Se trata de una mula de color negro -aunque algunos afirman haberla visto de color castaño- y de largas orejas, que echa fuego por sus fauces y que encandila con sus ojos centellantes.
Es mala como el Supay, pero no es más que un alma en pena.
Es el alma de las mujeres que cayeron en pecado por haber mantenido relaciones incestuosas con su padre o con sus hermanos, o con un cura, por lo que está condenada a vagar por las noches convertida en animal.
Sufre el estigma propio de los condenados: arrastrar gruesas cadenas que cuelgan de su cuello y rozan el suelo, produciendo un chillido que anuncia su presencia.
También suele rebuznar como lo haría el animal pero su sonido se mezcla con el lamento y el llanto de la mujer, y se transforma en un grito que paraliza de miedo a quien lo escucha, y que hace que nadie se acerque hasta ella.
Para comprobar que fue el Alma-mula la que estuvo allí, se pueden ver al otro día animales muertos sin su corazón, que sirven de alimento a esta alma en pena.
Dicen que vive en Santiago del Estero, o por lo menos allí la han visto quienes cuentan sus historias.
También dicen algunos que el Alma-mula todavía guarda la esperanza de la redención, por lo que vaga por los campos en busca de un alma caritativa que no se espante de su aspecto ni de su pasado, la enfrente cara a cara, la mire a los ojos y le haga un corte en una de sus orejas con su facón. De esta forma, cuando la sangre de la mujer toque el suelo, se redimirá de sus pecados y podrá dejar de ser el animal en pena que fue.
Si alguna vez se topa con el Alma-mula y no tiene el coraje de mirarla a los ojos y redimir su alma, por lo menos evite escucharla. Tápese los oídos y aléjese pronto del lugar. Para repelerla o defenderse se debe repetir tres veces "Jesús, María y José".
Cuentan que muchos que oyeron su lamento, no pudieron olvidarse del mismo durante años. Otros hasta se volvieron locos.
Los pitayovai, también Talonyovai, son genios malignos que tienen el aspecto de indiecitos y habitan en las selvas del Alto Paraná, en el litoral argentino, también en el Chaco paraguayo y se dice que son antropófagos.
Es imposible seguirles el rastro ya que sus pies no tienen dedos y en cambio presentan dos talones enfrentados, de esta manera desorienta a los que lo buscan o quieren huir de él.
En lengua guaraní pitá significa talón, yovaí, enfrente, opuesto.
Poseen como arma hachas de doble filo, y subiendo en los árboles, esperan a que alguien pase para tirarse encima y matarlo.
Ahorcan, muerden, destrozan y devoran a la gente que atrapan.
Elena Bossi, recuerda cómo durante la guerra del Paraguay con Bolivia, en 1932, el Pitayovai mató a muchos soldados destinados al monte.
El Chullachaqui, duende de cuerpo deforme, busca a sus víctimas para llevarlas con él.
Nunca camines solo por la selva, es la advertencia más conocida en estos parajes solitarios. Se tejen muchos mitos sobre almas, espantos y demás entes, pero no fue sino hasta hace décadas atrás, que se empezó a popularizar la existencia de este pequeño duende.
En la solitaria selva se esconde un duende maligno, que recorre toda la espesura con asombrosa velocidad, vigilando a la que se convertirá en su próxima víctima. Esta leyenda, tiene mucha vigencia actualmente, porque varios jóvenes de las localidades cercanas han desaparecido, se dice a consecuencia del espectral duende.
El Chullachaqui fue antes un hombre, que convertido en duende, fue castigado por las fuerzas de la naturaleza al haber vivido para servir al demonio.
El castigo, fue la deformidad de su cuerpo, ya que sus miembros inferiores, tienen la peculiaridad de ser opuestos. Algunos dicen que tiene un pie normal y el otro completamente doblado y purulento.
Algunos otros dicen que sus piernas son como las de las cabras.
Su nombre proviene de la palabra nativa “Chulla = solo”, y, “Chaqui = pie”, que como frase significa “Un solo pié”.
La leyenda cuenta que el Chullachaqui espera atento a su victima, para llevársela y perderse en la vegetación.
Aquellas presas de este espantoso duende, nunca regresarán ni encontrarán el camino a casa jamás.
Cuenta una leyenda rusa que fueron cuatro los Reyes Magos. Luego de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.
Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos arrodillados sobre la arena.
El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el corral de pirca.
Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha. Pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa.
Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con sus Camaradas.
El no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?
Finalmente se decidió por quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose nuevamente en camino aceleró el tranco de sus burritos para acortar la distancia.
Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible, porque de lo contrario los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos los granos ya bien maduros.
Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no encontrarse más con su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos.
De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.
Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehizo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba del pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey.
El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.
Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él.
Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado mucho de su tesoro. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por sus hermanos.
En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.
Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matarlo al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.
Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales. Partió de Jericó subiendo también él hacia Jerusalén.
Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron en su viaje.
Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó. Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de más él lo pagaría al regresar.
Y siguió a pie, solo, viejo y cansado.
Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un Viernes antes de la Gran Fiesta de Pascua. La gente estaba excitada. Todos hablaban de lo que acababa de suceder. Algunos regresaban del Gólgota y comentaban que allá estaba agonizando colgado de una cruz. Nuestro Rey Mago gastando sus últimas fuerzas se dirigió hacia allá casi arrastrándose, como si el también llevara sobre sus hombros una pesada cruz hecha de años de cansancio y de caminos.
Y llegó. Dirigió su mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo:
- Perdóname. Llegué demasiado tarde.
Pero desde la cruz se escuchó una voz que le decía:
- Hoy estarás conmigo en el paraíso.
[Tomado de: Mamerto Menapace, Entre el brocal y la fragua, Buenos Aires, Editorial Patria Grande, 31987, 17-22]
La Befana es una bruja buena que constituye una figura típica de muchas zonas de Italia.
Su nombre proviene de la palabra epifanía, la festividad de carácter religioso que se festeja en Italia en la época navideña.
La leyenda de la Befanase origina cuando los Reyes Magos se pierden de camino a Belén para darle presentes al niño Jesús, y piden ayuda a una anciana para que ésta los guíe en el camino. No obstante las suplicas y continuos pedidos de ayuda que los Reyes Magos le hicieron, la anciana os dijo que no los iba a ayudar.
Pero luego, la anciana se arrepintió de no acompañar a los Reyes Magos, y se decidió a ir en busca de ellos para ayudarlos. Pero antes de salir a esta búsqueda, la anciana preparó una gran cesta con varios dulces. Cuando salió a buscarlos, al no encontrarlos, la anciana fue de casa en casa regalando dulces a los niños, confiando en que alguno de ellos sea el niño Jesús.
La tradición continúa vigente, en la noche del 5 al 6 de Enero, la bruja Befana, montada en su característica escoba, visita las casas de todos los niños de Italia, los cuales deben dejar calcetines vacíos para que la bruja los llene.
De esta forma, cuando la Befanaarriba a las casas, va dejando caramelos, dulces y regalos a los niños que se han portado bien, y carbón a aquellos niños que se han portado mal.
El Duende(1) o Enano es un genio de gran popularidad en Argentina, que algunos autores han comparado con los gnomos europeos.
Se dice que son espíritus de criaturas que sus madres mataron al nacer, nacieron muertas, fueron abortados o murieron sin bautizar.
Comúnmente se lo presenta como un enano con una mano de fierro y otra de lana, rostro magro y barbirrucio, sombrerote de copa en embudo y traje de llamativos colores, entre los que predominan el rojo y el verde. También puede ser un niño de pocos años, un viejito gordo y barbudo de largas uñas y sombrero de paja de alas anchas.
En Villa Matará, Santiago del Estero, es negro y crespo y viste un hábito “chejchi”, de pintas coloradas sobre un fondo blanco, gris claro o ceniciento.
Vendrían a representar al demonio de la tentación.
Personaje esencialmente travieso, socarrón, enamoradizo y por momentos grosero.
Vive en el monte, en los troncos de los árboles, de donde sale a la siesta para asustar a los niños y cortejar a las mozas con regalos como pañuelos, dinero, melones, empanadas y golosinas. Si estas rehúsan sus favores se venga, gastándoles mil travesuras y hasta haciéndoles daños mayores.
Se aparece a veces desnudo ante las mujeres mayores y las escandaliza con groseros gestos, deporte que no practica con las jóvenes.
Según Juan Carlos Dávalos, se acerca a las pulperías los sábados a la noche para dar una tunda a los ebrios.
También se enanca a los caballos, hurta pellones, trueca por carbones el pan de las alforjas, apedrea las casas, pudre los huevos, apaga el fuego, vuelca la olla, corta la ropa.
Para ahuyentarlo hay que llenarse los bolsillos con algo que huela mucho.
Ver también en:
Comparto mi cultura: Chiqui el Duende Malvado
Comparto mi cultura: EL MITO DEL DUENDE
el duende sombrerudo
el duende sombrerudo. ii
Comparto mi cultura: EL CHIQUI
el sombreron
Comparto mi cultura: LA LEYENDA DE COQUENA (fragmento)
1 Adolfo Colombres "Seres Sobrenaturales de la Cultura Popular Argentina". Compilación. Prof. Teología y Antropología Social y Religiosa. Georgina Elena Palmeyro.
En las primeras décadas del 1500, tras el derrumbe del Imperio Incaico, se produjo la inmigración de esa raza rumbo al sur.
Los europeos enviaron una expedición al mando de Jaime de Aragón hacia la zona de nuevos asentamientos para arrebatarles los tesoros que se llevaron consigo.
Los indígenas que poblaron la zona de la actual Cosquín se enteraron en 1526 que desde el Alto Perú llegarían hombres de otro continente. Implantaron un sistema de vigilancia que duró nueve años.
Con el arribo de los blancos, los nativos soportaron maltratos.
Camín Cosquín, el jefe, era esposo de Cosco-Ina, una hermosa mujer que fue cortejada por un oficial español. Al enterarse, el cacique se enfrentó con el europeo en un duelo y lo mató.
Los españoles lo persiguieron durante días y lo acorralaron en el cerro Supaj Ñuñu.
Tomó la determinación más extrema: se arrojó al vacío y encontró la muerte.
Cosco-Ina permaneció expectante durante días. Finalmente se encaminó hacia las montañas con la esperanza de reencontrarse con su amado.
Deambuló por los cerros exclamando el nombre de su marido. No obtuvo respuesta.
El tercer día se dirigió hacia la cumbre del Supaj Ñuñu.
Mientras ascendía, una bandada de buitres que planeaban en círculo sobre un punto fijo la estremeció. Allí pudo ver que el cuerpo de su marido yacía en el fondo de la quebrada.
Se aferró a la idea de morir junto a él.
Observó por última vez su terruño y exclamó: "¡Camin!”. Luego saltó al vacío.
El eco de las montañas repitió aquel grito y dos cóndores circundaron el cerro hasta perderse en el cielo cordobés.
Cuentan que sobre Cosquín o Cuzco Chico (cosco Ina ) y el cerro Pan de Azúcar o Seno de Virgen (Supaj Ñuñu), en épocas precolombinas los Hijos del Sol, llegaban a lo que es hoy el hermoso Valle de Punilla.
En este período de la historia surge una historia de romance, amor y pasión trasmitida de generación en generación, sacado de las mismas entrañas del pueblo: Cosquín, y la joven Estrella.
Estrella era la hija menor de un prestigioso cacique de los Sanavirones que en esos momentos extendía su influencia por toda la sierra chica.
Cosquín, nacido en Cuzco, la ciudad del Perú, era hijo único de un ilustre matrimonio cuzqueño venido a esta región que era baluarte austral de la confederación Incaica.
El joven Cosquín, actuaba en los momentos del episodio como secretario del cacique local de una tribu de los Comechingones, que extendía el triunfo de su reinado por toda la Sierra Grande.
Se deduce que Estrella y Cuzco Chico no podían unirse en matrimonio, como era de rigor entre los suyos debido a que sus venas golpeteaban distinta corriente sanguínea.
En vista de la dureza de piedra de la ley de sus mayores y de común acuerdo, Cosquín, rapta a la bella adolescente y la lleva a su baluarte de las sierras Los Gigantes.
Entonces, contrariamente a la solución que se esperaba, comienza la guerra a muerte entre las tribus, la Sierra Chica contra la Sierra Grande.
En el fragor de la batalla a Cosquín lo matan a poca distancia del río Yuspe, y su novia es rescatada y encerrada en la vivienda de piedra de sus padres ubicada al pie del Cerro Pan de Azúcar, donde muere de amargura.
Desde entonces el Cerro Pan de Azúcar, toma la forma de seno de joven Supaj Ñuñu, dice la referencia Quechua. Poco a poco el lugar toma el nombre de Cosquín en memoria del heroico descendiente de los Hijos del Sol.
La Ñusta, en la cosmovisión andina es una joven, virgen, una doncella, símbolo de la tierra aún no fecundada, no sembrada.
La Ñusta en el Tawantinsuyo gozaba de consideración y respeto, porque constituía parte esencial para la reproducción social, cultural y biológica.
Era el centro de la organización política.
La Ñusta elegida era el núcleo de la administración tanto política como económica y por esa función tenía sus ritos, elección y ceremonias en el Inti Raymi.
Era el símbolo de la Pachamama, sin ella no había producción ni reproducción cultural.
De ahí nace el símbolo: Ñusta/mujer/tierra, Ñusta/mujer/semilla y mujer/madre, expresada simbólicamente es comparada a: madre/tierra y tierra/vida.
Ñustas: espíritus femeninos que cuidan de los animales y las plantas. Viven también en los cerros o en algunas partes de extrañas características.
Ñusta Princesa o doncella. Representa la primavera, época en la que se prepara para echar las semillas.