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lunes, 23 de noviembre de 2009

HUIÑAJ

Hacia el norte de la provincia de Santa Fe hay una región en la cual en una época del año escasean las lluvias, produciéndose grandes sequías, principalmente en la Provincia de Santiago del Estero.

Hace mucho tiempo en ese lugar se levantaba una toldería de indios, cuyo cacique tenía una hija muy dulce y tierna. Sisa se llamaba y parecía ser como todas las jóvenes del lugar, pero tenía una particularidad: demostraba una marcada predilección por el color amarillo. Siempre se la veía vestida con túnicas de ese color, se adornaba con plumas de ñandú teñidas, flores de retama y collares de cuentas amarillas.


Por lo general le gustaba quedarse en su choza tejiendo e hilando y salía sólo de tarde en tarde. Entonces recorría toda la región que pertenecía a su padre.


Aprovechaba este paseo para observar las plantas, por las que tenía gran admiración. Decía que también sentían cuando se las tocaba y escuchaban cuando se les hablaba; por eso a menudo la veían conversar con ellas mientras les removía la tierra endurecida o podaba sus ramas enfermas y secas. Otras veces preparaba mezclas de yuyos y rociaba sus ramas. Aunque a la gente le costaba creer en los efectos de ese tipo de cuidado, comprobaban con sorpresa que las plantas crecían con mayor fuerza.


Sin embargo habían observado algo más importante en Sisa: cada vez que salía de paseo, al día siguiente caía una copiosa lluvia y todos estuvieron convencidos, que gracias a un poder sobrenatural Sisa provocaba la lluvia y todos sintieron un profundo respeto por la hija del cacique.


No era raro entonces, que en épocas en que escaseaba el agua, todos solicitaron su ayuda, pidiéndole que realizara uno de sus benéficos paseos. Nadie dudaba que al otro día el cielo les enviara la lluvia tan esperada.


Así pasaba el tiempo. La vida transcurría tranquila en la tribu hasta que corrió la voz que Sisa había enfermado. Un mal desconocido la aquejaba y se sentía tan débil que permanecía constantemente postrada en su lecho. Las curanderas más famosas de la tribu fueron consultadas, no hubo remedio que no se le diera, pero el mal no quería ceder. La gente toda ofrecía sacrificios a los dioses, pero nada lograba devolver la salud a Sisa quien empeoraba día a día.


Mientras tanto una gran sequía comenzó a inquietar a todos; las nubes cargadas de agua no se acordaban de aquella región y seguían su camino hacia otros lugares.


El tiempo pasaba; la tierra reseca empezó a levantarse en turbias polvaredas por el viento y el aire se hizo cada vez más irrespirable. Los árboles y las plantas se marchitaban; los animales buscaban ansiosos una gota de agua donde saciar su sed, pero el río se iba secando poco a poco.


La tribu entera pensaba en Sisa, pero, la joven nada podía hacer; sus fuerzas eran cada vez más débiles y su vida se fue apagando sin remedio.


Un día el viento comenzó a soplar con mayor intensidad y el aire caliente se hizo sofocante. Entonces la vida de Sisa se extinguió para siempre.


La desesperación se apoderó de la tribu y como última esperanza invocaron a PachaMama, pidiendo que les devolviera su alma. Todo fue inútil y se sintieron abandonados por los dioses, creyendo que la tranquilidad y la felicidad ya no reinarían más en aquel lugar. Miraron a su alrededor como buscando algo que los aliviara de esa triste situación; la sequía había hecho grandes estragos y los campos se veían tristes y desolados.


Entonces les llamó la atención la aparición de un árbol cubierto de delicadas campanillas amarillas, fresco y lozano como si la sequía no se hubiera percatado de su existencia.




Todos intuyeron que esa planta era regalo de Sisa y una tenue esperanza alivió sus corazones. Al día siguiente cuando el cielo se cubrió de negros nubarrones y se desencadenó la lluvia, nadie dudó que la joven no se olvidara de su gente.


Desde entonces y hasta ahora Sisa está permanentemente presente entre ellos en esa extraña planta; cada vez que va a llover se asoma por las ramas en forma de flores amarillas, sin tener en cuenta la estación que en ese momento reina en la tierra.

La gente llamó a esa planta huiñaj, y aún sigue floreciendo para anunciar la lluvia.


Cuando visites Santiago del Estero, la podrás ver en la plaza principal Libertad, casi en la esquina Avellaneda e Independencia.


Sisa: Flor.


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