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lunes, 30 de marzo de 2009

Walichú

Cuevas del Walichu, a 8 km de Calafate, Patagonia, Argentina

Decían los viejos tehuelches septentrionales que Walichú ó Háleksem había nacido en las tierras de Tandil, donde el accidentado terreno le servía de morada.

Desde allí este espíritu maligno extendió su dominio a la Patagonia legendaria.

Es fuerte. Nada escapa a su aguda vigilancia ni a su poder:

¡Roba niños! y la angustia paraliza a las indias madres.

¡Asusta y petrifica a las mujeres! y los guerreros saben que sus flechas son inútiles contra él.


Aborígenes de distintas procedencias le han dado nombres diferentes: es gualichu para los quichuas, huecué para los mapuches, halpén para los onas, ieblon para la gente del Sur, o hálekasem para los tehuelches. Pero siempre esa palabra se dice con miedos ancestrales.


Quienes saben de estas cosas afirman que la malignidad de wualichú, o gualichú, tiene matices que van de la crueldad destructora a la traviesa picardía.


Quizás dependa de su humor del día, o de su aburrimiento, o del respeto que sus altares naturales despiertan en los viajeros.


Lo cierto es que sus remolinos apagan los fogones, y que su aliento helado mata a los pajaritos refugiados en los matorrales, y que aúlla por las mesetas desoladas.


¿Habrá alguien quién pueda vencerlo?.


El hombre de estas tierras sabe desde tiempo inmemorial que es mejor apaciguar su espíritu levantisco con ofrendas.


Por eso al recorrer la Patagonia y cruzar por sus dominios paga el tributo obligado.


Si no, ¿cómo escapar su terrible mirada abarcadora?, ¿cómo pasar de largo y con fatal descuido por los sitios sagrados donde merodea, sin desatar sus iras?


En realidad, más que eludir hay que convocar y propiciar el espíritu poderoso.


Y el camino del gualicho es transitado con respeto y silencios.


Y al árbol del gualicho, maldito, seco y solitario, al borde, de la senda que le ofrendan trapitos y bolsitas con llancas, piedras pequeñas, que obtienen rasgando los propios vestidos, matras y ponchos.


Así el árbol mítico florece con un fantástico ropaje que ondula al viento, y el hombre pierde retazos de sus prendas, ¡pero llegara salvo a destino!


Y a las piedras del gualicho, tan alucinantes y extrañas en el paisaje, apaciguan con el precioso alimento del aceite, la sal o las hierbas.


La Patagonia guarda celosa el misterio, pero tiene sitios q lo revelan: la piedra del collón curá, la piedra de caviahue, la piedra Saltona de Cajón Chico, el meteorito de Kaper-Aike, el bajo del gualicho el cerro, Yanquenao, el cañadón de las pinturas, las Cuevas de las Manos.


Aquí y allá los espíritus acechan en los parajes solidarios y se mimetizan en los árboles secos, plantas sagradas, piedras, sendas, travesías, y hasta el viento interminable.


La presencia del gualicho a sobrevivido al avance de la cultura del blanco y convive con ella.


Está en el paisano del campo y en el habitante del pueblo o ciudad.


Es para cosas del gualicho que todavía hoy en las zonas rurales no se canta de noche o no se usa sombrero dentro de las casas, o se teme al aire malo, o se respeta al ñamco sagrado, o se esquiva el humo cegador del molle.


También es por temor o conjuración al Gualicho que en la actualidad, en las ciudades se usan amuletos, cintas rojas, como el mal de ojo, ruda macho o ajo macho, o se encienden velas, o se compran hierbas para infusiones mágicas y lociones que todo lo pueden, si se usan al son de rezos o palabras secretas.


Los viejos dicen que Gualicho es una diablaza en realidad, y quizás sea así, porque las equivalentes representaciones aborígenes conservan el rasgo femenino.


¿Será por eso que persigue a las mujeres y roba niños?


¿Se mueve acaso por celos o envidias milenarias?


¡Quien sabe!


Sin embargo el carácter antifeminista de este espíritu maligno se puede rastrear en actividades que se relacionan: el loncomeo, danza neta masculina que el araucano tomó del tehuelche, y en la secreta ceremonia de iniciación ritual de los más jóvenes.


Dicen que lo atestigua también la celebración del camaruco.


Posiblemente la más admirable y misteriosa conexión con walichú sea el arte rupestre, diseminado en 1000 rincones del paisaje patagoniense.


Porque es fama que él es el artista de las míticas pinturas de las cuevas, donde las manos fantásticas y extraños laberintos, huellas de pisadas humanas, y no humanas, animales estilizados y siluetas de cazadores, guardas de grecas, tigre, máscara, reproducen y guardan al mismo tiempo el espíritu mágico.


Son su obra, y allí está su secreto para cuando podamos descifrarlo.


Entre tanto ¿Cómo conocerlo más profundidad’?


¿Es Gualichú el ancestro de las razas aborígenes de la tierra austral?


¿O tal vez una modalidad local de mitológico y universal espíritu guardián?


El camino sigue abierto al estudio y la conjetura inagotable, ¡porque nuestro gualicho está vivo!


Quizás la vieja sabiduría de los brujos chamanes puede ayudarnos.

Pero esa es otra historia.

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