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martes, 3 de junio de 2008

LAS PROFECÍAS




“Toda esta tierra que ves y la que se extiende allende los confines, en las escarpadas montañas, fue sometida desde tiempos inmemoriales por la sabiduría de mi raza. No existía paraje alguno, en sus dominios, del cual suplanta no se hubiera posesionado. Los muiscas supimos amar, cuidar y conservar la tierra de la que éramos hijos y moradores. Sin embargo, nada de lo que hicimos o dejamos de hacer pudo vencer el designio de las profecías, que marcaron el destino de nuestra raza.

Ya lo había anunciado nuestro gran Goranchacha. Ya lo había profetizado el anciano sacerdote del templo de Iraca a su sobrina Tota en medio de lagrimas de sangre: las lunas pasarán y pasarán los soles –dice la pavorosa profecía– pero llegará uno en que las aguas lejanas e inacabables en grandes piraguas, llegarán a nuestras tierras unos hombres blancos y velludos, y con ellos vendrá para nuestra raza la maldición. Porque esos hombres pálidos se apoderarán de las tierras de nuestros mayores y nosotros, sus hijos, de ellas seremos desposeídos a látigo.

Porque no podremos tener cultos, y porque nuestros dioses tutelares serán bajados de sus altares cambiándolos por otros que no conocemos. Porque no se nos permitirá tener riquezas, ni costumbres, ni libertades, pues seremos esclavos y trabajaremos para nuestros usurpadores. Porque las tumbas de nuestros soberanos bienhechores y de todos nuestros muertos amados serán profanadas y saqueadas, sus cenizas dispersas e inquietadas sus sombras. Porque, ¡oh dolor!, la raza chibcha, la más grande de las razas, tendrá que emigrar a la selva o, degradada y servil acabará por desaparecer absorbida por otra poderosa para el crimen.

(Texto extraído de, Raíces Muiscas, Antolinez; Bogotá).

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