Cuevas de las manos
Río Pinturas
Santa Cruz, Argentina
Patrimonio de la Humanidad
EL REGRESO DEL CAZADOR
Ya el chamán propiciador de la cacería ha encerrado en el círculo mágico a su presa...
Y el animal, atado por los hilos invisibles del conjuro del cazador sagrado, caerá pronto bajo las armas del tehuelche mashenkenk...
En la realidad cotidiana del aborigen, y en la simbolización pictórica del arte rupestre, siempre ha sido así: primero, la caza del espíritu, después la caza de la carne... Y seguirá siéndolo... en tanto no se borre la memoria de los pueblos de América.
Los abuelos mapuches cuentan que Elëngasem, el que sopla y tira piedra para que las mujeres no se acerquen a su caverna mítica, es el autor del arte rupestre, del las escenas de caza y de las manos... las extrañas manos de las cuevas australes. Hay manos en el centro y sur de la Patagonia: en las cuevas del río Pinturas, de Santa Cruz, del Chubut...
Aquí y allá, manos. En negativo en su mayoría, resaltando sobre la concavidad de piedra del refugio chamánico con sus aureolas en blanco, rojo, negro, amarillo, naranja... Manos importantes o gozosas, grandes y pequeñas, casi todas izquierdas, y en distintas posiciones...
¿Son las del sagrado chamán?
¿Acaso las del cazador?
Parecen convocar la cura mágica cuando manos rojas imprimen su huella sobre la yegua blanca mientras el médico-hechicero cura al enfermo con su antiguo saber...
Pero también parecen propiciar el ritual de la caza cuando aparecen estampadas simbólicamente sobre la presa: manos blancas sobre guanacos rojos... manos rojas sobre guanacos blancos...
Abundan en el arte rupestre patagoniense representaciones de escenas de cacería de guanacos, a los que los hombres cercan por ojeo. Es que el indio del Sur se valió del guanaco para su alimentación y para su subsistencia toda. Lo aprovechó integralmente: comió su carne, se abrigó con sus pieles... y con ellas también hizo sus toldos. El guanaco fué su vigía y su compañía en las desiertas extensiones...
Por eso lo representa y cuida de su cría, y se indigna ante el blanco depredador que caza chulengos sin miramientos.
El aunkenk (cazador) también ejercitó su astucia cazadora para atrapar al choique o al zorro, de los que se alimenta y a cuyas plumas, tendones o pieles de variados usos.
En la estricta organización social de las culturas aborígenes australes el trabajo se divide rigurosamente de acuerdo con el sexo y la edad.
Las mujeres fabrican utencillos y vestimentas, cuidan de los niños, acarrean agua y leña, conservan el fuego, y recogen frutos y raíces silvestres: en realidad la tarea más importante, porque sólo esta recolección es el alimento seguro para los suyos...
Los hombres, entre tanto, salen de cacería por días y días, pero el logro es incierto... Cuando miden sus fuerzas el indio y el animal todo es posible. Si Nguenemapún, el dueño sagrado de los animales, está enojado... no habrá artimaña que valga para atrapar a la presa.
Los viejos que saben dicen que hay que andar de buenas con Nguenemapún... Hay que pedirle permiso para andar por sus dominio y tomar a sus criaturas, y hay que propiciarlo con los nguillatunes (rogativas) y conjuros de la machi, la gran intercesora.
Sólo así los cazadores tendrán éxito aplicando las viejísimas técnicas de caza por boleadoras, por proyectiles varios, por acorralamiento, por ojeo o por despeñamiento. Sólo así volverán con las piezas que iluminan los ojos de los ancianos, las mujeres y los niños...
¡Es tan bueno el sabor de la carne al calor del fuego!...
En otros tiempos que apenas recuerda la memoria de los más viejos entre los viejos y que son memoria de firme trazo y colorido en las cuevas secretas, en esos días tan lejanos los indios cazadores del sur supieron de la muerte agazapada en los felinos, y los enfrentaron y cazaron...
Como toda América, la Patagonia tuvo un culto especial, por el animal de atractivo hipnótico que despierta los miedos ancestrales. Lo refleja el arte rupestre, con representaciones de felinos en estado naturista o semi-naturista, esquemático o simbólico.
Los pigmentos reproducen su figura en el salto o en la quietud acechante... A veces es sólo la huella de su pisada, ¡pero basta para marcar su temida presencia!
Es una incógnita la reiteración del motivo del félido en el arte aborigen...
¿Por depredador?
¿Por capacidad cazadora?
¿Por fiereza?
¿Porque es el rival por excelencia para el cazador de raza?.
¡Quien sabe!...
En la meseta central de Santa Cruz, en gran parte de la Patagonia, y en la Cueva de los felinos, la estampa de la temida especie reabre la inagotable conjetura... ¿Quién dirá la última palabra? ¿Es que acaso existe la clave reveladora?
Entre tanto las pinturas rupestres siguen hablando su código de imágenes y símbolos. Elaborado con pigmentos minerales, grasa animal, zumos vegetales, sangre, orina, y misterio, el color es forma y vida en escenas rituales, pisadas humanas y zoomorfas, signos, líneas... ¡y en las manos!... el instrumento ente los instrumentos.
Las manos del hombre que por ellas se hace hombre y por ellas se une a Dios...
Las manos hoy cierran el capítulo de otro misterio de la Patagonia.