esta zona, era agricultora, artesana, coplera, sanadora, chamana, eso era Esperanza Nieva y por eso pedimos justicia”, relata Máxima Isabel Pastrana, dirigente de la comunidad indígena de Amaicha.

“La causa estuvo detenida y, por eso, se cambió de abogado. Ahora hay cuatro sospechosos que se les tomó el ADN para compararlo con pelos y otros rastros que se encontraron en la escena del crimen. Se enviaron las muestras a Buenos Aires para ver si se encuentra alguna relación. Eso estamos esperando ahora. Pero los tiempos de la Justicia no son los que una quisiera”, se lamenta Máxima.

Tenía fe pero también fuerza.

Ella reclamaba por los derechos de las mujeres indígenas, para que tengan acceso a la salud, a la educación, a los trabajos. A nosotros constantemente nos hostigan en los lugares donde trabajamos y ella se hacía eco de los reclamos de las mujeres”, dice la dirigente y subraya: “El mayor legado que nos dejó fue su convicción en la lucha por los pueblos originarios y la participación democrática”.

Su esperanza de equidad no murió.


Leer sobre el tema en:
http://argentina.indymedia.org/news/2010/06/737852.php
www.tupacamaru.org.ar/nota.asp?wVarID=716

LA HISTORIA DEL PRÍNCIPE


Continuación de:
EL PRÍNCIPE PREDESTINADO A LA MUERTE
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/09/el-principe-predestinado-la-muerte.html



Al saber el rey que uno de los jóvenes había conseguido superar la prueba, inquirió ante todo de qué príncipe se trataba.

El mensajero respondió: "El vencedor no es un príncipe, sino el hijo de un oficial egipcio a quien su madrastra ha expulsado de la casa paterna". El rey exclamó indignado entonces:

"¡Cómo voy a dar mi hija a un fugitivo egipcio! ¡Devolvedle a su país!"

Pero cuando los mensajeros quisieron obligar al joven a marcharse, la princesa se abrazó a él sollozando: "¡Por Ra-Harakte! Si me lo quitáis, no comeré ni beberé nunca más.
Me dejaré morir".

Al enterarse de ello, el soberano ordenó a sus soldados que ejecutasen al joven en presencia de la princesa.

Pero ella exclamó decidida:

"Si le matáis, me mataré yo también antes que se ponga el sol. No quiero sobrevivirle”.

En vista de ello, el rey se vio obligado a otorgar su consentimiento para el matrimonio.

El príncipe de Egipto se desposó con la bella princesa y el padre de ésta ofreció a la pareja un palacio, esclavos, tierras y otros muchos obsequios.

Después de la boda, el príncipe reveló el secreto de su vida a su joven esposa:

"Estoy sentenciado a morir víctima de un cocodrilo, una serpiente o un perro".

"Entonces —replicó la princesa—, ¿por qué conservas siempre contigo a tu perro?
¡Mátale!"

"No —respondió el príncipe—, no quiero matar al fiel perro que me regaló mi padre cuando era todavía un cachorrillo."

Pero desde aquel día la princesa sufrió constantemente por su marido y no le abandonaba un solo momento.

Pasado algún tiempo, regresó a Egipto con su joven esposa.

El perro del príncipe les acompañaba.

Una tarde en que el príncipe quedó dormido, una enorme serpiente entró en su habitación con ánimos de atacarle, pero la esposa despertó y ordenó a sus servidores que trajeran una vasija llena de leche para el reptil; bebió tanta, que al cabo ya no pudo moverse y la princesa la mató con un puñal.

En seguida despertó a su marido, que se admiró al ver el cadáver de la serpiente junto a él.
Su enamorada esposa exclamaba:

"Los dioses te han hecho más fuerte que uno de sus decretos de muerte, y del mismo modo ocurrirá con los otros".

La princesa ensalzó las divinidades y les ofreció presentes.

En otra ocasión, el príncipe paseaba por sus tierras con su fiel perro. De repente, éste sorprendió unas piezas de caza y se lanzó en su persecución, seguido del príncipe.

Corriendo, llegaron hasta las orillas del Nilo, donde un enorme cocodrilo devoró al príncipe mientras una voz resonaba:

"Yo soy el destino fatal que te persigue..."


El papiro no dice más, por lo que nunca sabremos de qué modo escapó el príncipe a su trágico destino, pues es indudable que el relato tiene un desenlace feliz.








viernes, 3 de septiembre de 2010

EL PRÍNCIPE PREDESTINADO A LA MUERTE


Este relato es originario de Mesopotamia, en la época que los egipcios comenzaron a conocerla en esta época gracias a las expediciones de Tutmosis III.

Mesopotamia llegó a ser un país de leyenda, como lo fue la India para los hombres del siglo XVI.

Había una vez en Egipto un rey que no tenía hijos y rogó entristecido a los dioses que le concedieran alguno. Al cabo de algún tiempo, éstos atendieron su ruego; luego enviaron tres hadas que contemplando al niño en la cuna decidieron su destino:
"Morirá víctima de un cocodrilo, de una serpiente o de un perro".

Cuando el rey oyó la predicción, sintió temor por su hijo y decidió llevarlo a un lugar donde no pudiera sucederle nada de lo predicho. Hizo construir para ello una fortaleza en pleno desierto y encargó a algunos servidores de confianza que cuidaran que el príncipe no abandonara el castillo; así fue creciendo con toda normalidad y seguridad en el desierto.

Pero un día, el joven divisó a un hombre seguido de un galgo y preguntó a uno de los servidores:

-"¿Qué animal es ese que corre por el camino detrás del hombre?"

-"Es un galgo", respondió el servidor.

El muchacho dijo entonces: -"Haz de manera que yo pueda tener uno".

El servidor acudió al rey y le expuso el deseo del príncipe.

El monarca le respondió: "Busca un perrillo y llévaselo a mi hijo, para que su corazón no entristezca de pena". Y el príncipe recibió un cachorrillo, que fue creciendo a su vera.

Pero cuando el muchacho alcanzó su mayoría de edad, se cansó de vivir encerrado en su maravillosa mansión y mandó un mensajero con esta misiva dirigida a su padre:

-"¿Por qué me encierras aquí? Mi destino está ya señalado por las hadas.
¡Déjame, al menos, gozar un poco de la vida!
¡Los dioses obran como bien les place
!"

El rey accedió al deseo de su hijo, le dio un caballo, un carro y toda clase de armas y le dijo:

- "¡Ve adonde quieras!"

- El príncipe se dirigió primeramente hacia la frontera oriental del imperio y de allí, a través del desierto, hacia el norte, seguido siempre de su fiel can.




Por fin, llegó a Mesopotamia.

El soberano que reinaba en el país tenía una hija única de radiante belleza, para la que había mandado construir un palacio sobre una roca escarpada, a una altura de cincuenta metros.

Después había convocado a todos los príncipes de Siria y les había hablado así:
-"Quien sea capaz de llegar hasta la ventana de mi hija, la recibirá en matrimonio".

Todos los príncipes habían levantado sus tiendas de campaña en los alrededores del castillo de la bella princesa, intentando escalar hasta la ventana. Pero ninguno pudo llegar hasta allí: la roca era demasiado alta y escarpada.

Un día, mientras intentaban probar fortuna como de ordinario, llegó allí nuestro príncipe de Egipto, caballero en su corcel y seguido de su fiel perro.

Los príncipes saludaron al apuesto doncel y le preguntaron de dónde venía. Como no quería ser descubierto, respondió:
-"Soy el hijo de un oficial egipcio. Mi madre ha muerto y mi padre se ha vuelto a casar. Mi madrastra me odia y me ha obligado a abandonar la casa".

Los príncipes le invitaron a quedarse con ellos y le contaron por qué intentaban escalar la roca.

Al oír estas palabras, el extranjero quiso probar fortuna y, ¡oh, maravilla!, llegó hasta la ventana de la princesa, que al verle quedó tan enamorada del apuesto joven, que le abrazó y le colmó de besos.

Continúa en:

jueves, 2 de septiembre de 2010

LA HUENCHUR

Imágen: Lorenzo Stuardo




Todos los pobladores de la aldea de Cucao saben que cuando el viento sopla en la parte baja de los acantilados, es la Huenchur que les anuncia la llegada del buen tiempo con el viento Sur. Pero el mal tiempo y la tempestad reinarán si la Huenchur sopla en las alturas de los cerros, y su voz retumba confusa, como gritando: 'Cucaoooooo- Cucaooooo, Cucao, Culeeeee...'.

La historia de la Huenchur se remonta muchos años atrás y cuenta que era una conocida machi que vivía en una confortable cabaña construida con sus propias manos, situada en un bello paraje a escasa distancia de las orillas de un lago, cercano al Océano Pacífico.

Durante uno de sus muchos viajes por el bosque, en busca de hierbas medicinales, encontró la Huenchur a un viejo leñador moribundo; lo llevó a su casa y le prodigó toda la fuerza de su arte terapéutico, logrando liberarlo de las garras de la muerte. El hombre, una vez repuesto y vigoroso, se prendó de su abnegada salvadora y se unió a ella de acuerdo a las costumbres de la época.

Para mayor felicidad, en el hogar nació una hermosa niña a la que dieron por nombre Huenchula.
De todos los confines de la región llegaban hasta la casa de la Huenchur numerosos peregrinos, atraídos por su fama de curandera, amarradora de huesos y partera.

Mantenía en sus repisas un surtido de las más variadas plantas, de raros nombres, con las que preparaba infusiones destinadas a bebidas o a fricciones. No faltaban en sus vasijas de greda remedios a base de raspaduras de 'Cacho (cuerno) de Camahueto' y de cernidos de 'Charqui (carne seca) de Invunche', panaceas de reconocido valor.

En casa de la Huenchur, a la felicidad producida por el éxito profesional se añadía la dicha de poseer la hija más hacendosa y alegre del lugar. Pero la hermosa Huenchula tenía otro destino. Y así, al marcharse para siempre en busca del Millalobo, rey de los mares, truncó la alegría del hogar de sus padres en pena y amargura.

Inútiles fueron las ceremonias mágicas realizadas por la Huenchur para conseguir el regreso de su adorada hija, que se suponía raptada por arte de brujería.

Tampoco tuvieron respuesta positiva las averiguaciones e interrogatorios hechos a toda la gente que venía desde las más apartadas comarcas.

La angustia y el dolor trastornaron la mente de la Huenchur hasta tal punto que un día, enloquecida, salió a vagar busca de su hija por valles, cerros, montes y quebradas. Al no encontrarla, se acercó al lago y como llevada por una mano misteriosa, se embarcó en un "bongo" amarrado a la orilla y navegó en dirección al río que desagua en el mar, gritando a su paso: 'Cucao Cucao Cucao, Cule', hasta perderse en las olas del Océano.

Cucao es el nombre que desde entonces lleva el hermoso lago en cuyas orillas se levantaba la casa de la Huenchur y en la que, solitario y consumido por la angustia, falleció muy pronto el desconsolado esposo.

La frágil embarcación de la Huenchur navegó corto tiempo a la deriva en el océano, hasta que las enormes olas de un temporal la destrozaron y se hundió en las profundidades.

Al acudir la Pincoya en socorro del naufragio, reconoció a su abuela, llevando su cuerpo muerto en presencia de su padre, el poderoso Millalobo, quien le devolvió la vida y su pequeña barca para que siguiera navegando en ella por toda la eternidad. Bajo la prohibición de llegar a tierra firme, pero con la autoridad para controlar el curso de las mareas y la administración de las calmas y tempestades.

Y como gracia especial, le concedió a la Huenchur el poder comunicarse con los habitantes de la tierra a través del viento y del Caleuche.


http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/09/el-millalobo.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/05/el-caleuche.html
Fuentes:
Publicación del Dr. Bernardo Quintana Mansilla, “Chiloé Mitológico”
www.cuco.com.ar/
www.proturchiloe.co.cl/mitologi.htm.
www.puntoloslagos.cl
www.mitologiachilota.cl

miércoles, 1 de septiembre de 2010

DE CÓMO DIOS REPARTIÓ LOS AÑOS AL HOMBRE Y A LOS ANIMALES

Cuando se formó el mundo, Dios repartió los años de vida al hombre y a los animales.

Empezó por el hombre y le dio veinte años. Y el hombre se quejó porque eran pocos.

Al burro le dio cuarenta, y el burro le dijo:

-¡No, cuarenta años de burro, no! Me conformo con veinte y los otros se los devuelvo.

Entonces el hombre, con codicia, le pidió a Dios que se los diera a él. Y el hombre se agarró veinte años más.

Después, Dios, al ver que le rechazaban los años, empezó a disminuir. Al perro le dio treinta.

El perro dijo:

-¡No, treinta años de vida de perro, no! Yo agarro veinte y usted haga con los diez restantes lo que quiera.

Entonces el hombre volvió a pedirselós, y Dios accedió.

Al mono le daba también treinta años, pero el mono le dijo:

-¡No, treinta años de hacer monadas, trepandomé a los árboles, no, Señor Dios! A mí me deja veinte y los otros deselós a quienquiera
.
El hombre dijo:

-¡Diez más! ¡Demelós a mí!

Dios se los dio, pero el hombre pagó caro su pedido, porque los veinte años que Dios le daba al hombre eran los años placenteros, sin ninguna preocupación.

En cambio, los veinte que le sacó al burro son aquellos en que se casa y tiene que trabajar, y los diez años que le siguen son los del perro guardián.

Debe vigilar la casa, sus hijos; y por último, una vez casados los hijos, llegan los nietos y empieza a hacer gracias y monerías a los nietos; son los años del mono.


María Elena C de C, Buenos Aires, 1977.

El cuento es poco común en el folklore argentino.
Es una recreación de un cuento de los Hermanos Grimm.

martes, 31 de agosto de 2010

LA ISLA DE LA SERPIENTE

Cuento del náufrago o de la Isla de la serpiente

En este relato, el Náufrago y la Serpiente del antiguo Egipto, llamado también La Isla de la Serpiente, un egipcio narra sus extraordinarias peripecias: después de zarpar de un puerto del Mar Rojo hacia la región del Sinaí, su nave naufragó. Fue a dar así a una isla maravillosa, cuya dueña y señora, una serpiente, lo recibió con grandes muestras de amistad y lo devolvió a su país colmado de regalos. A su regreso a Egipto, el rey lo acogió cordialmente, elevándolo a la categoría de Compañero.
La isla donde una ola de la Muy Verde arrojó al náufrago se llama "la isla del ka". El ka es en principio una potencia invisible que nace con el hombre, lo acompaña toda su vida y lo abandona cuando muere, pero sigue representando la personalidad del ser con el que existió en la tierra, noción que corresponde aproximadamente el concepto occidental de alma.
El ka, es también la fuerza vital, el principio de vida, e incluso todo lo que puede mantener vivo a un individuo; los alimentos, el favor del rey, etc.
La isla del ka sería pues aquella donde se encuentran en abundancia "todas las cosas buenas" que garantizaban la existencia. También puede interpretarse según el significado inicial del ka: la isla del espíritu, la isla del fantasma, es decir "la isla encantada".
Estaba situada en el "país del Punt", nombre que al parecer designaba primero la costa occidental del mar Rojo, pero que abarcó después las riberas opuestas, es decir Arabia y en particular el Yemen (donde se hallaba el reino de la legendaria reina de Saba).
Desde el Imperio Antiguo los egipcios enviaban al país del Punt expediciones en busca de esencia aromáticas y olíbano (incienso).
En la travesía era difícil evitar los accidentes, pues la escarpada costa estaba erizada de arrecifes e islotes. Los viajes eran, por ende, agotadores y azarosos, y los que regresaban nunca dejaban de adornar sus aventuras con episodios fantásticos que maravillaban e intrigaban a sus auditores.
Así nació probablemente el Relato del Náufrago.

Cfr: http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/08/el-naufrago-y-la-serpiente.html

lunes, 30 de agosto de 2010

EL SOL Y SU HIJO FAETÓN.



El mundo de los mitos es mágico y representa la forma en que el hombre antiguo entendía la realidad y así podía liberarse de sus temores.

Helios, conduciendo a través del cielo su carro de oro, representaba la salida del Sol, una joven diosa que regresaba a la Tierra, era la primavera y la forma en que descargaba su ira el dios de los cielos eran los rayos y los relámpagos.

El mito de Faetón y Helios nos cuenta la historia del carro del dios Sol.

Un día uno de los hijos del Sol, Faetón, visitó a su padre Helios, el Sol, que estaba en el palacio sentado en su trono rodeado por sus colaboradores: el día, el mes, el año, la centuria, las horas, la primavera, el verano, el otoño y el invierno.

El padre Sol, que brillaba en todo su esplendor, quiso saber el motivo de su visita.
Faetón dudaba de su paternidad porque sus amigos se reían de él y le decían que no era el hijo de Helios, pero el Sol no sólo le aseguró que era hijo suyo y de la ninfa Climena, su madre, sino que quiso probárselo concediéndole un deseo.

Faetón le dijo a su padre que su deseo era hacer lo mismo que hacía él todas las mañanas, conducir su carro de fuego a través de los cielos; pero el Sol le replicó que ese era el único deseo que no podía cumplir porque ese viaje era muy peligroso para él.

Faetón insistió diciéndole que si era realmente su hijo podía hacer lo mismo que hacía él.

Mientras tanto el paso de las horas hacía cada vez más urgente la decisión del Sol, ya que faltaba muy poco para que llegase la diosa Aurora para dar paso a su carro de fuego.

La luna ya había desaparecido en el horizonte y las estrellas se habían apagado cuando Helios y Faetón salieron en busca del fantástico carro que brillaba en todo su esplendor.

Antes que el dios Sol tomara la decisión, Faetón saltó sobre el carro y se acomodó en él para partir.

Viendo que era inútil tratar de convencerlo y mientras trataba de protegerle el rostro del calor con un ungüento mágico y le colocaba una corona con sus rayos, las diosas de las Horas le acomodaban los arneses de oro.

Helios no cesaba de hacerle recomendaciones antes de partir; debía mantenerse siempre en el medio, ni muy alto ni muy bajo y seguir el mismo rumbo cotidiano que él recorría en forma cotidiana.
Le aconsejó que mantuviera firme las riendas y que no abusara del látigo y que se cuidara de los peligros que pudieran acecharlo; pero antes de que pudiera continuar Faetón partió y los alados corceles lo llevaron hacia lo alto perdiéndose en los cielos e iniciando el camino del nuevo día.

Pero el carro se movía demasiado y los caballos se asustaron, corrieron más velozmente e impidieron a Faetón detenerlos; y antes que pudiera intentar nada, perdió el rumbo.

Al perder la ruta cotidiana, el Sol de la corona de Faetón comenzó a calentar las constelaciones y se fue alejando cada vez más de la Tierra.

Faetón entró en pánico y perdió el control abandonado las riendas de sus caballos, los que siguieron su desenfrenada carrera transitando por lugares donde nunca antes habían estado, chocando con cuerpos celestes y provocando un verdadero caos cósmico.

La Tierra, la Luna y el Cielo se cubrieron de llamas ardientes y todos los habitantes del planeta trataban de salvarse del incendio.

El dios Júpiter se estremeció cuando vio a la Madre Tierra agonizando y envió un rayo salvador que destrozó el carro de fuego y apagó el incendio.

Faetón cayó en un río desde los cielos en llamas y las ninfas del agua rescataron su cuerpo, sepultando a quien había osado igualar al Sol.

Helios apesadumbrado por la muerte de su hijo se negó a salir con su carro de oro dejando en penumbras a la Tierra hasta que Júpiter lo convenció de volver a calentar el mundo con sus rayos.

Sollozando tomó firmemente las riendas de su fabuloso carro de fuego y se lanzó hacia el cielo azul.

domingo, 29 de agosto de 2010

EL YAGUARETÉ-ABÁ, EL HOMBRE-TIGRE

Descripción: Tríptico realizado en técnica mixta de grafito, acuarela y tinta.
Narra la leyenda del hombre tigre de la selva misionera de Argentina.
Jorge Bernard (Argentina)
Dibujo (2006)
http://www.artelista.com/obra/7579948027071986-elyaguareteaba.html




Ésta es una tradición que hunde sus raíces mucho más atrás de la conquista española. Sin embargo la transmisión actual presenta elementos culturales hispánicos.

Más atrás, también, de la formación misma de la nación guaraní, porque expresa la necesidad del hombre (de todos los hombres) de entender y de aceptar su lado animal.

Por eso en casi todas las culturas (sobre todo, en las que tienen una fuerte comunión con la naturaleza) han aparecido y aparecen estas transformaciones de hombres en fieras y de fieras en hombres.

En nuestra América- desde México hasta el Río de la Plata- la fiera elegida ha sido siempre el jaguar, casi el único cazador que se atreve a competir frente a frente con el hombre, el mayor de los predadores.

Porque el jaguar no sólo es la fuerza bruta burlada por la astucia del zorro. Es también el poderoso enemigo que asalta por sorpresa a una víctima desprevenida, inferior en fuerzas y frecuentemente indefensa; ni más ni menos que lo que hace un cazador o un guerrero. Y cazadores y guerreros siguieron siendo, a pesar del excelente desarrollo de su agricultura, los guaraníes.

Quizá por todo esto la tradición del yaguareté-abá sigue tan viva también en las poblaciones criollas y mestizas que, alejadas de las grandes ciudades, habitan las provincias argentinas de Entre Ríos, Corrientes, Misiones y gran parte de la República del Paraguay.

Para los viejos pobladores- que aseguraban temerlo y conocerlo, y hasta haberlo visto-, el yaguareté-abá era siempre, un indio viejo bautizado, ya hombre de pocas fuerzas, que necesitaba convertirse en tigre para vengar alguna afrenta grave.

Y así describían la forma en que lograba la transformación: en lugar solitario, preferentemente de noche y en medio del monte, el viejo se echaba sobre el cuero de un yaguareté, de izquierda a derecha, rezando al mismo tiempo un credo al revés.

Así recuperaba todo su potencial juvenil y animal y, convertido en fiera, estaba en condiciones de castigar a su enemigo. Pero los muy conocedores agregaban algo más: ese hombre transformado en el terrible felino no era exactamente igual a un jaguar, ya que tenía siempre la cola muy corta (era casi rabón) y carecía de pelos en la frente.

Para volver a la forma humana, el hombre-tigre debía repetir la misma ceremonia: revolcarse otra vez en secreto sobre el cuero de yaguareté, pero ahora de derecha a izquierda, y recitando el credo tal como se lo había enseñado de chico en la capilla del pueblo o la misión.