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sábado, 25 de octubre de 2008
RESPUESTA DE LOS MUERTOS
Era un venerable maestro.
En sus ojos había un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que paulatinamente iba impartiendo la enseñanza mística.
El cielo se había teñido de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al discípulo y le ordenó:
--Querido mío, mi muy querido, acércate al cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su maestro.
--¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó el maestro.--Nada dijeron.
--En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.
El discípulo regresó hasta el silente cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra los muertos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le preguntó al instante:
-- ¿Qué te han respondido los muertos?
-- De nuevo nada dijeron -repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó:
--Así debes ser tú: indiferente, como un muerto, a los halagos y a los insultos de los otros.
viernes, 24 de octubre de 2008
EL PRÍNCIPE CONIYARA
Hace mucho tiempo, en el gran océano que baña las costas del Perú no había peces. Había corales, esponjas, medusas, caracoles y otros animales, pero ningún pez nadaba en las azules aguas de dicho océano. Éstos habitaban únicamente los ríos, lagos y torrentes del Perú, pero eran tan pocos que no los pescaban.
Un día estos peces emigraron hacia el océano, y allí se multiplicaron.
He aquí cómo ocurrió:
En esa época vivía en el Perú un joven príncipe, hermoso y gallardo. Era muy poderoso y conocía artes de magia. Alcanzaba un gesto suyo para que colinas y montañas se aplanasen y transformasen en prados verdes y fértiles llanuras; sumergía una caña en un río, y en el mismo instante las aguas aumentaban, desbordaban y regaban los campos de cultivo; pronunciaba unas fórmulas mágicas, y al momento quedaban desecados los pantanos y lagunas fangosas, cuyas cuencas se transformaban en fructíferas plantaciones de plátanos.
Este príncipe se llamaba Coniyara, y como era un hombre justo al que le gustaba hacer el bien, a menudo se disfrazaba de mendigo para mezclarse con la gente pobre y enterarse de sus necesidades y anhelos. Muchas veces acompañó a los pastores de llamas que recorrían los escabrosos senderos de los Andes. Entraba en las cabañas miserables y veía cómo se molía con esfuerzo el maíz conseguido con dedicación en las laderas rocosas.
Nadie reconocía a este príncipe, cuando se disfrazaba de mendigo.
Habitaba en aquellos tiempos esas tierras una princesa llamada Cavillaca, que rechazaba obstinadamente a todos los pretendientes que se le presentaban. Un día la hermosa princesa penetró en un bosque, se sentó a la sombra de un árbol y empezó a tejer una estera multicolor. En ese momento se posó sobre una de las ramas del árbol un pajarito de plumaje azul. Era el príncipe Coniyara, que había tomado aquel aspecto para explorar con mayor facilidad sus dominios y las tierras vecinas. Al ver a la princesa, se enamoró de ella, pero recordó que ésta era capaz de rechazarlo, como había hecho con tantos pretendientes. Recurrió entonces a la astucia. Comenzó a gorjear tan melodiosamente con su garganta de pajarito cantor, que la joven dejó a un lado el tejido para escuchar, fascinada por la música de aquella ave.
El pajarito se separó de la rama y voló de un árbol a otro, mirando a veces hacia atrás para cerciorarse de que la princesa lo seguía.
Efectivamente, como impulsada por una fuerza invencible, la joven se internaba cada vez más en el corazón de la selva para no perder de vista al pajarito. Éste, que continuaba cantando a medida que volaba, llegó a una montaña en cuya ladera se abría una caverna tenebrosa.
Entró en ella y Cavillaca lo siguió.
La caverna era inmensa. Estaba amueblada espléndidamente. Las llamas de un gran fuego iluminaban tapices y cojines de ricas telas, y sobre una mesa baja se veían manjares sobre recipientes de plata.
El pajarito se posó sobre una roca, miró largamente a la princesa y habló con voz dulce y suave:
-Bella Cavillaca: yo soy un príncipe dotado de mágicos poderes, pero no puedo decirte mi nombre. Quiero que sepas que te amo. Si aceptas casarte conmigo, viviremos en una gran caverna y yo dedicaré mi vida a hacerte feliz.
Cavillaca miró al pajarito azul enormemente conmovida por las palabras que acababa de oír, y aceptó la propuesta. En ese instante se abrió una hendidura de la roca y apareció un venerable sacerdote de blanca barba. Éste bendijo la unión de los esposos y luego desapareció silenciosamente.
Una vez que la princesa y el príncipe cenaron, éste dijo a su esposa:
-Apenas anochezca yo volveré a mi forma humana. Tú no debes intentar verme. La caverna quedará en la oscuridad más completa porque el fuego se irá apagando. Si desobedeces y tratas de verme, sufriremos muchos males.
Cavillaca estaba tan feliz que prometió obedecer la condición.
Pasó un año durante el cual los esposos vivieron felices. Al anochecer el pájaro azul dejaba los árboles del bosque, penetraba en la oscura caverna y en cuanto se extinguían las llamas de la chimenea, adquiría forma humana. Antes del alba volvía a su condición de pájaro y salía a vagar por la selva.
La princesa dio a luz a un niño y comenzaron sus preocupaciones:
“No he visto nunca el rostro de mi marido. No es justo. Quiero saber quién es el padre de mi hijo”.
A partir de aquel día la princesa acribillaba a preguntas a su esposo cada noche. Éste nada respondía. Entonces Cavillaca decidió recurrir a la astucia.
“Regresaré a mi palacio y haré las averiguaciones necesarias. Quiero saber quién es el padre de mi hijo”. Con este pensamiento, una mañana, después que el pájaro azul se hubo alejado, la princesa salió de la caverna con su hijo en brazos.
Al llegar a su casa fue recibida con alegría por sus padres y amigos.
Un año después anunció que había decidido elegir esposo entre los príncipes de las comarcas vecinas.
El padre, feliz por esta decisión, la anunció a todas las familias nobles.
Príncipes, cazadores, guerreros y ricos mercaderes acudieron con la esperanza de ser elegidos. Cuando estuvieron reunidos en el gran salón de fiestas, Cavillaca se presentó llevando en brazos a su hijo:
-Os he reunido aquí –dijo la princesa- para revelar un secreto que no me da paz y sosiego. Hace dos años contraje matrimonio con un príncipe, que es el padre de este niño. Sin embargo, aún no he podido ver el rostro de mi esposo y tampoco sé su nombre. Tengo la esperanza de que se encuentre entre vosotros. Le ruego que se adelante y se haga conocer.
Al oír tales palabras los invitados se miraron, asombrados.
Viendo que ninguno se adelantaba, la princesa prosiguió:
-Puesto que el padre de mi hijo no quiere revelarse, el niño lo indicará. Lo traeré para que ande entre vosotros. Por instinto la criatura se dirigirá a su padre.
En efecto, en cuanto el pequeño se vio libre, se dirigió hacia uno de los presentes. Éste era un harapiento, que había entrado sin ser visto por la guardia del palacio y permanecía en el fondo del salón. Cuando el pequeño se le acercó, él se inclinó y lo acarició con ternura.
Cavillaca, aturdida por aquella escena inesperada, palideció.
¿Era posible que su esposo fuera aquel hombre con aspecto de mendigo?
Avergonzada por todo eso, corrió hasta la criatura, la alzó y salió del palacio rápidamente. Se dirigió hacia la costa y se perdió de vista.
En vano fue llamada por su esposo que, volviendo a su condición de príncipe, intentó alcanzarla.
-¡Detente! ¡Soy yo, tu esposo!
La princesa, creyendo que el perseguidor era el harapiento que había acariciado a su hijo, apretó a éste contra el pecho y siguió corriendo. Cavillaca se decía:
“¡Yo, que he rechazado príncipes y nobles de alta alcurnia, terminé casándome con un mendigo! No volveré jamás entre los míos. Me esconderé lejos de mi tierra. Iré a donde nadie me conozca...!
El príncipe siguió andando en la dirección que había tomado la princesa. Encontró un cóndor sobre una roca y le preguntó:
-¿Puedes decirme, hermano cóndor, si pasó por aquí una joven con un niño en brazos?
-La he visto –respondió el cóndor-; no debe de andar lejos.
El príncipe anduvo varias horas sin éxito. Encontró un gato montés y le formuló la misma pregunta:
-Hermano, ¿ha pasado por aquí una joven con un niño?
-Sí, hace unas horas.
-¿Estará muy lejos?
-Sí, muy lejos; difícilmente podrás alcanzarla.
A pesar de esa respuesta desalentadora, el príncipe siguió corriendo.
En un desfiladero encontró un puma.
-Hermano puma, ¿has visto a una joven con un niño?
-Sí, pasó por aquí hace poco tiempo. Su marcha era lenta. Parecía cansada. Si te apuras tal vez la alcances en pocas horas.
Cuando el príncipe llegó a la costa del océano se detuvo a observar la planicie marina. ¡Ni una huella de Cavillaca sobre la arena de la playa!
Cerca de la orilla jugueteaban dos jóvenes sobre las altas olas.
Parecían sirenas, ya que sus movimientos eran idénticos a los de los peces de los lagos.
Cuando las hábiles nadadoras se acercaron al príncipe, éste les preguntó:
-¿Habéis visto a una bella joven con un niño en brazos?
-Sí, la hemos visto. Ha atravesado a nado este brazo de mar y se ha refugiado en aquel escollo, ¿lo ves?
Una gran tristeza invadió el ánimo de Coniyara. Él tenía poderes mágicos en tierra, pero en el ámbito marino se sentía desamparado ¿Cómo llegar al lejano escollo adonde se había escondido Cavillaca?
Las dos sirenas advirtieron la pesadumbre del príncipe y le prometieron auxiliarlo:
-Iremos nosotros hasta allá. Hablaremos con ella y te diremos cuáles son sus sentimientos.
Efectivamente, se dirigieron hacia el escollo y en pocos instantes se encontraron con la princesa. Ésta lloraba, sentada sobre una roca, porque se sentía desventurada. Al ver acercarse a las dos nadadoras se alzó para oír mejor sus voces. Pero al enterarse de que traían noticias de su esposo, respondió con una mueca despectiva:
-No me habléis de ese mendigo.
El engaño le fue indispensable para lograr tu mano. Tú rechazabas a todos los pretendientes.
-Pues yo no lo perdono. No quiero oír hablar de él.
Ante aquella decisión, las dos jóvenes volvieron a la costa y le contaron todo a Coniyara. A éste se le quemaron los ojos de lágrimas. Pensaba en su mujer, a la que él adoraba, y en su pequeño hijo, expuestos a las inclemencias en aquel escollo rocoso, y se le oprimía el corazón.
Las dos sirenas, compadecidas por aquel dolor, propusieron al príncipe:
-Si no tienes poder sobre las aguas del océano, debes servirte de los animales de la tierra. Si no puedes ir hasta el escollo, haremos que Cavillaca venga hacia ti. Estamos seguras de que te amará en cuanto te vea en tu figura de príncipe. Ven con nosotras.
Lo tomaron de la mano, lo llevaron a su casa, que estaba situada a orillas de un lago, y le dijeron:
-Ordena a los carpinchos y a las nutrias cavar un canal que una las aguas de este lago con las del océano.
Al quedar el lago comunicado con el océano, los innumerables peces se lanzaron hacia el océano y lo poblaron en poco tiempo. Muchos de ellos rodearon el escollo en que estaba la princesa con su hijito, y éste se entretuvo largo tiempo siguiendo los rápidos movimientos de aquellos ágiles nadadores.
Las dos jóvenes protectoras estaban agradecidas al príncipe por haber conseguido para los peces del lago un canal para llegar al océano.
-Así como los peces del lago han logrado llegar al inmenso océano, así también las poderosas aves de la tierra podrán ahora volar sobre las olas. Por lo tanto, poderoso príncipe, ordena a las garzas y a las grullas que vuelen hasta el escollo y te traigan a tu mujer y a tu hijo.
Cuando Cavillaca y el pequeño fueron depositados sobre la costa por las aves, Coniyara se acercó y le dijo a su esposa:
-Princesa: para que no rechazaras mi amor, recurrí a la magia y me transformé en pájaro azul. Luego no podía concurrir al palacio de tu padre sino disfrazado de mendigo.
Cavillaca interrumpió el discurso de Coniyara diciendo:
-Príncipe: soy yo quien debe pedir perdón por haberte hecho sufrir tanto. Yo no podía pensar en los secretos de las artes de magia. Pero quiero aclararte algo que alegrará tu corazón: si en vez de transformarte en pájaro te hubieras presentado así, tal cual eres, es seguro que te hubiera aceptado igualmente.
http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/Narrativa/leyendas/elprincipeconiyara.asp
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/08/cuniraya-y-cahuillaca.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/10/cuniraya-wiraqocha-y-kawillaka.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/01/el-rito-de-urkupina.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/08/cuniraya-y-cahuillaca-continuacion.html
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jueves, 23 de octubre de 2008
LA RECIPROCIDAD
La reciprocidad en los inicios de la expansión inca
Después del triunfo sobre los chancas, los incas no podían aspirar a una mayor expansión territorial sin antes dar pasos para adquirir una mayor autoridad.
Si bien Pachacutec gozaba de prestigio militar, estaba lejos de poseer dominio sobre los señores vecinos. No podía ordenar ni realizar las obras necesarias para afianzar su supremacía.
En aquel entonces, la autoridad no se ejercía directamente sino a través de la reciprocidad, es decir de la minka y del ayni a nivel del Estado. HabÍa que "rogar a fulano me ayude prometiéndole algo en compensación".
El cronista Betanzos narra cómo el Inca organizó las tareas necesarias valiéndose de la reciprocidad. Para ello reunió en la gran plaza de Aucaypata a los señores comarcanos y los agasajó con fiestas, comidas rituales, regalos, ofreciéndoles mujeres para establecer con ellas lazos de parentesco. Sólo después les planteó las obras que deseaba ejecutar. La primera fue la construcción de numerosos depósitos en el contorno de la ciudad. El Inca al mostrarse generoso satisfizo a los curacas quienes aceptaron el "ruego".
Poco después regresaron los señores al Cusco trayendo lo necesario para la edificación de las trojes que no tardaron en construir.
En una segunda convocatoria, el Inca pidió que los curacas llenaran los depósitos con alimentos y objetos manufacturados. Poseer los depósitos llenos permitía a Pachacutec mostrarse "generoso" y seguir solicitando la colaboración de los señores.
Así, la reciprocidad jugó un rol primordial como eje de los éxitos inca y cumplió un papel crucial en el nacimiento del Estado cusqueño.
En culturas que desconocían el uso del dinero, la reciprocidad era un sistema organizativo socio-económico que regulaba las prestaciones de servicios a diversos niveles y servía de engranaje en la producción y la distribución de bienes. Se trataba de un ordenamiento de las distribuciones entre los miembros de una sociedad cuya economía desconocía el empleo del dinero. Existió en todo el ámbito andino y actuó como un eslabón entre los diversos modelos de organizaciones económicas presentes en el amplio territorio.
La reciprocidad durante el Estado
La reciprocidad experimentó cambios durante el posterior desarrollo del Estado, cuando los incas dejaron de ser un simple señorío perdido en la inmensidad de los Andes. Los incas expandieron sus fronteras hasta dominar buena parte del continente sudamericano con vistas al Pacífico.
Para entonces, su poder era absoluto y es posible que la reciprocidad tal como la hemos descrito llegara a ser un estorbo y una demora. Un ejemplo es lo sucedido durante el gobierno de Huayna Cápac. El Inca mantenía una serie de guerras contra las tribus norteñas del actual Ecuador y en una de ellas, el soberano cayó de sus andas. Furioso, Huayna Cápac hizo su entrada a Tumibamba a pie para mostrar su descontento.
Entonces llegaron refuerzos compuestos por nobles señores cusqueños comandados por el general Mihi quien portaba la estatua de la importante huaca de Huanacauri.
En su prisa, Huayna Cápac ordenó a los recién llegados marchar al frente y borrar el desacato hecho a su persona olvidando los ritos, obsequios y comidas públicas. Ofendido, el general Mihi decidió regresar al Cusco con su ejército. Avisado el Inca, hizo remitir a los nobles grandes regalos y sólo entonces entraron en la lucha saliendo victoriosos.
Estos hechos juzgados bajo el punto de vista europeo era una traición, pero para los andinos el soberano no cumplió con las tradiciones y estaba en falta. Para evitar en algo los continuos "ruegos" y ritos, los incas escogieron con bastante frecuencia curacas de categoría social yana, o sea servidores con los cuales no cabía la reciprocidad.
http://incas.perucultural.org.pe/hisasp6.htm
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/07/el-ataque-chanca-al-cusco.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/11/las-sucesiones-incas.html
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/05/ayni-minga-o-minka.html
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miércoles, 22 de octubre de 2008
EL SAPO Y EL URUBÚ
En un principio, el vanidoso sapo tenía una espalda lisa y lustrosa.
Ocurrió que el sapo y el urubú fueron invitados a una fiesta que se iba a realizar en el cielo de los animales. Después de hacer sus preparativos, el urubú fue a burlarse del sapo. Lo encontró entre los juncos de un charco croando de la manera más melodiosa posible porque estaba adiestrando la voz.
Se saludaron los animales. El sapo decía que lo habían invitado por su gran habilidad de cantante. El urubú dijo que él también estaba invitado, para que el sapo se dejara de jactancias y se fue convencido de que el animalito verde era un gran farsante.
Al otro día muy de mañana, el urubú se alisaba las negras plumas sentado en un arbusto, preparándose para el viaje, cuando se le acercó el sapo. El instrumento del urubú, la guitarra, estaba en el suelo pues la estuvo templando toda la noche. El sapo le dijo que el se iba ya de camino porque caminaba muy lento; en realidad lo que hizo fue meterse en la guitarra. Cuando el urubú levantó el vuelo estaba tan entusiasmado con lo de la fiesta que no se percató de lo pesado de su guitarra. Pronto dejó atrás las nubes, la luna y las estrellas.
Al llegar, los demás animales le preguntaron por el sapo, a lo que contestó que no creía que fuera posible que viniera pues el sapo apenas si saltaba como para alcanzar el cielo.
¿Y cómo que no lo había traído? Pues porque no le gustaba cargar piedras, contestó. Dejó a un lado la guitarra esperando que llegara el momento de la música.
Entonces el sapo salió de su escondite y apareció de improviso ante la concurrencia, más hinchado y orgulloso que de costumbre. Lo recibieron con gran asombro, entre aplausos y felicitaciones.
Mientras, se reían del urubú.
Entonces comenzó la fiesta, había comida en cantidad y todos se llevaban bien. Estaban dedicados al baile, al canto y a la interpretación de sus instrumentos preferidos pues la fiesta era para que cada uno se luciera en sus habilidades. Entre todo este alboroto, el urubú rasgueaba contento su guitarra y el sapo soltaba sus "do" de pecho. En el momento de más alegría el sapo aprovechó para introducirse de nuevo en la guitarra.
Terminó la fiesta y nadie notó su ausencia a la hora de las despedidas, sólo el urubú, que le tenía rencor por haberlo puesto en ridículo. Echó a volar de regreso; estando receloso esta vez noto el peso de más. Continuó volando hasta distinguir el suelo, pasó bajo la luna y con esa luz pudo ver al sapo acurrucado en el fondo.
¡Sal! le gritó el urubú. El sapo rogó que no le echara. Como el sapo no salía por miedo que lo arrojara, el urubú sacudió la guitarra hasta que el animalito salió por los aires moviendo las patas. Iba muy rápido en la caída pero la distancia era también mucha, así que el sapo tuvo tiempo de pensar en que ojalá pudiera caer sobre agua o sobre arena.
Primero creyó que caería en una laguna pero el viento lo desvió, luego divisó un prado y más adelante un frondoso ombú. Pero continuaba alejándose de estos lugares para dirigirse a unos duros caminos, unos roquedales, el patio de una casa. Al fin dio contra unas rocas, de espalda. Cuando despertó pasaron muchos días para que se recuperara. El golpe había sido tan fuerte que la espalda le quedó para siempre manchada y llena de protuberancias.
Esta es la razón por la que el pobre sapo tiene tan fea presencia. Dicen también que debido al golpe se le malogró la voz, pero esto no se puede asegurar.
Imagen
http://www.almanaquebrasil.com.br/causos-de-rolando-boldrin/lendas-brasileiras/vinganca-de-urubu/
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2010/04/el-primer-fuego.html
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martes, 21 de octubre de 2008
JUMANDI
SEMILLA DE LIBERTAD DESDE EL CORAZÓN DE LA SELVA
Estrategia enemiga: Dividir y utilizar en contra de su mismo pueblo
Históricamente la realidad del pueblo quechua amazónico en comparación al resto de los andinos o de Latinoamérica no fue diferente. Obligados a trabajar en los lavaderos de oro, en las encomiendas, a pagar tributos, a realizar viajes a Quito y otras zonas utilizándonos como bestias de carga, etc.
No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante, también se aplicó en la colonia. Ante la situación inhumana de explotación y segregación permanente la respuesta fue la lucha por su dignidad. El levantamiento que se realizó en 1560 contra los españoles asentados en Baeza.
Dos años más tarde tuvo lugar un segundo levantamiento y en 1578, talvez el más importante dirigido por Jumandi, quien unificó bajo su dirección a varias comunidades quechuas. Incendiaron Avila y Archidona.
Tras la victoria Jumandi es nombrado como Jatun Apu, encargado de conducir hacia la libertad. La próxima ciudad a ser atacada es Quito. Jumandi concibe que “la expulsión del invasor debe ser total, nuestro sufrimiento es el mismo que el de nuestros hermanos de las montañas, la libertad de los Quijos comienza en libertad de todos”.
Los chaskis llevan el mensaje a los indígenas de las tierras altas para que se sumen al levantamiento…
Eso no ocurre, y una gran expedición militar sale de Quito para defender Baeza del ataque de los Quijos, al frente del ejército español están los traidores Francico Atahualpa y Jerónimo Puento, junto a cientos de indígenas admiradores de sus dueños. El Ataque a Baeza es sofocado y el alzamiento derrotado.
Pero el último grito del cacique rebelde retumbó iluminando distintos rincones de la geografía, y nuevos levantamientos surgieron: En 1760 San Miguel de Molleambato; 1764 Riobamba; 1768 Cualaceo; 1777 Cotacachi; 1778 Guano, Otavalo y Cayambe; 1781 Alausí.
Hoy la amazonía ecuatoriana está dividida entre las empresas petroleras, madereras, agrícolas o mineras, se han contaminado ríos, exterminado especies animales y vegetales y varios grupos están a punto de extinguirse…
Por eso en junio de 1990, de la Amazonía al Cotopaxi, del Cotopaxi al mar, los indígenas del Ecuador volvieron a sonreír cuando todas las nacionalidades juntas realizaron su mayor levantamiento en años. Ocuparon carreteras, entraron en latifundios, detuvieron soldados, no sacaron productos al mercado, tomaron oficinas públicas, realizaron movilizaciones y concentraciones.
Fuentes:
Rebeliones indígenas y negras en América Latina, Kintto Lucas, 3ra. Edición. Quito. 1997.
Las nacionalidades indígenas en el Ecuador, Ed. Tincui-Conaie, 2da. Edición, Quito, 1989.
José M. Atupaña G. Comunicación Intercultural
atuplan1@hotmail. com
www.dineib.edu. ec
Imagen: rebeliones indígenas y negras
http://www.elortiba.org/kl.html
Rebeliones indígenas y negras en América Latina, Kintto Lucas, 3ra. Edición. Quito. 1997.
Las nacionalidades indígenas en el Ecuador, Ed. Tincui-Conaie, 2da. Edición, Quito, 1989.
José M. Atupaña G. Comunicación Intercultural
atuplan1@hotmail. com
www.dineib.edu. ec
Imagen: rebeliones indígenas y negras
http://www.elortiba.org/kl.html
lunes, 20 de octubre de 2008
LOS GEMELOS
Pues esto era un matrimonio, tenía dos hijos. Una historia... Tenía dos hijos. Y eran los dos, los dos iguales. ¡Igual, igual, igual los dos eran! ¡Quien vio uno, vio a otro! Y, el padre era un labrador, y tenía una yegua, y le pare dos potritos. Dice:
- ¡Ojú, para mis niños!
¡Igual, igual los dos potros! Y tenía una perra y le parió cuatro perritos. Dice:
- ¡Ojú, dos perros y dos perras! -dice: ¡Para mis niños!
Crió los potros y los perros... Y los niños, ya que estaban grandes, dice:
- Niño -le dice un hermano a otro-, yo me voy a echar por ahí una vuelta.
Había salido en el periódico: había una serpiente y todos los días se comía una persona. Y aquel día le tocaba a la hija del rey.
Dice:
- ¡Yo voy a salir! Y sale con su caballo, el perro... -Sandra y Carino se llamaban los perros-. Y..., y... ¡ya está! Y salió con su caballo y fue al monte donde estaba puesta la muchacha. Estaba la muchacha para que se la comiera la serpiente, que venía todos los días a comerse una persona; si no había lo destrozaba. Y había la orden de que, el que la salvara, se casaba con ella. Entonces pilla el muchacho y llega, dice:
- ¿Qué pasa, muchacha?
Dice:
- ¡Márchate de aquí, que ya mismo viene la serpiente y nos come a los dos; márchate ligero!
Dice:
- ¡No, voy a aguantar! Y se queda allí. Aguanta, viene la serpiente...
¡ofú!..., a comerse a la muchacha. Y le dice: - ¡Sandra, Carino!, ¿vamos a por ella?
Y se lía con la lanza allí, ¡pom, pom, pom!, y los perros a bocados lo mataron. Tenía siete cabezas. Y, y la orden de que había, que el que presentara las siete cabezas, se casaba con ella. Entonces resulta de que mata, y agarra y quita las siete lenguas, y le coge las siete lenguas a la ésa. Y se va a la posada. El se va con su caballo a la posada. Entonces pasa un arriero, dice:
- ¡Ojú, mi felicidad! -y le quitó las siete cabezas-¡Como la orden que había, que el que presentaba las siete cabezas...!
Entonces se presenta un arriero chequetete, dice:
- ¡Mira, aquí está; yo he matado a la serpiente!
Dice la muchacha:
- Papá, ése no ha sido el que ha matado a la serpiente. Ha sido otro muchacho.
Bueno, nada...
- Pues ése ha sido el que ha presentado... -vieron los médicos la cabeza...
¡Nada! No había quien le sacara... ¡perfecta! Y fue a casarse. ¡Ya que estaba la boda pendiente...!
Estaba en la posada el muchacho, y le dice...:
- ¡Carino, ve a por tu parte! Y cuando se presentó en la boda el perro... Y cuando vio la muchacha, dice:
- ¡Ese, padre, ése es el que mató a la serpiente!
Cogió una batea de dulces el perro con la boca... ¡a la posada!, adonde estaba su amo. Le dice:
- ¡Sandra, tú, por la tuya!
Y cogió la mejor botella que tenían en la mesa los novios. Llega y le pegó un bocado en el cuello... ¡A la posada! Y, y dice:
- ¡Papá ésa es la perra que mató a la serpiente!
Dice:
- Esos son unos perros muy rateros.
Entonces los persigue la policía y llegan a la posada.
Estaban los tres perros y el caballo en la cuadra metidos. Dice:
- Esos perros son unos rateros, que se han llevado de allí la batea de dulces que estoy comiendo y la botella de vino bueno de ése.
Dice:
- Esos perros van por lo suyo.
-¿Por lo suyo?
Dice:
- Sí, señor, ésos son los perros que mataron a la serpiente. Y yo también.
Dice:
- Eso, ¿cómo se puede ver?
- Pues viendo -dice-. Ahora mismo registrad la cabeza a ver, a ver si tiene lengua.
Y ya ni una tenía lengua.
Dice:
- ¡Ofú, eso es un arriero de mala fe, ojú!
Entonces dijo:
- A ver si son ésas las lenguas.
Y presentó en un pañuelo las siete lenguas. ¡Ea! Cuando lo vio la muchacha, ¡se puso de contenta...! Y entonces se casó con él. ¡Ea! Pero estaban un día en casa, se montaron arriba en un castillo y dice el muchacho.
- ¡Niña!, aquello, ¿qué es?
Dice:
- Aquello es el castillo Tal, aquel es Tal... -y le dijo...
Dice:
- ¡Aquél que está allí!
Dice:
- Aquél, es el castillo de Ir no Volverás.
¡Bueno! Dice por la mañana:
- A ver si echo un paseo por allí.
Coge su caballo, su perro... Y se salió. Y llegó al castillo de Ir no Volverás. Salió una viejecita, una bruja. Sale, dice:
- ¡Huy! ¿Dónde vas que por aquí te envía?
Dice:
- Mire usted, mi buena suerte o mala.
Dice:
- ¿Quiere usted una poquita de agua?
Dice:
- ¡Dame usted una poquita de agua!
Y le dio una poquita de agua, y lo dejó hipnotizado ¡a todos igual!
Y entonces el hermano ya se entera que está el hermano en peligro. Y sale el hermano montado en su caballo -el otro hermano que se parecía todo lo mismo-, sale. Cuando entra por el castillo y lo ve, todas las campanas tocando, ¡ia!
- Ya apareció el yerno del rey, ya apareció el yerno del rey...
Dice: "Nada, yo quieto y callado. Yo me tengo que enterar por dónde está mi hermano".
¡Ea! Saludó la cuñada, como si fuera la mujer; pero no era la mujer -¿te enteras?-, era la mujer de su hermano. Y cuando fueron a acostarse, dice:
- He hecho la promesa, niña, que no me acuesto contigo -¡como no era su mujer!
Y puso una silla por medio. Por la mañana dice:
- Vamos a subirnos arriba, niña, vamos a ver esto. Vamos a ver aquel castillo...
- ¿No te dije el otro [día], el castillo que era? Aquél es Tal, aquél es tal: te lo dije el otro día -pero ella pensaba que era su marido-. Aquél es el castillo de Irás y no Volverás.
Dice:
- ¡Allí es donde está mi hermano! Y al otro día por la mañana, dice: - Yo voy a echar un paseo por ahí.
- ¡Niño, mira, hoy sale la escolta contigo! ¡Tú no sales solo! ¡Pues una escolta contigo va para echar el paseo!
Dice:
- No, no, yo voy solo.
Y llevó un perro, que eran iguales, y el caballo igual. Y llegó al castillo de Ir no Volverás, y le dice..., le dice a ella, a la vieja, dice:
- ¡Ay, ay! ¿Dónde vas que por aquí te envía?
Dice:
- ¡Mi buena suerte o mala! Y sacó la espada y dijo:
- ¡Como no diga usted ahora dónde está mi hermano la mato! Y entonces tuvo que darle un resorte que tenía la vieja. Y salió el hermano y se vinieron los dos. Llegaron al castillo y, cuando vio la mujer a los dos, no sabía a quién besar.
Y yo fui y vine y me dieron los botines para los pies, y en el camino los destrocé.
¡Chache!
Claudio Gallego del Río. Arahal, 1991.
CUENTOS POPULARES ANDALUCES
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2009/04/los-trillizos.html
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domingo, 19 de octubre de 2008
EL MOHAN
El Mohán a veces aparece como un hombre gigantesco con barba y cabellera abundantes, ojos rojizos de intenso brillo como brazas encendidas, boca grande, dientes de oro, tez quemada de indio viejo, y en general un aspecto muy demoníaco.
Aparece bastante juguetón, enamorado, muy obsequioso y serenatero. Persigue a las muchachas lavanderas; por el río Magdalena, dicen los campesinos que lo han visto bajar en balsa, tocando guitarra o flauta, con gran susto.
Se le juzga el creador de la música de torbellino, bambuco, pasillo, múcura, etc., y se le ve y se le oye tocar el tiple, el requinto, las maracas, al estilo antiguo. Su canto no es conocido, no se le atribuyen ‘coplas’, ni se le reconoce un lenguaje poético.
Los campesinos creen que el Mohán es antropófago, pues le gusta la sangre de los niños de pecho, a quienes después de sacársela, se los come asados en hogueras de hojarasca. Le gustan las mujeres bellas y jóvenes, principalmente las muchachas casaderas, a quienes persigue para llevarlas a los ríos.
Alrededor de los charcos y en los peñascos donde vive, gusta custodiar sus tesoros en oro, piedras preciosas, alhajas, brazaletes, narigueras y numerosas joyas. Algunos dicen que tiene un palacio subterráneo con muchos tesoros, oro y piedras preciosas.
El Mohán es travieso, andariego, embaucador, brujo y libertino.
http://compartiendoculturas.blogspot.com/2008/06/el-mohan-o-muan.html