martes, 2 de septiembre de 2008

EL QUIRQUINCHO




Cuentan que hace mucho pero mucho tiempo, el quirquincho, antes de ser un animalito era un indio telero.

Era tejedor, pero casi nunca tejía, porque era muy perezoso.

Preparaba el telar lentamente y con desgano; colocaba los hilos de lana y empezaba...

Pero enseguida dejaba el trabajo: y decidía seguir al día siguiente.

Pasaban los días y entonces se acordaba de continuar con su tejido.

Se sentaba frente al telar, pasaba un hilo entre los hilos de la urdimbre y se ponía a descansar.

Al rato pasaba otro hilo y... se quedaba medio dormido...

Y así siempre; ¡qué perezoso!

Pasaba un hilo y descansaba diez... ¡Lástima!, prolijo es..., ¡pero tan haragán! decía la gente del lugar.

Llegó el invierno; los primeros vientos y heladas anunciaban que iba a ser muy frío.

Todos se preparaban para protegerse y fue entonces cuando el protagonista de esta historia se dio cuenta que no tenía nada de abrigo para ponerse.

¡¡Qué frío! Y yo sin ningún poncho para abrigarme... dijo-.

Voy a tener que tejerme uno... ¡qué le vamos a hacer!

Eso significaba que tendría que estar varios días frente al telar, teje que te teje, y ya de sólo pensarlo empezaba a sentirse cansado. Pero armó la urdimbre, preparó los lizos y el peine, eligió la lana, y empezó la tarea.

Al principio todo iba bien, muy bien: una pasada, otra pasada, apretar los hilos; una pasada, otra pasada, otra y otra más.

Cuando había hecho ya una franja se puso a contemplarlo. ¡Qué lindo iba eso!

La trama había quedado parejita, apretada. Era en realidad un tejido tan perfecto que él mismo se asombraba al verlo.

Entonces pensó en descansar un ratito. Y se quedó dormido.

Al poco tiempo despertó: ¡qué frío hacía!

No tenía más remedio que seguir tejiendo... Una pasada, otra pasada. Una pasada, una más y otra, y otra...

No había alcanzado a hacer otra franja cuando ¡seguro!: ya estaba cansado.

Pero el frío era cada vez más intenso, así que no había tiempo para descansar.

Tengo que terminarlo, o me voy a congelar!

Con gran desaliento miró todo lo que le faltaba por hacer. ¡No termino más!, ¡y hace frío!

Así fue que decidió continuar, pero como quería terminar pronto empezó a hacer la trama del tejido muy floja.

De esta manera le rendía más el trabajo. Una pasada, una descansada; una pasada, una descansada...

¡Y todavía le faltaban muchas franjas para terminar el poncho!

Entonces tomó hilos mucho más gruesos que los que estaba utilizando y menos retorcidos y siguió con su tarea.

Claro que de esa manera la trama quedaba cada vez más abierta.

Si sigo así no me va a abrigar nada, se dijo.

Y haciendo un gran esfuerzo de voluntad continuó el tejido cada vez más y más apretado hasta terminar el poncho con franjas parejitas y con la misma prolijidad con que comenzó.

¡Y al fin terminó y se puso el poncho que tanto trabajo le había dado!

Todo el tiempo que se pasó haciendo el poncho estuvo el dios de esas regiones observándolo.

Y desde arriba movía la cabeza, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda:

¡Malo!, pensó, no tiene condiciones para ser hombre. Con tan poca voluntad para el trabajo, el pobre se va a morir de hambre. Lo voy a transformar en animalito, así podrá arreglárselas mejor.

Y así: lo convirtió en quirquincho. Su poncho se hizo caparazón para protegerlo de las inclemencias del tiempo.

Un caparazón que tiene en los extremos las placas apretaditas y en el centro grandes y separadas.

Como la trama del tejido de su famoso poncho.

Leyenda adaptada de la versión extraída de Garrido de Rodriguez, Nelli:
Leyendas Argentinas. Editorial Plus Ultra. Bs. As, 1985

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