Por la blanda arena que lame el mar Su pequeña huella no vuelve mas, Un sendero solo de pena y silencio llego Hasta el agua profunda, Un sendero solo de penas mudas llego Hasta la espuma.
Sabe Dios que angustia te acompaño Que dolores viejos callo tu voz Para recostarte arrullada en el canto De las caracolas marinas La cancion que canta en el fondo oscuro del mar La caracola.
Te vas alfonsina con tu soledad Que poemas nuevos fuiste a buscar ...? Una voz antigua de viento y de sal Te requiebra el alma y la esta llevando Y te vas hacia alla como en sueños, Dormida, alfonsina, vestida de mar ...
Cinco sirenitas te llevaran Por caminos de algas y de coral Y fosforecentes caballos marinos haran Una ronda a tu lado Y los habitantes del agua van a jugar Pronto a tu lado.
Bajame la lampara un poco mas Dejame que duerma nodriza en paz Y si llama el no le digas que estoy Dile que alfonsina no vuelve ... Y si llama el no le digas nunca que estoy, Di que me he ido ...
Te vas alfonsina con tu soledad Que poemas nuevos fuiste a buscar ...? Una voz antigua de viento y de sal Te requiebra el alma y la esta llevando Y te vas hacia alla como en sueños, Dormida, alfonsina, vestida de mar ...
En una lujosa mansión, habitaba solo con sus criados un joven caballero apuesto y valeroso. Poseía una gran fortuna heredada de sus padres que el joven derrochaba continuamente en fiestas y devaneos amorosos.
No tenía temor a Dios ni al diablo, siempre estaba envuelto en disputas y retos.
Un día paseaba por el campo deseoso de encontrar alguna aventura nueva.
De pronto, destacando sobre el verdor de la hierba, encontró una calavera humana.
Sin respeto alguno, le dio un puntapié, la hizo rodar, jugó con ella y se burló de los restos; cuando ya se marchaba, se volvió y le dijo:
Calavera, -esta noche estás invitada a cenar conmigo.
Con voz de ultratumba, la calavera le respondió:
-No os voy a despreciar, estad seguro de que esta noche iré cenar con vos.
Muy impresionado quedó el caballero ante aquella respuesta sepulcral, marchando muy preocupado y triste, repasando sus muchos y grandes pecados que ahora le pesaban de una forma jamás sentida.
Tan angustiado se sentía que a la mitad del camino, dirigiéndose a un convento, pidió confesión. El sacerdote escuchó también cual había sido la causa de su conversión... aquella extraña calavera. El confesor le dio la absolución y le impuso varias reliquias, entre las cuales se encontraban un trozo de la cruz de Cristo. Más reconfortado, marchó el caballero a casa.
Esperó pacientemente que llegara la noche y la hora de la cena. Al anochecer se oyeron unos aldabonazos y envió al criado a abrir la puerta, pensando que podía ser algún amigo...
Desde la habitación en que se encontraba pudo oír como se abría la puerta y una voz cavernosa decía así:
-Dile a tu amo que he venido a cenar con él, que me invitó esta mañana.
Serenamente, el caballero dijo:
-Déjale entrar, será bien recibido.
Por la puerta apareció un esqueleto que infundía terror. Le seguía el criado, pálido y demacrado, casi a punto de desmayarse de miedo.
El caballero, aún también preso del pánico, tenía una gran serenidad y fortaleza, confiando en las reliquias que el sacerdote le había dado. Acercándose a la calavera, le invitó amablemente a sentarse en su mesa y a participar de su cena.
Más la calavera le dijo que no quería cenar, que había ido a llevárselo a la iglesia donde ella también lo iba a invitar.
Sin atreverse a contrariarla, el caballero la siguió. El reloj daba las doce campanadas de medianoche... la iglesia estaba desierta y, en medio de ella, había una mesa preparada, alumbrada por la tenue luz de una vela. Junto a la mesa, una losa levantada mostraba una sepultura abierta.
La calavera le dijo al joven:
-Ven conmigo, cenaremos juntos, que yo te invito.
Pero el joven declinó acercarse, y le dijo:
-Todavía no tengo licencia de Dios y no quiero enterrarme vivo.
Furiosa, la calavera le respondió:
-Si no llevaras unas reliquias que representan a Cristo, quieras o no te haría quedar ahí dentro para siempre, donde ibas a sufrir eternos martirios. Yo en la tierra fui profano e incrédulo como tu, sin respetar nunca nada sagrado. Como castigo me veo penando por los siglos de los siglos. Cuando te encuentres un hueso humano, llévalo a enterrar en sagrado, piadosamente mientras rezas un padrenuestro por su alma. Que mi pena te sirva de escarmiento, esto es lo que debes hacer, si quieres que los demás lo hagan contigo, porque serás medido con la misma medida que midieres.
Cuando terminó de hablar, se metió en la sepultura, cayendo pesadamente sobre ella la losa levantada.
Después de este incidente, el caballero, totalmente arrepentido, tuvo una vida ejemplar hasta el resto de sus días.
A este extraño árbol, con forma de botella, ciertas tribus de la zona del río Pilcomayo, lo llaman "Mujer" o "Madre pegada a la tierra" y esto viene porque...
En una antigua tribu que vivía en la selva, había una jovencita muy linda, a la cual codiciaban todos los hombres, pero ella sólo amaba a un gran guerrero.
Y se enamoraron profundamente... hasta que cierto día la tribu entró en guerra.
El partió a la contienda y ella quedó sola prometiéndole amor eterno...
Pasó mucho tiempo y los guerreros no volvían... mucho tiempo después, se supo que ya no lo harían.
Perdido su amor... la joven cerró todo sentimiento pues la herida abierta en su corazón ya no podría sanar... Se negó a todo pretendiente... Una tarde se internó en la selva, entristecida, para dejarse morir...
Y así la encontraron unos cazadores que andaban por allí... muerta en medio de unos yuyales.
Al querer alzarla para llevar el cuerpo al pueblo, notaron, asombrados que de sus brazos comenzaron a crecer ramas y que su cabeza se doblaba hacia el tronco. De sus dedos florecieron flores blancas. Los hombres salieron aterrados hacia la aldea.
Unos días después, se internaron los cazadores y un grupo más al interior de la selva y encontraron a la joven, que nada tenía de muchacha, sino que era un robusto árbol cuyas flores blancas se habían tornado rosas.
Comentan que esas flores blancas lo eran por las lágrimas de la joven derramadas por la partida de su amado y que se tornaban rosas por la sangre derramada por el valiente guerrero.