Al sur de aquella gélida región, donde nacen heladas y cristalinas vertientes de entre escarpadas montañas; existe aún, una pequeña tribu tehuelche, que la puebla, la honra y la cuida desde hace siglos. Se los conoce como los hijos del Arco Iris.
Una leyenda narra, que al principio de los tiempos, la tribu carecía de un sabio que los guíe y les dé las respuestas que ellos en su vida necesitaban.
Sabiendo de la preocupación de la comunidad, el viejo hechicero les dijo que debían dirigirse al nacimiento del río, al momento justo en que sin haber caído las últimas gotas de lluvia, el sol pujara por asomar entre las nubes, y que allí, en ese momento, encontrarían a la hacedora de las palabras y los colores.
Durante varios soles y lunas, los más intrépidos escaladores de la tribu, fijaron rumbo a la cima de las montañas confiando en aquel vaticinio, y hasta soportaron una tormenta que ocultó una luna con todas sus estrellas.
Al mediodía siguiente, llegaron a la vertiente cuando las nubes comenzaban a dejarse llevar por los vientos y el sol anunciaba que abrasaría impiadosamente sus desnudos cuerpos. Su reflejo sobre el agua, insistía en cegarlos. Pero por fin, a la vera del río, la encontraron.
Como esperándolos, al verlos se puso de pie, y caminó hacia ellos. “Soy Gijer”, les dijo “mi casa estará, donde su comunidad, a partir de hoy. Mi padre así lo ha dicho.”
Durante los años que vivió en la tribu, jóvenes, viejos, hermanos de la región, supieron plantearles los más diversos conflictos, dudas, misterios de la naturaleza o simples preguntas; y a cada uno siempre supo brindarle una respuesta, clara y acertada.
Dicen los pobladores que junto a ella siempre se respiraba un aire fresco y renovador, su presencia tenía un aura brillante a su alrededor, y su pelo, al reflejo del sol, tornaba en infinitos colores. Su voz, la recuerdan siempre dulce, cálida y serena; tanto o más que su mirada.
Sus enseñanzas han pasado de generación en generación, llegando incluso hasta nuestros días, y tanto su origen como su partida, es uno de los misterios más celosamente guardado por los Tehuelches.
Dice la vieja leyenda que cuando uno tiene dudas, debe esperar a que brille el arco iris, pararse frente a él, formular la pregunta, cerrar los ojos, afinar los sentidos y con el corazón abierto esperar.
Y dicen que una voz, tenue, sutil pero con luz propia, coloreará de respuestas el corazón.
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