Brian había salido a vigilar las cercanías de la fortificación donde vivía con los suyos, porque en los últimos meses habían sufrido algunos ataques de una de las tribus vecinas. Durante las últimas horas, se había alejado del poblado divagando por el bosque. Podríamos decir que todo empezó allí, aunque tal vez todo había comenzado mucho tiempo antes.
En la zona en la que ahora se encontraba, la espesura del bosque era tal que permitía un grupo no demasiado numeroso aparecer y desaparecer en cuestión de segundos y si además la niebla hacía notar su presencia, la situación se tornaba aún más peligrosa.
Pero Brian y su familia estaban allí desde… desde que el padre de su abuelo llegó procedente del norte en busca de buenos pastos y bosques en los que subsistir. Aquel robledal salpicado de hayas se había convertido en lugar sagrado, los druidas se internaban en la espesura del bosque donde tenían sus altares, a los que nadie excepto ellos osaban acercarse.
Aquella noche de fina bruma, Brian, un joven guerrero, estaba dispuesto a vengar las afrentas recibidas por los suyos en los últimos días. Se separó del grupo para buscar un sitio que le permitiera tener mejor visibilidad sobre esa parte del bosque. Luego de haber caminado unos metros, reparó en una gran piedra granítica que se elevaba justo debajo de las copas de algunos árboles, y pensó que ese era el lugar ideal para observar los movimientos en el bosque.
Se dispuso a escalarla para poder comprobar la bondad de aquel punto de vista, dejando todas sus armas en el suelo, a excepción del puñal corto que siempre guardaba en su cintura. La piedra apenas presentaba fisuras a las que agarrarse, su base estaba sembrada de pequeñas rocas puntiagudas que hacían más peligrosa la escalada en caso de caída, pero las dificultades, lejos de limitar a Brian, le infundían valor.
Una vez en la cima, se dio cuenta de que aquella roca extraña y difícil de escalar estaba justo en aquel momento orientada en dirección a la luna. Calculó por la posición de la luna respecto al bosque que debía ser medianoche. Soplaba una suave brisa que no era demasiado fría pues la primavera ya había llegado y se había prendido fuego a las hogueras como ofrenda a los dioses para que el resultado de las cosechas fuera bueno y para que sus almas se purificaran de malos espíritus.
De pronto, nuestro valiente guerrero quedó cegado por una luz cuyo origen ignoraba. Se agachó sobre al apéndice puntiagudo en el que terminaba la roca, y esforzándose por no perder el equilibrio debido a la falta de visión, pasaron algunos segundos y un sudor frío empezó a resbalar por su frente. Su primera idea fue que se encontraba frente a la manifestación de alguna divinidad del bosque que moraba en las cercanías de esa piedra, y él había osado molestar entrando en sus dominios. Había roto la única regla que por generaciones su familia había obedecido y temido.
Comprendió entonces, que ante esa situación su fin estaba cercano, aunque sus ansias juveniles de vivir le obligaron a seguir pensando, él había sido buen seguidor de las enseñanzas de los druidas, siempre había sido respetuoso al extremo en los sacrificios a los dioses, y ahora se preguntaba porque había caído en su desagrado.
Mientras tanto la luz había ido disminuyendo en intensidad sin que el céltico guerrero lo hubiera notado, pues mantenía sus ojos sellados de temor. Escucho un susurro seguido de una brisa de aire que le dio suavemente en la cara como devolviéndole el aliento a su espíritu, se reanimo de tal forma que abrió los ojos. Poco a poco fue teniendo una visión clara de lo que frente a él se encontraba.
Desde la misma luna una intensa luz iluminaba un cuerpo de mujer joven, Brian tímidamente la miró. Vestía blanca túnica, su pelo era como el de Brian, del color de los campos sembrados de espigas, del color del sol y su gesto dulce, lo tranquilizó.
Vio también que la mujer que se encontraba frente a él no se apoyaba sobre ningún elemento, y sin embargo estaba a la misma altura que él sobre la cima de la roca. Su temor volvió a aflorar, era el miedo a lo sobrenatural, a lo divino.
Pensó que la única alternativa era saltar de esa roca y salir corriendo a encontrar al resto de su grupo antes de que ese espíritu decidiese mostrar su poder. Tensó sus músculos y se dispuso a saltar al suelo, la altura de la roca era como de unas diez veces la longitud del cuerpo de Brian, pero eso no le importaba, solo quería correr y seguir viviendo. Cuando estaba a punto de saltar, la mujer que estaba frente a él callada, sonrío con dulzura, y Brian que seguía teniendo un miedo atroz, se quedó paralizado por unos segundos, perplejo ante la belleza de la imagen que frente a él se encontraba, como si fuese teniendo menos miedo por instantes.
Transcurrieron algunos segundos más, durante los cuales el joven no se atrevió ni a pestañear, pero de pronto la luz fue perdiendo intensidad hasta que desapareció del todo.
El aire volvió a soplar de nuevo y el guerrero se encontró de pronto de nuevo en la conciencia de su situación anterior, los demás del grupo seguro que debían andar buscándole y él no podía saber que tiempo había transcurrido desde que se separó de ellos, para él había sido como una eternidad.
Destrepó los pasos de roca hasta llegar a la base de la piedra, recuperó el resto de sus armas y empezó a correr en la dirección en la que había abandonado el grupo, tras avanzar unos metros se volvió a mirar hacia la roca y la zona del bosque más iluminada que ahora se encontraban detrás de él, la luna seguía clareando esa parte del denso hayedo como si fuese pleno día.
Brian mientras corría al encuentro de sus compañeros, pensó que esa noche se había encontrado frente al espíritu de la mismísima luna en el bosque, y estaba seguro de que él y los suyos esa noche iban a vencer a sus enemigos de la tribu vecina, porque esa noche iban a contar con una ayuda inestimable.
Esa noche tenían como aliada a la LUNA
Versión: Mirta Rodriguez