Fue Lautaro industrioso, sabio, presto,
de gran consejo, término y cordura,
manso de condición y hermoso gesto,
ni grande ni pequeño de estatura;
el ánimo en las cosas grandes puesto,
de fuerte trabazón y compostura,
duros los miembros, recios y nervosos,
anchas espaldas, pechos espaciosos.
La Araucana - (1569), relato épico de Alonso de Ercilla y Zúñiga
La Guerra que duraría más de 300 años recién empezaba, cuando un niño, como miles, cayó prisionero del enemigo. Aprendió en la servidumbre las tácticas de sus captores y cuando huyó, retornó con su gente para guiarla a grandes victorias. Su nombre: Lautaro.
Hace 450 años atrás, la avanzada española capitaneada por Francisco de Villagra irrumpió sorpresivamente en el campamento de las fuerzas de Lautaro. Fue la última vez que el joven líder enfrentó a los conquistadores: la lanza que lo atravesó le causó la muerte.
Tenía 22 años, pero su leyenda lo sobreviviría.
Su historia comienza cuando la invasión española apenas había alcanzado las tierras que los indígenas llamaban Chili, para encontrarse con la fiera resistencia de un pueblo al que no conocían: mapuches, huilliches y picunches.
Pedro de Valdivia, como lo hizo antes Diego de Almagro, maniobró en este terreno hostil, fundando ciudades y empujando la frontera cada vez más hacia el sur. Pero no sospechaba que él mismo estaba acuñando la mano que lo haría caer.
Lautaro era un niño cuando, en las cercanías de la actual Concepción, fue tomado prisionero por los españoles.
Habían pasado 10 años de la batalla de Reinohuelén (1536) y su gente aún no disipaba la niebla supersticiosa de terror por estos monstruos parecidos a centauros y a sus armas ruidosas que parecían escupir fuego. Nada menos que el mismo Gobernador lo tomó como yanacona (indígena al servicio de los españoles), para que atendiera a su caballo y lo acompañara en las batallas, al estilo de los pajes.
Así pasó los siguientes 6 años, hasta que el adolescente Lautaro decidió escapar.
La próxima vez que se encontró con sus antiguos captores, el caudillo tenía autoridad sobre su gente y les había enseñado tácticas de guerra, a manejar armas, elegir el terreno, cómo emboscar y a montar los caballos a los que ya no temían.
La primera gran victoria que hizo su nombre temido entre los hidalgos fue la del 25 de diciembre de 1553, la batalla de Tucapel. También fue la derrota final del gobernador, pues su antiguo paje logró capturarlo y darle muerte.
Luego de la batalla de Marihueñu (23 de febrero, 1554) y el despueble de Concepción, pasaron dos años de absoluta ausencia española en el Sur de Chile. Lo que era un hito en la guerra, sin embargo, no pudo ser celebrado por los indígenas: las nuevas enfermedades y el hambre los debilitaron a extremos de horror.
Asombrosamente, Lautaro reemprendió el ataque con los hombres que pudo recolectar y sumando también a los picunches dentro de sus fuerzas. Luego de un exitoso enfrentamiento con Pedro de Villagra, en Peteroa, las fuerzas mapuches se reagruparon en el lugar y esperaron: se acercaba el invierno y estaban sin alimentos.
La Guerra que duraría más de 300 años recién empezaba, cuando un niño, como miles, cayó prisionero del enemigo. Aprendió en la servidumbre las tácticas de sus captores y cuando huyó, retornó con su gente para guiarla a grandes victorias. Su nombre: Lautaro.
Hace 450 años atrás, la avanzada española capitaneada por Francisco de Villagra irrumpió sorpresivamente en el campamento de las fuerzas de Lautaro. Fue la última vez que el joven líder enfrentó a los conquistadores: la lanza que lo atravesó le causó la muerte.
Tenía 22 años, pero su leyenda lo sobreviviría.
Su historia comienza cuando la invasión española apenas había alcanzado las tierras que los indígenas llamaban Chili, para encontrarse con la fiera resistencia de un pueblo al que no conocían: mapuches, huilliches y picunches.
Pedro de Valdivia, como lo hizo antes Diego de Almagro, maniobró en este terreno hostil, fundando ciudades y empujando la frontera cada vez más hacia el sur. Pero no sospechaba que él mismo estaba acuñando la mano que lo haría caer.
Lautaro era un niño cuando, en las cercanías de la actual Concepción, fue tomado prisionero por los españoles.
Habían pasado 10 años de la batalla de Reinohuelén (1536) y su gente aún no disipaba la niebla supersticiosa de terror por estos monstruos parecidos a centauros y a sus armas ruidosas que parecían escupir fuego. Nada menos que el mismo Gobernador lo tomó como yanacona (indígena al servicio de los españoles), para que atendiera a su caballo y lo acompañara en las batallas, al estilo de los pajes.
Así pasó los siguientes 6 años, hasta que el adolescente Lautaro decidió escapar.
La próxima vez que se encontró con sus antiguos captores, el caudillo tenía autoridad sobre su gente y les había enseñado tácticas de guerra, a manejar armas, elegir el terreno, cómo emboscar y a montar los caballos a los que ya no temían.
La primera gran victoria que hizo su nombre temido entre los hidalgos fue la del 25 de diciembre de 1553, la batalla de Tucapel. También fue la derrota final del gobernador, pues su antiguo paje logró capturarlo y darle muerte.
Luego de la batalla de Marihueñu (23 de febrero, 1554) y el despueble de Concepción, pasaron dos años de absoluta ausencia española en el Sur de Chile. Lo que era un hito en la guerra, sin embargo, no pudo ser celebrado por los indígenas: las nuevas enfermedades y el hambre los debilitaron a extremos de horror.
Asombrosamente, Lautaro reemprendió el ataque con los hombres que pudo recolectar y sumando también a los picunches dentro de sus fuerzas. Luego de un exitoso enfrentamiento con Pedro de Villagra, en Peteroa, las fuerzas mapuches se reagruparon en el lugar y esperaron: se acercaba el invierno y estaban sin alimentos.
Hola quiero agradecerte y felicitarte, necesitamos tanto de estos relatos, tanto nuestra memoria, para poder de una vez por todas, unirnos todos y todas para construir, la historia verdadera y a partir de ella, luchar por nuestra liberación, reconociendonos en cada uno de nosotros como Uno Solo.
ResponderEliminarLatinoamericanos, Siempre.
Al Pueblo Mapuche
Salud!
Gracias a ti Lidia por aportar tan bello comentario.
ResponderEliminarDebemos construir entre todos desde, como tú dices, Uno sólo, el gran pueblo americano, integrando e intercambiando saberes al modo en que ya nuestros ancestros lo hacían y nos legaron con sus tradiciones y enseñanzas.
¡Al Pueblo Mapuche Salud!